La cornicabra, los pulgones y las hormigas y, como epílogo, un pasaje bíblico
Hoy Daniel Climent se centra en la prima del lentisco, la cornicabra, y nos explica una curiosa relación entre esta planta, los pulgones que se deleitan con su savia, y las hormigas, que practican una ganadería muy especial. Leer a Daniel es dar siempre un paseo por el territorio valenciano. Él coge un elemento vegetal cualquiera: una planta, un paisaje, un fruto, la caída de una hoja, y empieza un viaje donde cada detalle tiene una historia que se enlaza con otra. Esto lo consigue con sus extensos conocimientos, que no duda en reconocer que son fruto de muchos años de estudio, curiosidad y de la suma del conocimiento de otros muchos que lo han querido compartir generosamente con él.
Aprovecho la primera hora de una mañana de verano para subir a alguna montaña próxima. En esta ocasión he optado por el Cabeçó d’or. Para los quienes no lo conocéis, os lo presentaré. Se trata de una montaña fundamentalmente calcárea, rica en fuentes, de donde probablemente le viene el epíteto ‘oro’, que en lenguas prelatinas venía a significar ‘agua’, como en tantas ocasiones encontramos a la toponimia catalano-valenciana como indicador hídrico: Font d’or (Sant Hilari de Sacalm), Cova de l’or (Beniarrés), Cala d’or (Mallorca), Cap d’ or (Marina Alta), Penya de l’or (Bolulla), Orba, Lorcha, etc. Además, también es bastante bien estudiada por el que hace la micro toponimia y la historia natural; y también la historia propiamente dicha, como la elevación de Busot más fácil de localizar en la línea divisoria del Tratado de Almirra (1244), la de Biar-Busot.
Un hito orográfico que, desde el mar, recibía el nombre de ‘el Hombre, como si fuera un hombre tumbado. Esto queda reflejado, por ejemplo, en el Derrotero de las costas de España en el Mediterráneo y su correspondiente en África (1784), del brigadier de la Armada Vicente Tofiño, matemático y astrónomo, cuando dice, refiriéndose a aquello que se ve desde Tabarca: «… el picacho de una montanya alta tierra adentro, que llaman del Hombre, que está á (sic) la parte del E. de Alicante»
Subir al Cabeçó te permite entrar en contacto con multitud de especies, cada una con sus características, relaciones ecológicas y riqueza etnobotànica y etnozoològica. Unos temas que tanto captan la atención a los alumnos o a las pandillas de amigos con quienes has subido para conocer la montaña; y en múltiples aspectos, desde los puramente biológicos a los históricos y los lingüísticos (por ejemplo, los micro topónimos). Como la mayor parte de las montañas valencianas, desgraciadamente tan poco difundidas en los centros educativos.
Ahora me encuentro a los pies de l’esqueneal de l’ase. Se llaman esquenall porque parece la columna vertebral, la espalda de un mamífero; suele decirse así a una carena acentuada que separa dos vertientes. Una espalda que marca el límite de un pequeño valle especialmente rico en terebintos o cornicabras (Pistacia terebinthus), un arbolito de lo contrario conocido a otros lugares de nuestras tierras como noguerola, origen de apellidos tan nuestros como Noguerol, Noguerola, Noguerols, Nogueroles. Y, mientras almuerzo, observo como, de las galas de la cornicabra, se desprenden unas nubecitas, como de ceniza, que no son sino insectos pequeños que se habían empollado. Pero, vamos por partes.
La cornicabra
La cornicabra es un arbolito no demasiado grande típico de carrascas en umbrías y lugares húmedos, y que en el otoño se distingue con cierta facilidad por el color cobrizo de sus hojas, blandas, caducas y divididas en un número impar de folíolos. Y que podemos encontrar en las vertientes más abruptas y sombrías del Cabeçó; por ejemplo, cuando iniciamos el ascenso por el Rincón Seva y desde la base de l’esquenall de l’Ase.
De manera similar a su ‘hermano’ más conocido, el lentisco o mata (Pistacia lentiscus), la cornicabra presenta los sexos separados en plantas diferentes, con flores, sin corola y agrupadas en ramilletes en las ramas del año anterior. Los frutos (en los individuos femeninos, claro) se presentan en racimos donde cada fruto es una pequeña drupa (es decir, con hueso) esférica de color rosado cuando está inmadura, y que al madurar pasa a un color más oscuro.
Algunos ejemplares presentan unas excrecencias curiosas: un cecidio o agalla producida por la picadura de un insecto. El insecto, un pulgón, ha depositado los huevos, y la planta reacciona y forma un tipo de envoltorio aislante, dentro de la cual crecen los futuros pulgones en la primera fase de su metamorfosis. Como que la agalla parece un cuerno de cabra, a la planta se le llama así: cornicabra.
Recuerdos y nuevos conocimientos
Recuerdo la primera vez que me encontré una gala abierta, llena de un tipo de ‘mosquitos’ que no eran sino los pulgones inmaturos. Y verla de nuevo me trae a la cabeza dos tipos de recuerdos. Por un lado, cuando de joven subía al Cabeçó con mi padre, que era de Busot, y a través del cual conocí rincones, plantas y a Pep el Boj, el guarda del Cabeçó y sierras vecinas, como por ejemplo la Ballestera, el Cabeçonet y otros.
Más tarde, cuando el interés por la naturaleza, la lengua y el País habían arraigado con más fuerza, Jaume Varó (el autor de la compilación toponímica y de algunas de las fotos) y yo mismo pasaríamos horas y horas, gastaríamos cuadernos y bolígrafos, escuchando, extasiados, a Pep el Boix contándonos mil y una historias de animales y plantas, de nombres de lugares y de personas que habían conocido como pocos la montaña mágica de l’Alacantí.
Paseando y sintiéndolo, sentado en una roca de la montaña, y más tarde a una silla en el centro de mayores de Busot, como si sus asientos serían una cátedra y él un auténtico catedrático que, paciente, nos advertía que si nos poníamos debajo de una cornicabra con las galas maduras, quizás acabaríamos llenos de un tipo de ceniza, los ‘mosquitos’ que se hacían en el interior y que, al abrirse la gala, nos caerían encima.
Vuelvo al presente. Y pasados los años, jubilado ya de enseñar, al menos oficialmente como docente, pero no renuncio a aprender, recordar y compartir aquello que creo que ya entiendo un poco mejor. Y a revisar algunas de las cosas que anteriormente también había compartido. E interpreto la situación que antes he descrito como un tipo de paradoja: el guarda de Cabeçó, sin estudios oficiales, oficiaba como auténtico catedrático de aquella naturaleza, me orientaba y me hacía ver a mí, catedrático de instituto, cosas que yo no tan solo ignoraba sino que ni siquiera veía en medio de la exuberante riqueza geológica, florística o faunística de aquellos rincones de la montaña querida.
Que la miel del brezo o “petorret” (Erica multiflora) era de color rojizo, vinoso; que el lagarto (Lacerta lepida) solo se enfrentaba al ‘sacro’ (la ‘serpiente venenosa’) si tenía un cardo (Eryngium campestre) cerca donde frotarse si esta lo mordía, un relato que tantos y tantos me contaban en muchos otros lugares; que la leche de la lletera (Euphorbia sp.) servía para clarificar el agua de los pequeños charcos de montaña y hacerla bebible; o que, a casa, las albahacas de los cossiolets servían para asustar los mosquitos.
Porque con él, y con otros muchos como ellos, aprendía. Y mucho. Sobretodo a mirar, a hacerme preguntas. ¿Cuál sería la sustancia de la lletera responsable de la floculación de las partículas en suspensión en el agua de los charquitos? ¿Por qué la lletera, el lletsó y la lechuga empezaban por ‘leche’? ¿A que se debía la tonalidad rojiza de la miel del brezo? ¿Tenía alguna relación el nombre científico Erica con la Venus Ericina que marcaba el inicio de las fiestas romanas de Vinalia? ¿Por qué razón las albahacas asustaban los mosquitos?
Y también aprendía a contar cosas de cada animal, planta, fuente o peñasco que nos encontrábamos y que tanta atención despertaban para ir ‘más allá’ en el conocimiento de la naturaleza. Y, al volver a casa y poner en orden los apuntes, intentar hacer de puente entre aquello que él me decía y lo que la ciencia, la lingüística, y otras disciplinas académicas habían llegado a descubrir. En buena medida, de esos apuntes salió el primer libro de etnobotánica que hice, Les nostres plantes (1982-1985), el primero de etnobotánica accesible al gran público que se hizo en el País Valenciano y, por el que tengo entendido, en todas las Españas.
El otro recuerdo relacionado con la planta provenía de un artículo que muchos años después, el 2015, me cogió dado que hablaba de los terebintos y aquellos ‘mosquitos’ de los que nos advertía Pep el Boix, y que no eran sino unos pulgones que después serían parásitos de los terebintos. El artículo era Mister Hyde al hormiguero, de Pau Carazo y David Martínez y ponía de manifiesto que a medida que se estudian más y más los partícipes en la Historia Natural se encuentran relaciones entre plantas y de animales muchas de las cuales ocultas a la vista. Pero mucho más que la vistosidad de esas agallas, el insecto que participa es el protagonista de un tipo de drama vital que es el que vamos a contar.
Los pulgones de la cornicabra
Hay algunos insectos del grupo de los pulgones que se alimentan de la savia elaborada, de los líquidos interiores ricos fundamentalmente en azúcares que fotosintetizan de algunas plantas. La planta toma del suelo agua y sales minerales y las sube a las hojas; gracias a la clorofila y a la energía de la luz, las hojas usan el agua y las sales para combinarlas con el dióxido de carbono y obtener el alimento que necesitan: azúcares, proteínas, etc. Todo este alimento, convenientemente disuelto en agua, se denomina savia elaborada, se reparte por los diferentes tejidos de la planta y alimenta las células que la forman. Esta savia circula por unos tubos muy finos y próximos a la superficie de las ramas.
Así, algunos insectos son capaces de perforar esa superficie y vivir a expensas del alimento que lleva la savia. Son los pulgones, unos insectos hemípteros como por ejemplo los chinches y las chicharras. La savia es muy rica en azúcares (el “combustible” para poder hacer las funciones biológicas) pero pobre en proteínas; así que los pulgones necesitan chupar mucha savia para conseguir las dosis de proteínas que necesitan. Ese exceso de azúcar les haría sufrir un tipo de diabetes si se quedaran con todo lo que ingieren. Para evitarlo, expulsan por detrás el exceso, como si fueron unos excrementos dulces. Una melaza que gusta mucho a las hormigas.
Algunas especies de hormigas, muy glotonas, se aprovechan y mojan con fruición ese zumo azucarado que excretan los pulgones; y establecen un tipo de contrato de beneficio mutuo: los pulgones les aportan azúcares para la alimentación no tan solo de las mismas hormigas sino, sobre todo, de sus larvas, y las hormigas “pacen” los pulgones llevándolos a los lugares apropiados y defendiéndolos de los ataques de potenciales enemigos. Más o menos como nosotros hacemos con las vacas, ovejas, cabras y otros herbívoros: gracias a ellos conseguimos alimento puesto que procesan hierbas que a nosotros no nos servirían directamente, y a cambio los protegemos y los buscamos lugares adecuados de pasto.
Hasta aquí, todo “normal”. Los pulgones serían para las hormigas lo que los animales de pasto para los humanos, más o menos. Pero, resulta que los pulgones de la cornicabra, los Paracletus cimiciformis, son un poco “especiales”. Y lo que voy a contar sorprende tanto por lo sutiles y sofisticadas que pueden llegar a ser las relaciones entre plantas y animales, como por nuestra ignorancia de lo que puede pasar ante nosotros sin que nos damos cuenta. Eso sí, hasta que alguien nos lo ha hecho notar y, mejor todavía, si nos lo explica y nos anima a que miramos la naturaleza con otros ojos y a incrementar nuestra capacidad de admiración y la conciencia sobre cuántas cosas nos faltan para saber.
El caso es que el ciclo de vida de P. cimiciformis empieza en la cornicabra durante la primavera, cuando los huevos depositados por las hembras fecundadas eclosionan dentro de la agalla y forman insectos que maduran. Al final del verano la agalla se abre, los insectos adultos, ya alados, caen (si te encuentras debajo las agallas parece que está lloviendo ceniza, como nos advertía Pep el Boix) y se van volando a la búsqueda de gramíneas silvestres. Colonizan las raíces de esas hierbas y continúan los cambios necesarios para transformarse en los pulgones, ya sin alas.
Y ahora viene el más interesante. Estos pulgones pueden ser de dos tipos o morfes: unos son de coloración blanquecina y con forma de chinche (por eso lo prefijo cimici al nombre científico, un plural que en italiano significa “chinches”), y otro de color verde a pesar de que genéticamente idénticos a los blancos. Los pulgones verdes se relacionan con las hormigas del género Tetramorium; y lo hacen de la forma habitual: las hormigas les tocan con las antenas para comprobar que son los pulgones que les interesan, los capturan y los llevan a la planta que consideran apropiada para que vayan chupando la savia y suministrando la melaza que excretan cuando se apretujan.
Pero, los pulgones de color blanco se comportan de manera muy diferente. Cuando la hormiga los palpa con las antenas, el pulgón retrae las patas y queda inmóvil a la vez que emana un olor que hace creer a la hormiga que se trata de una de las larvas del hormiguero. Entonces, la hormiga lo coge entre las mandíbulas y, como si se hubieron escapado de la ‘guardería’ hormigal, lo ‘devuelve’ a la cámara de cría, un lugar casi sagrado para las hormigas por la protección que le dan. Deposita el pulgón “camuflado” junto con las propias larvas. Parece mentira, pero las hormigas caen en el engaño y dispensan al pulgón el mismo trato, como si lo hubieron adoptado. El sorprendente motivo por el cual los pulgones blancos tienen ‘como objetivo’ hacerse transportar hasta la cámara de cría es succionar la hemolinfa (la “sangre” de los insectos) de las larvas de las hormigas, ¡hacer de Drácula de las hormigas!
En todo esto hay dos cosas muy notables: por un lado, es el primer caso conocido de una especie que a pesar de hacer gemelos genéticamente idénticos cada uno se comporta de manera diferente: una de las formas biológicas como mutualista, conviviendo con las hormigas y beneficiándose mutuamente; y otra como depredadora, chupando la hemolinfa de las larvas hasta matarlas. Y por otro lado, también es el primer caso conocido de un pulgón “carnívoro” (o habría que proponer el neologismo ‘hemívoro’, por el prefijo ‘hemo’, ‘sangre’?); un pulgón que se alimenta de otros animales, mientras que el resto son estrictamente vegetarianos, chupadores de savia. Un insecto que usa “la astucia” (si esa categoría fuera lícito aplicársela) para superar las defensas de las hormigas (mucho más grandes, robustas y “acorazadas”) y vencerlas en su propio terreno.
En la imagen vemos un esquema simplificado del ciclo de vida bianual del pulgón Paracletus cimiciformis. La fase sexual tiene lugar en el huésped primario (arbustos de Pistacia terebinthus). Allí se producen hasta cinco morfos diferentes. De ellos, tres son partenogenéticos y se desarrollan dentro de unas agallas muy características que inducen en las hojas de su anfitrión. Hacia el final del verano, la última generación nacida en el interior de las agallas consiste en pulgones alados que vuelan y colonizan las raíces de varias especies de gramíneas (huésped secundario). Allí inician una serie de generaciones partenogenéticas ápteras (sin alas) formadas por uno o ambos de los morfos alternativos: el morfo verde (MV) y el morfo blanco (MB). Estos dos morfos interaccionan de manera muy distinta con hormigas del género Tetramorium. Al final del verano, se producen dos morfos alados indistinguibles que dispersan el clon a nuevas gramíneas o vuelven a Pistacia, dando lugar a una nueva generación sexual. El signo de interrogación indica que no se conocen con detalle los factores que controlan la producción de uno u otro morfo. M, macho; F, hembra sexual.
Samuel. Antiguo testamento. David y Goliat.
De lo contrario, todo esto hace pensar en un pasaje bíblico en que tanto la astucia, el tamaño acorazado y la cornicabra tienen cierto protagonismo. Se trata del primer libro del profeta Samuel donde en los versos 17:2-54 se narra la victoria de sagaz David enfrente del más grande y acorazado Goliat. Un episodio que tiene lugar en un valle que en hebreo recibe el nombre de Elah. ¿Y, que quiere decir elah? Quizás ya lo habréis adivinado: cornicabra, terebinto. Así que el lugar donde aconteció el episodio bíblico de David y Goliat sería el Valle del Terebint o de la Cornicabra. Localización que, resituada en el Cabeçó sería una cosa así como “el valle situado entre los “Esquenalls de la Foradada y del Ase”. ¡Mira por dónde!
En definitiva, todo esto que hemos contado, desde la trama y el drama de la vida a la belleza del paisaje; desde la multiplicidad de aspectos de una planta típicamente mediterránea al referente bíblico, lo podemos encontrar no tan solo en la montaña más emblemática, y quizás la más respetada y querida de los valencianos de la comarca de l’Alacantí, a nuestro Cabeçó d’ Or, sino en cualquier montaña valenciana. Animaos a descubrirlo y a contarlo. Hagamos País y hagamos Historia Natural.
Este artículo se escribió en Mutxamel, el 21 de agosto de 2023, festividad de la Virgen María de los Lirios, patrona de Alcoy.
Bibliografia
VIDEOS
Etnohidrologia. Significat d'or'. Metàfora font-ull en diferents llengües.
Memòries de Ramon Muntaner, tractat d’Almirra o Almisrà. Representació en el Castell de Santa Bàrbara, a Alacant.
El llentiscle, Cabeçó d’or
El benlenyo, junt a una caseta del Cabeçó d’or
‘Busot: fabricació del vidre i deforestació’També, a la revista Salmitre, de Busot.
El panical, l’herba dels fardatxos
“Lletuga, lletrera, lletsó”
ARTÍCULOS
Revista Daualdeu de didàctica de les ciències, número 8, estiu 2015: “El lèxic com a font d’informació, en la didàctica de les ciències”
Revista Mètode (UV), per què l’alfàbega espanta els mosquits
‘Quaranta anys de Les nostres plantes, de Daniel Climent i Giner’
Revista Mètode (UV), número 87. Míster Hyde al formiguer.
Revista Saó. L’ase, un dels animals bíblics per excel·lència
Diari la Veu, I la mare de Déu es va aparèixer en un lliri
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