Poesia botánica en Diania

La semana pasada os hablábamos de Joan Pellicer, de cómo amó la botánica y la supo transmitir, participando también de la conservación de nuestro patrimonio etnobotánico. Ahora os hacemos un repaso por su obra y su vida mediática, y las trabas con las que se encontró, y descubriréis por qué se ganó a todo aquel que le siguió.
Pellicer Guía. La primera trilogía: Diània
Afortunadamente, y a pesar de que Joan ya no puede acompañarnos físicamente, gran parte de su legado divulgativo podemos encontrarlo en la serie formada por la trilogía inicial formada por Meravelles de Diània, De la Mariola a la mar y Herbari Breu de
En Meravelles de Diània (2002) Pellicer se nos mostraba como un conocedor excepcional de ese tipo de rombo encabalgado sobre la vocación mediterránea del sistema bético, intrincada orografía a través de la cual nos orientaba por la ruta de los árboles gigantes, de las fuentes y de las ermitas, desde Mariola hasta las Agujas de
Pero si es el fondo de los valles y los cursos de los ríos lo que más nos gusta, podemos seguir otra ruta, la que describía en De la Mariola a la mar (1997); y deleitados por su rumor acompañar al río Serpis desde el Alcoià y el Comtat hasta
Río Serpis
Más adelante, cuando el río se vuelve más plácido, Pellicer nos espera con el Herbario breve de la Safor (1991) para acompañarnos en un sereno paseo por los caminos de huertas y lomas, la red viaria y afectiva que configura la trama peripatètica de su comarca, como me comentaba en una de las primeras relaciones epistolares que tuvimos: “En cuanto a mi “Herbario breve de la Safor” se trata de un trabajo de pura divulgación sin más pretensión que mostrar un ramo de plantas nuestras, cincuenta y una concretamente, con la dignidad que se merecen valiéndome de mis anotaciones de campo, de las conversaciones, entrevistas y de los mejores libros y leyendas; […]. Creo que puede ser una herramienta útil para iniciarse en nuestras plantas medicinales y una continuación del libro de mi estimado paisano Josep Mascarell y Gosp, “Muntanyisme i plantes medicinals”. Si consigue comunicar un solo un poco de interés por nuestras flores, me considero pagado”.
Thymus piperella, la pimentera. Endemismo diánico
Una comarca y un pueblo, el suyo, recreado con idéntico aprecio en Bellreguard, verd esguard (1994). Un libro que, como otros, tuve ocasión de presentar en respuesta agradecida a la confianza que me mostraba, reflejada a palabras que me dirigía, y que reproduzco para mostrar las dificultades por las que pasaba a la hora de editar: “Cordial amigo Climent: Aquí estoy otra vez, Daniel, pidiéndote un nuevo pero ya casi viejo favor: que vengas, si puedes y quieres, en la Safor allá por el equinoccio del otoño, a presentar este pequeño y último trabajo mío sobre caminos, paisajes y villajes diánicos. Las condiciones en que me ha tocado trabajar han sido infernales debido a la frialdad y la carencia de fe de quienes los tocaría flamear de amor y cuidado por nuestra gente, nuestra tierra, nuestra cultura y nuestra lengua, pero, a la postre, el resultado se acerca al que me proponía: invitar con sencillez y sinceridad a nuestros buenos paisanos a conocer nuestra tierra y nuestra sierra, nuestro país, a ellos mismos”
Pellicer Botánico y etnobotánico. La segunda trilogía: el costumari
Años más tarde, el maestro nos volvió a hacer partícipes de su penetrante y lúcido estilo con un nuevo libro, Flora pintoresca del País Valencià (1999), obra de divulgación por la cual desfilan muchas de las más preciadas perlas de nuestro manto vegetal, desde los helechos antiguos y curanderos hasta las imaginativas y seductoras orquídeas, los preciosos endemismos y otras maravillas florísticas de nuestro País.
Su mirada botánica, y sobre todo etnobotánica, logró un gran nivel con el Costumari Botènico (2000-2004), una trilogía estimulada por el éxito del primer volumen, ganador del primer premio “Bernat Capó” concedido por
Desgraciadamente Pellicer ya no está entre nosotros y continuar escribiendo acontece un tipo de deuda cívica para mantener vivo su recuerdo. E incitar a leerlo a quienes todavía no lo han hecho. Sus libros no tan sólo nos enseñan a percibir la Naturaleza a través de la Cultura, sino que tienen un valor añadido: son un bálsamo para el espíritu. Porque llega un momento en qué a pesar de que las certidumbres se reducen, el corazón se ensancha y la memoria nos urge a la recuperación, a menudo a través de la lectura, de los paraísos que temíamos perdidos.
Y utilizados como “gafas”, sus libros mejoran la visión que tenemos de las múltiples bellezas de las plantas; y las ornan con palabras cálidas que reflejan desde los afectos a los recelos más atávicos, tanto a través del contenido como de
Pellicer era capaz de presentarnos sin aristas lo que tradicionalmente y académicamente había acontecido separado; y articulaba botánica, antropología, mitología, geografía y literatura en un todo armónico que nos hace acceder al conocimiento de la mano del aprecio por la tierra, por la lengua, por
Y hablan de personas. De las personas que han asumido voluntariamente la tarea de recopilar, ordenar, grabar en la memoria todo aquello que nos ha posibilitado llegar a ser lo que somos. Gente, la nuestra, que había participado, con las manos, la mente y el corazón en la transformación del paisaje de una manera gradual y quizás por eso escasamente violentadora. Y que llegado el momento nos han ofrecido, gratuitamente, amablemente, el tesoro de sus conocimientos. Unos conocimientos que, ¡ay!, frecuentemente no se valoran en la medida en que no están escritos o que no forman parte de los currículums académicos ni de la “cultura” mercantilizada.
Porque a menudo no somos conscientes del hecho que hemos vivido rodeados de personas que son depositarios de unos saberes articulados que sintetizan las investigaciones de quienes nos precedieron, los éxitos y los fracasos para conseguir equilibrios vitales entre ellos y con
El Costumari también se caracteriza por un marcado afán por compartir el conocimiento y el aprecio por las plantas que había adquirido, entre otras maneras, conversando con aquellas personas. Y Joan lo compartía con todos nosotros mediante la divulgación etnobotánica presentando el conocimiento de los usos y pautas culturales relacionadas con las plantas: medicinales, culinarios, textiles, mágicos…; unos conocimientos que hunden las raíces en el más profundo de la historia de
Etnobotánica, divulgación, y en catalán
Pero juntar etnobotánica y divulgación, y además en catalán y desde un compromiso firme de defensa del territorio, hacía muy difícil la tarea de Joan Pellicer. Los estamentos consolidados – políticos, universitarios, culturales… – difícilmente aceptan personas diletantes que con su ejemplo muestran la posibilidad de transversalidades que les resultan incómodas; y menos todavía, que no se dejan seducir por los cantos de sirena que prometen favores a cambio de silencios. Joan Pellicer, pero, persistía y mejoraba su buen quehacer; y esto a pesar de estar poco considerado por los botánicos que desprecian la etnobotánica, por los científicos que recelan de la divulgación, por los gestores culturales que tienen el valenciano como una molestia que tienen que aguantar, e incluso por los responsables económicos de los programas televisivos que, a pesar del éxito de audiencia, le pagaban cantidades irrisorias por no decir humillantes.
Ahora bien, la defensa enconada de nuestra lengua, el cuidado exquisito con que la trataba y la mejoraba, el incremento de lectores que suponían sus libros, o sus aportaciones léxicas y estilísticas tampoco eran suficientes para otro grupo que teóricamente tendría que estar a favor de la difusión del patrimonio lingüístico. Me refiero a aquellos estamentos que intentan monopolizar el valenciano (o el catalán, tanto da) pero que sistemáticamente ignoran aquello que, hecho en catalán-valenciano, no es estrictamente “literatura”. Una múltiple conjunción que dificultaba – que dificulta – enormemente no tan sólo la divulgación etnobotánica en valenciano, sino que a Joan Pellicer, sin más recursos económicos que los derivados de su afán, le hacía sufrir intensamente.
Aún así, Joan poseía un afán indomable, intenso, para divulgar la íntima relación entre los ámbitos cultural, lingüístico y natural: con la voz y las manos nos invitaba a participar en la fiesta de la etnobotánica, con independencia de títulos o de escalafones, y nos hacía ver cosas que sin su ayuda no habríamos visto nunca: esa flor bellísima de nombre encantador y propiedades entre mágicas y medicinales; o esa roca hecha de leyenda pétrea y a la vez sutil; o aquella pequeña ermita cargada de historia y de trabajo;…
Pellicer televisivo y conferenciante
Joan Pellicer cultivaba, con la pasión y el gusto de un jardinero, el noble arte de transmitir el conocimiento y el aprecio por las cosas. Una transmisión tan diversa como los escenarios donde actuaba, a menudo poblados de un conglomerado de edades, vivencias y profesiones diferentes, pero unidos por el interés de conocer aquello que decía “el hombre de las plantas; sí, el de Punt
Además, literarias infusiones de plantas enriquecían la sección “Botènica estimada” de la revista “Mètode”, en
Porque era un artista que no tan sólo conseguía conjugar armónicamente el mundo de los sentimientos y el de la razón, el de la poesía y el de la ciencia, sino que transmitía empáticamente el deseo de establecer entre ellos una sinergia mutuamente enriquecedora. La forma de transmisión quizás más fecunda era
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Una relación que durante algunos años cuajó en productos televisivos de calidad, tanto en Gandia Televisión como en los ocho años que duró la relación con lo programa “Medi ambient” de Punt 2 y la posterior, y más corta, Remeis al rebost, con Oriana Brunori y Natxo Alapont. Dentro de Medi ambient Joan Pellicer se encargaba de
Gracias a los trabajos de Joan Pellicer y Bataller, tanto los bibliográficos como los televisivos, el etnobotánico ha llegado al gran público como una muy trabada, fragante, armoniosa y dichosa síntesis de los diferentes tipos de riqueza que una sociedad puede sentirse orgullosa de poseer: la material, la cultural y
Pellicer, prosa y poesía
Y cuando llegue la hora en qué casi nadie reconozca nuestras huellas, quizás alguien encontrará en sus páginas una idea de la naturaleza, tangible y a la vez poética de este mundo. Porque también hay que aproximarse poéticamente a
Y poesía, también, capaz de educar los ojos para que puedan registrar todos los matices cromáticos de la puesta del sol; un oído afinado para analizar los rumores de las hojas al ser agitadas por el viento de levante; un olfato capaz de percibir los aromas de las flores que, encapsulados por la noche, se liberan por la mañana frescos y húmedos; un gusto continuamente enriquecido por las depuradas combinaciones de los productos que acordamos con la Naturaleza; una piel capaz de erizarse al notar la proximidad de esa lluvia que tanto deseamos que nos acaricie.
Todo lo demás es ruido. Y no tendríamos que consentir que el ruido nos ensordezca ni que nos haga ignorar la memoria viva colectiva con
Segundo extracto del artículo publicado, en primera versión, el verano de 2009 en