Joan Pellicer, puente entre naturaleza y cultura
Transmitir sabiduría y respeto a la naturaleza desde el conocimiento y la proximidad, ésta fue la misión de un enamorado de nuestro territorio y la cultura popular. Médico de profesión y botánico de corazón que supo conjugar esa doble vertiente para acercarnos al mundo de la etnobotánica. Un gran divulgador científico para descubrir o recordar.
Gran parte de la sabiduría heredada es fruto de una mezcla adecuadamente dosificada. De una mezcla entre el producto de las facultades intelectivas y las emociones estimuladas por los sentidos. Una mezcla que a menudo ha llegado encapsulada en las tradiciones orales y en los rituales, costumbres y leyendas que tanto han contribuido en conjunto a hacer de nosotros el que somos. Una mezcla que permite no tan sólo relacionar el medio natural y el cultural sino disfrutar de la relación. Un goce que se incrementa, además, si tenemos la suerte de ser guiados por personas sabias capaces de hacernos ver y sentir más allá de la simple percepción sensorial; por maestros que sepan interpretar los múltiples lenguajes en que se expresa la Naturaleza, y relacionarlos con los conocimientos que generosamente nos han legado quienes nos precedieron.
Pero por eso hay que encontrar personas capaces de tender puentes que nos facilitan el tránsito entre todo aquello que es digno de ser conocido y amado. Y nos hacen falta puentes para ligar naturaleza y cultura, para conectar diferentes mundos: el lenguaje científico y el popular, la cultura urbana y la rural, la razón y la pasión, el ayer y el hoy, y e hoy y el mañana. Sí, nos hacen falta puentes; y también pontífices capaces de diseñarlos con el bagaje técnico, intelectual y afectivo que han adquirido a lo largo de años de tarea silenciosa y a menudo poco reconocida. Pero, además, para adaptar esos puentes a los nuevos tiempos y vehículos, hay que añadir unos sillares nuevos que hoy en día tienen forma de libros, de programas de televisión o de montajes audiovisuales. Y en ese sentido, uno de nuestros pontífices era el médico, botánico, poeta y escritor de La Safor, Joan Pellicer.
Pellicer no era un constructor cualquiera: cada uno de sus libros, capítulos televisivos, conferencias o paseos, eran una maravilla de ingeniería. De esa ingeniería adaptable y versátil que utiliza las palabras para combinar, de manera elegante, armónica y a la vez sólida, el conocimiento y el sentimiento, la sabiduría y la joya, la sensibilidad y el interés inacabable por todo el que nos rodea.
Los hilos conductores del trabajo de Pellicer
El poliédrico trabajo de Pellicer pivotaba sobre tres ejes. El primero, de índole botánico, lo dirigía a la investigación, determinación y ubicación de las especies vegetales del territorio diánico. El segundo, también construido sobre un exhaustivo trabajo de campo, gravitó sobre la comunicación directa con las personas que todavía conservan el saber ancestral sobre las plantas; la técnica de entrevista desarrollada por Joan era magistral: adoptaba de la manera más natural los giros léxicos y sintácticos de los entrevistados; buscaba la sintonía afectiva por el entorno y conseguía que cada cual diera el mejor de sí mismo, que personas en apariencia poco ilustradas se nos mostraron cómo auténticas bibliotecas vivientes, como depositarios de saberes ancestrales transmitidos oralmente y seleccionados a lo largo de tiempos inmemoriales. Saberes que, ¡ay!, sin personas como Joan se perderán irremediablemente en esta generación si no hay más gente que se ocupe de registrarlos antes de que los últimos depositarios vivientes nos abandonen.
Vistas de La Safor
El tercer eje lo configuró haciendo converger con los anteriores el saber que brota de diferentes fuentes culturales. El resultado fue la creación de un tipo de rompecabezas de los diferentes conocimientos relativos al mundo vegetal, desde el estrictamente botánico, esmerado y riguroso, hasta el literario, etimológico, geográfico, toponímico, fotográfico y, sobre todo, el de la medicina popular, analizada y depurada con profesionalidad puesto que, no en balde, era médico.
Divulgador extrovertido, nos hacía conocer amablemente nuestro mundo vegetal sin tener que pasar por las horcas caudinas de un saber académico muy a menudo deliberadamente esotérico y encerrado en él mismo. Y mientras nos enseñaba a identificar y a amar las plantas se nos mostraba como una persona profundamente enamorada tanto de las plantas como de su país y su gente. Leyendo los libros de Pellicer viajes a los pueblos de la Safor, el Comtat, l’Alcoià, Marina,…, y sientes hablar las personas como si estuvieran contigo. Porque Joan impregnaba las entrevistas de un profundo respeto por los ritmos vitales de la gente que vive más cercana a la naturaleza.
Un trabajo así supone haber dedicado muchas horas de estudio y de preparación no remunerada, y de agotadores safaris fotográficos. Pero también muchas más horas de largas y distendidas conversaciones con pastores, labriegos, herbolarios, curanderos, cazadores, mujeres del ámbito rural… Unas conversaciones gratas y a la vez dirigidas a recolectar el saber popular sobre las plantas, practicado y experimentado durante siglos y que se ha fijado en recetarios, rituales, refranes,… que sólo pocos sabios pueden entender. Porque para entender el saber que esconden hay que usar y amar la lengua en que están expresados y a la vez ser capaz de extraer la sabiduría escondida y trasladarla a un lenguaje bioquímico, biofísico, farmacológico, fisilógico y, más difícil todavía, divulgativo.
No se trata, pues, de recoger tan sólo nombres, rituales, usos, topónimos, antropónimos, etc., sino de interpretarlos, de darles forma y de hacerlos accesibles al público interesado, a quienes todavía aman o quieren amar el propio país, es decir, a la porción del mundo que tenemos el encargo de la humanidad de cuidar, de conservar, de conocer y de apreciar para que las generaciones futuras no tengan la sensación de que parten de cero. Por eso, nos sentíamos afortunados cuando personas como en Joan ponían sobre papel, o exponían con la voz y el gesto, aquello que sabían; aquello que sus sentidos, fortalecidos por el aprecio a la tierra y a la gente, habían aprendido a captar de lo más cercano.
Porque entendía que <<es un gran error pensar que sólo a las selvas tropicales y a los bosques alpinos y lugares alejados y exóticos se encuentran las bellezas y maravillas de la Naturaleza, puesto que estas se encuentran también en el propio, rodeándones y bien al alcance>>, como escribía en el prólogo de su primera obra editada, Lluors de Nesga (1989). Esta primera obra era un álbum de cromos; un álbum estructurado en ocho apartados relativos a cada uno de los principales ecosistemas de la comarca, desde la orilla hasta las desafiantes montañas que enmarcan la Safor. El álbum se presentaba con la intención de ser <<un motivo de acercamiento al hermoso y misterioso mundo salvaje que nos rodea, un estímulo para conocerlo y respetarlo, y una simiente de amor por toda la Naturaleza, la exploración y la contemplación que son el mejor camino y la más apasionante aventura>>. Como vemos, un avance de lo que posteriormente se plasmaría en libros, artículos, conferencias y programas de televisión.
El legado de en Joan Pellicer
Su legado ha sido enorme. Era un maestro caleidoscópico que a través de sus programas, libros y artículos te mostraba un mundo donde se sucedían, tan grata, como inesperadamente, mil y una facetas de la naturaleza. Con las palabras, Joan Pellicer nos preparaba para conseguir que la chispa del saber llegara viva a la yesca de la curiosidad, y encendiera en nosotros el fuego sagrado del gozo intelectual. Un fuego que, en cuanto a la divulgación de la Naturaleza es difícil de incentivar en la medida que mucha gente todavía identifica de manera chapucera excluyendo la cultura con la literatura o con manifestaciones como las artes plásticas, las escénicas, y la música. Estas son formas de expresión que, huelga decir, han contribuido de manera esencial a la estructuración social mediante la capacidad de vehicular formas de creación, de expresión, y crear de imaginarios colectivos y de referentes arquetípicos.
Pero esto parece que ahora no es suficiente, puesto que hoy en día se manifiesta una nueva inquietud social que pide disfrutar de la naturaleza y las manifestaciones culturales desde la doble dimensión racional y afectiva, y combinarlo con los avances científicos y técnicos que han caracterizado el último siglo. De hecho, progresivamente se incrementa el número de quienes entienden que el goce mejora si se combinan la interpretación racional con la vibración emotiva de aquellas manifestaciones culturales y sistemas de creencias, de afectos, y de proyectos colectivos con los que nos identificamos.
Hay que relacionar la ciencia académicamente formalizada con los dispersos conocimientos que la humanidad ha elaborado y fijado en forma de manifestaciones culturales, sistemas de creencias y representaciones simbólicas y ritualizados. Un reto que el gran sociobiólogo Edward Osborne Wilson se refería al decir que <<la mayor empresa de la mente ha sido, y será, el conectar las ciencias con las humanidades>>.
Unas vías que en cierta medida necesitan de planteamientos de una doble estrategia: las que el mayor intelectual del Renacimiento, Erasmo de Rotterdam, denominaba metafóricamente del zorro y del erizo en el latín de la época en sus Adagia. Erasmo hacía mención del contraste entre las dos maneras de afrontar los retos: Multa novit vulpes, verum echinus unum magnum, que viene a decir que el zorro planea muchas respuestas, el erizo sólo una, pero muy efectiva. Comportarse como erizos, con la tenacidad para aferrarse a una idea clave, y a la vez como zorro, capaz de adaptarse y de manejar-se en contextos diferentes, es una doble calidad difícil de lograr. La convergencia de ambas estrategias es, pero, posible; y Joan fue un ejemplo.
La unión sinérgica de ambas formas aparentemente antagónicas, el rigor académico y la proteica adaptación al entorno no reglado, puede estimular un crecimiento exponencial en los conocimientos y los sentimientos, cuando se encuentran mutuamente reforzados, mutuamente relacionados. Y Joan no tan sólo lo consiguió, sino que dio un paso más, el de la divulgación. De toda su obra, libros, poemas, conferencias y otras apariciones mediáticas hablaremos, si os parece bien, en una segunda entrega dedicada a este mago de las palabras, comunicador incansable, y profundo enamorado de la naturaleza de nuestra tierra.
Extracto del artículo publicado, en primera versión, el verano de 2009 en la revista Sarriá de la Asociación de estudios de la Marina Baixa.