La riqueza de los nombres populares de las plantas

El desagradable olor que desprenden las hojas de 'Sambucus ebulus' la ha llevado a ser conocida vulgarmente como hediondo (Imagen bajo licencia) Autor: badescu / stock.adobe.com

La comprensión en profundidad de las relaciones entre las personas y las plantas solo puede ser entendida desde una perspectiva interdisciplinar, de ahí la gran diversidad de enfoques que se le pueden dar a las investigaciones etnobotánicas. La nomenclatura popular botánica, lejos de esa función universal que nos ofrecen los nombres científicos, es una clara muestra de ello y ha de ser estudiada y registrada adecuadamente como parte de nuestro patrimonio.

Al igual que sucede con el resto de los conocimientos tradicionales relativos a las plantas, muchos de sus nombres populares corren el riesgo de desaparecer. Algo especialmente preocupante, si tenemos en cuenta su gran valor lingüístico, histórico y cultural.

Y es que estos nombres proporcionan interesante información sobre las relaciones existentes entre el ser humano y el medio en el que vive. Por eso, a través de su estudio es posible llegar a conocer cuales son las plantas más importantes para una cultura o el vínculo entre la población y la vegetación de un lugar.

Los nombres vernáculos forman parte de nuestra cultura e historia (Imagen bajo licencia). Autor: Parichart / Fuente: stock.adobe.com

Además, en ausencia de documentación textual que aporte datos en este sentido, los análisis de distribución de nombres vulgares de plantas nos permiten obtener información sobre los contactos y movimientos poblacionales que se han producido en una zona y, también, sobre el nivel de aislamiento de la misma.

Este tipo de trabajos son muy útiles a la hora de estudiar la evolución lingüística, por eso es importante que las denominaciones botánicas populares, algunas muy antiguas, no caigan en el olvido y sean registradas cunato antes como es debido.

El proceso de elaboración

Tras analizar las denominaciones botánicas populares se llega a la conclusión de que por lo general surgen espontáneamente y tienen su origen en lo concreto. Después de observar una planta, tomamos como referencia alguna particularidad destacable o aquellas cualidades que nos parecen más importantes y, a continuación, le damos nombre tras un proceso de deliberación en el que se puede, por ejemplo, establecer relaciones de semejanza (con animales, objetos u otras plantas que resulten familiares) o evocar propiedades (toxicidad o beneficio), usos, costumbres o creencias. Estos nombres se transmitirán oralmente de generación en generación y, normalmente, están vinculados a una lengua en concreto.

Características a tener en cuenta

Veamos ahora algunos de los aspectos que tomamos como referencia a la hora de dar nombre a los vegetales. Las características visibles suelen ser lo primero que llama la atención de las plantas, por eso, las denominaciones de muchas de ellas las tienen en cuenta. Las flores de las campanillas (Digitalis purpurea), por ejemplo, tienen forma acampanada, mientras que las hojas de la cientoenrama (Achillea millefolium) cuentan con numerosos folíolos. La hierba rastriega (Agrostis stolonifera) se arrastra literalmente, ya que se trata de una especie rastrera, y la hierbablanca (Stachys byzantina) adquiere un color blanquecino debido a los pelilllos blanquecinos que la cubren.

Campanillas (Digitalis purpurea). Fotografía tomada en el Jardín Botánico de Benmore (Escocia). Fuente: Wikimedia Commons
Cientoenrama (Achillea millefolium). Fuente: Wikimedia Commons
Hierba rastriega (Agrostis stolonifera). Especie rastrera. Fuente: Kops & Eeden (1881)
Hierbablanca (Stachys byzantina) fotografiada en los Reales Jardines Botánicos de Sydney (Australia). Fuente: Gardenology.org

Además de la vista, el resto de los sentidos también juega un papel importante. Hay vegetales cuyos nombres aluden a la impresión que causan al tocarlos, olerlos o probarlos, así como al ruido que pueden generar. Las inflorescencias de los pegotes (Arctium minus) son pegajosas y las hojas del amargón (Cichorium intybus) son comestibles pero amargas. Las del hediondo (Sambucus ebulus), sin embargo, desprenden un olor muy desagradable y las sonajas (Colutea arborescens) tienen unos frutos que suenan al agitarlos cuando aún tienen las semillas en su interior.

Pegotes (Arctium minus) Fuente: Wikimedia Commons
Sonajas (Colutea arborescens). Fuente: Wikimedia Commons

El hábitat de la especie también es algo relevante, sobre todo cuando se trata de lugares característicos. Así, la hierba de agua (Potamogeton natans) es una especie propia de aguas estancadas, dulces y permanentes, mientras que la hierba de los peñascos (Jasonia glutinosa) es típica de roquedales calizos.

Hierba de agua (Potamogeton natans). Fuente: Wikimedia Commons
Hierba de los peñascos (Jasonia glutinosa). Fuente: Wikimedia Commons

Otros nombres, sin embargo, hacen referencia a las zonas del mundo de las que proceden los vegetales, como pimentero de América (Schinus molle), de ahí su gran interés histórico, o incluso a la zona concreta por la que se distribuyen, como en el caso de los endemismos abeto de Andalucía (Abies pinsapo), manzanilla de Gredos (Santolina oblongifolia) o manzanilla de Sierra Nevada (Artemisia granatensis).

Por otra parte, los nombres que aluden a los usos tradicionales de las plantas son especialmente valiosos, y no solo en el caso de las especies medicinales, pues pueden proporcionar información que conlleve la explotación y potenciación de ciertos recursos vegetales, como ocurre con el sanalotodo (Sempervivum tectorum) o el cardo yesquero (Echinops ritro).

Los animales y las denominaciones botánicas vulgares

La estrecha conexión que siempre hemos tenido con el resto de los animales también se refleja en los nombres populares de las plantas. Muchos de estos casos surgen cuando los vegetales recuerdan a animales o a partes de estos, como la flor de abeja (Ophrys speculum) o el rabo de gato (Sideritis angustifolia).

Flor de abeja (Ophrys speculum). Fuente: Wikimedia Commons
Rabo de gato (Sideritis angustifolia). Fuente: Wikimedia Commons

Otras veces, cuando las especies son tóxicas sus denominaciones hacen referencia a la serpiente, el animal dañino y venenoso por excelencia, como pasa con la hierba de la culebra (Helleborus foetidus) o la planta de la culebra (Tamus communis).

También, cuando dos especies son parecidas o están emparentadas, pero una tiene peores cualidades y es despreciada por ello, se suele aludir al perro o al burro, dos animales que tradicionalmente han tenido connotaciones negativas. Un ejemplo muy conocido es el del cardo borriquero (Dipsacus fullonum), que no se considera comestible o que solo los burros se atreven a comer, a diferencia del cardo (Cynara cardunculus), que consumimos como verdura. Y así como los frutos del árbol mostajo de perro (Sorbus aucuparia) no se comen, los del mostajo (Sorbus aria) sí.

Ya sea para ayudar en su cuidado, atraerlos o espantarlos, los usos tradicionales que les damos a las plantas en relación con los animales quedan algunas veces reflejados también. Las ramas de la hierba de los ratones (Ruscus aculeatus) se han empleado para alejar a estos roedores, y la raíz de la nube (Lotus pedunculatus) era utilizada antiguamente por los pastores para curar las cataratas (nubes) de las ovejas.

Los propios animales también usan las plantas y la tradición oral lo refleja en sus nombres. Es el caso de la golondrinera (Chelidonium majus), que recibe esta denominación porque antiguamente se creía que las golondrinas la utilizaban para curar a sus polluelos.

La religiosidad popular en la nomenclatura botánica

La gran influencia ejercida por el catolicismo en nuestra cultura se manifiesta en las denominaciones de las plantas. De esta manera, podemos encontrar vegetales cuyos caracteres externos se relacionan con la iconografía católica. La espina de Cristo (Carthamus lanatus), al ser espinosa, se asocia a la corona que le pusieron a Cristo, y el color de las flores conocidas como penitentes o nazarenos recuerda al de las vestimentas de algunos cofrades.

Izquierda: espina de Cristo (Carthamus lanatus). Fuente: Wikimedia Commons. Derecha: La corona de espinas, dibujo de Jesús (Carl Bloch, 1881). Fuente: Wikimedia Commons
Izquierda: penitentes o nazarenos (Muscari comosum). Fuente: Wikimedia Commons. Derecha: capuchones o capirotes fotografiados a las puertas de la catedral de Valladolid (Semana Santa de 2004). Fuente: Wikimedia Commons

Tampoco es raro que los nombres de las especies medicinales aludan a los santos invocados tradicionalmente en caso de padecer las dolencias que se cree que curan. La hierba de Santa Lucía (Salvia verbenaca) se ha usado desde hace siglos para tratar las enfermedades oculares, supuestamente sanadas gracias a la intercesión de dicha santa, y la yerba de Santa Quiteria (Marrubium alysson) ha sido utilizada contra la rabia, de la que, según la creencia popular, es posible librarse invocando a Santa Quiteria.

Izquierda: hierba de Santa Lucía (Salvia verbenaca L). Fuente: Wikimedia Commons. Derecha: Santa Lucía de Siracussa, abogada de la vista. (Imagen bajo licencia) Autor: giampietro saragozza / stock.adobe.com
Izquierda: yerba de Santa Quiteria (Marrubium alysson) Fuente: Wikimedia Commons. Derecha: Santa Quiteria. Fuente: Ayuntamiento de Alpedrete

El uso tradicional de las plantas en algunas festividades religiosas también se ve reflejado en sus nombres, como en el caso de la flor del Corpus (Lavandula stoechas) o en el de la palma de Ramos (Phoenix dactylifera). En muchas zonas de España, los asistentes a la procesión del Domingo de Ramos, que marca el inicio de la Semana Santa, portan hojas de esta especie.

Palma blanca o de Domingo de Ramos (Phoenix dactylifera). Fotografía tomada en la procesión de la entrada de Jesucristo en Jerusalén (La Laguna, Tenerife, 2014). Fuente: Wikimedia Commons

Otros nombres vegetales están asociados por la tradición oral con determinadas figuras sagradas. En la provincia de Albacete, por ejemplo, cuentan que el nombre de la mejorana (Origanum majorana) viene de que un día que San Joaquín y Santa Ana, los padres de la Virgen, salieron a coger hierbas, San Joaquín la vio y dijo: “Ésta es mejor, Ana” (Fajardo & al., 2000). En el caso del cardo de de Santa María (Silybum marianum), en algunos lugares de la Península Ibérica aseguran que las manchas blancas de las hojas de estas plantas aparecieron cuando la leche de la Virgen las salpicó.

Izquierda: cardo de Santa María (Silybum marianum). Derecha: Representación de la Virgen María amamantando (Imagen bajo licencia) Autor: Juanma Fuente: stock.adobe.com

El sexo nominal de las plantas

La existencia de géneros en la nomenclatura popular botánica no siempre tiene que ver con los órganos reproductores. A veces, las referencias a plantas hembra y macho están relacionadas más bien con las características externas y lo que de forma subjetiva se consideran rasgos de feminidad o masculinidad. Así, en Segovia, dentro de una misma especie el olmo es el ejemplar alto y poco corpulento de Ulmus minor y la olma, el de porte grande y redondeado.

Izquierda: gordolobo macho (Verbascum thapsus). Fuente: Albrecht & al. (1804). Derecha: gordolobo hembra (Verbascum lychnitis). Fuente: Kops (1881b)

La diferenciación genérica también se utiliza para distinguir especies diferentes pero con características parecidas, por estar estrechamente relacionadas, como ocurre con el gordolobo macho (Verbascum thapsus) y el gordolobo hembra (Verbascum lychnitis). Y se aplica además a especies no emparentadas, pero entran en juego aspectos tales como los usos. Así, en ciertas zonas de España donde Nasturtium officinale se consume como alimento y Apium nodiflorum no se considera apropiado para este fin, la primera planta se llama berro y la segunda berra.

Para acabar…

Las denominaciones populares botánicas son muy importantes ya que no sólo sirven para distinguir las plantas. Si se estudian con detenimiento, también permiten conocer más en profundidad nuestra rica herencia cultural e incluso, si se tercia, pasar un buen rato. Algo de lo que ya se percató ni más ni menos que el mismísimo Linneo, quien en 1741 (Brøndegaard, 1972-1975) escribió:

“El campesino tiene sus propios nombres para casi todas las hierbas. Llevé a un sencillo labriego conmigo al campo, y [resultó que] conocía muchas más plantas de las que yo hubiera creído, y sus nombres las más de las veces tenían orígenes divertidos”.

Bibliografia

· Albrecht, I.; J. Ederschen; J.L. Kendl; J. Schalbaecher & F.B. Vietz (1804). Icones plantarum medico-oeconomico-technologicarum cum earum fructus ususque descriptione. Herausgegeben von Ignatz Albrecht und verlegt bey Phil. Jos. Schalbaecher . . . Wien.
· Brøndegaard, V.J. (2016). Nombres vulgares de las plantas en Andalucía. In: H. Tunón (ed.), Brøndegaard y la etnobotánica española. Nombres vernáculos de las plantas en Andalucía: 45-101. Miscellanea 17. Centro de Biodiversidad de Suecia, Real Academia Sueca de Silvicultura y Agricultura. Uppsala, Estocolmo.
· Fajardo, J., A. Verde, D. Rivera & C. Obón (2000). Las plantas en la cultura popular de la provincia de Albacete. Instituto de Estudios Albacetenses “Don Juan Manuel” de la Excma. Diputación de Albacete. Albacete.
· Kops, J. & F.W. van Eeden (1881a) Flora Batava of · Afbeelding en Beschrijving van Nederlandsche Gevassen, XVI. Deel. Leiden.
Kops, J. & F.W. van Eeden (1881b) Flora Batava of Afbeelding en Beschrijving van Nederlandsche Gevassen, XVI. Deel. Leiden.

Doctora en Ciencias Biológicas por la UAM (Universidad Autónoma de Madrid), especialista en etnobotánica.
Investigadora y divulgadora científica a cargo de De plantas, cultura e interdisciplinaridad. Etnobotánica +. Le encanta visitar museos y exposiciones, y coleccionar ropa y adornos característicos de indumentarias tradicionales.
extern Colaborador Externo
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