Entrevistas

8 Jun 2015

“La naturaleza es aquello que ves todos los días”

Tras un tiempo considerable, podemos por fin publicar esta interesante entrevista que le habíamos hecho, hace años, a el profesor de instituto, escritor y divulgador etnobotánico, Daniel Climent Giner. Queremos agradecer la paciencia y sobre todo el haber compartido con nosotros sus interesantes conocimientos y reflexiones así como su visión de la divulgación científica.

Acompáñanos en esta primera entrega de una conversación llena de anécdotas, la transcripción revisada de la que os ofrecemos a continuación. Una revisión basada en comentarios, apostillas del entrevistado sobre el material original que en su tiempo respondió a la entrevista.

 

Me gustaría que hablamos sobre los llamados “linces de la botánica“, especies vegetales que están en un programa de conservación para que se las ha consideradas en peligro crítico, el grado previo al de planta extinta. Lo que pasa es que son unos endemismos sin aplicación práctica, o económica. Ayúdame a explicar el valor de este tipo de acciones, o si quieres a valorar la diversidad vegetal en general.

 

Sí, los linces son animales en peligro de extinción, y afortunadamente se han tomado medidas para evitar su desaparición. Pero no sólo son determinadas especies animales las que están en peligro; también lo están determinados ecosistemas, y por supuesto plantas. Y no se puede menospreciar la importancia de esos animales, plantas, ecosistemas. En ocasiones, lo más diminuto, lo más escaso, se revela fundamental para el funcionamiento del conjunto. Para utilizar un paralelismo, podríamos hablar de las vitaminas o los enzimas, que aunque en cantidades minúsculas son imprescindibles para el funcionamiento de nuestro organismo. O de los catalizadores en los motores de los automóviles. Y en ese sentido, quizá especies poco abundantes e incluso muy escasas tengan una importancia capital, y que ahora todavía desconocemos, en el mantenimiento de los conjuntos vitales.

 

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Naufraga balearica, un lince botánico

 

Pero algunas aplicaciones sí se conocen

Si, con respecto a nuestro interés, pueden ser importantes en la elaboración de algún principio activo que en un futuro inmediato se nos revele como una sustancia fantástica para la resolución de muchos de nuestros problemas; un tratamiento cinematográfico de este tema lo encontramos en la película “Medicine man” (1992; “Los últimos días del Edén”), de John McTiernan, y con Sean Connery y Lorraine Bracco de protagonistas; en la película, es una especie de hormiga y la planta que lo alimenta, y en un lugar muy concreto de la selva amazónica, la que ha producido un metabolito secundario que se muestra como una eficaz medicina para tratar determinadas neoplasias malignas en los humanos, y que al ser destruido el hábitat que los acogía y con él esas especies tan interesantes, hacen perder la oportunidad de encontrar el remedio. Un remedio que ahorrará años, recursos y pruebas que, de haberse conservado un conjunto bien reducido, ofrecerían la solución a un problema grave de la humanidad. Esto, en cuanto a la conservación de especies en peligro de extinción.

 

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Los últimos días del Edén

 

¿Y para hablar de la biodiversidad?

Podríamos utilizar otro tipo de ejemplo. ¿Cuántas letras tenemos nosotros en el abecedario? Veinte y pico. Imaginemos que sólo tuviéramos cinco: ¿qué posibilidades tendría de construir un gran número de palabras muy diferentes para expresar la complejidad del mundo? Nos haría falta, en todo caso, crear palabras descomunalmente largas, y difíciles de procesar a través del lenguaje normal. Pues bien, en cierta medida, el disponer de una batería amplia, diversa, de letras, de palabras, de signos de puntuación, posibilita que el conjunto articule mucho mejor, que ofrezca más posibilidades de comunicación, de conservación de la información , de establecer gradualidades, de expresar incluso sentimientos y no sólo objetos; una riqueza alfabética y léxica permiten múltiples enlaces, articulaciones, entrelazos y resoluciones de nuevos retos, y facilitan que la lengua o, para revertir la metáfora, la naturaleza, tengan más posibilidades de articular el futuro y de hacerle frente con más garantías de éxito. De otro modo, ni todas las letras ni todas las palabras tienen el mismo valor en diferentes contextos. Hay algunas que a pesar de su insignificancia desde el punto de vista estadístico, son claves para luego desarrollar una ciencia, una técnica, un poema. Sin ellas, el intento de expresión pierde posibilidades, al tiempo que se puede perder el significado, el mensaje, y acabar perdiéndose no sólo la riqueza del texto, sino incluso la información o la capacidad de transmisión. Las letras, los signos, y las palabras, incluso hablan entre ellas; y como en el Jazz, según cómo se articulan, según se utilicen los instrumentos principales y secundarios pueden originar un buen número de piezas musicales en que todos los instrumentos y los intérpretes se sienten reforzados, partícipes de un éxito colectivo en el que incluso quien toca el instrumento principal afianza y crece gracias a los demás.
Sí, la biodiversidad permite disponer de las letras, las palabras, los signos, con los que se elaboran y mejoran desde la técnica a la poesía… de la naturaleza.

 

¿Quieres decir que todas las especies son básicas para el desarrollo de todo el conjunto?

Eso mismo. Ponemos de ejemplo los tradicionales campos de cereales; estas plantas, como todas, necesitan la tierra para arraigar en él. Si por tormentas, falta de lluvia o cualquier proceso destructivo, el suelo va perdiéndose, podríamos llegar a la catastrófica panorámica de ver sustituidos los campos de cereales en extensiones baldías, perdidas. Pero para salvar el cultivo no deberíamos preocuparnos sólo por la planta en sí; hay que considerar que junto a ellas tenemos otras plantas, que quizá hacen de abrigo para los animales que impiden las plagas, u otros organismos que las ayudan; por ejemplo hongos, las micorrizas, que le permiten acceder a los nutrientes y al agua de capas más profundas. Como en muchos casos no se ven aparentemente no tienen utilidad; pero cuando profundizas un poco en el funcionamiento global te encuentras que sí, que importan, y mucho, y que hay que considerarlos, y cuidarlos. Creo que parte del problema se nos presenta cuando nos fijamos sólo en lo que es útil o productivo a primera vista, en el más abundante o llamativo, y eso nos nubla la capacidad de interpretar que el resto, el diminuto, el poco atractivo o aparentemente poco útil puede que también forma parte del conjunto; y sólo si el conjunto se articula bien, se sostiene, se mantiene y tiene futuro.

 

¿Pero ahora falta explicar esto, no?

Sí, desgraciadamente todavía nos queda mucho para establecer la conexión entre lo que se sabe y que se puede demostrar, y lo que la gente cree saber, sea cierto o no; o entre lo que la gente es consciente de que ignora, pero quiere saberlo, y lo otro que incluso no se es consciente de que se ignora. Y si no establecemos esos puentes tendremos un problema grave, haremos una zanja difícil de transitar entre el conocimiento (o el desconocimiento) popular y el conocimiento científico-técnico. Además, si mientras tanto sólo nos centramos en la utilidad inmediata, en el rendimiento a corto plazo, o sólo hablamos en términos de precio y no de valor, nos adentraremos de lleno en lo que denunciaba Machado, “es propio de todo necio confundir valor y precio “. En ese sentido, los divulgadores cobran especial importancia si son capaces de establecer los puentes de conexión entre los diferentes factores (científicos, técnicos, culturales, sociológicos, infraestructurales…) que permitirían una gestión más armónica de nuestra relación con la naturaleza de la que formamos parte interactuando.

 

No parece tarea fácil

Debemos reinventar el lenguaje y hacer accesible el conocimiento científico, contrastarlo con la sabiduría popular y obtendré síntesis operativamente válidas. Esto me recuerda la época en que cuando la gente padecía enfermedades iba a determinados santuarios, en balnearios o sanadores; y que cuando esto fallaba se buscaba a alguien a quien echarle la culpa, porque a menudo la causa del mal no se veía. Tuvieron que pasar siglos hasta que Pasteur, Koch y otros descubrieron los microbios, que a pesar de no ser perceptibles a simple vista permitían no sólo explicar determinadas enfermedades y proponer terapias apropiadas, sino que también nos ayudaron a interpretar por qué en algunos casos determinadas terapias antiguas sí tenían éxito, dado que, tal vez, variaban las condiciones ambientales en las que los microbios habían proliferado. Hacer síntesis de los conocimientos antiguos, aunque se expresan en lenguajes no-científicos, y los avalados por la ciencia, permite, a menudo, establecer los puentes que permiten el tránsito de la gente a los nuevos conocimientos.

 

Pasteur

 Pasteur. Imagen de marydoll1952

 

También quería tratar todas estas propuestas de vuelta a la naturaleza, porque se han dado cuenta de la evidente falta de gestión cuando la gente abandona el campo y ya no se trabaja, o se abandonan las alquerías. ¿Cómo ves el futuro?

Una cosa es pensar en la taiga siberiana, donde puedes estar caminando decenas de kilómetros y no ver un alma, ni campos de cultivo, ni casas, ni nada. Una naturaleza que de alguna manera se mantiene a sí misma. Pero los ecosistemas del Mediterráneo son humanizados; todos, en mayor o menor medida. Hay una idea romántica, y pienso que equivocada, de creer que existe una naturaleza virginal, que se autorregula, y con la que podemos convivir sin alterarla. Y en nuestro caso esto no es así; siempre la alteramos, la gestionamos conscientemente o no. Pero la alteración (siempre lo hacemos cuando intervenimos), o la gestión no equivale a hacerlo mal.

 

Por poner un ejemplo, incluso los saladares, las marjales, si han tenido importancia para la conservación del patrimonio natural que hoy en día existe es en parte gracias a las acciones que los humanos hemos hecho sobre ellos. Incluso en el lugar más recóndito ha llegado gente que ha interactuado y que ha mantenido esos ambientes que ahora nos parecen tan fantásticos y llenos de biodiversidad. En gran medida, los que a lo largo del tiempo los trabajaron evitaron una homogeneización que ahora calificaríamos de negativa. La gente ha cambiado el uso del territorio y en muchos casos esa intervención ha sido positiva. Y ahora, en abandonarse los campos, el peligro de la falta de gestión, de la aplicación de los conocimientos ancestrales que mantenían los equilibrios dinámicos más adecuados, se revela como uno de los mayores motivos de preocupación. Sin los gestores tradicionales, nuestros ecosistemas corren un peligro muy grande, lo que no podrán entregarse por la simple catalogación dentro de los diversos grados de protección legal.

 

Y esto ya no tiene marcha atrás.

Sí que es un problema de difícil solución, sí. Por ejemplo, hay zonas que, al quedarse sin ganadería que consuma la hierba corren más peligro de incendio, y probablemente un fuego incontrolado. En cierta medida esto sería la consecuencia natural de una “mediterránea” en estado “puro”, “natural”. Quiero decir con esto que si dejaremos que las cosas fueron “a la suya” tendríamos algo muy diferente de lo que tenemos, y que probablemente no nos gustaría nada. La gestión del hábitat se revela cada vez es más importante; y cuando hay pautas culturales asociadas que han mostrado que funcionan se deben respetar en la medida de lo posible. Cuando de repente algún iluminado, por decirlo de alguna manera, con un ahíto de conocimientos teóricos dice: “vamos a prohibir cualquier actividad humana aquí”, puede ocasionar que incluso desaparezcan plantas endémicas de un valor extraordinario que a priori quería salvaguardar.

 

Ponme un ejemplo

Los Limonium son un grupo de especies muy bien representada, “de toda la vida” en el Baix Vinalopó, en el sur valenciano; tradicionalmente se han conocido como trenca l’olla, tal vez porque son plantas planta que aunque las arranques y las pones a una maceta duran mucho. Cuando llegaba la fiesta del Corpus se hacía una procesión en Elche en la que desfilaban unos carros tirados por bueyes pardos desde los que los que iban arrojaban rompe la olla a los espectadores. Y después, a pesar de que se habían tomado muchas plantas, las trenca l’olla volvían a florecer en los lugares habituales. Entonces, llegan a puestos de responsabilidad en Consejería algunos biólogos, que como mucho bagaje, disponen de un librito de determinación de plantas y de la normativa sobre plantas protegidas, pero que de etnoecología, de etnobotánica o de sociología no saben nada, y que quizás no saben ni hablar valenciano ni comunicarse con los que toda la vida han gestionado los parajes donde perduraban los Limonium. Y ahora, los nuevos “gestores” dicen que los Limonium ya no se pueden cortar.

 

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Limonium. Imagen de Angela Llop

 

Lo que se ha hecho toda la vida

Si, pero el problema es que, curiosamente, una protección excesiva, integral y no cultural, puede favorecer la invasión de otras especies otro tipo de planta y conseguimos un efecto contrario al deseadoacabando con la planta protegida. Antes los agricultores del Campo de Elche le otorgaban un valor cultural en la planta, y sabían cómo cortarla porque después volviera a rebrotar. Pero si perseguimos los hábitos culturales que han permitido el mantenimiento de la especie rompemos un equilibrio muy sutil, muy fino, que articulaba todo el conjunto. Y la gestión ecológica no puede basarse en hacer catálogos de prohibiciones. A veces la ciencia, o en este caso, la botánica, o la ecología se ven sólo en clase, y a la hora de aplicar habría que hablar con la gente que tiene siglos de carga cultural. Se debería llegar a un acuerdo.

 

Y tú que estás en contacto con mucha gente, ¿cómo ves a los jóvenes? ¿Activos en el contacto con la naturaleza?

R. No; pero no por ser jóvenes, también la gente mayor está desvinculada. Hay gente que no tiene ni idea ni de la ciudad donde vive, ni de la comarca, ni ha salido fuera. O cuando sale se apunta a un grupo excursionista y lo único que hace son kilómetros. Suben corriendo la foto en el Facebook y se bajan de la montaña. Y te preguntas: “¿pero qué han visto en el camino?”. Creo es una cuestión de generaciones, tal vez sea de aceleración, estamos ansiosos de alcanzar metas. Yo cuando voy con grupos soy lento porque voy parando a hablar de plantas, me gusta tener también la sensación de pausa, de disfrute. Cuando quieres conseguir cosas inmediatamente, seas joven o seas mayor, ya has perdido muchísimo. Una cosa es llegar a Ítaca, y otra disfrutar del viaje.

 

¿Hablas también de tus alumnos?

R. Si, yo he dado clases en institutos de ciudades de Alicante, que no es una ciudad demasiado grande, pero hay gente que no sale de allí, y muchos niños no han tenido la ocasión de ver frutos en los árboles, por poner un ejemplo. Ni han visto naranjas a los naranjos o dátiles a las palmeras. Van privando a la gente de lo que es entender que la naturaleza cambia. Cuando les hablaba del almez, les decía – esto son almez, se pueden comer -, y la primera sensación de los alumnos es de extrañeza, – ¿coges algo y te la comes? – Pues sí, hay frutos en los árboles, tenemos que saber que hay algunos que son comestibles y otros que no, pero existen. Para muchos era una sensación rara que un árbol produjera algo que se pudiera comer. Sólo un tercio de ellos que se atrevieron a seguir mi ejemplo y los probaron.

 

Seguro que tú eres capaz de contarles un montón de cosas de un almez.

Es verdad, yo les contaba lo de jugar haciendo los canutos y tirar el hueso, que las horcas y los bastones se hacían de las ramas. Yo en un árbol me podía pasar un cuarto de hora hablando y dándole vueltas, enseñando la forma de la hoja, de las mariposas que se crían ahí. Se les quedan los ojos abiertos como platos. Lo tenían delante y ni lo habían visto. Para muchos, el árbol formaba parte del paisaje de la misma manera que una farola.

 

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 Almez. Celtis australis. Imagen de Chris Waits

 

Recuerdo una alumna que tuve del CAP, a quien le expliqué que es difícil enseñar qué son los animales, las plantas, con un dibujo, una lámina o un PowerPoint, que hay que buscar elementos tangibles. La destinaron a un colegio de Alicante concertada de gente acomodada. Yendo a clase vio que el camino estaba lleno de Agret, cogió un matorral y los llevó a clase. Lo primero que le dijeron fue – que bonito, profe, ¿dónde las has comprada? -. Directamente, pensaron que si eran bonitas, tenían un precio.

 

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Oxalis pes-caprae. Agret. Imagen de aiguaclara

 

Hay que llevar pues la naturaleza dentro de clase.

La naturaleza y el disfrute que tienes en vano: el sol, las nubes, la fruta, los Agret, el almez… Mientras esto no entre dentro de clase, o mejor, que la “clase” se dé en contacto con todo esto, estamos perdidos. ¿Qué vas a decirle al niño? Que una planta está en peligro de extinción. Muy bien. Pero si le mostramos algo interesante relacionada con ella lo apreciarán mucho mejor. ¿Por qué salvar ballenas o focas? ¿Por qué no empezar por lo que tienes cerca y establecer relaciones con lo que está más lejos? Si no ya no tienes ninguna responsabilidad moral, te haces la camiseta, te pones la chapa, y ya crees que has salvado la naturaleza, pero la naturaleza es lo que ves todos los días. Debemos formarles para desarrollar ese aprecio, que conozcan la naturaleza y la cuiden.

 

Agradecimientos:

A Daniel Climent por la revisión de la transcripción y a Neus Garrigues, Paula Pérez y Alba Marmaneu por la transcripción.

 

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Responsable de Cultura y Comunicación del Jardí Botànic UV
Me gusta la música, los libros, viajar, escribir, la divulgación científica e ir al cine con todas las consecuencias; hacer cola, comer palomitas... Me divierte ordenar con mis hijos la colección de coches de Cars. Nunca he comprendido las reglas del tenis y me da dentera cortar la pizza con tenedor y cuchillo.
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