El Botànic comienza el curso con nuevo director

Jaime Güemes, el conservador del Jardí Botànic de la Universitat de València, se estrenó como director este mes de julio. Ahora tiene por delante una nueva temporada para comenzar proyectos y continuar otros. Hablamos con él para que lo conozcáis un poco mejor.

Esta entrevista te la hacemos con muy poco tiempo ejerciendo de director. ¿Te ha dado tiempo a empezar alguna iniciativa? ¿Cuáles han sido algunas de las primeras medidas que has tomado?

Cuando me presenté a la dirección del Jardín Botánico de la Universitat de València, tuve que elaborar y defender un programa de dirección que alcanzaba cuatro años y que se ponía en marcha desde el primer día. Estoy guiándome por él e intento seguir el cronograma que diseñé para conseguir llegar al cumplimiento de los objetivos. Un programa y unos proyectos futuros que no se podrían desarrollar, en gran medida, sin el trabajo hecho durante los últimos 30 años por los directores y la directora que ha tenido antes el Jardín. Todos ellos han trazado un camino que nos marca el futuro. Y es un camino limpio, sin trabas, que quiere proyectar al Jardín hacia finales del siglo XXI.

Pero es cierto que empezaste casi cuando nos íbamos de vacaciones…

Sí, tomar en julio una responsabilidad como la dirección nos obligó a correr un poco para iniciar cosas antes de agosto y poder llegar al último cuatrimestre del año con los proyectos terminados. Durante estos meses he establecido, sobre todo, vínculos con otros centros, servicios, departamentos e institutos de la Universitat, con los que consideramos que el Jardín tiene que colaborar de forma más cercana para aumentar la eficiencia en el uso de los recursos públicos. Esto quiere decir muchas reuniones y muchas líneas de colaboración, también con algunas empresas privadas que nos han propuesto sus proyectos.

Pero sin lugar a dudas, mi principal preocupación en este tiempo ha sido resolver la situación y la continuidad de la mayor parte de la plantilla del Jardín, en gran parte en situación de interinidad e inestabilidad laboral. Un asunto complejo que no tiene solución en unos meses, pero que solamente estando presente en la gestión diaria podrá llegar a resolverse. También hemos iniciado la modernización de la gestión de actividades culturales, divulgativas y didácticas, para conseguir una solución electrónica de las reservas, pagos, consultas, emisión de entradas, etc.

Estamos también revisando y actualizando la relación con las asociaciones colaboradoras del Jardín, para aumentar las sinergias y la oferta que entre todas las organizaciones podemos mostrar al público que nos visita. Y nos estamos planteando otros grandes proyectos, pero los dejo para otro momento. Será pronto.

Cuéntanos un proyecto en tu cabeza que te haga especial ilusión.

Hay muchísimos proyectos ilusionantes. Muchos estaban ya en mi programa de dirección, otros los he encontrado en estos meses y son propuestas de las personas que trabajan en el Jardín y a las que tengo que agradecer su disponibilidad desde el primer día de la llegada a la dirección. De forma inmediata, estaría la modernización de la oferta de información dentro del Jardín con una app, un proyecto heredado de Isabel Mateu, la directora anterior, que he asumido como propio.

A más largo plazo, me gustaría encontrar un uso digno para el antiguo edificio de dirección. Una construcción singular de mediados del siglo XIX que necesita una restauración urgente. Actualmente, no tiene una propuesta de aprovechamiento clara y estamos trabajando algunas ideas. También tenemos que valorizar y enriquecer las colecciones científicas, aumentar la investigación y la oferta de formación universitaria, mejorar nuestra capacidad de divulgación científica y la oferta cultural, sin olvidarnos de nuestros visitantes, especialmente de los escolares.

¿Cuáles crees que son las principales amenazas que tiene el Jardín y a las que tendrás que hacer frente los próximos años?

Ya lo he dicho muchas veces, y casi es una obviedad. La principal amenaza sobre el Jardín es el envejecimiento de las personas que trabajamos y las dudas sobre su sustitución. También la falta de recursos para mantener la actividad investigadora que le es propia. Si hacemos números, desde la inauguración en 2000 del edificio de investigación, hemos perdido por jubilación o muerte más de la mitad de la plantilla estable de personal investigador. Del mismo modo, desde 2002 hemos ido perdiendo recursos de investigación y, por ello, capacidad de formación de nuevos doctores y de desarrollo de proyectos. El Jardín llegó a tener 15 personas contratadas o becadas; en este momento, sólo tenemos 2 estudiantes de doctorado. El Botánico no podrá mantener la oferta de cultura científica ni las colecciones científicas de plantas (el propio jardín, el herbario, el banco de germoplasma) si no hay actividad investigadora sobre botánica en el propio centro. Así ha sido desde su origen y lo demuestran los momentos más tristes de su historia, que coincidieron con la salida de los botánicos del propio Jardín.

Tu trayectoria te ha llevado a estar en el Jardín como alumno, becario, técnico, conservador, y ahora director. En todo este tiempo, y sin contar la restauración, ¿cuáles son los dos principales cambios que ha sufrido el Botánico?

Me haces obviar una cosa que no se puede obviar. La restauración planteada en 1987 por Manuel Costa, y desarrollada desde finales de 1989 a mediados de 1991, supone un antes y un después del Jardín Botánico. Sin pensar en ella no se puede comprender nada de lo que ha pasado en el Botánico en los últimos 30 años.

Tienes razón, ¿y después?

La construcción del edificio de investigación, inaugurado en el 2000, que nos ha permitido desarrollar completamente las funciones que los Estatutos de la Universitat de València asignan al Jardín. Aquí se trasladaron las colecciones científicas conservadas en el herbario y el banco de germoplasma; vinieron los investigadores desde Burjassot; mejoramos la oferta dirigida a los colegios, y encontramos un espacio para poder desarrollar la comunicación y la cultura científicas. Todo esto ha impulsado el Jardín de una manera casi impensable cuando un grupo muy reducido de botánicos (Manuel Costa, Antoni Aguilella, Antonio Regueiro y yo) empezamos a trabajar en la restauración en 1987.

El otro cambio importante, puede que más conceptual y social, aparece con la Conferencia de Río de Janeiro en 1992, que dio como fruto el Convenio de la Diversidad Biológica, poniendo en primer plano, además del cambio climático, la necesidad de conservación de la Biodiversidad. Los jardines botánicos de todo el mundo adoptaron como propio el mandato internacional y se pusieron a trabajar en la conservación de las plantas amenazadas desde todos los puntos de vista: investigación, formación, educación y divulgación. Nuestro Botánico no se quedó atrás. Tras finalizar la restauración, ya teníamos objetivos concretos: orientar nuestro trabajo y actividad, desde cualquier punto de vista, a la conservación de las plantas valencianas. Así hemos participado y participamos en todas iniciativas de las administraciones nacional y autonómicas dirigidas a la conservación de nuestras plantas.

¿Y cuál es el mayor reto al que te has enfrentado como conservador en todos estos años de dedicación?

Retos grandes y pequeños salen todos los días. Pero hay una aspecto de las colecciones de plantas vivas del Jardín sobre el que he pensado mucho, le he dedicado muchas horas de estudio y, aun así, no he podido resolverlo del todo. Al menos, como a mí me gustaría. Y es poder mostrar una Escuela Botánica con mucha más riqueza de especies, con representación de casi todas las familias de plantas con flores de la tierra. Es la colección más genuina de cualquier jardín botánico universitario ilustrado, como herramienta docente que incorporaron las universidades del XVIII para poder enseñar las plantas descubiertas en los lugares más recónditos de todos los continentes. En nuestro caso, ocupa la parte más antigua, es su razón de ser y es donde venían semanalmente los estudiantes a aprender botánica. El Jardín era, entonces, un espacio sin árboles y se plantaron muchos para hacer un poquito de sombra y facilitar el cultivo de las plantas. Los árboles crecieron y actualmente forman un dosel que cubre toda la Escuela, impidiendo que la luz llegue adecuadamente a muchas plantas. Al mismo tiempo, la Escuela Botánica tiene que presentar las plantas en un orden sistemático de forma que no puedes plantar cualquier especie en cualquier espacio, y algunas familias vegetales tienen unos requerimientos ambientales muy particulares que no se encuentran en nuestra Escuela. El resultado es un espacio de grandes árboles que casi no tiene plantas a nivel del suelo. Es la parte más empobrecida del Jardín, aunque hemos trabajado mucho y todavía lo hacemos para aumentar su diversidad.

No parece una tarea fácil.

Me he enfrentado a otros retos como conservador de las colecciones científicas del Jardín, como por ejemplo la creación de nuevas colecciones, la adecuación de los invernaderos a cultivos muy singulares, el estudio de las necesidades de alguna especie particularmente amenazada o la lucha contra alguna plaga especialmente agresiva. Pero nunca he tenido tantos problemas para encontrar soluciones como los que encontramos todavía en la Escuela.

Te han entrevistado ya en numerosos medios y hay una pregunta que se repite… ¿qué sabemos del solar de jesuitas?

Yo personalmente, ya lo he dicho en otros lugares, sé poco. Lo que cuenta la prensa. Pienso que no volveremos a saber demasiado hasta medios del año que viene. Poco hemos sabido desde que, en abril de 2017, presentamos la propuesta de la Universitat. Hace ya 30 años que el solar es tema de debate con el Jardín Botánico casi siempre presente, y supongo que en algún momento llegaremos a una solución. Aun así, pienso que el Ayuntamiento tiene que hacer un esfuerzo mayor, porque no puede mantenerse por más tiempo un remate inacabado en el extremo norte de una de las avenidas más transitadas de la ciudad, con el deterioro de la imagen de Valencia y el desperdicio del uso ciudadano que supone actualmente un solar que tanto dinero ha costado. Por nuestra parte, continuaremos esperando y dispuestos a colaborar en la solución si la Universitat está implicada.

Quien pasea por el Jardín se encuentra un arbolado espectacular, pero algunos árboles cuentan con tantos años en sus anillos que a veces están enfermos o han muerto. ¿Cómo ves el futuro de los árboles del Jardín en las próximas décadas? ¿Cambiará mucho el paisaje?

Sabes que el Jardín ocupa el Huerto de Tramoyeres desde 1802, hace 216 años, pero no tenemos árboles tan viejos. Hasta 1829, con la llegada a la dirección del Botánico de José Pizcueta, no empezaron las plantaciones después de que, durante la Guerra del Francés, el Jardín quedara arrasado. Sin ningún árbol. Esto quiere decir que los árboles que podemos admirar en este momento tienen un poco menos de 200 años y se desarrollaron sin casi competencia por el espacio y la luz. Muchos de ellos han sufrido un envejecimiento prematuro del que no conocemos todas las causas, pero lo que es seguro es que han influido las transformaciones sufridas por el Jardín a lo largo de su historia: cambios en el sistema de riego, apertura de zanjas, modificación del nivel del suelo, contaminación de las aguas, pérdida de fertilidad de la tierra, llegada de patógenos y plagas…

Por otro lado, con la densidad de árboles que tenemos, no podemos pensar en sustituirlos in situ cuando mueren, por una sencilla razón: las condiciones ambientales (y no hablo de cambio climático) no son las mismas y es impensable que el nuevo árbol llegue en 200 años a ser como el que murió. La consecuencia será un cambio a medio plazo del aspecto del Jardín. Puede que en 50 o 100 años tengamos (tengan los responsables del Jardín de entonces) menos de la mitad de los árboles monumentales que tenemos ahora. El Jardín estará más abierto, y puede ser que entonces pueda iniciarse una plantación más intensa de árboles que lleve al Jardín a un paisaje como el actual. Pero esto queda todavía muy lejos. En cualquier caso, tenemos que mantener una presencia importante del arbolado, lo necesitamos para dar sombra (no tanta como ahora) a los visitantes y a las plantas de las colecciones, y hacer del Jardín no sólo un lugar rico en diversidad vegetal, sino también agradable de pasear en cualquier época del año.

Explícanos alguna medida para acercar más al Jardín a un público a veces olvidado en las propuestas culturales de la Universitat, el propio alumnado.

Durante más de 150 años, el Jardín Botánico fue un espacio cerrado a la ciudadanía, era sólo un lugar visitado semanalmente por los alumnos de botánica de la Universitat, era el aula donde los profesores les guiaban por los caminos, a veces tortuosos, del conocimiento de las plantas. El resto del tiempo, el Jardín estaba vacío. Es curioso ver cómo ha cambiado el público que nos visita. La comunidad universitaria prácticamente ha desaparecido de nuestros paseos y ha sido sustituida por alumnado de colegios e institutos, vecinos de la ciudad y, más recientemente, por turistas.

Actualmente tenemos unos 170.000 visitantes al año, de los cuales un tercio son turistas. Personalmente, me gustaría volver a ver a los universitarios como a los principales visitantes del Botánico, por lo que debemos transmitir a toda la comunidad universitaria que tenemos un espacio propio, histórico, patrimonial y singular, y que podemos disfrutar de él con una gran oferta docente, cultural y divulgativa. Especialmente, tenemos que llegar al profesorado para que nos consideren un lugar para dar clases, y no sólo de botánica. Ya estamos trabajando con el Departamento de Didáctica de las Ciencias Experimentales y el de Historia de la Medicina de la Universitat.

¿Y la app de la que hablabas, por ejemplo?

También será una manera de atraer un público interesado por las plantas y la naturaleza, claro, sin olvidar que continuaremos con la amplia oferta cultural que ya se ha consolidado como una de las más variadas, ricas y especiales de la ciudad. Y todo esto tenemos que hacerlo sin perder la esencia y la singularidad. No podemos sacrificar nuestra historia y vocación docente e investigadora sobre la diversidad vegetal para atraer un mayor número de visitantes. Podemos incorporar nuevas propuestas, podemos trabajar para integrar cualquier manifestación humana en la naturaleza y en la ciencia, pero no podemos renunciar a nuestros orígenes. Si lo hacemos para aumentar las visitas, la Universitat y la ciudad perderían su Jardín Botánico. El más antiguo de los jardines universitarios españoles y uno de los más antiguos de Europa, lo que quiere decir, también, del mundo.

¿Y cómo seducirías a este alumnado, si se interesa por la biología, para que se decante por la botánica?

Durante muchos años, la botánica ha sido una disciplina dura donde la sistemática y la nomenclatura tenían un peso notable que asustaba al alumnado. De alguna manera, la gente unía plantas y nombres extraños impronunciables y muy difíciles de memorizar. Esto provocó una fuga hacia otras disciplinas de biología o farmacia. ¿Cuándo atraen las plantas? Cuando contamos historias sobre ellas. Cuando explicamos cuál es su importancia para el ser humano. Cuando describimos cómo se relacionan entre ellas y con otros seres vivos, cómo se polinizan, cómo se dispersan, cómo se defienden. Cuando explicamos su metabolismo y sus adaptaciones a los climas y ambientes más variados. Cuando hablamos de su origen y su capacidad de colonización. Cuando señalamos relaciones entre ellas para comprender su evolución. En definitiva, cuando hablamos de las plantas y ponemos en segundo plano sus nombres.

Y esa capacidad de divulgación y de formación la tenemos en el Botánico, y recibimos alumnos de biología que vienen a escucharnos y a aprender qué son las plantas. Después finalizan sus estudios universitarios y otros muchos factores decidirán si pueden mantenerse profesionalmente cerca de las plantas o no, pero siempre las verán como un elemento imprescindible para su vida.

Acabamos de comenzar el otoño, quiero pasar una tarde tranquila en el Jardín. Recomiéndanos una lectura perfecta y una banda sonora que la acompañe.

En el Jardín se puede pasar una tarde perfecta sin leer, observando las plantas y también la vida que hay a su alrededor, y sin escuchar música, sintiendo los ruidos de la naturaleza refugiada o presa (nunca lo sabremos) entre las tapias del Botánico.

Ya imaginaba que irías por ahí, pero quiero un libro y una música, soy muy cabezota.

Bien, te recomendaré un libro que he leído varías veces, que siempre he visto como una transliteración del Jardín Botánico, y que nos inspiró el título Por las ramas de la exposición que hace un año hicimos con el retrato que Manuel Sáez dibujó del Jardín Botánico. Es un clásico del siglo XX, escrito por Italo Calvino, El Barón rampante. Allí nos cuenta la historia de Cósimo Piovasco de Rondo, un hijo de una familia aristocrática de la toscana empobrecida, que decide abandonar el mundo de las apariencias donde vive subiendo a los grandes árboles del bosque de Ombrosa, siendo capaz de vivir sin bajar a tierra, viendo el mundo desde una posición privilegiada.

Y para acompañar, no imagino nada mejor que cualquier composición de música barroca. Ya puestos, barroco italiano, como el que tal vez podía escuchar Cósimo cuando por las noches se acercaba a los ventanales de la mansión familiar y desde el gran magnolio del jardín oía las melodías que salían del clavecín que presidía el salón y era pulsado por su madre. Música, quizá compuesta por italianos como Antonio Vivaldi, Domenico Scarlatti o Arcangelo Corelli.

Y después de este paseo… ¿cuáles son tus otras paradas obligatorias en la ciudad?

Mi ciudad es la Ciutat Vella. Por comodidad, por sostenibilidad, por solidaridad con el pequeño comercio, para hacer barrio, por la oferta cultural y gastronómica, porque en ella está el Jardín Botánico y otros centros muy interesantes de la Universitat de València, y porque me gusta, casi no salgo de esta parte de la ciudad. En ella encuentro todas las paradas que puedo recomendar, aunque en muchas de ellas tendremos que convivir con los turistas a expensas de cierta pérdida de tranquilidad. Te diré dos, una bulliciosa, la otra más tranquila.

El Mercado Central con su inabarcable oferta de materias primas para la cocina. Una variedad que vuelve loco a cualquiera que lo ve por primera vez. Dentro de un recinto modernista, que compite sin vergüenza con la biodiversidad que se presenta en las mesas de las paradas.

Y también paro de vez en cuando en el Centro Cultural La Nau. Un espacio que cumplirá pronto 20 años desde su restauración y adecuación donde la Universitat de València concentra la mayor parte de su producción y proyección cultural. Es la antigua sede de la institución universitaria y todavía se localizaban en ella todas las Facultades hasta mediados del siglo XX. Ahora, el edificio antiguo conserva la Biblioteca Histórica, como una valiosa colección de incunables; el Paraninfo, centro del protocolo de la Universidad; el Claustro, lugar de todo tipo de actos durante las calurosas noches de verano, y diferentes salas de exposiciones donde podemos encontrar muestras culturales con contenidos de lo más diversos.

Y volver siempre paseando al Jardín, disfrutando del paisaje urbano de una magnífica ciudad para vivir como es València.

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Responsable de Cultura y Comunicación del Jardí Botànic UV
Me gusta la música, los libros, viajar, escribir, la divulgación científica e ir al cine con todas las consecuencias; hacer cola, comer palomitas... Me divierte ordenar con mis hijos la colección de coches de Cars. Nunca he comprendido las reglas del tenis y me da dentera cortar la pizza con tenedor y cuchillo.
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