Entrevistas

25 Jun 2020

Botánico del mes: Patricio García-Fayos

Patricio García Fayos
Patricio García-Fayos en un muestreo de suelo en Cella (Teruel) para el proyecto INDICAR en octubre de 2017. / Esther Bochet

El contacto con la naturaleza y la figura de Félix Rodríguez de la Fuente le hicieron interesarse por el comportamiento de los animales y la Biología. Finalmente se decantó por la Botánica, disciplina desde la que también podía hacer aquello que más le gustaba: establecer relaciones ecológicas. Ha sabido adaptarse a los cambios que ha experimentado su campo de estudio en los últimos años y se muestra optimista en cuanto al futuro de la disciplina. Patricio García-Fayos, investigador del Consejo Superior de Investigaciones Científicas y director del Centro de Investigaciones sobre Desertificación (CIDE) es nuestro botánico del mes.

¿Qué te atrajo de la Botànica?

Fue una vocación tardía y accidental. Como muchos de mi generación, de niño estaba fascinado por los animales debido al contacto directo con la naturaleza y a la influencia de Félix Rodríguez de la Fuente. Al ingresar en la Universidad, la Botánica no estaba entre mis preferencias y mi interés se repartía entre la Ecología y la Etología. De hecho, suspendí la asignatura de Botánica general de segundo curso y tuve que repetirla. Cuando llegó el momento de escoger especialidad, apoyé una propuesta para implantar la especialidad de Ecología en la Universitat de València, lo que no conseguimos. Así las cosas, lo lógico hubiera sido escoger Zoología, pero desavenencias y desilusiones con varios de los profesores de dicha especialidad, me impulsaron a escoger la especialidad de Botánica. Me consolé pensado que, al menos, me permitiría reconocer las plantas de las que los pájaros se alimentan, en las que anidan o se posan, etc., lo que intuía que me sería útil para establecer relaciones ecológicas, que era al fin y al cabo lo que me gustaba. Eso hice y no me arrepentí. Al final me fascinó ser capaz de reconocer las plantas y sus características per se y establecer relaciones entre ellas y los factores del medio que pudieran explicar su presencia o su ausencia. De hecho, ello constituyó el objeto de mi trabajo de licenciatura (la Tesina) bajo la dirección de Rafael Currás, profesor entonces de la asignatura de Ecología, y tristemente desaparecido el pasado mes de marzo.

Y desde aquellos primeros momentos, ¿cómo ha seguido tu trayectoria professional?

Al acabar la carrera en junio de 1979, José Mansanet, jefe del Departamento de Botánica, me ofreció un contrato como profesor no numerario. Acepté encantado, aunque le advertí que en octubre tenía que incorporarme al servicio militar, pero que no se preocupara que cuando acabara la mili podía contar conmigo. Pero claro, él necesitaba profesores ya para el siguiente curso, así que no pudo ser. A la vuelta de la mili, en 1981, junto con Antoni Aguilella, ganamos un proyecto de investigación de la Fundació Alfons el Magnànim con el que pretendíamos extraer generalidades a partir de cruzar la distribución geográfica de la vegetación con la de los factores ambientales y bióticos de la provincia de Valencia. Uno de esos factores era el suelo así que, para conseguir la información necesaria, acudí a José Luis Rubio, que había sido profesor nuestro de Edafología y trabajaba en el Consejo Superior de Investigaciones Científicas.

Patricio García Fayos
En la foto de la izquierda, Patricio García-Fayos con Antoni Aguilella herborizando en La Tinença de Benifassà (Castellón) en marzo de 1979. A la derecha, campaña de muestreo en La Tinença, durante julio del mismo año. De izquierda a derecha, aparecen Paco Martínez, Fernando Boisset, José Mansanet (de espaldas), Enrique Sanchis y Rafael Currás (también de espaldas). / Fernando Boisset / Patricio García-Fayos

En esos momentos, junto con el profesor Juan Sánchez (UV), lideraban un ambicioso proyecto de cartografía de suelos y necesitaban gente. Me propusieron participar en el equipo y, más tarde, que mi colaboración se convirtiera en mi tesis doctoral. Pero a los dos años, ante la falta de un sueldo o beca y con todo el trabajo de campo y laboratorio acabado, preparé y gané una plaza de profesor de Formación Profesional y cambié la investigación por la docencia en Enseñanza Secundaria. Gracias a la insistencia de amistades y familia, analicé los datos obtenidos y defendí la tesis doctoral, la cual me permitió presentarme en 1988 a una plaza de científico titular del CSIC, que gané. Desde entonces me he dedicado a la investigación, primero en el Instituto de Agroquímica y Tecnología de Alimentos y luego en el Centro de Investigaciones sobre Desertificación.

¿En qué consiste tu ocupación actual?

Divido mi tiempo entre la dirección del Centro de Investigaciones sobre Desertificación, la investigación y una pequeña contribución a la docencia y la divulgación. La dirección de cualquier centro de investigación conlleva mucha gestión y coordinación para tratar de facilitar que el personal investigador realice un trabajo de excelencia científica y conseguir que disponga de los servicios y medios necesarios para hacerlo. En cuanto a la investigación, intento mantenerme al día en mi campo y desarrollo los proyectos en los que estoy involucrado, lo cual conlleva reuniones, salir al campo, publicar, formar técnicos y científicos… A una menor escala de dedicación, también imparto algunas clases de grado y de máster en la Universitat de València así como charlas cuando me invitan.

Patricio García Fayos
Con el grupo de investigación de aquel momento, en unas jornadas de convivencia y trabajo en el Mas de Noguera (Caudiel), durante noviembre de 2003. De izquierda a derecha, Gabriela Gleisser, Jaume Tormo, Patricio García-Fayos, Daniel Montesinos, Esther Bochet, Tono Bellido y Miguel Verdú. / Patricio García-Fayos

Tu especialidad es la edafología. ¿Qué te interesó de este campo de estudio?

El encasillarme como edafólogo viene de que mi tesis trató de cartografía edafológica y, desde entonces, muchos de mis compañeros de estudios y algunas autoridades han considerado que esa era mi especialidad. Esta idea se ha reforzado además porque he desarrollado casi toda mi carrera en el Centro de Investigaciones sobre Desertificación, donde se ha hecho mucha cartografía edafológica y estudios sobre la erosión del suelo. Pero realmente, si se miran los proyectos, tesis dirigidas y publicaciones en las que he participado, dirigido y realizado, mi actividad me define como ecólogo vegetal.

De esos proyectos que comentas ¿hay algunos de los que te sientas más orgulloso?

Hay dos proyectos que recuerdo especialmente y que han sido determinantes para mi carrera como científico. En uno de ellos –que en realidad fueron tres concatenados bajo la dirección de Adolfo Calvo– empecé a investigar la vegetación de zonas de los badland en el sureste de la Península Ibérica. Los badland son áreas intensamente abarrancadas y erosionadas a consecuencia de la litología y la geomorfología, y al final me dediqué a intentar contestar a la pregunta de por qué no tienen casi plantas, de cuáles eran los factores que limitaban la colonización vegetal. Con el trabajo sobre el lentisco, que en realidad era la tesis de Miguel Verdú, aprendí lo que es el ciclo vital de las plantas, a verlas no solo como un binomio en latín, un componente de una comunidad vegetal, o solo el clima, el suelo y el uso como factores que explican su distribución geográfica. Empecé a comprender que su presencia o ausencia, en definitiva, el éxito en dejar descendencia, se debe también a las interacciones con otros seres vivos, incluidas otras plantas, y con el medio inmediato en el que viven. Se me abrió el mundo de la biología reproductiva, la dispersión de semillas, la germinación, la evolución, etc.

Con parte del equipo del proyecto RED BIOCLIMA muestreando el Parque Natural de las Hoces del Cabriel, en junio de 2020. De izquierda a derecha, María Bisquert, Patricio García-Fayos, Dani Rodríguez e Isabel Martín-Macho. / Gabriel Ballester

¿Cuál fue la enseñanza que te dejaron esos proyectos?

Con esos proyectos aprendí realmente a investigar, a buscar y poner a prueba distintas hipótesis que pudieran explicar los fenómenos que observábamos u que otros o la teoría predecían, a buscar las maneras de abordar mis propias investigaciones a partir de lo que se había hecho en investigaciones previas, ser creativo en proponer hipótesis y predicciones, dirigir equipos de investigación, publicar, etc. Con ello fui adquiriendo la suficiente confianza en mí mismo y se configuró mi carrera investigadora posterior.

Nos gustaría que nos hablases de tu equipo de investigación. ¿Quiénes lo conforman y cómo se complementan?

Al igual que con los temas de investigación, no he tenido un grupo de investigación de personas cerrado, sino que siempre he colaborado con unos y otros. He trabajado estrechamente con geógrafos, geomorfólogos, edafólogos, zoólogos, ecólogos, botánicos, ingenieros agrónomos y forestales, estadísticos; y he trabajado con personas expertas desde en la biología reproductiva, taxonomía, filogenia, y ecofisiología, a las interacciones con los animales y con el suelo. De manera importante también, en mi equipo han trabajado estudiantes de máster y doctorado, así como técnicos de Ciclos Medios y Superiores que, además de la ayuda directa, me han enriquecido con sus ideas y me han hecho reflexionar a partir de sus preguntas.

Jordi Chofre, Patricio García-Fayos y Meike Engelbrecht polinizando flores de romero en el invernadero de Albal, septiembre de 2010. / Cala Castellanos

¿Y en qué proyecto de investigación trabajas ahora mismo?

Ahora mismo estoy trabajando en dos. En uno de ellos, del Ministerio de Ciencia y liderado por Esther Bochet, junto con investigadores de las universidades de Alcalá de Henares y Zaragoza y del US Forest Service, estamos intentando determinar si la aridez inducida por el cambio climático desde mediados del siglo pasado ha conducido a los encinares situados en las zonas más secas del Sistema Ibérico a un punto de no retorno, tanto desde el punto de la funcionalidad del suelo y la vegetación como desde el punto de vista demográfico, y si la reforestación con encina tiene sentido en ese contexto. En el otro proyecto, financiado por la Fundación Biodiversidad y liderado por Francesco de Bello, junto con otros compañeros del CIDE, personal del CIEF y de Parques Naturales de la Comunidad Valenciana, estamos montando una red de seguimiento a largo plazo de los efectos del cambio climático sobre la biodiversidad. Por ahora nos limitamos a la vegetación y los organismos del suelo, pero estamos abiertos a incluir nuevos grupos tróficos a medida que se vayan sumando otros especialistas.

¿Qué repercusión tienen investigaciones como esta para la sociedad?

Los resultados para la sociedad en los proyectos mencionados son claros. En el primero, contribuirá al debate de cómo gestionar esos encinares y si tiene sentido seguir repoblando con encinas en ese territorio. En el segundo, los técnicos y científicos dispondremos de una red de observatorios que permitirán monitorizar en tiempo real cómo el cambio climático está afectando a nuestra naturaleza y tratar de entender y anticiparnos a los cambios.

Con parte del equipo en la última campaña de muestreo del proyecto INDICAR. De izquierda a derecha, Bea López, Patricio García-Fayos, José Manuel Nicolau “Nico”, Tíscar Espigares y Esther Bochet. / Esther Bochet

A lo largo de estos años ¿cómo piensas que ha cambiado tu especialidad?

Desde mis estudios iniciales de descripción de la vegetación y suelos, pasé a investigar las relaciones entre aves y colonización vegetal y entre las plantas, el suelo y la erosión. Estas investigaciones perseguían en algunos casos el conocimiento per se, y en otros perseguían objetivos aplicados concretos como, por ejemplo, comprender las limitaciones a la colonización vegetal en los taludes de carretera y derivados de la minería, o cómo proponer protocolos de recolección, almacenaje y uso de semillas forestales para el Servei Forestal de la Generalitat Valenciana. Sin proponérmelo, todas las investigaciones que iba emprendiendo a lo largo de mi carrera conllevaban trabajar con semillas y el medio en el que investigaba eran sistemas semiáridos y degradados. De esta manera me he ido centrando en comprender los mecanismos que controlan la colonización vegetal en zonas semiáridas y degradadas, desde la producción de semillas hasta la germinación, pasando por la dispersión, supervivencia y germinación, y cómo el suelo, la disponibilidad de agua, la erosión y los animales interactúan con ello. Si miro atrás, yo diría que no es que haya cambiado mi especialidad, sino que he ido relacionando todo lo que he ido aprendiendo y profundizando.

¿Qué relación tienes con el Jardí Botànic de la Universitat de València?

Mi relación con el Jardín empezó de niño jugando al escondite las mañanas de verano con mis hermanos en el Jardín. Mi colaboración profesional comenzó en 1981, ayudando en la recolección y almacenamiento de semillas de especies silvestres para el Index Seminum. Más adelante, desde la puesta a punto del Jardín por Manuel Costa hasta la actualidad, he disfrutado de este espacio único en congresos, conferencias, presentaciones, exposiciones, conciertos, e incluso he sido invitado a impartir alguna conferencia y seminario. También he utilizado sus instalaciones como lugar de reunión de proyectos de investigación en los que participaba. Además, con todas las personas que han dirigido el Jardín desde entonces me han unido lazos que ya venían de antes. Soy compañero de promoción de Antoni Aguilella, Isabel Mateu me dio prácticas en la carrera, y con Jaime Güemes me une una amistad que viene de mucho tiempo atrás. Y con todos ellos he investigado y tengo publicaciones.

¿Cómo animarías a los actuales estudiantes de Biología a que se dedicasen a lo mismo que tú? ¿Qué cualidades hacen falta?

Creo que hay muchos jóvenes a quienes les encanta la naturaleza. Esa es la base. Luego, hay que tener el tesón y la pasión suficientes para seguir adelante en aquellos temas por los que uno tiene curiosidad e interés y vencer las dificultades y desánimos que siempre surgen. Y, por último, hay que mantener siempre abierta la mente, dispuesta a aprender, para lo que hay que ir a la literatura científica no solo del propio tema, y trabajar con científicos y en grupos distintos al que uno se ha formado o está desarrollando su profesión.

Patricio García-Fayos con Hu Shu, estudiando la vegetación de los deslizamientos en el Loess Plateau (China), en julio 2014. / Meng Kou

¿Qué importancia tiene la divulgación? En el caso de la desertificación, por ejemplo, ¿se le da suficiente cobertura?

A la divulgación le doy mucha importancia, pero al mismo tiempo me siento frustrado y creo que no lo estamos haciendo bien. A pesar de la urgencia para nuestra propia existencia de temas como el cambio climático y la pérdida de biodiversidad, y a pesar de la gran cobertura que le dan los medios de comunicación, no conseguimos que estos temas rompan la inercia de seguir viviendo sin renunciar al nivel de confort que tenemos o perseguimos. También es cierto que, a veces, nuestro discurso como científicos es tan alarmista que inmoviliza y, en otros casos, la incertidumbre inherente al conocimiento científico hace que nuestro mensaje pierda fuerza. En el lado opuesto, los negacionistas no tienen vergüenza ni empacho en dar por ciertas, con la misma rotundidad y luminosidad que un vendedor, informaciones incompletas, sesgadas o directamente mentiras, pero que conectan con la comodidad de nuestra vida y con la inercia a cambiarla. Compensar estos defectos y conseguir convencer para la acción debería ser nuestra tarea divulgativa.

¿Qué futuro le espera a la botánica?

Existe un lamento general de que disciplinas como la Botánica interesan cada vez menos a quienes empiezan su carrera y de que tienen cada vez menos peso en el campo de la investigación. Yo no lo creo así. Por un lado, la naturaleza sigue siendo atractiva para las nuevas generaciones. Y, por otro, como nos enseña la Historia, todo el conocimiento se va transformando al tiempo que avanza y lo hacen también las técnicas con las que nos aproximamos a este. Solo tenemos que pensar en la revolución que ha supuesto para el conocimiento de las plantas el estudio de los genes y su expresión o cómo la evolución y la biogeografía han ganado con las herramientas filogenéticas y la paleobotánica. Las preguntas siguen estando ahí y creo que seguirán en el futuro. Lo que tenemos que hacer es intentar contestarlas.

Impartiendo un seminario en el Institute of Soil and Water Conservation (Yanglin, China), julio de 2014. / Meng Kou

En todos estos años como botánico, ¿Cuál es la situación más curiosa o divertida, que se pueda contar, en la que te has encontrado?

Recuerdo una tarde en el campo, cerca de Cosa (Teruel). Estábamos Esther Bochet y yo en una ladera de tomillar instalando primero cintas y cuerdas con unas piquetas para delimitar una parcela y luego haciendo el inventario de plantas, cuando un pastor que salió de un corral con el ganado a unos 500 m de nosotros nos vio y se fue aproximando poco a poco intrigado. Al fin se atrevió a preguntarnos qué hacíamos y le contamos la verdad, que estábamos haciendo un estudio de la vegetación y del suelo. Pero el hombre se quedó mirándonos y nos dijo que le estábamos mintiendo, que lo que estábamos haciendo era buscar oro. Por mucho que insistimos no conseguimos convencerle… ¡ni hacernos ricos!

¿Qué herramientas necesitas para tu trabajo?

Para el campo, generalmente me basta tener cintas métricas, azada, sobres de papel y de plástico, libreta, lápices y marcadores, etiquetas y alambres para marcar plantas, flores y frutos. También una mochila para meter todo dentro y desplazarme. Al llegar al instituto necesito lupa, ordenador para procesamiento de datos y análisis, conexión a internet, acceso a bibliografía, dinero para análisis de datos, cámaras de germinación, prensas, invernadero y, sobre todo ¡¡tiempo!!

Imagina que tienes tanto presupuesto como quieres. ¿Cómo sería entonces tu trabajo? ¿Qué cosas mejorarías?

No se trata tanto de tener mucho dinero como tener garantizada la continuidad de la financiación siempre que uno trabaje bien y no se duerma en la gloria del primer éxito. Lo único que pido es que la financiación sea estable, con reglas de juego claras y que no dependan de la coyuntura del momento ni de la ideología de quienes administran el dinero público.

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