Entrevistas

28 Oct 2021

Botánica del mes: Belén Albertos

En el Jardí Botànic de la UV. Imagen: M.J. Picó

La gran diversidad del mundo vegetal despertó la vocación de nuestra botánica del mes, Belén Albertos. La inestabilidad y la perseverancia definen la carrera de esta especialista en briófitos, que trabaja en pro de su conservación. Una tarea bastante compleja ya que, aunque los musgos juegan un papel crucial en los ecosistemas, en general, son poco conocidos por el público y la ciencia debido a su pequeño tamaño y la falta de financiación. Los viajes, los jardines y el arte completan las pasiones de esta investigadora y profesora de la Universitat de València, que considera que la piedra angular de la docencia es la curiosidad.

¿Qué te atrajo de la Botánica?

Creo que de las plantas me fascinó darme cuenta de lo cerca que estaban, tan asequibles y tan sorprendentes cuando se les presta un poco de atención. En bachillerato hice una salida de estudios a Doñana y me pareció que nunca había aprendido tanto, en tan poco tiempo y con tanto placer. Aunque vimos muchos animales, vimos muchas más plantas, en una diversidad que me pareció infinita y las plantas estaban siempre allí, no había que esperarlas ni acecharlas. Los primeros nombres científicos que conocí, fueron de plantas y fue una experiencia reveladora. Ya en la universidad (Autónoma de Madrid), tuve mucha suerte porque, aunque el segundo curso fue un año de huelgas en el que perdimos todo el segundo cuatrimestre, la primera mitad del curso con Vicente Mazimpaka fue más que suficiente para decidir mi vocación. Empecé el año siguiente a colaborar con él y Paco Lara y con ellos acabé haciendo la tesis doctoral en briología.

¿Nos podrías resumir tu trayectoria profesional?

Mi trayectoria es un poco heterodoxa, no porque haya hecho cosas muy raras, sino porque no ha seguido un camino claramente ascendente, más bien parece sinuosa y con retrocesos. Ahora, con más perspectiva, puedo decir que sí ha sido siempre un avance, solo que, como les pasa a los planetas, desde un determinado punto de vista, puede parecer un movimiento extraño y retrógrado.

Equipo de briología de la UAM (2000). De izquierda a derecha: Ricardo Garilleti, Isabel Draper, vicente Mazimpaka, Belén Albertos y Francisco Lara.

Empecé con una tesis doctoral en la Universidad Autónoma de Madrid, muy completa y muy densa, en la que me desarrollé como brióloga. Aprendí sobre briófitos (especialmente briófitos epífitos), biogeografía y ecología. Esa fase se desarrolló en condiciones poco ventajosas por la falta de beca. Después de unos quince años muy dedicada a la ciencia, con perspectivas muy oscuras, llegué a un punto de fatiga personal y emocional que no me dejó seguir por ese camino. Aparqué durante un tiempo la botánica justo cuando llegué a Valencia y, cuando me recompuse un poco, volví a engancharme a ella con una perspectiva profesional técnica. Necesitaba sentir que todo mi bagaje formativo me servía para ganarme la vida. Parece una obviedad, pero puedo asegurar que no lo es. Durante otros muchos años estuve trabajando con contratos y encargos y fui derivando mi línea de trabajo hacia la conservación vegetal en general y, cuando ha sido posible, a la conservación de briófitos. Finalmente, y desde hace dos cursos, contra todo pronóstico (o al menos contra mis pronósticos) saqué una plaza en la Universidad de Valencia de Ayudante Doctora que me ha devuelto de lleno a la vida académica y científica.

Trabajando en el laboratorio de la estación Maldonado de Ecuador en Greenwich. Islas Shetland del Sur, Antártida. Imagen: R. Jijón

Así que puedo decir que he acabado en el punto del que hui, pero con una perspectiva enriquecida por el contacto con otros mundos, con algo más de aplomo y muchas ganas de hacer cosas. Los cambios por los que he pasado los viví en su momento como fracasos, pero ahora empiezo realmente a apreciar todo lo que me ha aportado caminar por senderos laterales durante buena parte del camino.

¿En qué consiste tu trabajo?

Pues eso depende de en qué momento de mi trayectoria te fijes. Mis rutinas de trabajo han sufrido cambios vertiginosos a lo largo del tiempo. Desde intenso trabajo de identificación, con una lupa y microscopio, muchos muestreos de campo en diferentes lugares y con objetivos diversos, a trabajo de ordenador analizando datos o escribiendo informes o artículos. También he tenido bastante de organización de equipos de trabajo y gestión de proyectos y cosas brutalmente distintas como organizar exposiciones, talleres y actividades de divulgación, en el Jardí Botànic de la Universitat de València. Ahora le añado la docencia en clase, en el laboratorio y, de guinda, en formato tanto presencial como virtual. Reconozco que me gusta mucho cambiar de rutinas.

Seguro que de todos los proyectos en los que has trabajado te sientes orgullosa de alguno en especial ¡Cuéntanos!

Hay dos proyectos que me han marcado mucho. ABrA (Atlas y Libro Rojo de los Briófitos Amenazados de España) fue un salto muy importante para mí . Con ese proyecto entré en el mundo de la conservación vegetal, que me permitió un desarrollo profesional que necesitaba mucho y que ha marcado mi línea actual de investigación. Es un terreno muy necesitado de atención dentro de la botánica y me siento orgullosa de poder aportar un poco en él. También el haber podido trabajar en la Antártida es un privilegio que agradezco mucho y que me gustaría repetir. Allí convergen mis intereses en la conservación, en este caso sobre impactos humanos en la vegetación, con una experiencia humana y científica muy especial.

Sesión de fotos en la Antártida. Imagen: R. Jijón

Y ahora mismo, ¿cuál estás desarrollando?

Tengo un proyecto de conservación, BRYOS, con apoyo de la Fundación Biodiversidad del Ministerio para la Transición Ecológica y el Reto Demográfico, que espero que de un nuevo impulso a la protección de briófitos en este país y que está siendo muy interesante desde el inicio. España tiene serias dificultades para cumplir con los compromisos de conservación de los briófitos protegidos por los convenios europeos, debido a una serie de lagunas de información que queremos cubrir. Además, el proyecto tiene como objetivo aumentar la lista de especies protegidas, que ahora mismo es anecdótica en el caso de los briófitos. Es un círculo vicioso que nos impide mejorar el conocimiento, porque los fondos se restringen a las especies listadas y sin fondos no se genera el conocimiento necesario para evaluarlas adecuadamente. Se trata de un proyecto muy variado, como a mi me gusta, porque son muchos los frentes que hay que cubrir. Eso es lo más estimulante de la conservación y, a la vez, su mayor dificultad: es necesario mucho conocimiento y muy diverso para poder tomar decisiones acertadas. En España, la briología tiene un desarrollo muy notable, pero no en todas las áreas. Necesitamos saber más.

El Atlas de los Briófitos Amenazados de España, coordinado en el 2012 por Ricardo Garilleti y yo, y el proyecto BRYOS son el pasado y presente de la línea de conservación que desarrollo.

También participo en proyectos de taxonomía de una familia de musgos (Orthotrichaceae) dentro del equipo en el que me formé, que ahora es mucho más grande y potente, repartido fundamentalmente entre Madrid (UAM) y Valencia (UV). En el proyecto del Ministerio de Ciencia e Innovación que nos acaban de conceder, OTHOCRYPT, exploraremos la diversidad críptica de la familia, que se está revelando extraordinaria. Tener el respaldo de este equipo ha sido fundamental para poder relanzar mi actividad científica y profesional y es una gozada y un privilegio poder colaborar con uno de los equipos más reconocidos internacionalmente en la taxonomía de briófitos.

¿Qué relación tienes con el Jardí Botànic UV?

Estuve durante dos periodos trabajando allí en el departamento de Cultura y fue una experiencia muy reveladora. Me dio la oportunidad de desarrollar otras capacidades, trabajar de forma completamente diferente y colaborar con mucha gente valiosa y encantadora. Valoro especialmente la oportunidad de entrar en el mundo de la divulgación científica, a la que me gustaría poder dedicarle más tiempo.

Si en la botánica vivimos continuamente con el hándicap de que el público tiene más facilidad para percibir los animales que las plantas, en la briología, que nos ocupamos de plantas muy pequeñas, se puede uno imaginar que esa Plant Blindness se sufre a lo bestia. Es necesario y urgente reivindicar la importancia de estos organismos, tan antiguos como actuales, que juegan un papel crucial en los ecosistemas y en los ciclos biogeoquímicos del planeta.

Muestrario de briófitos en Ginkakuji, Kyoto. Visita con amigos y familia (2005). Imagen: R. Garilleti

¿Has conocido personas interesantes gracias a tu trabajo?

Muchas, sí. Además de colegas que han sido compañeros de aventuras más o menos largas, buena parte de mi círculo social está directa o indirectamente relacionado con mi trabajo. En algunos casos, he conocido gente en un contexto científico pero la amistad se ha consolidado en torno a otras cosas que no tienen nada que ver, pero que nos unen incluso más. Por ejemplo, tengo un grupo de amigas inicialmente formado en torno a la ciencia, al que se han unido otras amigas, dispersas en cuatro provincias, y que nos juntamos todo lo que podemos para hacer punto. Somos un grupo un poco peculiar, una red de apoyo maravillosa y que daría para un guion de cine, la verdad.

De expedición en Alaska con Ricardo Garilleti y Franscisco Lara (2011)

Y por supuesto, mi marido, Ricardo Garilleti. Nos conocimos en el laboratorio de Briología de la UAM y desde entonces hemos compartido vida más intensamente que la mayoría de las parejas. Si me hubieran dicho esto cuando tenía 20 años, habría salido corriendo, pero de verdad que nunca me han pesado las horas (casi todas las del día y casi todos los días) que pasamos juntos. Es el mejor compañero en todas las facetas de mi vida.

En todos estos años como botánica, ¿cuál es la situación más curiosa o divertida, que se pueda contar, en la que te has encontrado?

Entre las anécdotas más divertidas, hay varias de Japón. Allí estuvimos casi un mes en zonas rurales en las que el inglés no está en absoluto extendido. Cada intento de comunicación, entre traductores automáticos y mis rudimentos de japonés, era toda una aventura. En una ocasión fuimos a una oficina de correos para enviar unas muestras y el funcionario nos preguntó por el contenido del paquete. Le expliqué que eran musgos y, aunque le sorprendió, pareció entenderlo (koke, koke!). Revisó su lista de comprobación y preguntó impertérrito: “bateries?” Mantuve la compostura como pude y respondí muy seria que no, que no llevaban pilas. Todavía discutimos sobre qué pensaba ese hombre que estábamos enviando.

Buscando Utlotas en Japón, en el Valle de Sounkio (2012). Imagen: R. Garilleti

Galicia, el territorio que estudié para mi tesis doctoral, también ha dado para mucho. Sin GPS y en ese mundo de aldeas desperdigadas, concejos, pedanías y topónimos repetidos, lo normal era perderse cada dos días. Cuando eso pasaba, siempre había un aldeano apoyado en su cayado, viéndonos ir y venir sin decir ni pío. Finalmente nos decidíamos a preguntar (cosa que evitábamos porque ya nos conocíamos el final) y las dos respuestas posibles eran “¿Y para qué quieren ir allí?” o también “¡pero si allí no hay nada!”. Pero el Óscar a la mejor respuesta se lo llevó el hombre que, sin separar la barbilla del puño del bastón, nos dijo simplemente: “van mal”.

También ha habido algún encuentro poco agradable durante todos estos viajes, pero afortunadamente nunca tan dramáticos como para no acabar en el saco de las anécdotas de las que te ríes. En Marruecos padecimos la arrogancia y ganas de ejercer la autoridad de la policía, que nos hizo perder un tiempo muy valioso, además de que resultó bastante vejatoria para las mujeres del equipo. Por fortuna no fue nada serio y esas vivencias acaban estrechando lazos en los equipos.

¿Piensas que tu trabajo te permite aprender sobre temas no relacionados con la Botánica?

A mí, viajar me ha dado mucha perspectiva. No solo de cómo se vive en otros sitios, o de cómo son otros biomas o de cómo se hacen las cosas en otros países. La visión de las cosas cotidianas de nuestro entorno cambia mucho cuando vuelves a casa y mi apreciación en particular del arte, tienen mucho que ver con lo que han visto mis ojos observando el mundo. Pero supongo que mi pasión por los jardines es lo más evidente y el conocimiento de la naturaleza condiciona mucho mi visión.

Cuadernos de campo de diferentes viajes. Imagen: B. Albertos

Por poner un ejemplo, la primera vez que visité Japón fue en un viaje de turismo en el que visité muchos jardines. Como todo el mundo, quedé fascinada. Me parecieron bellísimos y cargados de simbolismo, pero también los vi muy formales, un tanto irreales, diferentes en su concepto de los jardines británicos, por ejemplo, que son más paisajísticos, un remedo de la campiña inglesa.

Volcán perfecto en la isla de Hokkaido, en el cráter de Aso, y un calco en los jardines de Ginkakuji, en Kyoto. Imagen: B. Albertos

En otra visita a Japón, aquella de los musgos a pilas, casi no pisamos las ciudades y pudimos ver los paisajes naturales del país. Eso cambió por completo mi visión de sus jardines. Es cierto que algunos, especialmente los jardines zen secos, son muy formales, pero muchas de las cosas que me parecían simbólicas en los jardines de Kyoto, como ese flan perfecto de arena de Ginkakuji, me las encontré en el campo, tal cual, ¡existen! Los japoneses también imitan el paisaje en sus jardines, solo que son otros paisajes que yo no conocía.

En el ejercicio de la docencia, ¿qué consideras importante hoy en día?

En la docencia yo me estrené muy pronto, nada más licenciarme, en una escuela de diseño de jardines. Allí muchos de mis alumnos eran profesionales de la jardinería o arquitectos. También tuve docencia universitaria después de la tesis, pero hacía mucho tiempo que no ejercía esta actividad y, ahora que vuelvo a ella, mi perspectiva ha cambiado bastante. Sigo convencida de que lo más necesario es estimular el entusiasmo natural de los estudiantes. Afortunadamente, en los grados en los que imparto hay una proporción significativa de gente muy vocacional y eso es una bendición para un docente; la curiosidad es la piedra angular de la docencia hoy y siempre.

Lo que sí ha cambiado es que hoy, que la información está al alcance de un clic, los profesores ya no somos tan necesarios para transmitir el conocimiento. Nuestra función debería ser más la de una brújula en medio de este mar de sobreinformación. Me gustaría poderme centrar en estimular la curiosidad y la capacidad de juicio de los estudiantes, en lugar de meterles información con un embudo, como si fueran ocas, que es una práctica habitual. Generalmente, los atiborramos desde el bachillerato y no hacemos más que comprobar que algo falla, porque no recuerdan casi nada al curso siguiente. Pero conseguir lo que busco no es tan fácil como decirlo aquí y encuentro que solo estoy empezando. Espero ir acercándome cada año un poco más a mi objetivo.

En tu opinión, ¿qué futuro le espera a la botánica?

La entrada de los estudios moleculares en la botánica ha sido un cambio alucinante. Vivimos una revolución que nos hace plantearnos muchas cosas fundamentales, desde el concepto de especie, a la formación y el trabajo de los botánicos. Creo que estaremos durante un tiempo en la bruma (seguramente más del deseable), pero confío en que al final acabaremos retomando algunas cosas antiguas, de la vieja botánica, sin las cuales los avances metodológicos no nos van a llevar tan lejos como querríamos. El mayor problema es que la vieja botánica lleva mucho tiempo de formación y vivimos en un mundo con mucha prisa para todo.

Expedición por el sur de Turquía. Sabinar de Kasyaylasi (2006). Imagen: R. Garilleti

En el campo de la conservación de especies, lo que más me preocupa es la burocratización de los esfuerzos. Los recursos son escasos y solo se invierten en aquello sobre lo que hay una obligación legal y eso es muy limitante, sobre todo cuando partimos de listas de especies protegidas insuficientes e inadecuadas. Por otro lado, cada vez tenemos más potencial científico y técnico, lo cual es, obviamente, muy positivo, pero aún no sabemos muchas más cosas y, de la mayoría de las especies, no sabemos casi nada. Seguimos con una visión muy parcial y es muy peligroso creer que podemos reparar los daños que causamos. Muchos de esos daños, probablemente ni los vemos, ni los veremos.

¿Trabajas sola o en equipo? ¿Te gusta trabajar así?

Se habla mucho de la colaboración científica y es verdad que es muy importante, pero también es un mundo en el que es imprescindible tener una buena capacidad de trabajo autónomo. Yo no creo que nadie saque una tesis adelante sin ello. Cada vez hay más colaboración, porque los equipos son más grandes y más segmentados en su especialización, y el trabajo de campo suele hacerse en equipo porque varios pares de ojos y piernas son muy bienvenidos, pero la ciencia tiene también mucho trabajo solitario y yo reconozco que no es lo que más disfruto. Me siento más a gusto trabajando con otras personas con las que discutir los detalles y las posibilidades, pero los equipos tampoco funcionan si sus componentes no son capaces de trabajar por su cuenta. También he tenido que coordinar grupos de personas y no es fácil conseguir consensos y que la maquinaria funcione correctamente, pero cuando funciona, es de las cosas que más satisfacción me proporcionan.

Muestreo en el Hayedo de Montejo con Lisa Pokorny, Rafael Medina e Isabel Draper (2003)
Etiquetas
Revista de divulgación científica del Jardí Botànic de la Universitat de València.
Nota legal: Revista Espores. La veu del Botànic se hace responsable de la selección de bloguers pero no de los contenidos y opiniones en los articles de los mismos.
Send this to a friend