Salir al campo está de moda

Practicar actividades en la naturaleza o simplemente pasear por ella para disfrutarla es una de las tendencias que más ha potenciado la pandemia de estos últimos años. Una práctica positiva que pone en valor la gran diversidad de ambientes y especies que tiene nuestro planeta, pero que puede llegar a ser destructiva si no se hace con el respeto adecuado. Raquel Peinado, nuestra nueva bloguera ambientóloga, reflexiona sobre los pros y contras de salir al campo hoy en día.

Los espacios naturales están cobrando importancia en nuestro día a día. En los últimos años, hemos observado una mayor tendencia a pasar cada vez más tiempo al aire libre disfrutando de la naturaleza. Algo que se ha visto intensificado con la pandemia y el pasado confinamiento de 2020, debido a las restricciones en este sentido que se establecieron y que pusieron en valor cualquier tipo de actividad a realizar al exterior y fuera del entorno urbano.

La percepción hacia la naturaleza, por tanto, está cambiando, eso es cierto, pero este cambio no está siendo todo lo positivo que cabría esperar. Nos sentimos atraídos por los entornos verdes porque estar en ellos nos aporta bienestar, pero muchas veces su valor se desvirtúa y nos centramos más en su parte estética y no tanto en su papel esencial para la vida en el planeta. Y es por eso que algunas personas, cuando los visitan, no dudan en poner en peligro la conservación del medio natural o incluso su propia vida a cambio de una foto bonita o sensación de aventura.

Disfrutar de la naturaleza vs masificación

Los meses que duró el confinamiento causaron en nosotros la necesidad de buscar refugio en espacios verdes, no solo para poder respirar sin mascarilla y evitar las limitaciones de cercanía entre personas, si no para poder reconectar con ella. No hay nada como privarte de algo para empezar a valorarlo y es que de repente la relación y percepción que teníamos con el entorno urbano había cambiado. Aquellos que tenían jardín eran vistos como unos privilegiados y todos estábamos ansiosos por poder salir de las cuatro paredes que marcaban los límites de nuestras casas.

Mujer haciendo ejercicio durante la pandemia. Imagen: evprokrey, adobe stock

Por eso, cuando por fin pudimos salir y ante la poca o nula oferta cultural, actividades al aire libre como hacer ejercicio o simplemente pasear se convirtieron en el pasatiempo favorito de muchos. Una tendencia que ha calado y que hoy en día todavía se puede notar aún a pesar de la vuelta a la normalidad. Así, muchos entornos verdes urbanos, periurbanos e incluso más alejados, que antes podían pasar un poco más desapercibidos, se han hecho bastante populares.

Pero este auge de afición por la naturaleza que a priori podría parecer algo bueno, trae consigo algunos inconvenientes. No me malinterpretéis, cualquiera tiene derecho a disfrutar al aire libre y de los espacios naturales, pero al final todos visitamos los mismos sitios y recorremos los mismos itinerarios, pudiendo llegar a la masificación y agresión del medio natural.

El aumento de visitantes en lugares como La Sierra de Guadarrama (Madrid), por ejemplo, supuso un 30% más en 2020 respecto al año anterior. Así, ir a pasar el día al campo o a practicar senderismo para disfrutar de la naturaleza, lejos de la ciudad y las aglomeraciones, puede resultar casi imposible en algunos de estos lugares, llegando incluso a tener que hacer cola para observar o fotografiar una vista panorámica recomendada.

Grupo de excursionistas en la Sierra de Gudarrama. Imagen: pintxoman, adobe stock

Además, el tránsito de personas muchas veces trae consigo comportamientos inadecuados en el medio natural, sobre todo para aquellos que no están acostumbrados a recorrerlo. Salirse de los senderos trazados o aparcar en zonas no indicadas, por ejemplo, pueden erosionar el suelo y repercutir directamente de forma negativa sobre la biodiversidad. Por no olvidar el rastro de residuos que muchas personas dejan tras de sí cuando van al campo o el impacto acústico sobre la fauna local que pueden suponer el trasiego constante de grandes grupos de gente.

Todo esto nos muestra la poca conciencia ambiental presente en la sociedad, incluso en lugares con indicaciones claras de lo que se puede hacer y de lo que no. Los espacios naturales son percibidos como lugares de recreo, donde ir a pasar el día, sin preocuparse por el estado en el que se dejan, ni si las actividades que se realizan provocan un impacto en el medio.

Persona tirando una botella de plástico al suelo. Imagen: lenblr, adobe stock

Un reflejo más de la relación tóxica que tenemos con nuestro planeta y que justamente durante el confinamiento se hizo más evidente. Y es que el parón brusco de la actividad humana supuso un gran respiro para el medio ambiente y una mejora en la calidad del aire. En Barcelona, por ejemplo, las mediciones llevadas a cabo por el departamento de Medi Ambient de la Generalitat de Catalunya indicaban que solo el 23 de marzo de 2020 los niveles de C02 habían disminuido un 70% respecto a su valor habitual.

Las redes sociales y su papel en la percepción del medio ambiente

Las redes sociales y los influencers tienen un alcance increíble y han sido un gran aliado a la hora de popularizar ciertos espacios naturales. Siempre con imágenes atractivas que conseguían despertar nuestra atención, los medios digitales conseguían canalizar a la población hacía ciertos lugares llegando a ponerlos de moda ¿El criterio para ser popular? ¡La estética! Cuanto más impactante sea la foto reclamo más likes tendrá y más incitará a reproducirla e incluirla en nuestro propio perfil para mejorar nuestra marca personal, independientemente del valor ecológico de la zona en cuestión o del peligro que pueda suponer visitarla.

Grupo de amigos tomando fotos al paisaje. Imagen: pressmaster, adobe stock

El Garbí, una montaña situada en el Parque Natural de la Sierra Calderona, se popularizó mucho justamente el verano de 2020 debido a las increíbles vistas al atardecer que ofrece. Solo tenéis que hacer una búsqueda en google de “El Garbí” para ver la cantidad de posts que recomiendan su visita como algo impresionante. Pero la afluencia de personas llegó a ser tan grande que llegaron a plantearse limitar su acceso a un número concreto de visitantes diarios, como ha ocurrido en otros lugares del territorio como la playa de la Granadella en Jávea, que cuenta con un aforo máximo de 200 personas.

En La Cova Tallada, en la magnífica costa que baña el Montgó en Denia, también ha ocurrido algo parecido. Localizada en la Reserva Natural del Cabo de San Antonio, este enclave ofrece una bonita aventura natural tanto por mar como por tierra. Bucear o surcar en piragua las aguas que la rodean o realizar el escarpado itinerario por el acantilado que te lleva a la cueva tuvieron tal reclamo que desde hace unos años es de aforo restringido. El acceso a los coches está acotado y cuenta con un vigilante de seguridad prácticamente durante todo el día. El aforo máximo es de 71 personas y solo puedes visitar la zona con un permiso especial solicitado previamente.

Cala de la Granadella (Jávea). Imagen: Diego Delso, delso.photo. Licencia CC-BY-SA

Una decisión que se tomó, además de por la gran agresión al medio que se estaba produciendo, por los numerosos accidentes derivados por adentrarse en el mar sin tener en cuenta el estado del mismo o las corrientes propias de la zona, o por no realizar el descenso por el acantilado con las precauciones pertinentes. En este caso, ya no es solo la estética lo que prima, la sensación de vivir un riesgo, una aventura y poder mostrarlo a los demás, también nos hace cometer auténticas barbaridades y el hecho de ver cómo otros ya lo han hecho no hace más que expandir una falsa sensación de seguridad.

Un caso extremo sería el de Chernóbil. Hace unos años, cuando se estrenó la miniserie que hablaba del terrible accidente nuclear que sucedió en Ucrania a finales de los 80, empezó a popularizarse como destino turístico.  Algunos influencers se tomaban fotos con los restos de la ciudad, muchas veces inundados de naturaleza, y las subían a redes. Las fotos, que no eran nada respetuosas con lo que ocurrió en ese lugar, se realizaban sin ningún tipo de precaución y en zonas el riesgo de radiación todavía existe a pesar de hacer más de 30 años del accidente.

Grupo de personas de excursión en Pripyat (Chernóbil). Imagen: Hennadii, Adobe stock

Pero como hemos visto, no hace falta viajar hasta tan lejos para hablar de la locura e irresponsabilidad ecológica que pueden llegar a generar las modas virtuales.

Gran oportunidad para la educación ambiental

Sin embargo todo tiene su parte buena, así que, aprovechando ese nuevo despertar hacia el disfrute en la naturaleza, podemos utilizar las redes sociales para transmitir otro tipo de mensaje. Si se utilizan bien, son una herramienta genial para promover la educación ambiental y poner en valor los espacios naturales. 

Jardín del Túria (Valencia). Imagen: Lunamarina, freepik

Un mensaje que podría llegar a muchísima gente y en el que los influencers no ambientalistas también podrían ser grandes aliados, pero para promocionar el medio ambiente desde el respeto y la conservación. Tips tan básicos cómo lo que se puede y no hacer en los entornos naturales o cómo interaccionar con ellos para que sigan en un buen estado ecológico, o incluso impulsar el activismo para involucrarse en su recuperación en el caso de estar alterados, serían de gran ayuda para todos y más para nuestro planeta.

Y no solo eso, quizás también habría que replantearse si la popularización de los espacios naturales tiene que ver en parte con lo poco verdes que son nuestras ciudades y seguir apostando por un modelo de urbe que nos conecte cada vez con la naturaleza, que favorezca la biodiversidad y que sea compatible con la vida, no solo con la nuestra.

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Educadora ambiental y estudiante de Ciencias Ambientales
Chica de campo atrapada en la ciudad. Me gustan mucho las plantas, aunque no se me da muy bien tener mi propio jardín. El plan perfecto, sin duda, es hacer un picnic en el río y comer hummus con zanahorias.
extern Colaborador Externo
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