La salud de los océanos, también en crisis
Cambio climático,índices de contaminación altos, arrecifes de coral enfermos, ecosistemas marinos destruidos, zonas muertas que se convierten en auténticos desiertos marinos… muchos de los daños que la actividad humana ha causado en los océanos tiene efectos irreversibles. La crisis oceánica y la salud de los océanos nos afecta a todos.
En un informe publicado en octubre de 2013 la FAO alertaba de la crítica salud de nuestros océanos. Según esta organización, especializada en el tratamiento de temas que afectan a la alimentación y la agricultura a nivel mundial, el 57% de las poblaciones de peces están completamente explotadas y otro 30% sobreexplotadas, agotadas o en proceso de recuperación. La crisis de los océanos no sólo afecta a las especies que viven en ellos. Cada vez existen más zonas muertas en nuestros mares. Las zonas muertas son, a grandes rasgos, grandes desiertos de agua en los que no hay ningún tipo de vida y, por lo que parece, crecen a un ritmo vertiginoso.
Los motivos de esta desolación marina son varios, entre ellos el cambio climático y el aumento de la temperatura de las aguas de mares y océanos, el uso de fertilizantes, las emisiones de CO2 y la sobrepesca, que pone en peligro la supervivencia de los recursos marinos y por lo tanto una importante fuente de alimento para la población mundial. Pero la salud (o mala salud) de los océanos no sólo afecta a los habitantes de zonas costeras, puede tener consecuencias devastadoras para la humanidad y, a día de hoy, podemos decir que nuestros océanos están enfermos.
¿Qué podemos hacer para cambiar esta situación?
Esta crisis ha provocado la reacción de expertos de todo el mundo que apuestan por un enfoque global para mejorar la situación de nuestros océanos, un enfoque en el que tienen cabida expertos y científicos, grandes y pequeñas empresas, gobiernos y asociaciones civiles. Los objetivos a cumplir están claros: priorizar inversiones que promuevan medios de subsistencia sostenibles, equidad social y seguridad alimentaria para conseguir un océano sano y sistemas eficaces para su gestión, su fortalecimiento, su capacidad de innovación y su viabilidad a largo plazo.
Es por eso que se ha constituido un grupo, denominado Alianza Mundial a favor de los Océanos (GPO), entre cuyos miembros se incluye al líder de la industria pesquera Chris Lischewski, quien es presidente y director general de Bumble Bee Foods; la oceanógrafa Sylvia Earle; el economista especializado en Pesca, Ragnar Arnason; y el secretario general del Foro de las Islas del Pacífico, Tuiloma Neroni Slade. La Alianza de los Océanos busca, por una parte, reestablecer una salud oceánica en el presente y, por otra, preservar su cuidado para las generaciones futuras. Es por eso que la GPO y otros organismos externos a ella han decidido hacer una evaluación de la situación actual de los océanos.
Según algunos expertos, la sobrepesca es uno de los grandes problemas del océano porque pone en peligro la provisión de alimentos al agotar especies importantes para las economías locales y globales. Además, este exceso de explotación pesquera modifica las cadenas alimentarias marinas, lo que supone un riesgo todavía mayor para la seguridad alimentaria mundial y especialmente en las zonas que dependen de los mariscos como fuente decisiva de proteína de alta calidad.
Foto: Greenpeace
Foto: National Geographic
Pero ese no es el único problema de la mala salud de los océanos: según un informe del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático de Naciones Unidas (IPCCC), el océano es esencial para proteger a la humanidad de los impactos del cambio climático puesto que absorbe más del 90% del calor atrapado en el sistema Tierra por las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI) y un cuarto de nuestras emisiones de dióxido de carbono (CO2).
Entre las soluciones para mejorar la salud de nuestros océanos encontramos la eliminación de métodos de pesca destructivos como el arrastre de fondo, promover la gestión local de pesquerías donde los pescadores tienen un interés material en conservar los recursos y hábitats, establecer objetivos internacionales para reducir las emisiones de CO2 en la próxima décadas y reformar la legislación de la alta mar para garantizar una gestión eficaz basada en pilares científicos.
OHI: Índice de Salud Oceánica
El índice OHI es la primera medición cuantitativa de la salud oceánica que considera a los seres humanos como parte del ecosistema del océano. Sirve para evaluar la sostenibilidad del uso y los beneficios que obtenemos de los océanos y es un recurso muy útil para legisladores y empresas de todo el mundo. Se basa en la medición/evaluación de diez variables que marcan el nivel de biodiversidad, la limpieza de las aguas, el almacenaje de carbono, la protección costera, los productos naturales, la explotación turística de la zona y la provisión de alimentos. Según este informe, un océano saludable es aquel “que ofrece una gama de beneficios a las personas ahora y en el futuro”.
Pesca tradicional
El OHI de 2013, publicado recientemente, ha alertado especialmente sobre la provisión de alimentos, que ha alcanzado el nivel más bajo del ránking y que, a la vez, es la variable que más afecta a corto plazo al bienestar humano. Respecto a la sobrepesca y la explotación de especies, el informe concluye que el pescado y los productos marinos se cosechan más rápido de lo que pueden reemplazarse, y que los países podrían obtener mayores beneficios si utilizaran los recursos de manera más sostenible. En este sentido, el Índice de Salud Oceánica valora la oportunidad de pesca artesanal en nuestros océanos en más de un 95% por ciento.
Si hacemos un ránking por países, aquellos que tienen un Índice de Salud Oceánica más altos (es decir, aquellos que tienen una mejor salud marina) son lugares recónditos, pequeños paraísos donde el bienestar del mar se mira con lupa. Hablamos de lugares como las Islas Heard y Mc Donald (Australia), la Isla de Saba (territorio ultramar de los Países Bajos), el atolón Howland y la coralina Isla de Baker (ambos pertenecientes a EEUU).
Respecto a la provisión de alimentos en el mar, el índice valora positivamente aquellas regiones con especies suficientes y sanas y que practican la recolección silvestre y la acuicultura como fuente de obtención. Nueve de las diez regiones con una puntuación más alta en esta variable son naciones isleñas del Pacífico, con mayor tradición de pesca tradicional. Entre ellas encontramos las Islas Salomón, Tuvalu, Palaos, Islas Marshall, Vanuatu, Wallis y Futuna, Papúa Nueva Guinea, Naurú y Nueva Caledonia. Una de las particularidades que aumenta el índice de producción de alimentos en estos lugares es que más de la mitad de la pesca de atún del mundo depende de sus aguas.
El índice también demuestra que la riqueza no es sinónimo de sostenibilidad ni de salud oceánica. Bien es cierto que los diez países con menor puntuación en este ránking ( Guinea Bissau, con el más bajo, seguido por República Democrática del Congo, Liberia, Haití, Costa de Marfil, Guinea, Pakistán, Angola, Somalia, y Nicaragua)son pobres. Pero también es cierto que todos ellos tienen un historial reciente de guerra, enfrentamientos civiles, conflictos étnicos y situaciones políticas y gubernamentales muy inestables, lo que restringe la oportunidad de adoptar las medidas de resiliencia necesarias para disminuir las presiones sociales y ambientales sobre el océano.
Por otra parte, los países más ricos tampoco obtienen los resultados positivos esperados ya que su impacto en el medio también es mayor. El primer país de los más desarrollados del mundo en el ránking de salud oceánica es Francia, en el puesto 32. Estados Unidos (el primero del mundo por PIB) obtiene un pésimo puesto 75; China, el segundo en PIB, un puesto 162; Japón, el tercer más rico del mundo, obtiene una posición 87; y Alemania, el cuarto por PIB, el puesto número 59. Por nuestra parte, España, decimotercer país del mundo por PIB, se queda en la posición 86 en la clasificación del OHI, con una puntuación media de 66 sobre 100.