Un paseo por los infiernos de Beppu
Entre sangre, montañas y niebla, así es como encontramos los Nueve Infiernos de Beppu, el principal atractivo turístico de la prefectura japonesa de Oita y el lugar de nacimiento de nueve puntos geotérmicos con propiedades curativas para el cuerpo y para el alma. Seguro que lo apuntas en tu lista de viajes.
Si hacemos un repaso a las tradiciones más arraigadas de Japón, entre reseñas y manuscritos sobre usos y costumbres encontramos constantes referencias a los onsen, nombre con el que se conocían (y se conocen) a las termas y baños públicos en el país. Y es que, para los japoneses, el baño es mucho más que una cuestión de aseo e higiene persona, es una forma de purificación del cuerpo físico y también del espíritu y por eso se trata de una práctica ceremonial más con sus rituales propios heredados de sintoísmo, antigua religión autóctona del país.
Para hacernos una idea, los onsen japoneses serían similares a las termas romanas o a los baños árabes, que quizá nos resultan más familiares. Simplemente debemos añadirles la peculiaridad de que en el país nipón, por su orografía, su composición volcánica y su formación en islas, encontramos algunos de los puntos calientes geotérmicos más importantes del planeta, lo que dio origen a termas salvajes cuyas aguas tenían propiedades minerales especialmente positivas para el cuerpo y para la piel. Con el paso de los años y debido a su espíritu ritualista y a su necesidad de perseverar la costumbre de los baños públicos, los japoneses construyeron onsen artificiales en las afueras de las ciudades, aunque ellos intenten apostar siempre por los onsen naturales. De hecho, se calcula que las tres cuartas partes del territorio japonés está ocupado por montañas y bosques, por lo que existe un gran número de termas naturales (algunas fuentes apuntan que 2.000) a lo largo de todo el país del Sol Naciente.
Normalmente los baños termales están enclavados en zonas montañosas y suponen una de los principales atracciones de la población local, que ve en ellos la unión perfecta de ocio, relajación y tradición. Los baños son colectivos aunque existen áreas separadas para mujeres y hombres, pues se toman completamente desnudos y con una toalla en la cabeza. Los japoneses prefieren los onsen exteriores porque mientras en ellos el cuerpo está caliente (el agua suele estar a unos 40 grados) la cabeza sigue fría, evitando así el cansancio y la somnolencia que producen los espacios cerrados con una temperatura elevada.
En Japón existen dos zonas cuyos onsen son especialmente famosos, una es la ciudad de Hanoke, que destaca por sus balnearios lujosos. La otra es Beppu, rodeada de cientos de spa naturales y conocida como la capital de los onsen, por poseer el mayor volumen de agua caliente del mundo, sólo superada por el Parque de Yellowstone. Es aquí donde encontramos los llamados Nueve Infiernos, nueve puntos geotérmicos de aguas especialmente calientes cuya singularidad y belleza convierten al lugar en un paraje único. Las aguas de la zona son ricas en ácidos, sulfuros, sales y aluminios, lo que por una parte embellece los lagos con colores vivos y fuertes (como el rojo, fruto de la oxidación marina, el verde o el color caramelo) y, por otra, otorga a las aguas ese magnetismo y ese poder curativo que las hace tan especiales. Y todo esto rodeado de grandes bosques de bambú.
Monstruos, dragones y monjes
Los nueve infiernos están, además, plagados de leyendas y significado, y es por eso que se han convertido en uno de lugares más llamativos de la región, siendo visitados por más de tres millones y medio de personas al año. Según la tradición popular la historia de los Nueve Infiernos de Beppu se remonta al siglo VIII, cuando un dios enfermó y el resto, sabedores de las propiedades del suelo de la zona, hicieron brotar aguas especialmente ricas para curarle. En todo caso, más allá de la tradición, lo más probable es que los habitantes de la zona conocieran y usaran los onsen desde hacía cientos de años, aunque no acabaran de reconocer sus propiedades termales o medicinales.
Dicho esto, la zona de Beppu tomó fama local cuando en el siglo XII el samurái Otomo Yoriyasu, guardián de la prefectura de Oita ante la invasión del rey mongol Genghis Khan, decidió convertir la zona en lugar de reposo para soldados y construyó casas-hospederías alrededor de los lagos. Con este gesto pretendía que sus hombres, además de estar relajados para el combate, tuvieran tiempo de curar sus heridas en tan medicinales aguas. Muchos años después, ya en la década de los cuarenta del siglo pasado, la región de Beppu se hizo famosa a nivel mundial porque algunos famosos como Charles Chaplin o Paul Claudel se desplazaban con cierta frecuencia a Beppu para tomar baños termales. El hombre occidental quedaba en Beppu seducido por un Japón ancestral que apenas se abría a Occidente y por estas increíbles aguas cálidas de efecto rejuvenecedor. Hay quien dice que más allá de las aguas o del ambiente de paz de la zona, lo mejor de Beppu es lo cambiante de los escenarios, que son totalmente diferentes “de un infierno a otro” a pesar de estar situados a muy poca distancia.
De los Nueve Infiernos hay dos que destacan por la espectacularidad de sus aguas azules, elI nfierno del mar, el más grande y espectacular de los onsen de Beppu, y el llamado Monstruo de la montaña, también rodeado de aguas azules y sumergido entre la espesa vegetación y una constante bruma que le da un ambiente siniestro. También azules son las aguas del Infierno de la montaña, termas compuestas por pequeños estanques con agua extremadamente caliente y rodeada por un zoo. En cuanto al Infierno blanco, su nombre le viene debido al agua caliente de color lechoso que, dicen, inspira la fortaleza y, sobre todo, la pureza.
Dentro de los infiernos más terroríficos destacan por lo llamativo aquellos que tienen las aguas rojas. Es el caso de la Caldera del Infierno que, como podéis imaginar, impacta por sus colores rojizos pero también por la presencia de la estatua de un diablo que vigila, quién sabe si también bajo el agua, el movimiento de los bañistas. Algo similar ocurre con el Infierno del dragón dorado, presidido por un enorme dragón en uno de sus estanques y con el Infierno de Sangre, el más fotografiado por los turistas y que esconde bajos sus aguas un gran tesoro encarnado por el rico mineral del hierro.
Dicen que en el Infierno de la Cabeza del Monje las burbujas de color metalizado hierven constantemente y que ese paisaje es el más turbador para el visitante, bien por jacuzzi natural o bien por las pequeñas fuentes de lava que bordean, a modo de farolillos, este infierno burbujeante. El último de los infiernos también es de altura, se trata del Chorro del Infierno que debe su nombre a que, cada 30 minutos, el agua mana de él a modo de géiser, a elevada temperatura, durante cuatro o cinco minutos.