El medicamento antipalúdico de más éxito, la artemisinina
Última entrega de esta historia sobre la adecuada interpretación de una antigua receta china (parte I y parte II), que condujo al descubrimiento del artemisinina. Con ella se ilustran algunas líneas de trabajo en las que puede contribuir la etnobotánica, dado que como cualquier ciencia se enfrenta al reto de adaptarse a los nuevos contextos.
De las artemisias y las anopheles
Recapitulemos y aportemos ideas para avanzar. La sustancia que ha permitido un giro copernicano en el tratamiento de la malaria o paludismo es la artemisinina. El nombre hace referencia a la hierba de la que se extrae, la Artemisia annua, que pertenece a la familia de las asteráceas o compuestas y al mismo género que el ajenjo (A. absinthium), la hierba amargante que tradicionalmente se ha usado para elaborar la absenta y el vermut (y con esto no quiero decir nada, ¡eh!) y de la cual ya hemos hablado en Espores en diferentes artículos relacionándola con el hada verde y con Hamlet.
El nombre del género es un tipo de homenaje a Artemisa, hermana y esposa de Mausolo, sátrapa de Caria (en el Asia Menor sur-occidental) en el siglo IV a. C. Experta en botánica y medicina. Artemisa sobrevivió la muerte de su esposo y mandó erigir en su honor una de las siete maravillas de la antigüedad, el Mausoleo de Halicarnaso. Fragmentos del grupo escultórico de encima del edificio y del friso del Mausoleo de Halicarnaso se consiguieron recuperar y se encuentran en el Museo Británico, en Londres.
Artemisa II, reina de Halicarnaso, botánica e investigadora (IV aC), pintada por Erasmus Quellinus II (1607-1678) en Hunterian Museum and Art Gallery (Wikimedia).
Pero, hay otra hipótesis etimológica: el nombre del género sería un tipo de homenaje a una diosa, Artemis, la virginal vigilante de las tierras vírgenes. Tierras vírgenes, sí, como muchos de los ambientes que facilitan la proliferación del mosquito Anopheles. Un mosquito la hembra del cual, hematófaga, es la responsable de la transmisión del protozoo Plasmodium causante de la malaria.
Mujeres salvíficas, como Tú Yōuyōu, y mosquitas (sí, en femenino) transmisoras de la enfermedad. Una especie de doble cara de la misma moneda, la de la vida. Una simple curiosidad, claro. Pero la he expresado en esos términos por si la políticamente incorrecta asociación de ideas que he planteado podría ayudar a recordar este artículo. Pero, sobre todo, para contribuir a recordar la epopeya de la científica que quizás ha salvado más vidas en el siglo XX, Tú Yōuyōu.
Retos de futuro
Los parásitos, como los de la malaria o paludismo, también evolucionan. Y ya se han detectado Plasmodium resistentes a la artemisinina. De aquí que sea tan importando la investigación sobre el ciclo vital del parásito y los ambientes que lo favorecen; sobre la estructura y las variantes químicas del principio activo; sobre los mecanismos de actuación y las interacciones con los otros componentes biológicos del vector (los Anopheles), el parásito (los Plasmodium) y el huésped (humanos); etc.
Y en todo esto vuelven a aparecer la botánica y la etnobotànica como posibles ayudas. ¿Hay otras plantas, similares o no a la Artemisia annua, que contengan artemisinina? ¿O plantas que tengan algún componente con un puente endoperóxido, como la artemisinina?; porque, recordémoslo, este enlace químico tan peculiar, al activarse ante iones de hierro (Fe2/3+) desencadena la producción de radicales libres, letales para las células que como las de los Plasmodium, han concentrado el Fe de los hematíes consumidos; un hierro que, metafóricamente hablando, atrae la “bomba imantada” —los radicales libres— que acabará con el agresor.
Ilustración de qinghao, Artemisia annua, en The Illustrated Yunnan Pharmacopoeia, compilado por Lan Mao, de la dinastia Ming. / Faetbot (Wikimedia). A la derecha, ejemplar de Artemisia annua / Kristian Peters (Wikimedia)
Pues bien, la botánica —en el sentido más ancho (de la sistemática a la genética molecular)— puede facilitar el hallazgo de esas plantas y de mejores productos para continuar la lucha contra la malaria. Y también la etnobotánica puede tener su papel; por ejemplo si es capaz de “traducir” los conocimientos antiguos al lenguaje de la ciencia más actual y facilitar el hallazgo de plantas con efectos parecidos a los que buscamos. Unos conocimientos que, transmitidos oralmente o ritualmente son los resultados, no lo olvidemos, de experimentos ancestrales muchos de los cuales ahora no se podrían hacer pero el resultado de los cuales sería poco inteligente no recoger, analizar y valorar adecuadamente.
De hecho, un reto así se formuló en una de las comunicaciones presentadas en las VIII Jornades d’Etnobotànica en llengua catalana (Ciutadella, Menorca, 2016): ¿Cómo puede una ciencia tan moderna como la genética estar interesada en lo que decía mi abuela sobre la gayuba? Una pregunta formulada y desarrollada por una estudiante de 1º de Bachillerato, Laia Peralba Parada, hija y alumna de etnobotánicos. (Ver vídeo). Sí, la etnobotánica: todo un futuro por delante.