JABONOSAS, LAS PLANTAS QUE NOS LIMPIAN
¿Qué plantas se han usado tradicionalmente para lavar? ¿Cuáles son sus propiedades a la hora de elaborar jabones y champús? Nos introducimos en la cosmética más ecológica centrando especial atención en las jabonosas, las plantas que desde hace cientos de años nos ayudan en nuestra limpieza diaria.
Muchos de nosotros podemos pensar que el jabón es relativamente reciente, seguramente porque lo relacionamos con la química, con el desarrollo científico o con la producción industrial. Sin embargo, las fuentes historiográficas desvelan que las civilizaciones antiguas eran extremadamente cuidadosas con la higiene personal y con la pulcritud del cuerpo, una costumbre que se perdió durante la Edad Media. Así pues, muestran en clave de frescos, textos manuscritos o representaciones artísticas cómo sumerios, fenicios, egipcios, romanos, celtas y árabes centraron una parte importante de sus esfuerzos en conseguir productos para el aseo personal. Evidentemente, y como en tantas otras ocasiones, la naturaleza era el lugar idóneo para obtener los elementos necesarios para fabricar esos jabones y prácticamente toda la responsabilidad del proceso de fabricación recaía en las plantas, cuyas propiedades eran el origen de la efectividad, la textura y el aroma del jabón.
La historia del jabón comienza hace miles de años, posiblemente hace unos 3000, y en el proceso de fabricación intervenían resinas y aceites vegetales, cenizas y minerales. Por ejemplo, en Mesopotamia se encontraron tablas que explicaban cómo hacer jabón hirviendo aceite, potasio, resinas y sal. Los fenicios fabricaban su jabón con aceite de oliva, igual que romanos y árabes, y carbonato de sodio obtenido a partir de las cenizas de plantas halófilas procedentes de las salinas como las salicornias o la salsola ( Salsola soda L.). Por otra parte, los egipcios se frotaban el cuerpo con una mezcla de natrón (obtenido de los lagos salados), tierra de batán (arcilla que absorbe materias grasas) y altramuces machacados, mientras que los celtas y germanos se centraron en la fabricación de un jabón más fuerte a base de grasa bovina y ceniza de abedul.
Uno de los casos más conocidos es el de Alepo, ciudad dominada antaño por los fenicios y en actualidad territorio sirio, cuyos jabones incluyen sosa cáustica, aceite de oliva y aceite de laurel, una receta tradicional que sigue realizándose hoy en día y que ha dado a Alepo fama mundial. Algo parecido ocurre con Marsella, cuyos ungüentos son más que conocidos. ¿El secreto? Además de usar aceite de oliva, agua del Mediterráneo y sosa cáustica proveniente de cenizas del laurel, los franceses añadían a la mezcla hierbas aromáticas y olorosas como la lavanda o el aloe que modificaban el olor y el color y que permitían elaborar jabones más sofisticados.
En el caso de España, Al Andalus se convirtió en el lugar perfecto para que los árabes pusieran en marcha las primeras almonas (fábricas de jabón) del mundo, ya que en el valle del Guadalquivir se encontraba materia prima de calidad para ello, muchos olivares e importantes marismas. Algunos años más tarde este jabón originario de Andalucía se conocerá como Jabón de Castilla, destacando por su especial suavidad y cuyo uso se extenderá por toda Europa. Ya en el siglo XVIII el químico francés Nicolas Leblanc descubrirá un proceso para obtener carbonato de sodio a partir de la sal del mar, abaratando y simplificando la producción de sosa y permitiendo producir jabón de forma ilimitada. A partir de entonces la historia del jabón tomará un nuevo rumbo y las pastillas comenzarán a comercializarse convirtiéndose en un elemento necesario de uso cotidiano.
Saponaria, la reina de la limpieza
En limpieza, si tenemos que destacar una planta es la saponaria. Saponin significa en latín jabón, así que todas las plantas que encontremos con este nombre tienen propiedades que podemos relacionar con la limpieza. Existen muchas variedades de esta planta, en España encontramos una de las especies más importantes de las saponarias, la llamada jabonera o jabón de la gitana (Saponaria officinalis) cuyo comercio se extendió por Europa a lo largo del siglo XVIII. En el continente americano encontramos también la Quijalla saponaria, que se emplea para fabricar la espuma de los extintores.
Pero, ¿qué es lo que hace a la saponaria una planta especial? Durante la fotosíntesis obtiene unas moléculas hechas con una cadena de azúcares y otros compuestos como esteroides que se llaman saponinas. Dichas moléculas tienen un amplio rango de actividades biológicas, entre ellas la acción antiviral, anticancerígena, antitrombótica, diurética y antiinflamatoria. Pero sobre todo tienen una alta capacidad de formación de espuma en soluciones acuosas. Todas estas propiedades confieren a las variantes de saponaria sean reconocidas como plantas higiénicas, prácticamente medicinales, y por lo tanto idóneas para la fabricación de champús, jabones, dentífricos y geles de baño.
En términos botánicos, la saponaria es una planta herbácea perenne de unos 60 centímetros de altura con tallos erectos, rizomas (tallos subterráneos), hojas lanceoladas y flores rosadas, violetas o blancas. Se conocen algo más de una docena de especies originarias del sur de Europa y el sudeste asiático aunque es una planta muy fácil de cultivar, por eso podemos encontrarla prácticamente en todo el mundo. No exige demasiada atención y crece de forma silvestre en zonas húmedas y caminos cercanos a los bosques. Únicamente necesita algo de agua y un suelo fresco, profundo y arenoso.
Respecto a su uso, es de lo más variado. La forma más sencilla para extraer los efectos depurativos es machacar las flores y rizomas y agitarlos en agua, lo cual generará una importante cantidad de espuma que por si sola ya es un buen limpiador. Para otras acciones más complejas como por ejemplo lavar la ropa se recomienda hervir durante diez minutos un litro de agua al que añadimos entre 40 y 100 gramos de rizomas y flores, y si lo que queremos es utilizarlo como champú podemos darle un toque especial añadiendo a la mezcla la misma cantidad de saponaria que de tomillo o cola de caballo, dos plantas que fortalecen el pelo.
Otras plantas cosméticas
La saponaria es una de las plantas claves para elaborar productos de higiene personal por su alta capacidad para crear espuma y limpiar, pero no la única. Existen otras muchas princesas en el reino de las plantas que dan a los jabones y champús propiedades específicas como reconstituir la piel, reafirmarla e hidratarla o hacer nuestro cabello más fuerte.
Avena
Estas plantas sustituyen a algunos componentes químicos dañinos para la piel o para el pelo. ¿Saludables? Por supuesto, tanto para nosotros como para el medio ambiente, porque no debemos olvidar que la cosmética natural y ecológica es fuente de belleza y salud y nos ayuda a respetar nuestro entorno.
Una de las plantas con mayor fama en el mundo de la jabonería es la avena, con capacidad para limpiar y suavizar la piel de todo el cuerpo. Tiene un alto contenido en proteínas y vitaminas, además de presentar propiedades nutritivas e hidratante, lo que hace que sea una planta recurrente en la elaboración de champús y mascarillas caseras. Algo similar ocurre con la caléndula, de gran acción suavizante y descongestiva, indicada especialmente para dermatitis y pieles sensibles.
En un rango similar se encuentran el tomillo y la manzanilla. El primero es muy eficaz contra el acné y se usa por sus propiedades secantes ante infecciones y supuraciones. Por su parte, la manzanilla es rica en aceites esenciales y flavonoides, por lo que está indicada para pieles sensibles y para evitar irritaciones. Otros jabones realizados con extracto de borraja o de Ginkgo biloba se utilizan como fórmula antienvejecimiento. La primera combate la sequedad de la piel y la pérdida de elasticidad producida por los años, previene las arrugas y fortalece las células cutáneas, y los bioflavonoides del segundo bloquean la génesis de superóxido, uno de los principales radicales libres derivados del oxígeno, por lo que se le considera una planta antienvejecimiento.
Por último, si hablamos de cuidado capilar las ortigas se consideran reconstituyentes del cabello, además de ser plantas anticalvicie. La miel suaviza el pelo y los champús de romero ayudan a eliminar sus agentes patógenos y microorganismos. Incluso la menta se utiliza para neutralizar el efecto de la grasa en el pelo y el cuero cabelludo, mientras que la salvia le da vigor y brillo.