Naturaleza esculpida: las siete maravillas geológicas
A veces la naturaleza nos sorprende con esculturas y formaciones que bien podrían haber salido del lienzo de un escultor. Con ellas recorremos el mundo para corroborar la grandeza y sabiduría, y también las casualidades, con las cuales nos podemos encontrar formando parte del paisaje mismo.
En el Mundo Antiguo se denominaron como “Las Siete Maravillas” a aquellas obras que se consideraban dignas de ser visitadas, aplaudidas e incluso veneradas por el hombre por ser producto de su ingenio y de su inquietud creativa. Muchas de estas maravillas han pasado a formar parte de la iconografía popular, y puesto que la mayoría fueron destruidas (sólo la gran pirámide de Giza permanece en pie) hoy en día sólo tenemos constancia de su existencia gracias a los documentos y textos en los que aparecen reflejadas o descritas. Aún así, nadie duda de la grandeza y de la importancia que tuvieron estas obras que han protagonizado cientos de leyendas y mitos.
Y siguiendo con el afán del ser humano por definir y catalogar, y dado que el tiempo había dejado las primeras “Siete Maravillas” como antiguas, el cineasta Bernard Weber, tomando el papel del poeta griego Antípatro de Sidón, quién enumeró el icónico primer listado, decidió en 2007 proponer una nueva búsqueda de siete construcciones reflejo del ingenio humano. En este caso, las obras debían haber sido creadas hasta el año 2000 y permanecer el pie. La propuesta fue un gran éxito y se realizó por votación popular.
Pero de lo que queremos hablar ahora es de grandes obras de la naturaleza, de formaciones geológicas jamás soñadas por el ser humano y que, más bien al contrario, han servido como inspiración a arquitectos, diseñadores y constructores. Ni el mismísimo Miguel Ángel hubiera proyectado construcciones de semejante calibre: un gran bosque con árboles de piedra, un gran géiser en medio de un desierto, un abismo oceánico en el que se esconden seres abisales o un volcán de hielo. Os presentamos las siete maravillas geológicas del planeta.
Los Siete Gigantes de los Urales
La Cordillera de los Urales, además de dividir dos continentes, también divide dos mundos. Oriente y occidente caen a cada una de sus vertientes y sirven a la vez como punto de fusión entre ambos universos. También esta tierra se ha enriquecido de leyendas de una y otra parte. Una de ellas es la de un héroe, Ural, quien habitó estas tierras y las bautizó con su propio nombre. Pero sin duda, la más misteriosa y llamativa de ellas es la de los gigantes que aún a día de hoy pueblan estas insólitas montañas.
Se trata de siete gigantescas rocas, algunas de ellas con una base muy estrecha, con un cuerpo que se va ensanchando y una cabeza que es cuatro veces superior a sus pies. Tienen alturas de entre 30 y 42 metros y son muchos los que piensan al verlas que desafían las leyes de la física. Y ahí está su misterio. Según las leyendas locales, cuando hombres y gigantes convivían allí, el líder de los segundos pidió a la máxima autoridad de los primeros que le entregase a su hija en matrimonio. Ante la negativa, se vaticinaba un periodo de guerras de consecuencias impredecibles, y por eso un chamán decidió convertir a todo el clan del gigante en piedra. Visto aquel poder sobrenatural, el resto de gigantes abandonaron los Urales, dejando allí constancia de su existencia con sus congéneres convertidos en grandes piedras que parecen surgir de la nada.
En realidad, la explicación de la existencia de estos gigantes no es otra que el paso del tiempo. Los Urales son una de las cordilleras más antiguas de la Tierra. Se estima que este fenómeno se originó hace unos 300.000 años, cuando en este lugar se erigía una montaña. La erosión durante miles de años, provocada por la lluvia, viento, y demás fenómenos meteorológicos han ido desgastando la superficie hasta dejar los siete pilares que se conservan actualmente.
Árboles de piedra en Madagascar
Existen multitud de zonas en el planeta formadas por rocas y picos verticales que parecen árboles. Normalmente a estas formaciones se les llama bosques de piedra. Como decimos, hay muchos en el mundo, especialmente en Asía. Pero ninguno tan importante como el Bosque de Piedras de Madagascar. La población local bautizó a este espacio de más de 750 kilómetros cuadrados como “Tsingy”, una expresión que significa algo así como “dónde no se puede caminar descalzo”.
La visión es de un gran campo poblado con piedras puntiagudas que parecen agujas, unas agujas de piedra caliza que no son inmóviles. Crecen anualmente unos 1.800 milímetros, siendo cada vez sean más afiladas ya que las elevadas lluvias de la zona hacen la parte exterior más blanda, así va desapareciendo dejando a la luz un material más resistente al agua. Las peculiaridades de la zona y su extensión hacen que este conjunto geológico, situado en el Parque Nacional de Bemaraha en la provincia de Mahajanga (Madagascar) sea único en el mundo. De hecho, desde 1990 este Bosque de Piedra es Patrimonio de la Humanidad.
El abismo de Challenger
A priori, nadie en su sano juicio querría adentrarse en las profundidades de un abismo como este. De hecho, solamente dos hombres han osado hacer pie en su fondo marino: Jacques Picard y Don Walsh. Ellos son los dos únicos seres humanos que han conseguido descender a tanta profundidad en toda la historia (más de 11 kilómetros). Por supuesto, gracias a su aventura puesta en marcha en los años 60, pueden decir qué se esconde en esta gran mancha de fondo infinito. El resto, tendremos que conformarnos con conjeturas, krákenes y monstruos ominosos como scyllas pueden vivir allí escondidos, totalmente desapercibidos ante el ojo humano.
Dentro del abismo Challenger la presión alcanza los 110.000 kPa. Se trata de la fosa oceánica y el lugar más profundo de la corteza terrestre que se conoce. El abismo se encuentra en el fondo del pacífico noroccidental, al sureste de las Islas Marianas y fue descubierto en 1870, cuando un navío intentó medir la profundidad mediante el sondeo con lastre atado a una cuerda. Sólo pudieron sondear una profundidad de 8 kilómetros. Después, dedujeron, sombras.
El Monte Erebus, ni frío ni calor
Y no es precisamente porque nos deje indiferente, sino por todo lo contrario. El Monte Erebus es un volcán recubierto de hielo, por eso llama tanto la atención y por eso es una maravilla geológica, porque la lava roja que fluye a cientos de grados en su interior contrarresta con el blanco de las paredes exteriores, bajo cero. El Monte Erebus está considerado como una mítica puerta al infierno situada en pleno corazón austral, en la Antártida, y dicen que sus vistas desde el espacio son magníficas. Ayudará a esto también las fumarolas heladas que se desprenden de su interior y las extrañas formaciones de hielo a su alrededor, fruto del contacto del ardiente hielo con el gélido aire.
Erebus es el volcán más austral de la Tierra y mide casi 3.800 metros. Fue descubierto en 1841 por el explorador Sir James Clark Ross, quien le puso este nombre en honor de una de sus naves, que a su vez tomaba su nombre del dios Erebo, personificación de la oscuridad y las sombras. Su lago de lava, en el interior, es uno de los cinco que todavía se conservan en el mundo, y además produce bombas de lava que al cristalizar forman los conocidos cristales de Erebus. También son espectaculares sus pareces, que se derriten y vuelven a formar por la lava y por el hielo creando esculturas sorprendentes y siempre cambiantes.
Jostedalsbreen, el glaciar que se derrite
Será el cambio climático o el deshielo de los polos pero el Jostedalsbreen, el mayor glaciar que existe en la Europa Continental, parece morir lentamente. Como todas las maravillas del mundo natural, las inclemencias del tiempo pueden romper o modificar lo que la naturaleza creó hace tiempo. Pero ni el deshielo ni el paso de los años restan belleza a esta lustrosa gama de colores azules, verdes y rojos. Se trata de un glaciar de 478 kilómetros cuadrados relativamente joven, con una edad que ronda los 12.000 años.
Dicen que este glaciar es el gran gigante blanco de Noruega y que precisamente es el último vestigio de una época blanca en la que todo el país estaba cubierto de hielo. A lo largo de estos años, se ha ido moviendo en distintas direcciones, ya que como sabemos los glaciares crecen y se reducen, además de cambiar de dirección, de forma y de color. Aunque tenga varios centenares de metros de espesor, el hielo está en movimiento constante y los brazos del glaciar pueden crecer en un periodo de pocos años. La masa de hielo puede presentar peligros inesperados por causa de las grietas profundas (normalmente cubiertas de nieve), las avalanchas o la fractura de grandes bloques de hielo (desprendimientos). Un problema si tenemos en cuenta que más de 300.000 personas se acercan cada año a este glaciar para contemplarlo en todo su esplendor, aunque el riesgo merece la pena, caminar por su hielo azul no tiene precio.
Fly Géiser
Al igual que ocurre con el Monte Erebus, el Fly Géiser parece estar fuera de lugar y de contexto. ¿Quién puede imaginar un géiser en medio del Desierto de Nevada? Sin embargo, es así. Su descubrimiento fue casual, en 1964 se estaban haciendo prospecciones en la zona de Fly Farm en busca de una fuente natural de energía geotérmica. En la zona, el subsuelo no emitía suficiente calor para aprovecharlo como fuente de energía, pero sí para calentar el agua de un depósito subterráneo a casi 94ºC. Por accidente, el depósito a presión fue perforado y el líquido empezó a salir por el agujero que habían hecho los operarios que, en vez de volver a taparlo, lo dejaron como estaba.
Lo más curioso del Géiser son sus colores, llamativos y vivos, y el hecho de que esté en medio del desierto como un gran grifo abierto. Su líquido ha ido cayendo alrededor de la boca del agujero, acumulándose y creando colonias de algas y otras plantas y hongos, que le dan vistosidad y cierto aire extraterrestre. A pesar de no ser una maravilla estrictamente natural, es muy visible y llama la atención de la gente por sus dimensiones, mide metro y medio pero se sitúa sobre un montículo de 3,7 metros. En total más de 5 metros de lluvia en el desierto de Nevada.
El ojo del Sáhara, el que todo lo ve
Posiblemente, se trata de uno de los fenómenos geológicos más fotográficos desde la estratosfera. Su forma es ligeramente elíptica, con un diámetro de 40 kilómetros cuadrados que bien podrían ser producto del impacto de un meteorito, una teoría que se barajó durante mucho tiempo. Sin embargo, estudios posteriores descubrieron que este gran ojo ciclópeo de la Tierra era fruto de la erosión. Fue descubierto en 1965 desde el espacio y llamó la atención por su forma pero también por ser una extensión del vasto y continuo desierto.
En la actualidad todavía no se sabe cómo se formó el gran ojo. La teoría más aceptada es que se trató de una erupción frustrada, en la que el terreno no pudo soportar el peso de las rocas y la tierra se hundió. Tras muchos años de erosión, la estructura acabó adoptando esa forma tan misteriosa, que nos recuerda al ojo mitológico y a Dios, y que confiere un toque esotérico al fenómeno. Actualmente, es un punto de referencia para todas las misiones espaciales.