¡Invéntate el final!
Por iniciativa de la nueva bloguera Ángela Garnes, os invitamos a inventar un final para este fragmento del cuento de Dylan Thomas titulado La Navidad para un Niño de Gales.
No es la primera vez que Espores nos anima a leer en vacaciones. Los cuentos de Navidad estan repletos de magia a la que renunciamos el resto del año por el hecho de ser adultos. Hoy te contamos un fragmento de un cuento, el final lo tendrás que inventar tú y mandárnoslo a espores@uv.es. No dudes en contarlo a tu familia frente al fuego, ellos te ayudarán a perfilarlo.
Dylan Thomas
Dylan Thomas ya sabía que la Navidad es tiempo para leer y por eso os recomiendo esta lectura tan entrañable, cargada de sensibilidad y de detalles que sólo un buen escritor con una magnífica traducción puede conseguir. Leer a los niños en voz alta, cantar villancicos, sentir la musicalidad de los poemas, escribir historias, chistes, dramatizaciones… e invitar a los niños y a los adultos a ilustrarlos. Todo esto es literatura y vale la pena exponer a los niños a este mundo para que asimilen su cultura, desarrollen su propio universo y encuentren respuestas, inventadas o no, para comprender la locura en la que vivimos.
Muchos escritores han confesado que inventaban todo un mundo de fantasía que difícilmente se separaba de la realidad a consecuencia de la exposición incesante a la literatura. Y es que, ¿quién no lo ha hecho? Quien no ha visto las huellas de los renos que empujan el trineo del Papa Noel en las nubes? ¿Quién no ha asegurado que el paje real le ha garantizado que la carta llegará a Oriente? ¿Quién no ha escuchado como los camellos de los reyes se bebían el agua que les habíamos dejado?
Gabriel García Marquez. Imagen de www.huffingtonpost.es
Necesitamos inventar para encontrar respuestas, para entretenernos y en definitiva, para vivir el pasado y el futuro porque la niñez se el periodo más largo de nuestra vida. Es bien sabido que el novelista Gabriel García Márquez se inspiró en el universo de supersticiones e historias que su abuela creaba en casa cuando, de niños, las historias más increíbles se perfilaban como las únicas y las verdaderas. Además, recordamos que grandes obras como El Hobbit, de JRR Tolkien, surgieron a partir de las historias que el escritor inventaba cada Navidad para sus hijos haciendo frente al incesante ¿qué pasará después? de los niños.
Por supuesto, no podemos olvidarnos de Ana María Matute, una de las novelistas más inolvidables de la literatura del siglo XX, delicada, fantástica y mágica, que resaltó en su discurso de acceptación del premio Cervantes 2010, Quien no inventa no vive y nos recordó una infancia llena de invenciones en las que hay que creer porque las hemos inventado y es que la literatura se perfila, desde pequeños, como el guión de una vida. Aquí va el cuento de Dylan.
Durante aquellos años las Navidades se parecían tanto que ahora son pasado en aquel rincón del pueblo de la costa donde los ruidos ya se han desvanecido para siempre, salvo el rumor de voces distante que, de vez en cuando, todavía escucho durante unos segundos antes de dormirme. Nunca puedo recordar si es que nevó seis días y seis noches seguidas cuando yo tenía doce años o si nevó durante doce días y doce noches cuando yo tenía seis.
Todas las navidades ruedan hacia las dos lenguas de mar, como una luna fría e impetuosa, que corre por el cielo, que era nuestra calle y se detienen al borde del abismo de hielo donde se hielan los peces y entonces adentro las manos en la nieve y saco la primera cosa que encuentro: mi mano topa con aquella bola blanca de lana con lengua de campana dormida muy cerca del mar que canta canciones navideñas y de ella saco la señora Prothero y a los bomberos.
Era el anochecer de la vigilia de Navidad y yo me encontraba en el jardín de la señora Prothero, con su hijo Jim, al acecho de los gatos. Siempre nevaba, en Navidad. Diciembre, en mis recuerdos, es blanco como Laponia, aunque no había renos. Pero había gatos. Cargados de paciencia y de frío, impertubable, con las manos envueltas en calcetines, esperábamos para lanzar bolas de nieve a los gatos. Ágiles y esbeltos como jaguares y con unos bigotes aterradores, los gatos escupían y resoplaban y se deslizan y se arrastraban por encima de las manchas blancas del fondo del jardín. Los cazadores de ojos de lince, en Jim y yo, con gorras de piel y mocasines de la bahía de Hudson, lanzábamos nuestras mortíferas bolas de nieve directamente al verde de sus ojos.
Los gatos más listos no aparecían nunca. Estábamos tan quietos como los cazadores profesionales del Ártico con pies de esquimal en el silencio amortiguador de las nieves perpetuas (desde el miércoles) que no escuchamos el primer grito de la señora Prothero desde su iglú al final del jardín. O, si lo escuchamos, fue como el desafío lejano de nuestro enemigo y presa, el gato polar de los vecinos. Pero la voz no tardó en hacerse más potente.
-¡Fuego!- gritaba la señora Prothero mientras golpeaba el gong de anunciar la comida.
Y corrimos jardín abajo, con un muñado de bolas de nieve, en dirección a la casa, y, en efecto, del comedor salía una gran humareda, y el gong no paraba de ensordecernos, mientras la señora Prothero anunciaba el fin del mundo como uno de los pregoneros de Pompeia. Aquello era mejor que todos los gatos de Gales sentados en fila encima de una pared. Entramos a la casa deprisa y corriendo, cargados con las bolas de nieve, y nos detuvimos ante la puerta abierta del comedor, que estaba inundado de humo.
Algo se quemaba; quizás era el señor Prothero, que después de comer siempre pesaba higos con el diario sobre la cara. Pero el señor Prothero estaba en medio de la sala y repetía: ¡Ahora sí que tendremos unas felices Navidades!, mientras aporreaba el humo con una zapatilla.
-Avisad a los bomberos- exclamó la señora Prothero sin cesar de golpear el gong.
-Hoy no estarán- dijo el señor Prothero; es Navidad.
No se veían llamas en ninguna parte, sólo nubes de humo y el señor Prothero, que estaba en medio del humo, blandiendo la zapatilla como un director de orquesta.
-Haced algo- dijo.
Y nosotros lanzamos todas las bolas de nieve hacia el humo -creo que sin tocar al señor Prothero – y salimos corriendo de la casa hacia la cabina de teléfonos.
-También deberíamos llamar a la policía – Y a la ambulancia y a Ernie Jenkins. Le gustan mucho los incendios -dijo Jim.
Pero sólo telefoneamos a los bomberos que no se hicieron esperar. Tres hombres con casco hicieron llegar la manguera hasta el interior de la casa del señor Prothero quien consiguió salir momentos antes de que la pusieran en marcha. Habría sido imposible tener una víspera de Navidad con más bullicio. Y cuando los bomberos cerraron la manguera y todavía estaban en el comedor lleno de humo y agua, la tía de Jim, la señorita Prothero, bajó las escaleras y se les quedó mirando. Jim y yo esperamos muy callados para escuchar qué les decía porque siempre decía lo más oportuno. Contempló a los tres bomberos con sus cascos relucientes entre todo aquel humo , cenizas y bolas de nieve a medio fundir, y dijo:
– ¿Os gustaría algo para leer?
Y no os contamos más. ¡Esperamos vuestros finales! ¡Feliz Navidad!