De San Antonio al Cielo, ergotismo y psicodelia
Hace poco hemos celebrado a San Antonio Abad, un santo con numerosos iconos que lo representan y rituales asociados. ¿Pero qué pasa si los relacionamos con la climatología, la bioquímica, la fisiología y también la botánica? ¿Y si conseguimos enlazar el fuego de San Antonio con un hongo que parasita el centeno? ¿Y qué tiene que ver todo esto con los Beatles? No paréis de leer para descubrirlo.
Una gran parte de aquello que denominamos santos son, probablemente, quimeras. Seres fabulosos formados por la yuxtaposición de otros más o menos reales y con un combinado de atributos que serían difíciles de encontrar juntos y a la vez. En ocasiones puede haber, en el origen, un personaje histórico. Pero con el decurso del tiempo y el tránsito de la devoción hacia otros lugares se hibridan los actos de aquel con los de mitos locales, se le atribuyen milagros o portentos, virtudes logradas o vicios vencidos, o determinados gremios se ponen bajo su advocación y le otorgan símbolos identificadores.
De lo contrario, con la persecución de las antiguas religiones con el advenimiento de la cristiana (o de cualquier de las monoteístas), muchas divinidades paganas encontraron cobijo –bajo el nombre de “santos”- en las variantes más iconodulas del cristianismo, fundamentalmente el catolicismo. Todo esto difumina los límites entre realidad y ficción, y dificulta el establecimiento de relaciones causales entre las festividades y los patrones a los que dicen homenajear.
Hace unos días fue San Antonio Abad. ¿Pero qué hay de sus iconos, las “tentaciones” que supuestamente sufrió, y los rituales con que se suele celebrar su festividad, si las relacionamos con determinados hechos históricos, y también con consideraciones de carácter climático, botánico, fisiológico o bioquímico? Es cierto que el análisis de iconos, leyendas y rituales puede iluminar no sólo la sociología de la religión, sino iluminarse con focos basados en la historia social, económica y climática, en la sanidad, la medicina, la botánica, la micología, la bioquímica, la semiótica de las obras de arte y de los iconos y la antropología.
Así que para abordar la cuestión hay que liberarse de prejuicios y enfocarla con metodologías científicas. Habrá que hacer preguntas, emitir hipótesis, y tratar de contrastarlas con datos e interpretaciones recogidas o generadas con enfoques epistemológicos diferentes. Una metodología, en definitiva, que se asemeja más a las ciencias evolutivas que a las fisicoquímicas. De hecho, el resultado final de las calidades atribuidas a un santo se asemeja mucho a un proceso evolutivo: mutaciones, recombinación con otros genomas culturales, selección según el ambiente…
Fuegos rituales
En el País Valenciano asociamos tradicionalmente el fuego festivo en unas pocas fiestas, Fallas y Hogueras principalmente. Pero la realidad es que el fuego festivo abunda mucho más de lo que creemos, y en mucho casos estos fuegos van asociados a efemérides astronómicas. Es el caso de los solsticios (Hogueras de San Juan, aixames por Navidad), del equinoccio primaveral (Fallas de San José), o de la primera luna primaveral (cirio pascual). En otros casos, los fuegos tienen que ver con un tipo de calendario oculto que marca hitos cronológicos cuarenta días antes o después de alguna de las anteriores efemérides: Todos los Santos y Difuntos (cuarenta días después del equinoccio otoñal), Candelaria (cuarenta días después de Navidad / solsticio de invierno), inicio de la Cuaresma (con la imposición de la ceniza).
Pero hay una festividad relacionada con el fuego que tiene un carácter muy diferente de los anteriores. Se trata de un fuego que se enciende la víspera del 17 de enero, festividad de San Antonio Abad (“el Grande”, “del porquet”, “del asno”…). Esta “liturgia” del fuego, a menudo acompañada de danzas de demonios, se celebra en algunos pueblos de nuestra tierra valenciana y en Cataluña, Mallorca, y en muchos lugares de Italia, en general en pueblos que en el pasado estuvieron vinculados a una agricultura de subsistencia ligada a factores climáticos o edáficos de cierta dureza. Es probablemente, una hoguera asociada al santo, más que a la fecha. Por eso nos fijaremos más en el propio santo, el fuego y la enfermedad que curaban sus seguidores, que en la fecha en que se celebra la fiesta.
Y es que si miramos cómo se representa este santo, veremos que podemos identificar a San Antonio a través de la iconografía y de los muchos atributos que suelen ornarlo. Como un hábito, negro o de color moreno terroso, dado que se trata del anacoreta por antonomasia. También con la letra Tau, grabada en color azul sobre el hábito, o por un bastón que responde a alguna de las siguientes morfologías: en forma de T, acabado en una voluta espiral (signo de dignidad), o en una curva que se asemeja a una hoz o a una guadaña-o episcopal-abacial (como las de segar cereales). Además también le podemos encontrar una campanilla (colgando del bastón, en la mano, o próxima al santo), verlo acompañado de un cerdito, y en ocasiones también de otros animales, además de traer una llama o con una hoguera relativamente próxima, y-con la palma hacia arriba-en la mano. Por último en ocasiones puede estar sometido a “visitas” o “tentaciones” más o menos surrealistas.
Así, el fuego de San Antonio tiene su “sentido” si se interpreta como un ritual, un exorcismo, para contribuir a la erradicación de una enfermedad antigua de carácter epidémico y de la cual hablaremos después, el ergotismo. En la actualidad se venera a San Antonio, sobre todo, como protector de los animales. Y en la fiesta que se le dedica se suelen llevar a la iglesia los animales domésticos, las mascotas, algunos animales de granja. En muchos lugares se hace una procesión con el reparto de “rotllets de Sant Antoni” o pan bendito, de color blanco (de trigo, y no de centeno). Y, como ya hemos dicho, en ocasiones la fiesta tiene su punto álgido en la ignición de una pila de leña y ramas. Y, metafóricamente hablando, esa llama nos ilumina, nos orienta para ir en busca del significado de las hogueras y del santo en honor del cual se hacen.
San Antonio Abad y el Fuego Sagrado
A pesar de ser un egipcio que presuntamente vivió entre los siglos III i IV, Antonio no fue venerado hasta el siglo V en la iglesia cristiana oriental, mientras que en occidente tardó seis siglos más. En la Edad Media, los seguidores de la regla monástica atribuida a San Antonio (o un noble francés el hijo del cual había sido curado por ellos) fundaron la Hermandad Hospitalaria de San Antonio Abad y se especializaron en la curación de una extraña enfermedad que sacudía toda Europa, el mal ardiente, fuego sagrado o ignis sacer, el “fuego de San Antonio”.
Se trataba de una intoxicación masiva, de carácter epidémico, que aparecía en épocas en que un invierno frío era seguido de un verano húmedo y en los grupos que comían pan de centeno (Secale cereale). En estas condiciones climáticas el centeno es parasitado por el hongo Claviceps purpurea, el cual, al desarrollarse sobre las espigas, genera protuberancias en forma de cuerno pequeño, el cornezuelo. Cómo también se asemeja a un espolón de pollo, ergot en francés y en inglés, a la enfermedad se la denomina ergotismo.
Las personas que comían pan de centeno contaminado por el hongo sufrían una serie de síntomas peculiares. En primer lugar tenían alucinaciones y comportamientos anómalos. Después vasoconstricciones en las extremidades, tan graves que los afectados sentían como si se quemaron por dentro; como consecuencia de la carencia de riego sanguíneo, las partes afectadas se gangrenaban y se ennegrecían, como si estuvieran carbonizadas. Y si la enfermedad proseguía, los enfermos morían.
Los monjes antonianos aprendieron a tratar esta enfermedad con unos métodos innovadores: amputaban los miembros gangrenados, bañaban los muñones en vino (un buen desinfectante), les aplicaban ungüentos de grasa de cerdo, alimentaban a los enfermos con pan blanco, de trigo, en sustitución del pan negro, de centeno.
El poder taumatúrgico, curador de los antonianos fue tan grande que se extendieron por toda Europa mediante fundaciones de conventos y de hospitales. Estos disfrutaban a menudo de derechos como el de criar cerdos en libertad, identificados por una campanilla colgada en el cuello, que la gente alimentaba y cuidaba.
En la corona catalano-aragonesa, el primer hospital se fundó en Cervera (1215) y, progresando la fundación de hospitales hacia el sur, llegó el turno a Valencia antes de 1340 y más tarde en Alicante en Orihuela. En estos hospitales y en las iglesias adjuntas, era frecuente encontrar en las paredes, como exvotos de los enfermos curados, el miembro amputado o una talla representativa.
Bioquímica, fisiología y antropología
A pesar de que la relación causal entre el cornezuelo Claviceps purpurea y el ergotismo se estableció de forma impecablemente científica en el siglo XX, nueve siglos antes algunos médicos ya habían avanzado “hipótesis” muy acertadas: el 1096 Sigebert de Gremblour intuyó cierta correlación entre la harina alterada y el “fuego sagrado”, hipótesis que en siglos posteriores volvió a ser emitida por médicos diversos y en lugares distintos y distantes.
El cornezuelo produce una treintena de alcaloides bioquímicamente activos, variantes de un misma estructura química, el ácido lisérgico. De estos alcaloides, el vasoconstrictor ergotamina ha sido identificado como el responsable del ergotismo, mientras que la ergometrina produce contracciones uterinas parecidas a las de la oxitocina y evita hemorragias post partum.
El 1934 el químico suizo Albert Hoffmann estudió algunas de las sustancias naturales de la medicina popular tradicional. Una, que se obtenía al triturar el cornezuelo, era llamada (1787) pulvis ad partum (“pólvoras para el parto”); las matronas usaban estas pólvoras para acelerar el nacimiento y reducir los peligros de hemorragias post partum, cosa que explica el nombre alemán de Mutterkorn (“cereal de madre”); sin embargo, también se sabía que dosis inapropiadas podían provocar la muerte de las parturientas, por lo cual las pólvoras fueron rebautizadas (1824) cómo pulvis ad mortem. La toxicidad era debida a la presencia de otro par de alcaloides sintetizados por el hongo, las micotoxinas ergotamina y ergotoxina, mortales a dosis relativamente bajas.
Ahora bien, en la mezcla de alcaloides del cornezuelo también se encuentran otros menos tóxicos y con propiedades muy diferentes. Se trata de dos alcaloides visionarios o alucinatorios, la ergovina y la amida de ácido lisérgico, más conocida por LSA (acrónimo del alemán Lysergsäure Amid). Pues bien, al hacer una hidrólisis alcalina de la ergotamina Hofmann obtuvo una variante de la LSA, la dietilamida del ácido lisérgico (Lysergsäure Diethylamid, LSD). Inicialmente no le dio mucha importancia; pero en 1943 mientras trabajaba con el preparado lo tocó casualmente con la punta de los dedos (no se había puesto guantes, como hacía falta) y, como anotaría más tarde: “me vi forzado a interrumpir mi trabajo en el laboratorio […] e irme a casa […] percibía un flujo ininterrumpido de dibujos fantásticos, formas extraordinarias con intensos despliegues calidoscópicos…” Durante las décadas 50 y 60 fue utilizado en psicología y psicoanálisis, pero a fines de los 60 fue prohibido con la excusa de que era utilizado por el movimiento hippie como droga psicodélica y alucinógena.
Un tipo de leyenda urbana asoció el LSD a la canción de los Beatles Lucy in Sky with Diamonds, no tan sólo porque el nombre de la sustancia parecía un acrónimo de la canción, sino porque la letra de esta sugería haber sido hecha sobre los efectos de aquella. Curiosamente, mientras la canción estaba de moda, el paleoantropólogo norteamericano Donald Johanson descubrió en Etiopía el esqueleto casi completo de un homínido hembra de unos tres millones de antigüedad y un metro de altura. Clasificado como Australopithecus afarensis, significó un hallazgo extraordinario para aclarar el origen de los humanos. En homenaje a la canción de los Beatles que por las noches escuchaban los miembros de la expedición, le asignaron al homínido el nombre familiarmente simpático de Lucy: un tipo de conexión entre el pasado más antiguo y la, entonces, modernez más reciente, la psicodélica.
Una psicodelia que había sido descrita por Albert Hofmann en su segunda experiencia con la LSD: al ingerir tan sólo 250 microgramos de la sustancia, empezó a no poder hablar y pidió a su ayudante que lo acompañara a casa; fueron en bicicleta, en el que quizás sea el paseo más famoso de los que se han hecho en este vehículo; el campo de visión y la carretera por donde circulaba Hofmann empezaron a ondularse mientras los objetos iban paulatinamente distorsionándose, como si fueran reflejados por espejos cóncavos y convexos; a pesar de que no paraba de pedalar tenía la sensación de estar quieto; al llegar a casa se acostó en el sofá, incapaz de mantenerse en pie; a su alrededor los muebles giraban, se cambiaban y adquirían formas grotescas a la vez que su yo se disolvía y tenía la sensación de estar poseído, en cuerpo y alma, por un tipo de “demonio” que lo llevaba hacia un remolino de sensaciones desconocidas que concibió como el camino a la muerte; despacio fue frenándose el vórtice al tiempo que se desplegaba ante sus ojos todo un conjunto calidoscópico de formas y colores, de ilusiones ópticas fantásticas, progresivamente amortiguadas hasta recuperar la normalidad.
Curiosamente, estas sensaciones parecían tener antecedentes en las representaciones pictóricas que a lo largo de los siglos habían intentado describir las tentaciones de San Antonio. Cosa que se puede comprobar con una visita a las decenas de pinacotecas donde se encuentran cuadros alusivos a las tentaciones del santo.
Así, analizando el imaginario antoniano y estableciendo el significado de los atributos asociados al santo, se puede relacionar algunos de estos con las características de una enfermedad típicamente medieval, el ergotismo, fuego sagrado o fuego de San Antonio, el tratamiento de la cual fue asumido por la orden antoniana. En cualquier caso, se trata de poner de manifiesto que se pueden encontrar conexiones mutuamente enriquecedoras entre diferentes maneras de entender o experimentar el mundo que nos rodea. Así, sería deseable que las manifestaciones culturales (y la ciencia es una) aspiraran a formar redes de interacciones que permitieran transitar de unos campos a otros mediante cordiales relaciones entre la razón y el sentimiento.
Nota: Revisión del artículo aparecido en la revista “Dau al deu”. Agradecimientos: Joan Pérez (Biar), Leandre Iborra y Carles Martín (Alicante), Toni Barceló (Cocentaina) y Josiane Ubaud (Occitania).