Ocio verde

25 Jul 2013

Cataratas de hielo y sangre

¿Qué son y dónde están las cataratas de sangre? ¿Qué pasaría si una catarata se quedara completamente congelada, suspendida en el aire? ¿Y si una catarata se seca? En este artículo recorremos algunas de las cataratas más curiosas del mundo y sus sorprendentes historias.

En el año 1912 el hemisferio norte vivió uno de los inviernos más largos y fríos que se recuerdan. Aquel año los objetivos de los fotógrafos de la agencia Associated Press captaron una imagen insólita hasta aquel momento: las cataratas del Niágara, consideradas como uno de los fenómenos naturales más bellos del mundo, aparecieron totalmente congeladas como si la gran caída de agua se hubiera tomado un descanso, como si el tiempo se hubiera detenido. Desde fuera la visión era la de una gran estatua de hielo de más de cuarenta de metros de altura esculpida sobre una capa de 15 metros de hielo. En el interior el agua seguía fluyendo con normalidad totalmente ajena al frío.

 

A aquella gran escultura se le bautizó como The Ice Bridge (el puente de hielo) y su consistencia era tal que las cataratas, normalmente peinadas por fuertes corrientes de agua, podían atravesarse a pie. De hecho la curiosidad se convirtió en costumbre y fueron muchos los que durante aquel invierno osaron cruzar el puente andando, hasta que, avanzado ya el invierno, tres personas fallecieron cuando el puente se rompió y fueron engullidos por una masa de agua y hielo. La helada de 1912 es una de las primeras documentadas gráficamente, simbólica también por la tragedia, pero no es la única de la que las Cataratas del Niágara han sido testigo directo. En 1934, 1938 y 1949 las cataratas también amanecieron envueltas en hielo. Eso sí, desde 1912 una ley prohíbe de forma explícita cruzarlas andando, sea cual sea su estado físico.

 

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En un extremo completamente opuesto encontraríamos los hechos ocurridos en la noche del 29 de marzo de 1848, cuando los lugareños se sorprendieron al oír callar a las cataratas. Al parecer las grandes ráfagas de viento propias de la recién llegada primavera habían movido grandes bloques de hielo del lago Erie, situado en la zona de los Grandes Lagos, muy cerca de Ontario, y éstos bloques habían taponado el cauce del río Niágara. El agua dejó de fluir durante unas 30 horas y el caudaloso río se convirtió en un mero goteo en poco más de un día. La mole de agua se convirtió entonces en un barranco que atrajo a cientos de curiosos y que dejó al descubierto los tesoros que habitaban sus entrañas, entre ellos pistolas, bayonetas, mosquetes y otros artefactos de la guerra de 1812. La noche del 31 de marzo un estrepitoso ruido llegó desde la parte más alta del río. El hielo se había roto y el gran torrente de agua volvió para asaltar con fuerza las cataratas. La tranquilidad, en forma de rugido hídrico, había vuelto a la zona.

 

CATARATAS_NIAGARA_aerea

 

Da lo mismo que las veamos heladas, que se hayan secado o que estén en su época de máximo esplendor, las Cataratas del Niágara son uno de los parajes naturales más bellos, famosos y visitados del mundo. Están situadas en la frontera de EEUU y Canadá y son resultado de las corrientes continuas producidas en la región de los Grandes Lagos y del desnivel existente entre éstos, de más de 100 metros y que forma continuas gargantas. La cultura popular estadounidense nos las ha mostrado como un símbolo de Norteamérica, aparece como telón de fondo en muchas producciones de cine y en los años 50 se convirtió en el destino de Luna de Miel preferido de los recién casados.

 

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Al contrario que otras cataratas famosas del mundo (como por ejemplo, el Salto del Ángel, en Venezuela) las del Niágara no son famosas por su altura, aunque su caída más alta supera los 49 metros. Lo que las hace únicas es su impresionante caudal, que las convierte en una enorme cortina de agua de fuerza brutal prácticamente infranqueable. Pero es precisamente esta fuerza lo que las pone en peligro, ya que desgasta la cornisa pétrea y las paredes de la cataratas, que hacen que éstas se retraigan hacia arriba, engulléndose a sí mismas. Según los expertos, en los últimos 12.000 años las cataratas han perdido unos 11 kilómetros, lo que indica que este bello paraje está llamado a desaparecer en el futuro. Pero tranquilos, el ritmo de retroceso es lento (unos 30 centímetros al año) y hay garantías de que durante los próximos 25.000 años los turistas del futuro podrán disfrutar de este espectáculo único.

Un viaje desde las alturas
Si las del Niágara destacan por su caudal, el Salto del Ángel está considerado como la catarata más alta del mundo. Esta caída ininterrumpida de agua mide 979 metros y es el principal atractivo del Parque Nacional Canaima, situado al sur de Venezuela. El Santo del Ángel fue declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO en 1994 y fue uno de los candidatos a convertirse en una de las Siete Maravillas del Mundo Moderno.

 

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La cascada más alta del mundo debe su nombre al explorador y aviador estadounidense Jimmy Ángel, quién hizo el descubrimiento oficial de este monumento natural en 1937 mientras hacía una exploración aérea por el Orinoco. En la actualidad es una de las zonas turísticas más importantes de Venezuela a pesar de que el acceso a la gran catarata no es fácil, ya que se encuentra rodeada de selva virgen y solo se puede llegar hasta él en avioneta o andando a través del Parque Nacional en una marcha estimada de entre 12 y 14 horas. La visita aérea tampoco es sencilla, el Salto del Ángel está rodeado de mesetas abruptas y plantas que terminan en inmensas paredes verticales y que reciben el nombre de tepui.

 

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Pero el Salto del Ángel no ha permanecido ajeno a las inclemencias climatológicas venezolanas. La grave sequía provocada por El Niño también ha afectado a la catarata, que se convirtió en un hilo de agua prácticamente imperceptible entre diciembre y marzo de 2005. Sin embargo, no ha llegado a desaparecer por completo nunca.

 

Y seguimos en el conntinente americano para encontrar otra de las cataratas más fascinantes del mundo, un gran complejo hídrico formado por más de 250 saltos a medio caballo entre Brasil (alrededor de un 20%) y Argentina (un 80%). Las cataratas de Iguazú son las únicas que emergen en una zona subtropical del planeta, lo que hace que el paraje en el que se encuentran sea único. En sus alrededores encontramos una biodiversidad excepcional con más de 400 especies de aves, algunas de ellas en peligro de extinción, y más de 2.000 especies vegetales entre las que destacan las orquídeas, los helechos y el palo de rosa.

 

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Las Cataratas de Iguazú fueron descubiertas en 1542 por el explorador español Álvar Núñez Cabeza de Vaca que las bautizó como “los saltos de Santa María”. Con la ocupación española llegó también la evangelización encarnada por la Compañía de Jesús, que asumió la educación de la población indígena guaraní. La presencia de los jesuitas en la zona duró aproximadamente 150 años hasta que en 1768, debido a diferencias económicas y políticas con el Reino de España, los miembros de la Compañía fueron expulsados de la zona. La película “La Misión”, dirigida por Roland Joffé y protagonizada Robert de Niro y Jeremy Irons, es el mejor referente que encontramos en el cine de este paisaje de ensueño. Concretamente la película fue rodada en la Isla de San Martín, en la provincia argentina de Las Misiones.

 

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Según la leyenda local, el río Iguazú era habitado por una enorme serpiente llamada Boi y era costumbre de los pueblos guaraníes sacrificar una vez por año una doncella. En una ocasión la elegida fue Naipí, una bella joven de la que estaba enamorado Tarobá, cacique de una de las tribus. Para evitar el sacrificio y revelándose contra las costumbres de su pueblo, Taroba raptó a la doncella y Boi, furiosa, emprendió una carrera persiguiendo a los jóvenes fugitivos, a los que convirtió en los árboles que hoy coronan la parte más alta de la catarata. Después, Boi se sumergió en la garganta más profunda de las Cataratas, la Garganta del Diablo, desde donde vigila que los jóvenes nunca vuelvan a encontrarse.

Cuando el hielo llora sangre
Muy lejos del trópico, en el Ártico, encontramos uno de los fenómenos geofísicos más fascinantes y enigmáticos: las llamadas cataratas de sangre. En este caso, las cataratas no destacan por su gran caudal, ni por su altura, ni por encontrarse en un enclave geográfico único. Lo que hace llamativas a estas cataratas es que son de un color rojo intenso y que emergen en forma de cascada desde el interior del hielo.

 

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La primera documentación sobre las cascadas de hielo data de 1911, cuando los primeros expedicionarios del continente helado vieron brotar esta sangre del Glaciar Taylor, situado en la región de los Valles Secos, una meseta del este de la Antártida. Esta zona de la Antártida tiene la particularidad de que no está completamente cubierta de hielo, pero allí se encuentran varios glaciares, cada uno de ellos con una composición química particular. Y es aquí donde radica el origen y la explicación científica de las cataratas de sangre.

 

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Al parecer hace más de cinco millones de años se creó debajo del hielo un curioso ecosistema subglaciar formado por diversos organismos, principalmente bacterias y microbios. Estos organismos han vivido durante todos estos años en unas condiciones de oscuridad y salinidad extrema, y han evolucionado así al margen del resto del mundo. El óxido de hierro se acumula en grandes proporciones en el agua del glaciar, llegando su proporción de sal a ser cuatro veces mayor a la del agua de un glaciar común. En este entorno los microbios y bacterias obtienen la materia orgánica de los sulfatos y el hierro del lecho del glaciar. Como subproducto de esta digestión se producen iones ferrosos que son transportados por el glaciar hasta la superficie y en contacto con el oxígeno se convierten en óxidos de hierro, que tienen ese característico color rojo. Un tinte natural que mancha este paisaje inmaculado.

Revista de divulgación científica del Jardí Botànic de la Universitat de València.
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