La laguna latente
¿Nos planteamos cómo han sido en el pasado los paisajes que nos rodean? ¿Aquellos a los cuales estamos acostumbrados? Y después de una transformación, ¿queda en ellos una esencia que acaba por emerger? Santi H. Puig reflexiona sobre este tema a partir de la antigua Laguna de Villena en el Alt Vinalopó. Un ecosistema húmedo protegido con un contenido botánico de alto valor, en los alrededores hay dos microreservas de flora, que mucha gente en la actualidad ni siquiera sabe que existió. Los icónicos flamencos llegaron y se abre el debate sobre la restauración paisajística.
Buena parte de los paisajes con los que convivimos hoy en día en nuestro territorio, incluso aquellos que podíamos considerar menos alterados, son el resultado de transformaciones relativamente recientes por parte de las personas que los habitan. Por ejemplo, en contra de lo que podría parecer, los bosques más maduros que ahora entendemos como típicamente mediterráneos no son más que el resultado de políticas seguramente poco acertadas de reforestación llevadas a cabo sólo en las últimas décadas, que han terminado por desplazar especies del género Quercus, que se sustituyen por otras de mayor crecimiento como el pino carrasco (Pinus halepensis Mill.).
Es bastante habitual que este desplazamiento, en términos netamente ecológicos, acabe por dejar de lado, además, el imaginario compartido que algunas personas tenían de ese paisaje y, con el tiempo, aquel elemento característico que lo definía originalmente acabe por perder relevancia y pase a un segundo plano. Sin embargo, por mucho que se quiera negar la evidencia, en muchas ocasiones esa fuerza latente que define la razón de ser del paisaje acaba por emerger: no hay más que ver, por ejemplo, como periódicamente el mar, los ríos, y hasta los volcanes, sacan sus escrituras y reclaman lo que es suyo , como se dice popularmente.
Algo parecido ha ocurrido recientemente en la antigua Laguna de Villena (Alto Vinalopó), un espacio de unas setecientas hectáreas incluido en el Catálogo de Zonas Húmedas de la Comunitat Valenciana, que también se encuentra protegido por la Directiva Europea de Hábitats bajo la figura de Lugar de Interés Comunitario gracias a la presencia de pastizales salinos mediterráneos y estepas salinas, ambos de protección prioritaria para la Red Natura 2000.
Se trata de una laguna originalmente endorreica, es decir, que no tiene conexión directa con ningún sistema de drenaje que facilite la escorrentía superficial de sus aguas, con lo que estas tienden a quedarse estancadas sin que se produzca una renovación de las mismas. Esta retención de las aguas superficiales se produce en las depresiones de suelo impermeable situadas entre una serie de pequeñas elevaciones de naturaleza salina y de textura arcillosa conocidas localmente como “cabezos”, sobre los que se desarrollan comunidades vegetales de gran diversidad, con la presencia, también, de algunas plantas endémicas.
De hecho, es en las inmediaciones de la Laguna donde se encuentran dos microrreservas de flora catalogada: la de Cabecicos, que alberga especies endémicas gipsícolas de gran importancia como la ontina (Artemisia lucentica O. Bolòs, Vallès & Vigo), la herniaria de los yesos (Herniaria fruticosa L.), la jabonera (Gypsophila struthium L. subsp. struthium), o la acelga de salobral (Limonium supinun (Girard) Pignatti); y la microrreserva de Miramontes, con esas mismas especies además de la siempreviva morada (Limonium caesium Kuntze) y las zamarrilas Teucrium gnaphalodes L’Hér. Y T. libanitis Schreb. Además, en las inmediaciones de la propia Laguna se pueden encontrar de forma generalizada especies vegetales adaptadas a ambientes salinos como la jara de escamillas (Helianthemum squamatum Pers.), así como diferentes especies de los géneros Tamarix, Artemisia y Gypsophila.
¿Y en el pasado?
En realidad, lo descrito hasta el momento es cierto solo de manera parcial: a principios del siglo XIX la Laguna fue desecada por orden del monarca Carlos IV mediante la construcción de un sistema de drenaje vertebrado por la conocida como Acequia del Rey, un canal que transporta el agua de Laguna a lo largo de unos diez kilómetros, con un desnivel de apenas cinco metros, hasta su desembocadura en el cauce del río Vinalopó. Se trataba de una medida eminentemente sanitaria para frenar la propagación de enfermedades como la malaria o paludismo, transmitidas por los mosquitos que encontraban en las aguas estancadas de la Laguna un ambiente idóneo para su reproducción.
Como consecuencia de esta obra de ingeniería, el paisaje de Laguna se modificó sustancialmente en los siguientes dos siglos: los espacios inundados de manera más o menos permanente dieron paso a campos de cultivo, intensificados en las últimas décadas y, el antiguo humedal, fue jalonándose de segundas residencias de los propios vecinos y vecinas de la ciudad. Como se comentaba al inicio, el imaginario paisajístico asociado a la Laguna fue desapareciendo de manera paralela a su transformación, hasta el punto de que buena parte de los habitantes de la ciudad hoy en día desconocen su existencia. Sin embargo, como ocurría con el caso de los mares, ríos o volcanes, este paisaje tan singular también conservaba una fuerza latente que ha acabado por hacerse visible en tras las lluvias de la pasada primavera.
La laguna se abre camino
Las excepcionales precipitaciones de los últimos meses en nuestro territorio, desde la catastrófica DANA de septiembre de 2019, a la borrasca Gloria de enero o las constantes precipitaciones vividas durante el mes de marzo de este año, sumado al precario mantenimiento del sistema de drenaje, han provocado que determinados espacios de la Laguna (unas 15 hectáreas, cerca del 2 % del espacio catalogado) se hayan anegado de forma continuada y hayan atraído a un gran número de aves acuáticas características de estos ambientes húmedos como cigüeñuelas comunes (Himantopus himantopus), ánades reales o azulones (Anas platyrhynchos) y hasta flamencos rosados (Phoenicopterus roseus).
Esta explosión de vida, y particularmente la aparición de los icónicos flamencos, ha generado un gran asombro entre la población de la zona, reavivando un anhelo igualmente latente en diferentes asociaciones conservacionistas y profesionales locales que apuestan por la recuperación, al menos testimonial, de este ecosistema húmedo. Ahora ya se dispone de una prueba fehaciente de que una reinundación parcial que, como en el caso de las recuperaciones de ambientes fluviales, garantizara lo que se denomina un caudal ecológico, podría resultar todo un éxito en términos medioambientales e incluso generar un nuevo recurso ecoturístico.
Un futuro de recuperación incierto
Sin embargo, es evidente que una iniciativa de este tipo choca frontalmente con las lógicas y las inercias que actualmente definen este paisaje. Los propietarios de las segundas residencias que ahora lo salpican, construidas dentro de la legalidad, aunque de manera seguramente imprudente, reclaman a la administración local continuas campañas de fumigación de los mosquitos que prosperan en el ambiente de la Laguna, lo que en parte resulta comprensible teniendo en cuenta la incomodidad que generan. De igual manera, tanto vecinos como productores agrícolas solicitan el mantenimiento en condiciones del sistema de drenaje de este espacio para evitar anegaciones que comprometan sus viviendas y sus cosechas, respectivamente.
Llegados a este punto, nos enfrentamos a la encrucijada más recurrente en cualquier proceso de restauración paisajística en la que sólo surgen dudas y preguntas: ¿Cómo confrontar los valores actuales de los usos residenciales y agrícolas con el que aportaría una hipotética restauración ecológica? ¿Son acaso incompatibles ambos usos? ¿Está, en cierta medida, obligada la administración competente –en un escenario de emergencia climática y de destrucción acelerada de los ecosistemas naturales– a recuperar un espacio que ha dado muestras de que podría convertirse en un gran reservorio de diversidad animal y vegetal?
Lo cierto es que existen antecedentes de recuperación tutelada por la Administración autonómica valenciana de ecosistemas similares, como es el caso del humedal que conforma el Parque Natural de El Hondo de Elche, donde los aportes de agua se producen de manera controlada, o los cercanos parques naturales de las Salinas de Santa Pola y de las Lagunas de la Mata-Torrevieja, donde la producción industrial de sal convive con la abundante avifauna y la rica flora, tan representativas de esos paisajes.
Ha quedado claro que la Laguna de Villena tiene potencialidades suficientes en términos ambientales para adherirse a una lista de espacios de este tipo. Del mismo modo, la sociedad civil ha dado tímidas muestras de apostar por esta recuperación aunque, al menos de momento, parece no existir voluntad de abrir este debate por parte de la Administración local. A partir de ahora, se inicia un proceso tremendamente gratificante para aquellas personas, colectivos y profesionales que se sientan interpeladas a colaborar en la reconstrucción de este paisaje latente tan relevante para la historia local y de acompasar y, cuando sea posible, potenciar este resurgir que nos ha regalado.