Lecturas

14 Sep 2018

Plantas en los cuentos

En esta segunda entrega de Plantes contades os quiero hablar de historias, historias clásicas que a todos nos han contado alguna vez pero que con el tiempo se olvidan, y al recordarlas podemos sentirnos como el niño o la niña que las escuchaba por primera vez…

Hoy os presento dos libros donde las protagonistas de los cuentos son, como no, las plantas, pero en ellos encontraremos la excusa perfecta para convertirnos en cuenta cuentos botánicos y lucirnos ante nuestro público que, expectante, esperará un gran final digno de una gran historia.

Cuéntame sésamo

“Este libro te quiere convencer de una gran verdad: los cuentos de hadas no son nada sin las plantas”. Así empieza Cuéntame Sésamo, de Aina S. Erice, con las ilustraciones delicadas y coloristas de Jacobo Muñiz. Un mensaje sencillo que entusiasmará a quienes aman la botánica pero que parecerá exagerado a los demás. ¿Plantas en todos los cuentos de hadas? ¿No es pasarse?

Voy a ver si os puedo hacer cambiar de opinión enumerándoos a los protagonistas de la obra: la manzana envenenada de Blanca nieves, la paja de la casita del más pequeño de los tres cerditos, los cereales para hacer el pan de la caseta de Hansel y Gretel, la calabaza transformada en carroza de la cenicienta, la rosa encantada de la bella y la bestia, las plantas para confeccionar las camisas de los seis cisnes (el único de estos cuentos del que nunca había oído hablar), el lino del huso de la bella durmiente, las plantas tintóreas para hacer una caperuza roja, y el olivo y el aceite caliente con el que matan a los ladrones de Ali Baba.

¿Lo he conseguido? ¿Os habéis convencido de que si miramos bien podemos descubrir un montón de plantas que nos habían pasado desapercibidas por completo? Así lo podemos hacer en este libro donde se ha elegido siempre la versión más antigua de cada cuento, mientras paseamos por historias de siempre desde una vertiente botánica. Pero lo que hace especial a Cuéntame Sésamo no es sólo esa compilación etnobotánica, sino que nos ofrece propuestas para que sea imposible aburrirnos leyendo sus páginas.

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Las nueve historias que se han escogido están resumidas brevemente para que podamos volver a ellas y añadir de nuestra cosecha todos los detalles y características que recordamos. Aun así, la autora va mucho más allá y, antes que nada, inventa cuentos paralelos sobre cómo la planta del cuento llegó a tener un papel dentro de él. ¿Cómo aparece la calabaza en el pequeño huerto de cenicienta? ¿Por qué la bella durmiente encontró un huso a pesar de la prohibición real? ¿Qué le pasó por la cabeza a la bruja para construirse una casita comestible? Estas preguntas tienen una respuesta inventada que enriquecerá todavía más los cuentos que ya nos gustaban.

¡Ah! Y hay mucho más. Si hablamos de manzanas, encontraremos dos hojas llenas de curiosidades sobre esta fruta. Si la rosa ha dejado huella después de escuchar la narración, podremos investigar sobre ella. Profundizaremos en cada uno de los protagonistas botánicos y no nos quedaremos ahí, porque como explica la autora, por muy importantes que sean las plantas en los cuentos, tampoco lo son todo. Los animales, el clima, los minerales, las emociones… ¡también tienen su papel! Así que nos adentraremos en explicaciones interesantes sobre la paciencia, el sueño, los lobos, los zapatos de cristal o los espejos, entre otros, elementos que no pueden faltar en un buen cuento de hadas.

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Como que sé que os están entrando ganas de sumergiros en los cuentos de vuestra niñez acabo ya, pero no puedo quedarme sin deciros que cada historia tiene al final un taller, receta o actividad relacionado con ella para pasar un rato divertido mientras hacemos galletas, infusiones, maquetas o bolsitas perfumadas. Y, un secreto que quiero compartir, si os fijáis bien, cada ilustración esconde etiquetas con nombres de plantas y algunos detalles atrayentes. Hasta 37 he contado, y quizá me dejo alguna. Ya me diréis si encontráis más.

El hombre que plantaba árboles

“Para que el carácter de un ser humano desvele cualidades verdaderamente excepcionales, hay que tener la fortuna de poder observar su actuación durante largos años”. Si dicha actuación está despojada de todo egoísmo, si la idea que la rige es de una generosidad sin par, si es absolutamente cierto que no ha buscado ninguna recompensa y que, además, ha dejado huellas visibles en el mundo, entonces nos hallamos, sin duda alguna, ante un carácter inolvidable.”

Así empieza el texto que escribió el francés Jean Giono el 1953. Una historia corta pero deliciosa. De esas que da gusto contar a los niños antes de ir a la cama o cuando hay tiempo por delante, que apetece comentar en el café. Quizá muchos la conozcáis. Al Botánico nos sedujo cuando, en 2011 y aprovechando el año de los bosques, en un día de puertas abiertas proyectamos el corto de Frédéric Back basado en el cuento. La describíamos como una emotiva historia que narra la particular gesta de un pastor que se dedica a plantar bellotas en tierra inhóspita y baldía, y que hace reflexionar sobre la necesidad de la existencia de los árboles y los bosques para nuestra propia existencia.

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Cuando lo leí pensé que ya no había que escribir más sobre el tema, que poco se podía añadir. La poesía que transmite el cuento sólo se consigue saborear al leer cada frase y cada palabra, al imaginar el paisaje, al saborear el fondo de la leyenda. Al abrir la primera página tropiezas con una tierra desierta, sin arbolado, marcada por la erosión y el viento, que irremediablemente afecta a los caracteres de los pocos que acaban viviendo allí. Un paisaje descorazonador donde uno de los personajes no encuentra reposo para sus ojos ni su alma. De repente, agua clara en un momento de necesidad, un recuento de bellotas, andar en silencio, la soledad mal interpretada como algo negativo, un objetivo dentro de la rutina, el futuro en forma de plantones.

3 años ha pasado plantando árboles un pastor cuando el narrador, quien nos cuenta esta dulce historia, lo encuentra. Y 10 años pasan hasta que vuelven a encontrarse, la guerra ha llevado a uno de los protagonistas a la línea del conflicto, y al otro a seguir exactamente igual con su ocupación. Los resultados son sobrecogedores. Hayas, abedules, olmos. Aparece el agua, las semillas se dispersan y empieza todo a reverdecer, la vida se vuelve a hacer posible en aquellas tierras.

Dice un dicho que leí hace tiempo: “aquel que planta un árbol sabiendo que no disfrutará de su sombra, ha descubierto el verdadero sentido de la vida”. No sé si era así exactamente ni se quién lo dijo, pero me hace pensar que quizá surgió de la reflexión de este cuento. Mientras tanto se forjó una amistad y el bosque, afortunadamente, fue protegido. Siguió pasando el tiempo, otras guerras sin sentido se desarrollaron por los alrededores, pero el trabajo de este hombre no se perturbó. Los años no sólo no le quitaron fuerza, le añadieron tenacidad. Así, una fuente y un tilo reciben a nuestro narrador en su última visita al paisaje del inicio de esta historia. Aun así, es completamente diferente. El agua que brota, la brisa suave y aromática, la vida que vuelve a los pueblos en forma de familias que los quieren habitar.

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De la fábula se han editado muchas versiones, se ha traducido a decenas de idiomas y se ha hablado mucho. Jean Giono se vio forzado a explicar que no, que el pastor no existió en realidad, que él no fue quien se colgó la mochila y se lo encontró un día desesperado por el cansancio y la sed. Pero qué más da. Los personajes no pierden encanto por no ser reales. Eleazar Bouffier fue un hombre que plantó árboles, que creyó que lo tenía que hacer, que lo hizo, y que con su acción cambió completamente un territorio entero. Nos emocionamos con la historia exactamente igual que si hubiera pasado de verdad. Y nos impregna de un aprecio por el paisaje y los árboles exactamente igual de intenso.

Bibliografia

Aina S. Erice (2018). Cuéntame Sésamo. 9 historias sobre los poderes mágicos y reales. A fin de cuentos. 80 pàg. Jean Giono (2010). El hombre que plantaba árboles. Duomo Ediciones. 36 pàg. + 2 imatges pop up.

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Responsable de Cultura y Comunicación del Jardí Botànic UV
Me gusta la música, los libros, viajar, escribir, la divulgación científica e ir al cine con todas las consecuencias; hacer cola, comer palomitas... Me divierte ordenar con mis hijos la colección de coches de Cars. Nunca he comprendido las reglas del tenis y me da dentera cortar la pizza con tenedor y cuchillo.
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