Jardines

28 Ene 2013

Las señales de la naturaleza

Decía el famoso erudito Andrés Laguna que las formas de las plantas no eran fruto del azar sino que eran señales puestas por Dios para que los humanos pudiéramos descifrarlas. Ésta era la visión de la farmacia, la botánica y del mundo de un hombre que representó, como pocos en nuestro país, renacentista.

 

Como si de un juego se tratara, Dios había dado a las plantas formas concretas que servirían al ser humano para descifrarlas, para sacarles todo el partido posible. Estas señales puestas delante de nuestros ojos, de forma correctamente interpretada, podrían aportar a la humanidad grandes beneficios. Esta es la base de la Teoría de las señales, también conocida como doctrina de las signaturas, una creencia entre mística y científica que tiene su origen en el principio de los tiempos y en las culturas y civilizaciones más primitivas.

 

Ya en la antigüedad, muchos médicos y naturalistas tomaron en consideración esta teoría. Asimilar la forma de las plantas a sus posibles usos se convirtió en una de las bases de la enseñanza y del establecimiento de métodos curativos. Es sabido, por ejemplo, que Galeno y Plinio el Viejo aplicaron esta Teoría de las señales asegurando que las variadas plantas ofrecían propiedades que se ajustaban a su aspectos externo con el órgano a curar. También creían en las relaciones curativas de los órganos de animales y su correspondencia en los humanos, y así lo manifestaron en algunos de sus escritos.

 

 

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Pulmonaria officinalis

Ejemplos que respaldan esta Teoría de las señales se cuentan por decenas. La Pulmonaria (Pulmonaria officinalis) es una planta de grandes hojas manchadas de blanco recuerdan el aspecto de los nódulos tuberculosos de un pulmón, motivo por el que se le atribuyó la virtud de curar las enfermedades pulmonares, como la tuberculosis. Hoy en día se sabe que esta planta posee propiedades emolientes y expectorantes, muy útiles contra las afecciones pulmonares, el asma, la tos ferina y los catarros bronquiales. Otros ejemplos serían la Hepática (Hepatica nobilis) a la cual se le atribuyen propiedades para el hígado, o la Vulneraria (Anthyllis vulneraria) que se utilizó profusamente para usos vulnerarios, es decir, para la curación de heridas y úlceras.

 

 

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Hepatica nobilis


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Anthyllis vulneraria


Con el tiempo esta teoría ha quedado arraigada en las creencias populares, ¿quién no ha oído, alguna vez, que las nueces con su forma cerebral son buenas para la memoria?. Y también se manifiestan tanto en la gastronomía y la medicina más tradicional como en la herboristería. Pero el vestigio más claro de esta teoría está en el lenguaje. Existen muchas palabras cuyo origen está perdido en la historia pero con un significado muy claro. Por ejemplo la úvula o campanilla, que cuelga en el fondo del paladar, es la forma diminutiva del latín uva o fruto de la vid, la cual se utilizaba deshidratada, como pasa, para curar la inflamación de este apéndice, y también para evitar su irritación.

 

Así, existen cientos de especies botánicas cuya morfología se relaciona de alguna manera con sus propiedades terapéuticas. Muchas veces, los nombres populares o científicos se corresponden con esa concordancia. Muchos se preguntan, entonces, que qué fue primero, si el nombre del órgano o el nombre de la planta. También está la duda de si la Teoría de las señales es simplemente una forma que los antiguos encontraron para explicar el complicado mundo que les rodeaba, y para establecer relaciones más estrechas entre el hombre y la naturaleza.

 

Andrés Laguna el primer traductor de Dioscórides

Durante la época medieval la Teoría de las Señales y sus aspectos más místicos fueron respaldados por el cristianismo, que los incorporó al estudio teológico como una forma de corroborar que el conocimiento del Creador (de Dios) se encuentra reflejado en la obra de la naturaleza. Uno de los hombres que más respaldaron esta teoría fue Andrés Laguna, médico, farmacólogo y botánico español, y uno de los científicos y humanistas más destacados de su tiempo.

 

Andrés Laguna nació en Segovia en 1499. Era hijo de un prestigioso médico judío, lo que le permitió estar en contacto desde su juventud con esta disciplina. Sin embargo, Laguna tenía otras inquietudes y por eso, durante sus primeros años de Universidad se formó en Artes y Literatura en Salamanca. Después, viajó a París donde estudió medicina y griego, pues una de sus principales obsesiones fue durante toda su vida traducir y comprender la obra de Dioscórides, autor de Materia Medica la obra médica más veces reeditada y traducida de la historia y una fuente indispensable para el estudio de la medicina, de la botánica y de las creencias populares.

 


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Fue en París donde Andrés Laguna comenzó la traducción al castellano, un trabajo al que añadió traducciones y adiciones que doblan el texto original. La obra salió con el título de Annotationes in Dioscoridem Anazarbeum en Lyon en 1554, aunque posteriormente se hizo una reedición con nuevos comentarios que el autor completó durante su estancia en Roma. La nueva traducción se imprimió en Amberes en 1555 bajo el nombre de Pedazio Dioscórides Anazarbeum. Esta nueva obra, con la que quería completar su traducción sobre Dioscórides es un notable tratado de medicina especializado en venenos, plantas, vinos y minerales junto con un vocabulario de términos botánicos en diez lenguas que preparó con la ayuda de Luis Núñez, médico de la reina de Francia, y del célebre farmacéutico Simón de Sousa.

 

Para realizar ambos trabajos Laguna comprobó en persona todas las prescripciones de Dioscórides y añadió sus propias observaciones, opiniones y experiencias como botánico y farmacólogo que había experimentado con hierbas recogidas en numerosas zonas de Europa y las costas mediterráneas. Su traducción es clara y precisa, y los comentarios constituyen una fuente de primer orden, no sólo para la botánica  médica de la época, sino para otras actividades científicas y técnicas.

 

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Extracto de la traducción de la obra de Dioscórides elaborada por Andrés Laguna.

 

Médico en la corte y pacifista en tiempos de guerra

Aunque se trata de una figura olvidada por muchos, el papel de Andrés Laguna en la medicina española y en la Universidad es de notable importancia. A lo largo de su vida, Laguna fue uno de los hombres más laureados de su tiempo, cuya fama como médico trascendió fronteras. Su papel dentro de la ciencia, la medicina, la literatura y también de la política de su tiempo es muy importante.

 

En este sentido fue uno de los catedráticos de medicina más importantes de la Universidad de Alcalá a la que se incorporó tras su llegada de París. Sin embargo, su estancia como profesor fue breve, ya que debido a su fama fue reclamado el rey Carlos I para que asistiera al parto de la emperatriz Isabel de Portugal. A pesar de que durante el parto la reina murió, el emperador, consciente de la valía de Laguna, lo asoció a su séquito llevándolo con la corte a la ciudad de Gante.

 

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Carlos I e Isabel de Portugal, por Tiziano.

 

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Pablo III


Con su salida de España, Andrés Laguna comenzó un periplo por toda Europa que le llevaría a ser médico de Cámara de dos pontífices distintos, Pablo III y Julio III. Fue catedrático de la Universidad de Bolonia y asistente personal de Felipe II, formando también parte de la comitiva que recibió a Isabel de Valois, reina de España.

 

Hombre culto y ferviente católico, uno de los episodios más famosos de su vida se produjo en la ciudad alemana de Colonia, que en ese momento estaba siendo desgarrada por la peste y las pasiones religiosas. Laguna desarrolló sus actividades tanto en el campo médico, combatiendo con éxito una epidemia de peste, como en el político, afrontando con éxito la defensa del catolicismo frente al naciente protestantismo.

 

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Gracias a la estrecha relación que mantuvo con el rey Felipe II hasta su muerte, Andrés Laguna impulsó la creación del primer Jardín Botánico de Aranjuez, germen del Real Jardín Botánico de Madrid


Precedido por su fama, Laguna accedió a la solicitud de la Universidad de Colonia de pronunciar públicamente el discurso que tenía como fin levantar los ánimos del abatido pueblo. Era la noche del 22 de enero de 1543, y en su comparecencia Laguna expuso una nueva idea de civilización europea opuesta a la barbarie, teniendo como armas principales la neutralidad religiosa y la secularización del orden y de la acción pública. Este discurso, titulado La Europa que a si misma se atormenta se adelantó a lo que algunos pensadores años después pensarían como Montaigne, Descartes, Montesquieu o Voltaire y contribuyó a acrecentar en gran medida el prestigio y la reputación literaria de Andrés Laguna.

 

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Falleció en Guadalajara en 1559 con un currículum del que pocos pueden presumir: tradujo algunos de los tratados de medicina más importantes del mundo, escribió más de treinta obras relacionadas con la medicina y la botánica, fue médico oficial de Carlos I y Felipe II, y de dos Papas, y además fue el impulsor del Jardín Botánico de Aranjuez, que con el tiempo se convertiría en una de las instituciones botánicas más importantes de nuestro país, el Real Jardín Botánico de Madrid.

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