Jardinería

30 Abr 2013

EL JARDÍN EN EL ISLAM

Tanto para los musulmanes como para cristianos y judíos, el jardín del Edén y el paraíso representan el destino de la humanidad. Sin embargo, en el caso de los primeros, el arte de la jardinería cobra una dimensión totalmente diferente.

Para la tradición musulmana el paraíso y el recuerdo del primigenio oasis del desierto ocupa un lugar privilegiado en su imaginario colectivo. Hay que recordar que en las zonas donde surge el Islam, cálidas y áridas, en muchas ocasiones semidesérticas, el paraíso es visto como un lugar rico en vegetación, donde predominan los árboles frutales, llenos de ricos alimentos, y la vegetación fresca, verde y frondosa, regada por acuíferos, ríos y lagos. Precisamente, algo de lo que aquellas zonas del planeta suelen carecer. Por lo tanto, para la tradición musulmana, el arte de la jardinería era una forma de representar el Edén, y por eso los mandatarios, reyes y hombres poderosos no dudaron en esmerarse por conseguir su pequeño paraíso en sus palacios y villas.

 

Aunque el Corán no da ninguna directriz precisa para la jardinería y su estética, es cierto que el texto sagrado musulmán sí que destaca la importancia de las sombras de los árboles y del agua corriente, pero también la protección mediante muros circundantes, el embellecimiento por los edificios ricamente decorados y esparcidos en el verdor. Por eso, el denominado jardín islámico se caracteriza por tres elementos: árboles, sombra y, sobre todo, agua.

 

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El agua como elemento indispensable

Como la mayoría de los países islámicos estaban situados en cálidas y secas regiones con cultura de oasis, uno de los problemas principales de la jardinería era siempre el del riego. Tanto el mundo islámico occidental como el oriental habían heredado de Persia el sistema de los qanawat, consistente en canales de riego subterráneos protegidos de la evaporación solar que conducían el agua desde las regiones más altas y montañosas donde abundaba el agua hasta las regiones más lejanas y cercanas al desierto.

 

Los jardines islámicos están constituidos básicamente por una sucesión de patios rectangulares tapiados en cuyo centro encontramos una fuente o glorieta rodeada de plantas. Los caminos también son fundamentales, ideales para paseos y para unir los diferentes patios. Normalmente, los caminos solían adornarse por arcos ojivales coubiertos en parte de vegetación, lo que estéticamente confiere al espacio sensación de frescura.

 

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La idea de este tipo de jardines es cerrada. Al igual que los jardines medievales, estos espacios de ocio y de relax constituyen una forma de organizar el mundo. Frente al espacio abierto del desierto, los jardines islámicos constituyen un espacio de paz, donde el hombre queda protegido.

 

Respecto al tipo de cultivos de este tipo de jardines, predominan los frutales y las plantas aromáticas, los primeros como fuente de alimentos y las segundas para proporcionar sensualidad al espacio. Incluso podríamos decir que también es una forma de representación de las dos versiones del hombre: la necesidad (mediante los alimentos) y el placer (mediante las plantas aromáticas). Los jardines de la Alhambra y del Generalife, en Granada, son el exponente perfecto de este tipo de jardines.

 

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Simbología y usos del jardín islámico

El jardín islámico se inscribió principalmente en la tradición que procedía de la Persia sasánida. Los más bellos jardines de los primeros siglos de la Hégira (VII a IX en Occidente) se lograron en el Irán musulmán. De este período son dignos de mención los jardines omeyas, en los que se incorporaron rasgos de la tradición de los parques reales helenísticos, a su vez inspirados en los jardines persas, aunque con una particular disposición de los elementos arquitectónicos (pórticos, paseos, peristilos).

 

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Los jardines islámicos tenían diversos usos. El primero era la representación del Edén. Pero más allá de lo estrictamente religioso y literario, los jardines tenían otros usos. Uno era servir como espacio de ocio, en el que galerías de pilares y columnas rodean florecientes y aromáticos arbustos, y árboles y parterres llenos de flores. En amplias zonas del mundo islámico los jardines ofrecen un espacio ideal para fiestas y encuentros, y en el centro tienen una pila cercada por tiestos de flores para disfrute del propietario y de los invitados. Estos jardines, la mayoría de las veces llamados riyad, estaban siempre dispuestos de forma ortogonal, ya fueran cuadrados o rectangulares, o fueran para príncipes o para ciudadanos.

 

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El otro uso era el de servir como espacio de cultivo para flores y plantas con fines medicinales. A menudo, los jardines servían también de lugar de reposo de los muertos. Aquí se podía tratar de paisajes casi sin forma, de cuidados parques dispuestos de un modo bien resuelto, de jardines divididos en cuatro o de riyads. Un ejemplo de este tipo de jardines lo encontramos en Rabat (Marruecos), donde existe un amplio cementerio junto al mar, un paisaje verde apenas sin estructurar con lápidas anónimas sin adicionales intentos de embellecimiento.

 

Los complejos funerarios reales de los otomanos se encuentran en parques paisajísticos, como por ejemplo en Bursa, donde encontramos parques románticos en los que la simetría cede a la naturaleza. Este sería el caso contrario al de los soberanos indios, que hacían de sus tumbas grandes complejos que incluían ricas instalaciones, cruces de anales, juegos de agua y suntuosos monumentos (como por ejemplo, el Taj-Mahal).

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Revista de divulgación científica del Jardí Botànic de la Universitat de València.
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