Especies invasoras, una dispersión silenciosa junto al asfalto
Según la mitología griega, antes de que Pandora bajase a la Tierra, Zeus le regaló una caja que tenía que vigilar cuidadosamente. Ella, cegada por la curiosidad, la abrió y se liberaron todos los males del mundo. Pandora se dio cuenta del error que había cometido y cerró la caja. Pero era demasiado tarde. Su modo de actuar causó consecuencias imprevisibles. Igual que hacemos nosotros, con el imparable manejo de especies exóticas invasoras (EEI), atractivas a priori pero muy nocivas en muchos contextos socioambientales, en muchos enclaves, incluso en aquellos insignificantes para el ojo humano, como los afectados por infraestructuras lineales.
Durante los desplazamientos diarios hasta nuestro lugar de trabajo, desde la ventana del coche, podemos ver: Coniza canadensis (coniza canadiense), planta anual resistente al herbicida más común y causante de más de un dolor de cabeza a los cultivos; Oenothera glazioviana (hierba del asno), especie utilizada en jardinería con capacidad de producir gran cantidad de semillas; Achillea filipendulina (aquilea amarilla), de mata vigorosa dada su multiplicación por división cada dos o tres años; Eschscholzia californica (amapola de Califòrnia), exigente en cuanto a necesidades lumínicas por la exposición directa al sol; Cortaderia selloana (plumeros), especie ginodioica, es decir, con unos individuos con flores femeninas y otros con flores bisexuales, adaptada al frío y que incrementa el riesgo de incendios; Carpobrotus edulis (bálsamo), suculenta reptante de origen sudafricano que se propaga por semillas o fragmentos vegetales, originando alfombras; Acacia dealbata (mimosa común), árbol nativo del continente australiano que, con sus más de 10 m de altura y sus glomérulos amarillos, inunda los parques urbanos.
Agave americana (aloe americano), que ha ido de los tres millones plantados en Almería en los años 50 al intento polémico de sacarla del imaginario colectivo local; Robinia pseudoacacia (acacia blanca) que, superando los 300 años de su introducción, se usó extensivamente el siglo pasado para repoblar cunetas de vías de comunicación; Ailanthus altissima (alianto), cuya resistencia en suelos degradados se vuelve en contra por su alta capacidad de rebrote… Este abanico florístico es una tónica general en los taludes o márgenes adyacentes en las franjas de servicio de carretera y entre toda esta serie de peculiaridades, un elemento común las identifica: son especies exóticas invasoras (EEI).
El efecto borde de las carreteras, la cuna de las EEI
Hoy por hoy, en un contexto de cambio global, una de las fuerzas de la disminución de la diversidad biológica es el retroceso y fragmentación de la conectividad funcional del medio natural causado por la intensificación agraria, la expansión urbana o el desarrollo de infraestructuras lineales como indica el programa Landscape Fragmentation in Europe de la Agencia Europea de Medio Ambiente. Y es que a las últimas décadas, la red estatal de carreteras ha crecido rápidamente y aunque su densidad se ha estabilizado, se están llevando a cabo transformaciones de carreteras convencionales en vías de gran capacidad. De hecho, la extensión longitudinal de la red supera ya los 165.000 km y la densidad de esta, permite estimar que las áreas degradadas ascienden a más de 5.000 km2.
A pesar de la mejora de la velocidad, seguridad y confort durante los movimientos por carretera, el entramado de cauces de comunicación difiere de otras perturbaciones por ser estructuras lineales que interactúan con las propiedades abióticas locales. Si prestamos atención a la calzada pavimentada, está diseñada para drenar las escorrentías de lluvias hacia sus bordes, donde la textura, profundidad y composición bioquímica del suelo está sometida al movimiento de tierras durante las tareas de construcción y mantenimiento. Hay que sumar que los bordes de carretera son un paso constante de vectores humanos y animales que facilitan los propágulos de especies exóticas, dispersados por las corrientes de viento del tráfico motorizado o por jardines urbanos próximos. Es decir, pasillos de propagación, de baja competencia, que estimulan una gran abundancia y riqueza de especies no autóctonas, muchas de las cuales pasan a ser invasoras, menos sensibles a la periódica poda y desbroce mecánico respecto a las autóctonas.
Remontándose al concepto clásico de ecotono, ilustres ecólogos introducirían un paradigma atractivo, aunque tal vez inquietante, puesto que proponían favorecer las zonas limítrofes para preservar la pervivencia de las comunidades biológicas. Una visión tradicional respecto a la conservacionista que, en el marco actual de la ecología de poblaciones, afirma que el efecto borde o la permeabilidad de un ambiente marginal expuesto a perturbaciones externas, debilita la calidad de los hábitats. Así pues, ¿cómo conjugamos el efecto antagónico que desencadenan las vías de circulación: el de barrera y el de conector?
Los impactos ambientales y socioeconómicos de las EEI
Parece incuestionable la existencia de una mayor densidad de especies invasoras exóticas en ruderales de taludes y descansillos respecto a zonas más alejadas de la carretera. Bordes de vías donde también han sido expulsadas especies autóctonas, incluso endémicas, dada la presión de los cultivos adyacentes. Dicho esto, ¿qué impactos ocasionan las invasiones biológicas en los ecosistemas receptores? Las EEI son una de las cinco causas principales de pérdida de biodiversidad junto con la destrucción de hábitats, la sobreexplotación, la contaminación y el cambio climático y, es a partir de las últimas décadas de globalización, cuando ha tenido lugar un ritmo negligente de introducciones sin precedentes. Con todo, un 10 % de las especies exóticas se naturalizan al adaptarse a las nuevas condiciones ambientales y tan solo un 1 % se convierten en invasoras en función del ciclo vital, el ecosistema receptor y la modalidad de introducción, siendo estas las que se propagan y provocan alteraciones a las reglas de juego en la nueva área de distribución. En Europa, de las 12.000 especies exóticas identificadas, se han documentado impactos ecológicos y socioeconómicos en un 11 y 13 % del total aproximado, respectivamente; además de los escasos pronósticos tanto de los ritmos de propagación como de estimaciones monetarias relativas a las perdidas de biodiversidad.
Entre los daños ecológicos, encontramos desequilibrios en las dinámicas naturales, es decir, a la estructura y composición de los márgenes viarios; desde los ciclos biogeoquímicos hasta los patrones de drenajes y fertilidad edáfica. Así mismo, las EEI originan procesos de hibridación y de introgresión en especies nativas, abocándolas a extinciones locales, o compiten por la disponibilidad de recursos hasta inhibir su germinación y reemplazarlas, cosa que propicia la entrada de nuevas invasoras que homogeneizan el entorno.
Respecto a los costes logísticos de prevención, erradicación, contención o gestión a largo plazo para minimizar los efectos de las EEI (fig. 1); la pérdida de servicios ecosistémicos para el bienestar humano y los problemas sanitarios derivados de los reservorios de vectores patógenos presentes en las EEI, encabezan los gastos económicos. En clave europea, en los últimos 15 años, la Unión Europea ha financiado 300 planes de más de 130 millones de euros que abordan los daños de un grupo reducido de EEI, que ascienden a los 12.500 millones de euros. Por el contrario, en nuestro país, la información sobre actuaciones de gestión es testimonial y dispersa, centrada en espacios naturales protegidos o aduanas. ¿Y la red de infraestructuras lineales? Sin olvidar lo más preocupante: que no existe una definición de EEI aceptada universalmente, dado que algunos autores no especifican los impactos negativos de estas.
Atributos de las EEI
Desde la reconocida obra de Charles S. Elton, The ecology of invasions by animals and plants (1933), hasta la actualidad, la esfera académica coincide en que no hay una explicación única que justifique el éxito o fracaso de las EEI. Estas dependen de su abundancia y distribución cosmopolita, el grado de susceptibilidad del ecosistema receptor, la facilidad de erradicación y, al fin y al cabo, de los rasgos funcionales que explican el carácter invasor. Hay numerosas clasificaciones de los atributos de las EEI, habitualmente divididos en reproductivos, de tolerancia ambiental y de habilidad competitiva.
En primer lugar, en cuanto a los atributos reproductivos, señalamos el inicio temprano del ciclo reproductivo, gran síntesis de semillas de fácil dispersión a corta y larga distancia, reproducción asexual por crecimiento vegetativo o capacidad de autofecundación, largos períodos de floración que acaparan la polinización. Respecto a la tolerancia ambiental para hacer frente a limitaciones abióticas y bióticas o a estrés ambiental, encontraríamos la carencia de depredadores, amplios rangos de distribución latitudinal y altitudinal, respuestas germinativas sin requerimientos específicos o formación de persistentes bancos de semillas. Por último, la habilidad competitiva es caracterizada por la relación distante, taxonómica entre EEI y autóctonas, síntesis de metabolitos secundarios alelopáticos (figura 4) o masivas introducciones en una área.
Aún así, no todas las EEI poseen este conjunto de propiedades y, si las tuviesen, quizás no actúan como invasoras. De hecho, se han llevado a cabo trabajos comparativos entre especies autóctonas y exóticas de porte terófito en carretera, donde se han demostrado diferencias morfológicas que favorecen estas últimas. Con todo, no presentan divergencias en cuanto a la plasticidad fenotípica visto que poseen gradientes lumínicos o de nutrientes similares. Sin duda, la ecología de la EEI permite diagnosticar el riesgo que una especie desarrolle un potencial invasor, reconocer estados vitales decisivos durante los cuales se más adecuado el manejo, o precisar la estructura genética que le confiere plasticidad genotípica o una rápida evolución.
El papel ornamental de las EEI en nuestras carreteras
Partiendo de que la percepción social suele tipificar las especies invasoras como autóctonas, ¿por qué la integración ambiental de las carreteras tiende a ser secundaría en el diseño de la infraestructura? ¿Es negligente simplificar el tratamiento de las EEI en márgenes viarios a soluciones estándares, alejadas de planes rigurosos de restauración ecológica? La atenuación de los impactos ambientales de carreteras y el acondicionamiento estético de estas suelen presentar medidas correctoras alejadas cuando, en la práctica, interaccionan.
Una muestra es la hidrosiembra de especies autóctonas en taludes para minimizar la erosión hídrica mientras se opta por la plantación en hilera a los regazos de taludes y medianas de especies ornamentales con un reconocido carácter invasor, capaces de propagarse fácilmente causando serios daños ambientales en espacios naturales próximos o de degradar más el entorno viario. En nuestras carreteras, esta situación empeora porque los responsables del diseño, ejecución y gestión de las infraestructuras lineales desconocen la ecología de las EEI y del riesgo de propagación a lo largo de la vía.
Hablamos de pautas más propias de jardinería urbana que de una estrategia coherente de restauración del medio natural, que tuvieron su clímax a los manuales de la década de los 90, cuando encontramos repetidas referencias de “restauración” de taludes sin ningún criterio ecológico y sin valorar los efectos que estas actuaciones podrían ocasionar en la flora autóctona. ¿Habría que centrar, en primer lugar, los esfuerzos en mejorar las prácticas de jardinería y así fortalecer el control de EEI? Ahora bien, cuando se logra un mínimo aprendizaje sobre los impactos de EEI, nuevas problemáticas afloran como el uso de herbicidas para mitigar las EEI. En muchas ocasiones, pueden ser más perjudiciales que beneficiosos dado que pueden debilitar el establecimiento y crecimiento de autóctonas, incrementando así la competencia de las invasoras.
Acciones preventivas marcadas por la restauración ecológica
La imprevisibilidad de las invasiones biológicas obliga a plantear sistemas de inspección eficaces con un marco normativo de bioseguridad. Y aunque igualmente se pueden producir nuevas invasiones, al menos se activarían respuestas rápidas. También hay que enfatizar en la prevención como elemento clave de las políticas de gestión en materia de EEI, que poso el punto de mira en la detección de los primeros estadios de la secuencia de invasión con el objetivo de interrumpir la transferencia de nuevas especies como las de largo tiempo de residencia.
En el Estado español, el interés por parte de las administraciones se ha acentuado, pero se reduce sobre todo a la realización de campañas de sensibilización ciudadana o de mitigación enfocadas a aquellas especies EEI más problemáticas, dejando a banda el estatus legal otras invasoras, no incluidas en catálogos oficiales. Además, no se analizan con más profundidad las dinámicas espaciales y temporales del grado de invasión, asociadas a los cambios de usos del suelo o introducir la ecología de estas en las guías de buenas prácticas orientadas a los equipos de mantenimiento de carreteras, donde los técnicos tienen que adoptar decisiones: prevención, control, erradicación o restauración, según la fase en que se encuentre la EEI (fig. 2).
Si nos fijamos en los planes de revegetación de taludes degradados, no solo son necesarios para contener la propagación de EEI, sino para recuperar las especies autóctonas, la resiliencia de las cuales puede proporcionar una menor vulnerabilidad ante las invasoras. En definitiva, la restauración ecológica frente a la creciente dispersión de EEI en zonas afectadas por cauces de comunicación es un imperativo legal como parte de la integración ambiental real de las carreteras; con todo, acompañado con programas de seguimiento y de monitorización de la eficacia de las medidas ejecutadas.
Conscientes de la complejidad de avances a medio plazo, una vez consolidados, no serían imprescindibles las acciones correctoras porque la remodelación de la carretera habría sido incorporada a las dinámicas ecológicas. No se hablaría de impactos, sino de reordenación del medio seminatural. Los taludes no serían simples planos inclinados y lisos, puramente artificiales. El efecto barrera de la vía sería usado para bloquear flujos tanto edáficos, como hídricos o poblacionales no deseados. Es más, las calzadas no solo canalizarían el flujo de pasajeros y transporte de mercancías, sino que también permitirían adecuar corredores ecológicos para la conexión de poblaciones faunísticas, fragmentadas. En definitiva, estos avances sucederán y, de alguna manera, pensamos que ya se divisan, impulsados por la conciencia ecologista que se extiende en nuestra vida cotidiana. Por un lado, la reivindicación de un paisaje funcional de valores naturales y culturales desde nuestra ventana del coche y, por la otra, el conocimiento científico-técnico que posará punto final a la desfasada visión de simplemente ornamentar los márgenes de nuestras carreteras.