Bellas durmientes del saladar (I)
Como el cuento de la bella durmiente, había una vez, en un hábitat donde el suelo era y es un manto de cristales de sal, una hierba helada que adoraba vivir rodeada de sodio, ya que era halófita. Poseía unas semillas que presentaban una placentera dormición y no se despertaban, no germinaban. No estaban muertas, ni tampoco vivas. No disponíamos del beso del príncipe, pero sí de la maquinaria del Banco de Germoplasma del Jardín Botánico de la UV, dispuesta a sacarlas de un profundo y largo “sueño”. Esta es la primera parte de la historia que José Aparici nos cuenta en Revista Espores.
Estas semillas proceden de una recogida de ejemplares de Mesembryanthemum nodiflorum en el alicantino PN del Fondo, pero ¿por qué estamos tan obcecados en despertarlas? Porque básicamente sabiendo que es una especie de interés en programas de conservación in situ, de restauración ecológica de ambientes litorales, es necesario conseguir el protocolo de germinación, el antídoto experimental para obtener cultivos en masa. Finalmente, con horas y horas de esfuerzo, la especie despertó y nos dió pie a conocer los saladares mediterráneos y los retos para poder sobrevivir la vegetación en estos.
Si nos remontamos a la etimología del género Mesembryanthemum…
..el reconocido botánico del sueco Linneu indicó que dicho nombre hace referencia a que el embrión de la semilla suele estar ubicado en medio de la flor (del latín mesós), recién nacido (émbryon) y flor (ánthemom). A pesar de que, el creador del concepto Mesembryanthemum, supuso que las flores se abren en mediodía (mesembría) y flor (ánthemon). En cuanto a la especie, M. nodiflorum epíteto del latín nodus (nodo) y florus (flor), en referencia a que las semillas surgen de los nodos de los cortes. Abriendo el telón de curiosidades, el género Mesembryanthemum engloba plantas anuales o bienales asociadas a regiones áridas o desérticas, raramente perennes pero habitualmente postradas, crasas y cubiertas de pelos papilosos en la superficie de las partes verdes.
Siendo hermafroditas, la máxima floración de M. nodiflorum se da de febrero hasta julio, coincidiendo con la aparición de tonalidades cobrizas en las ramificaciones carnosas ascendentes. Font: Elena Estrelles
Y que sabemos de la especie protagonista? Procedente de la familia de las Aizoacias, la hierba helada (Mesembryanthemum nodiflorum), terófita con una altura de 25-30 cm, completa su ciclo en la estación favorable (primavera) y al iniciar el verano la planta permanece en forma de semilla hasta que a finales del invierno dará a un nuevo individuo después de las lluvias otoñales. Más allá de una disposición foliar fija cambiando desde la base hasta los extremos superiores, dentro de las 5 cavidades que conforman la cápsula (el fruto seco y deshiscente), se localizan unas semillas de un tamaño muy pequeño, estamos hablando de tan solo 0,8-1 x 0,5-0,6 mm.
Según la categoría IUCN con una preocupación menor puesto que es cosmopolita, se encuentra tendido en la fachada ibérica mediterránea y atlántica, como en territorios insulares de la región Macaronésica (Archipiélago de Madeira, Azores o Cabo Verde). Sus característicos prados, matorrales halonitrófilos sobre sustratos arenosos o rupícolas también son visibles desde saladares litorales hasta los 600 m del norte y sur africano y, suroeste asiático (Oriente Próximo y Medio).
El estrés salino, cuando hace acto de presencia…
Los estreses físicos y químicos ponen en juego la distribución y composición de la vegetación y, el exceso de solutos o la salinidad edáfica es una muestra de esto. Esta es vuelve tóxica y restringe notablemente la fisiología y el metabolismo de las plantas más que ningún otra sustancia inhibidora que se encuentre en condiciones naturales. Y es que la tolerancia al estrés salino es la capacidad de combatir en el área de las raíces la concentración salina y además aumentando esta, origina una disminución del crecimiento de la planta como regla general en la naturaleza.
La humanidad a través de la agricultura tiene un alarmante reto a afrontar: la expansión de la salinización inutiliza la superficie de monocultivos a causa de las deficiencias de los sistemas de riego
Cómo pueden los vegetales ser capaces de sobrevivir y completar su ciclo biológico sin resultar dañados por la tiranía de la salinidad? Básicamente, las especies halófitas tienen que hacer frente a dos dificultades. Por un lado, el desequilibrio iónico origina un suelo asfixiante, un estrés oxidativo y desestabiliza tanto la estructura proteica vegetal como la nutrición mineral puesto que el exceso de sodio perjudica la captación de calcio o potasio. Por otro lado, un perjuicio indirecto pero simultáneo del desequilibrio iónico es que los potenciales osmóticos edáficos a causa de la elevada concentración de solutos dificulta la absorción de agua y por lo cual, origina un estrés hídrico, una sequía fisiológica.
Además, la salinidad se clasifica en primaria o natural, la cual está distribuida ampliamente en todo el planeta y aumenta a medida que se intensifican las irregularidades climáticas, hidrológicas o procesos de sedimentación, erosión. A pesar de que, desde épocas pasadas, el factor humano ha dado lugar a la salinidad secundaria procedente de la agricultura, la sobreexplotación de acuíferos o la creciente deforestación.
¿Qué ocurre en los saladares mediterráneos, ibéricos?
El predominio de suelos salinos se debe al origen de la salinidad. En el sudeste de la península ibérica varía en función de la localización del saladar (costero o interior) y, la geomorfología y el uso que se haya hecho del lugar. Si nos fijamos en el ciclo de salinización de un saladar de carácter marino, de donde se recogió la especie, la sal del agua procede de la capa freática, la cual está próxima a la superficie.
Mesembryanthemum nodiflorum. Imagen de Nicholas Turland. Font: FlickR
El agua asciende por capilaridad, sufre una elevada tasa de evapotranspiración por la fuerte radiación solar y se origina en la superficie la cristalización de las sales que contendía en solución. La salinización se refuerza a causa de la escorrentía fluvial, microprecipitaciones marinas y la sal transportada por el viento, que se acumula tierra adentro (la conocida marisma); además, la aportada por los ciclos de salinización secundarios.
Protagonizado por la irregularidad estacional de las precipitaciones característica del clima mediterráneo más árido, el sudeste ibérico es la región más seca ya no solo de la península, sino posiblemente del continente europeo. Disparados los sistemas de alarma de la flora motivados por la prolongada sequía, esta dará paso a la llegada repentina de torrenciales episodios de Gota Fría con unas plantas incapaces de retener el agua cuesta abajo. Esto desemboca en el mayor reto medioambiental de la zona: la erosión potencial y empobrecimiento del suelo y, la consecuente desertización del medio.
La variación estacional de la humedad edáfica a causa de unas lluvias tan escasas y de rápida evaporación se traducirá en el afloramiento de costras de sal en los estratos superiores del suelo, sin ser lavadas durante el periodo de sequía. Con la aparición de las comentadas abundantes lluvias, disuelve, disminuye la sal edáfica y así es como las plantas aprovechan ese momento para la progresiva germinación y el arraigo a estratos más profundos. Por lo tanto, durante la sequía, no les influirá la sal y este es el motivo por el cual, incluso, habitan plantas no halófitas en suelos salinos.
El saladar, la fragilidad de un paisaje
Cómo ocurre con los fragmentados, residuales ambientes de la costa levantina como cordones dunares o marjaleras, los saladares también se encuentran en la UCI a causa de una alarmante combinación de amenazas que expulsan las comunidades vegetales autóctonas, endémicas, las condiciones óptimas de crecimiento de las cuales se ubican en los singulares saladares. Factores de degradación como la introducción de especies exóticas, el forzado soterramiento de los saladares, el uso de fertilizantes agrícolas en los vecinos campos de cultivo, el irrespetuoso turismo del sol y playa a golpe de ladrillo…
Mosaico floral de un saladar en el término municipal de Catral (Baix Segura, Alicante). Las manchas cobrizas pertenecen a los ruderales de M. nodiflorum. Fuente: Elena Estrelles
Factores que desestabilizan el régimen hidrológico del salar y la consecuente salinidad del perfil edáfico y, que repercute en último lugar en la elevada especialización de la flora halófita. Esta extrema vulnerabilidad se ha traducido en un golpe de timón en los últimos años, cuando los saladares fueron englobados en la red europea Natura 2000, como Lugar de Interés Comunitario (LIC) y Zona de Especial Protección para las Aves (ZEPA). Además, con sus microrreservas florales de especial protección, las estepas y lagunas salinas fueron catalogadas como uno de los 18 hábitats prioritarios en la natura valenciana.
Aun así, los ecosistemas halófilos no se comportan como sistemas aislados ausentes de interacciones externas, sino que su parto del conjunto de la vegetación de un territorio. Por eso, hay que tener en cuenta que a pesar de que las comunidades de estos ambientes salinos se encuentran alejadas taxonómicamente, están próximas espacialmente y juegan una función clave en cuanto a la uniformidad y la sucesión de una serie de etapas de la vegetación.
En las depresiones de los cordones dunares, la vegetación se instala en anillos concéntricos segun la concentración de salinidad edáfica. Así, en el núcleo central, más deprimido, los niveles de salinidad son tan elevados que no aparece vegetación y a medida que nos desplazamos en la periferia, con una conc. salina que tiende a disminuir, es donde se instalan las distintas formaciones herbáceas halo-hidrófilas.
Ser halófito/a
Realmente, existen pocas especies vegetales halófitos. De hecho, no todas las especies vegetales que habitan en suelos salinos son auténticas halófitas. Estas últimas no solo pueden esquivar daños, toleran la toxicidad de la sal en lo plasma celular, sino que a falta de suelos no halófitos, pueden crecer con conc. salinas extremas. En cambio, gran parte de las plantas glicófilas, dulces o simplemente, no halófitas, les afecta negativamente cuando el entorno contiene exceso de solutos puesto que son deshidratadas hasta morir.
Imagen de Joe Decruyenaere. Font: FlickR
A pesar de que el término halófito no representa a ningún taxón, la mayoría de especies halófitas son englobadas en un reducido grupo de familias: Aizoacias, Quenopodiacias, Plumbaginacias, Tamaricacias o Frankenacias fundamentalmente. Aunque también hay plantas adaptadas a la sal, pertenecientes a otras familias vegetales, como gramíneas del género Spartina, Eragostris o Distichlis.
En las últimas décadas, en el mundo de la botánica surgió una espiral de controversia en que algunos autores postulaban que las plantas halófitas están relegadas a los saladares porque son incapaces de competir con otras especies. Y es que poseen singularidades que las permiten subsistir exitosamente en condiciones adversas y evitar la competencia con aquella vegetación que no tolera los suelos salinos durante la colonización del hábitat. Y es que cuando hablamos de una planta halófita, hablamos de varias clasificaciones ya sea basadas en el crecimiento óptimo del vegetal, en el tipo de suelo (nivel de sodio) o en los órganos presentes.