Entrevistas

8 Mar 2020

Botánico del mes: Ricardo Garilleti

Ricardo Garilleti portada
Ricardo Garilleti recolectando musgos en la costa Pacífica de los Estados Unidos. / F. Lara

Su pasión por la Botánica se despertó en los primeros años de carrera y, desde entonces, no ha parado de viajar e investigar en su principal área de estudio, la briología. Es un experto en taxonomía de musgos y  para él, afirma, cada nueva expedición es una aventura. Le preocupa la progresiva pérdida de interés hacia las plantas que observa en la sociedad. Catedrático de la Universitat de València y formador de nuevas generaciones de botánicos intenta transmitir a sus alumnos la necesidad de ser rigurosos con aquello que hacen porque «no hay caminos cortos o cómodos». Ricardo Garilleti (Madrid, 1963) es nuestro botánico del mes.

¿Qué te atrajo de la Botànica?

Esta es una pregunta interesante, porque me considero un botánico con fuerte vocación y dedicación y, sin embargo, esta disciplina no fue mi primera elección. Como tantos otros biólogos de mi generación, en buena medida soy resultado de los documentales de Félix Rodríguez de la Fuente y Jacques-Yves Cousteau y mi primer interés fue por los animales. Por los cetáceos marinos, concretamente. Bastante alejado de donde he acabado científicamente. Al empezar los estudios universitarios en la Universidad Autónoma de Madrid es cuando, poco a poco, descubrí los vegetales, superponiéndose a mi interés por los animales. Las causas de este interés botánico son varias y tienen más que ver mis compañeros de curso que mis profesores. Los tres profesores que tuve en la asignatura de Botánica General de segundo no resultaban en general muy seductores. Una de ellas parecía querer espantar a los alumnos, por lo poco que cuidaba sus clases –reflejo de su desinterés general por la ciencia–. Otro, Antonio García-Villaraco, era un sabio ágrafo y poco ameno en sus clases, pero transmitía tal cantidad de información sobre la estructura de los vegetales que fijó mi atención; debí ser de los muy pocos a quien realmente le gustaban sus clases. Por fin, el último de mis profesores, Javier Fernández Casas, era un reconocido botánico al que encontré en un momento en el que estaba cansado de la Universidad y se preparaba para ir al CSIC; sus clases eran bastante sui generis, con bastantes anécdotas y quizás menos transmisión formal del conocimiento. Curiosamente, este último acabó siendo mi director de tesis.

¿Cómo se desarrolló ese interés botánico?

En mi aula nos reunimos un grupo de gente muy interesante, botánicamente hablando. Fue una promoción original, en el sentido de que es la que más botánicos profesionales ha producido mi universidad. Había compañeros con mucho interés por la Botánica y algunos de ellos eran de los más brillantes del curso y apuntalaron mi interés por conocer las plantas. Yo hasta entonces tenía un grave defecto que en esa época no tenía nombre, pero que afectaba y afecta a la mayoría de la población: tenía ceguera a las plantas, o abotanopsia. Es decir, prestamos tan poca atención a los vegetales que somos capaces de ver un rato largo una fotografía en la que haya animales y plantas y al final no haber percibido o ser incapaces de recordar los vegetales de la imagen. Esto no es anecdótico, aunque pueda parecerlo. Está en el fondo de que mucha gente no aprecie la importancia de proteger a las plantas, mientras que cuidar de los animales cuenta con mucho más apoyo inmediato.

Ricardo Garilleti (centro), junto a Belén Albertos y Francisco Lara durante una campaña de recolección de musgos en Japón. / R. Garilleti

Durante mis años de estudios fui conociendo este grupo de organismos y, dado que en la Autónoma de Madrid se cuidaban mucho las excursiones de estudios, aprendí de su importancia en el paisaje, lo que nos dicen del ambiente en que se desarrollan, de la conservación del entorno, del uso humano del territorio y de las plantas, las relaciones que mantienen entre ellas, y con animales y hongos. Descubrí que eran la mejor aproximación para entender el mundo natural y nuestra posición en él. Además, la belleza de una planta o de las comunidades vegetales resulta irresistible.

Al terminar los estudios tenía muy claro que quería ser botánico profesional y dedicarme a la investigación científica.

¿Nos podrías resumir tu trayectoria profesional?

Tras acabar la carrera empecé la tesis doctoral en el Real Jardín Botánico de Madrid (CSIC), trabajando en aspectos nomenclaturales de la obra del valenciano Antonio José Cavanilles, quizás una premonición de que acabaría trabajando en su ciudad de origen. La nomenclatura botánica es el modo en que se regula cómo se ha de llamar a una planta, y es un punto importante de la labor de un taxónomo. Este trabajo de investigación fue muy poco experimental, pero muy formativo para el desarrollo de mi carrera científica. En esos años aprendí a localizar y manejar bibliografía histórica, a leer con el latín que se ha usado en ciencias naturales, tuve que estudiar el Código de Nomenclatura de los vegetales en su sentido amplio, es decir, las normas que regulan cómo nombrar y publicar los vegetales y establecen qué nombre es el correcto cuando se han aplicado varios a la misma planta. Finalmente, peleé mucho con los fondos del mayor herbario de España, trabajando especialmente con fondos históricos, que han tenido muchos cambios a lo largo de su historia, y son complejos de manejar. El resultado fue aclarar qué nombres de plantas debían adjudicarse a Cavanilles e identificar los especímenes que empleó para describir las más de 1.100 plantas que publicó. Estos especímenes originales de una planta reciben el nombre de tipos nomenclaturales, y son la base de cualquier estudio taxonómico posterior. Permiten entender el concepto exacto que tenía un autor cuando publicó una especie nueva y así determinar si algún espécimen problema se puede adjudicar a esa especie o pertenece a otra, que podría ser nueva. El resultado fue la publicación de dos monografías de referencia para todo aquel científico que trabaje con plantas descritas por Cavanilles o que se parezcan mucho a ellas.

¿Qué pasó al acabar la tesis?

Cuando acabé la tesis, allá por 1991, volví a la UAM, primero como becario postdoctoral y luego como investigador ligado a proyectos. Fue una etapa muy interesante y que recuerdo como una de las mejores de mi carrera y de mi vida personal, por la gente que estábamos allí y por la diversidad de líneas que comenzamos y que siguen activas en su mayor parte. Entré a formar parte del equipo de briólogos que estaba formándose en esa Universidad y que todavía seguimos trabajando juntos en todo. Es mi equipo científico. Con uno de sus integrantes, el Dr. Francisco Lara, llevo trabajando codo con codo desde que estudiábamos juntos la carrera de Biología y hemos hecho siempre un tándem de trabajo efectivo. Es tan importante esta relación con un equipo activo que no puedo responder en esta entrevista sin hablar frecuentemente en plural. No entiendo mi actividad como algo individual. Además de profesional, el cambio también fue personal y cambió mi vida definitivamente. En el Laboratorio de Briología de la UAM coincidí con Belén Albertos, que empezaba a hacer su tesis allí. Nos enamoramos rápidamente y, poco después, nos casamos. Después de tantos años, seguimos juntos en ambas facetas y felices compartiéndolas.

Ricardo Garilleti y Belén Albertos durante una campaña de recolección de musgos en la costa Pacífica de los Estados Unidos. / F. Lara

En la Autónoma empecé a trabajar en Briología, la parte de la Botánica que estudia los briófitos, es decir, los musgos, las hepáticas y los antocerotas y arrancamos una línea de taxonomía de una familia de musgos que se ha constituido en el interés principal del equipo y en la que ahora somos reconocidos como los especialistas mundiales de referencia. Esta es la línea en la que está la inmensa mayoría de mis publicaciones científicas.

Sin embargo, no solamente podíamos dedicarnos a eso. La necesidad de conseguir proyectos técnicos para poder vivir mientras buscábamos contratos en la Universidad nos llevó a Paco Lara y a mi a colaborar con el Ministerio de Fomento, bajo los diferentes nombres que ha ido recibiendo, en estudios relacionados con el impacto ambiental, la declaración de zonas protegidas o la caracterización y estado de conservación de la vegetación riparia española, un tema este que terminó teniendo mucha importancia en nuestra carrera. Estos estudios dirigidos en buena parte a la gestión del medio natural me resultaron muy útiles para la posterior docencia en Ciencias Ambientales.

¿Cómo continuó tu trayectoria?

En 1997 entré como Profesor Titular en una universidad privada, la Universidad Europea de Madrid. Fueron cinco años interesantes, porque me inicié en la docencia universitaria, pero muy duros. La alta carga docente de los centros privados interfería tremendamente con la investigación, pues apenas dejaba tiempo para ella. Dentro del Departamento de Medio Ambiente estaba apoyado y bien considerado y, de hecho, por designación del departamento tuve el gran honor de impartir la lección inaugural del curso 1999-2000. Sin embargo, los problemas para compaginar docencia e investigación hicieron que buscase otro lugar para trabajar. Alejarme de Madrid no era un problema.

Foto de la izquierda: Francisco Lara, Josep Antoni Rosselló y Ricardo Garilleti, el día en el que este ganó la Cátedra de Botánica en la Universitat de València. / B. Albertos. Foto de la derecha: Ricardo Garilleti en el Jardí Botànic de la Universitat de València. / B. Albertos

En 2002 gané las oposiciones a Profesor Titular en la Universitat de València, adscrito a la Facultad de Farmacia, y algunos años después obtuve la Cátedra. Venir a Valencia fue un importante cambio personal del que nunca me he arrepentido, al revés. Desde la perspectiva científica en líneas generales ha habido pocos cambios, aparte de las dificultades de montar un laboratorio desde cero y sin contar inicialmente con un espacio adecuado para el tipo de investigación que hago. Por suerte, pude conseguir rápidamente unos mínimos medios para arrancar y poco a poco montar el laboratorio. He de decir que, en un momento dado, conté con la ayuda de la Facultad para reformar un espacio con muy poco uso en ese momento y organizar un laboratorio acorde a nuestras necesidades.

¿En qué consiste tu trabajo?

Científicamente es muy variado e incluso tiene algunas derivadas más técnicas o de gestión de lo que inicialmente uno podría pensar. Mi línea preferente es la taxonomía de briófitos. La tarea de los taxónomos es la de clasificar a los seres vivos. Se podría resumir en diferenciar los diferentes organismos del planeta, definir qué es lo que los hace diferentes a todos los demás, establecer qué especies son las más parecidas y asegurarnos de que cada rango taxonómico (Familia, especie, subespecie…) tenga un único nombre. Esto último es a veces lo más complicado, pues una misma planta ha podido recibir a lo largo de la historia diferentes nombres. Piénsese, por ejemplo, que el intercambio de información no era tan rápido antes y que, en algunas épocas, se complicaba (aunque no se interrumpía) por las guerras europeas. O algunas descripciones de especies nuevas eran tan incompletas que inducen a confusión y a que se dupliquen o tripliquen los nombres para una única especie. Los taxónomos somos los descubridores de nuevas especies, pero también lo encargados de que cada especie, subespecie… tenga un único nombre.

¿Es variada la actividad que desarrollas?

Aunque la taxonomía se puede hacer sin salir de un laboratorio, pidiendo pliegos a herbarios de todo el mundo, la perspectiva de nuestro equipo es diferente. Somos exploradores botánicos. Hacemos campañas de exploración y recolección de los musgos que estudiamos por todo el mundo. Este modo de actuar proporciona mucho material de estudio, lo que permite establecer bien los límites morfológicos de las especies, conocer sus requerimientos ecológicos, las especies con las que conviven y las sustituciones de unas por otras al cambiar las condiciones ambientales. Además, al tratarse de exploraciones muy especializadas y dirigidas a objetivos concretos, nos ha permitido encontrar muchas especies desconocidas hasta el momento, con un conocimiento muy bueno de ellas. Hasta el momento, hemos podido recolectar musgos en sitios muy dispares, además de Europa, como Japón, Nueva Zelanda, Sudáfrica, Kenia, Tanzania, América desde Alaska hasta el Cabo de Hornos, Sudáfrica… La lista sigue y no hemos parado todavía. Cada expedición de recolección es, en si misma, una aventura personal y científica muy enriquecedora en todos los sentidos. Bueno, menos en el económico, claro.

Las salidas de campo no siempre son fáciles. Recolección en un día de fuerte lluvia en la Patagonia chilena, una de las zonas del planeta con mayor volumen de precipitaciones. / F. Lara

Como resultado de esta línea, hemos descrito o reivindicado un buen número de especies y reorganizado un par de géneros de nuestra familia de estudio,  Orthotrichaceae, una de las más numerosas en especies de musgos.
Sin salir de la Briología, Belén Albertos y yo coordinamos desde Valencia la elaboración del Atlas y Libro Rojo de los briófitos amenazados de  España, la obra de referencia para la conservación de briófitos en España. En esta obra participó la práctica totalidad de la comunidad de briólogos de España. Y algún extranjero. Un paso más allá en esta línea fue la participación como especialista en la familia Orthotrichaceae en el reciente libro rojo de los briófitos de Europa, realizado por la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza.

Y en otras líneas de estudio?

No se puede olvidar los trabajos que he realizado sobre brioflora o conservación en la Antártida. Se trata de una línea que todavía ha de desarrollarse más, pero que es muy prometedora.

Otra línea de estudio, completamente dispar, es el de la vegetación leñosa de las riberas de los ríos españoles, que hemos realizado en paralelo. Surgió como una serie de trabajos para el Ministerio de Fomento que servían para ganarme la vida y acabó siendo una síntesis completa de las formaciones vegetales de ríos y ramblas de España. Es un trabajo del que estoy muy contento. La clasificación fisonómico-florística-ecológica que establecimos después de más de quince años de trabajo de campo y gabinete es empleada por el Ministerio de Transición ecológica para el seguimiento de los Hábitats de Interés Comunitario de la Directica de Hábitats. A raíz de estos estudios, nos pidieron que elaborásemos las guías metodológicas para hacer este seguimiento. Nuevas perspectivas se han abierto recientemente, y es posible que esta línea cobre más importancia en un futuro próximo. Esta sería, sin despreciar la anterior, la línea que supone más transferencia de conocimiento a la sociedad.

Tu especialidad es la taxonomía de musgos. ¿Qué te interesó de este campo de estudio?

La respuesta a esta pregunta es sencilla: la curiosidad. La gran cantidad de interrogantes que surgían inmediatamente al empezar a estudiarlos, incluyendo la existencia de un número alto de potenciales nuevas especies, algo que es un imán si tienes vocación de taxónomo, como es mi caso. Además, implicaba hacer trabajos con perspectivas científicas diferentes (morfológica, biogeográfica, ecológica), lo que siempre resulta muy atractivo. Finalmente, pronto vislumbramos la posibilidad de concluir los estudios con un tratado general con el que se solucionasen bastantes de los problemas de la compleja taxonomía de Orthotrichaceae. Esta aportación final –todavía no alcanzada– era un buen aliciente.

¿Estás orgulloso de haber participado en algún proyecto en especial?

En general, todos han resultado satisfactorios y muy enriquecedores. Puede que tenga preferencias por alguno en concreto, pero es más difícil precisarlo. Muchas líneas de trabajo se van siguiendo mediante proyectos enlazados y que se ramifican, de manera que yo contemplo mi carrera en la taxonomía vegetal o el estudio de las riberas como grandes proyectos con varias etapas, algunas más interesantes. Y estoy igual de contento con ambos. Habitualmente, se suele estar más contento de aquel proyecto en el que se trabaja en cada momento. Posiblemente porque estás respondiendo a preguntas que te has hecho y ves cómo avanza la ciencia que haces. Por eso, quizás más que estar orgulloso de alguna etapa o proyecto, podría decir que hay algunos con los que no me siento tan identificado. Pero de esos no hablaré aquí.

Reunión de OPTIMA (Organization for the Phyto-Taxonomic Investigation of the Mediterranean Area) de 2013, en la que Ricardo Garilleti fue el orador invitado. De izquierda a derecha: Olaf Werner (Murcia), Jan Kučera (České Budějovice, República Checa), Tom Blockeel (Sheffield, Reino Unido), Francisco Lara (Madrid) y Ricardo Garilleti (València). / Rosa M. Ros

¿En qué proyecto trabajas ahora mismo?

Actualmente estoy más centrado en el estudio del género Ulota en el hemisferio sur. Es un género de pequeños musgos corticícolas razonablemente rico en especies y con una complejidad taxonómica muy grande y mal conocida. Tradicionalmente se ha considerado –quizás no muy acertadamente– que los musgos tienden a tener áreas de distribución muy grandes, gracias a que sus pequeñas esporas pueden ser transportadas a grandes distancias. Sin embargo, este género parece mostrar un comportamiento diferente en este territorio y todas las especies de Patagonia que, por lo que se sabe, es el principal centro de diversidad del género, son exclusivas de aquí. A pesar de que se ha propuesto que existe un “puente aéreo” entre Patagonia y Nueva Zelanda originado por los fuerte vientos de dirección E, no parece que las especies de este género lo empleen y ambos territorios no están tan conectados. Hay una serie de estrategias características de las especies australes para reducir la capacidad de dispersión a larga distancia, como esporas de gran tamaño (las mayores del género) que, en algunas especies, empiezan a dividirse antes de la germinación e incluso llegan a germinar dentro de la cápsula, antes de ser liberadas. Además, todo apunta a que la ya alta diversidad aquí presente ha sido subestimada y posiblemente el número final de especies sea mayor.

La finalidad de este proyecto es identificar y explicar la diversidad taxonómica y las relaciones evolutivas dentro de este género en el hemisferio sur, mediante aproximaciones morfológica, molecular, ecológica y biogeográfica. Los resultados que vamos obteniendo son muy buenos, con cuatro nuevas especies descritas y la identificación de algunas que son claras candidatas para ser nuevas y sobre las que estamos trabajando ahora mismo.

¿Qué impacto o repercusión tienen resultados como este? 

El conocimiento de la biodiversidad es, en sí mismo un gran resultado. Si, además, aumentas lo que se sabe de las relaciones evolutivas y de coexistencia entre las especies de un ecosistema y entre ecosistemas diferentes, sus diferentes –o no tanto– orígenes geográficos y cómo ha cambiado su distribución con el tiempo, cómo se estructuran las comunidades en el espacio y el tiempo…, tendrás datos y herramientas para conocer mejor la evolución biológica, el estado de la naturaleza en el planeta y quizás, solo quizás, aprender cómo conservarlo.

¿Cómo piensas que ha cambiado tu trabajo con los años?

El cambio en algunos aspectos ha sido muy radical. Desde el punto de vista de los estudios morfológicos, aparentemente algo estable, el desarrollo de técnicas estadísticas más adecuadas a estos estudios, los diferentes tipos de microscopía óptica o electrónica disponibles, los programas de análisis de imagen, etc. ha mejorado las conclusiones que se alcanzan por esta vía más clásica. Además, hacen que los estudios puedan realizarse más eficientemente, lo cual está bien, porque así se compensa que, con el tiempo, el número de muestras y caracteres morfológicos que empleamos haya aumentado considerablemente.

Ricardo Garilleti en su laboratorio de la Facultad de Farmacia de la Universitat de València. / B. Albertos

La gran revolución ha sido la molecular, evidentemente. Primero las secuenciaciones Sanger de unos pocos marcadores y ahora la nueva generación de secuenciación, que dio paso a la genómica, aporta herramientas de gran finura para estudiar las relaciones de parentesco y los procesos evolutivos de los vegetales. Permite indagar aspectos antes imposibles.

En otras metodologías, no ha habido cambios en muy largo tiempo. Seguimos necesitando buenas representaciones de las especies en estudio para estimar su variabilidad morfológica, utilizamos los tipos nomenclaturales como herramienta de comparación, husmeamos en los herbarios, a los que pedimos préstamos como se hacía hace más de un siglo. Esta sería la parte romántica de la ciencia, porque supone continuidad con lo que hacían los padres fundadores de la Botánica moderna.

Como profesor de la Universitat de València has visto pasar diversas generaciones de estudiantes. ¿Qué es lo importante, como docente?

Sin duda, transmitir pasión por lo que hacemos. Si te apasiona la Botánica, transmitirás además una buena dosis de conocimientos. Algunos de ellos estarán en sus apuntes o textos de consulta, pero otros muchos procederán directamente de tu experiencia profesional. Si puedes transmitir esto, es posible que les comuniques tu amor por esta ciencia y, en el mejor de los casos, se lo contagies. Aparte de esto, es fundamental que aprendan a ser rigurosos con lo que hacen. Aquí o en cualquier otra ciencia. Que aprendan que no hay caminos cortos o cómodos; que si no te dedicas con seriedad, no alcanzarás los objetivos que buscas, el principal de ellos, estar realmente satisfecho con lo que estás haciendo.

¿Has conocido a personas interesantes gracias a tu trabajo? ¿A quién?

Se conoce mucha gente con este tipo de actividades. Se viaja por terrenos poco transitados o poco comunes y también se asiste a reuniones nacionales o internacionales donde acude gente de lo más variopinta. La mayoría de ellos botánicos, pero no todos. Una persona que me causó una especial impresión, por su significado más bien triste, fue Cristina Calderón. Se trata, porque creo que sigue viva, de la última persona que ha vivido la cultura yagana y la última que tuvo uso esa lengua como materna. Nació en 1928 y no tengo noticia de que nos haya dejado. El encuentro fue en 2012, durante la inauguración de una estación biológica en la isla de Navarino, Chile, en la orilla sur del tan darwiniano canal del Beagle. A pesar del contenido científico y político del acto, esta mujer fue el auténtico centro de todas las atenciones. Todo el mundo allí –militares, políticos, científicos– sabía lo que Cristina Calderón representaba y se lo hacían notar de una manera respetuosa y cariñosa. Los yaganes eran la cultura nativa de esta isla y lo que todavía se mantiene de ellos es una recuperación de su artesanía y el mantenimiento de la lengua, pues Cristina se la enseñó a su nieta, quien intenta transmitirla a los niños. Con ella desaparecerán los últimos restos de una sociedad que sus nietos intentan resucitar de alguna manera. Nos habló un poco en yagán, sobre todo para que los que veníamos de fuera pudiéramos oír la lengua de sus padres, pero no de sus hijos, como nos dijo. Me quedo con el recuerdo de esta pequeña mujer hablando una lengua con sonidos tan diferentes de los que acostumbro a oír.

¿Cómo valoras la situación laboral del sector?

Quien diga que cualquier campo de las ciencias naturales está en una situación laboralmente boyante debería cambiar de medicación, antes de que sea irreversible. Nunca ha habido muchos trabajos en nuestra área de interés, aunque el desarrollo de legislaciones de protección ambiental a diferentes escalas administrativas abrió unas posibilidades de trabajo nada desdeñables. Posiblemente, la gestión del medio natural, incluyendo los estudios particulares sobre el terreno que son necesarios para ello, sea una fuente importante de trabajos, tanto en la administración como en empresas públicas o privadas. Esto no quiere decir que haya abundancia de ellos.

En cuanto a actividad científica, cualquier persona interesada por ella sabrá que España tiene una carencia crónica de financiación y, lo que es peor, no parece que la ciencia sea nunca un objeto de interés, aunque está demostrado que existe una relación directa entre investigación en cualquier área y creación de riqueza. Sin embargo, si se tiene capacidad y mucha, mucha vocación y tenacidad, puede ser posible hacer una carrera profesional en Botánica. Y siempre queda la posibilidad de hacer esa carrera fuera de nuestro país. Es una vergüenza que se formen aquí buenos investigadores y el resultado sea que se tengan que ir a trabajar a otro país, donde generarán conocimiento y, con él, riqueza.

¿Qué futuro le espera a la botánica?

Creo que, como disciplina o conjunto de disciplinas, el futuro es tan prometedor o más de como lo fue en el pasado, con las ventajas de las nuevas técnicas de todo tipo que ya se pueden aplicar ahora y que mejorarán y nos sorprenderán en el futuro. Tenemos todo lo necesario para que la revolución científica que vivimos continúe con las plantas. Además, hay extensos campos de estudio. Sin contar con otras áreas, tenemos mucho que descubrir sobre la diversidad vegetal aún oculta a nuestro conocimiento y sobre cómo protegerla. Dicho esto, también hay nubes oscuras y a veces cuesta ver la silver line de la expresión inglesa que nos dice que siempre se puede encontrar algo positivo en la adversidad.

Foto de la izquierda: Ricardo Garilleti en su laboratorio de la Facultad de Farmacia de la Universitat de València. / B. Albertos. Foto de la derecha: Imagen coloreada de Ulota maltiana al microscopio electrónico de barrido. Este género es el centro de una de las líneas de investigación preferentes de Ricardo Garilleti. / R. Garilleti

Mientras que las herramientas para mejorar el conocimiento están ahí y el avance más puntero es posible que continúe sin graves interrupciones, otro conocimiento más básico puede correr peligro. Desde la industrialización se ha perdido mucho aprecio popular por las plantas, la ceguera a la que me refería antes. Sin ese aprecio será imposible primero, preservar muchas plantas amenazadas que ahora dependen de nosotros, después de que las hayamos llevado a situaciones casi insostenibles. Por otra parte, ese desapego hace que el interés por la Botánica decaiga. Es verdad que desde el siglo XIX no es la ciencia natural favorita, ese puesto lo ocupa indiscutidamente la zoología, pero creo observar pocas ganas de aprender plantas por demasiados estudiantes que he conocido. El desarrollo de aplicaciones informáticas para identificar una planta a partir de una fotografía tiene, junto a sus aparentes ventajas, graves peligros. El primero es que puede transmitir que es muy fácil nombrar una planta y que, además, no son grupos complejos con mucha más diversidad de la que parece. Muchos caracteres necesarios no se observan, y se llega a identificaciones por parecidos razonables. No cabe duda de que este tipo de aplicaciones tienen mucho margen y potencialidad para mejorar y llegar, incluso, a identificaciones correctas, una vez que le aportes las imágenes necesarias y que la misma aplicación podrá ir solicitándote a medida que afine la primera identificación. Algo genial. El problema, desde mi punto de vista, es que se pierda el interés general y con él el conocimiento profundo necesario para llegar a esas aplicaciones. Además, no podemos considerar que ya sabemos todas las plantas de nuestro viejo entorno ¡ni mucho menos! y no digamos de las numerosas áreas aún mal exploradas y de los abundantes grupos vegetales mal conocidos.

¿Cuál es la habilidad imprescindible para tu trabajo?

Yo creo que facilita mucho mi trabajo tener unas buenas dotes de observación y de relación entre observaciones, acompañadas de una buena memoria, al menos para aquello en lo que trabajas. Ese tipo de memoria que te permite recordar dónde y cuándo has visto determinada planta o cuáles comparten algún carácter morfológico o ecológico clave. Esa es la base de la florística, primero, y de la taxonomía después.

¿Qué época de la Botánica te hubiera gustado vivir y por qué?

Sinceramente, no hay mejor época que la actual. El acceso a territorios poco o nada explorados, la revolución biológica que la secuenciación del ADN y ahora la genómica ha supuesto en nuestra comprensión de las relaciones evolutivas, la disponibilidad de materiales de cualquier parte del mundo, el acceso por Internet a informaciones antes inaccesibles o desconocidas… Son poderosas razones para que el trabajo sea hoy en día mejor que nunca antes. Aparte de esto, y dado que entiendo que se quiere que mire hacia atrás, la gran época de las exploraciones científicas de los siglos XVIII-XIX fue fascinante. Pero las posibilidades de haber podido participar en alguna de ellas o aún estudiar sus recolecciones son tan bajas que probablemente me habría quedado fuera. La ciencia se ha democratizado y eso es otra ventaja de nuestra época.

Ricardo Garilleti abriendo un coco con una navaja en una playa de Australia. / B. Albertos

¿A qué botánico o botánica te hubiera gustado conocer en persona?

Aunque Alexander von Humboldt no es un nombre que asociemos inmediatamente con la Botánica, la verdad es que es autor de más de 300 nombres de plantas. Creo que con esa cifra se le pueda considerar, incluso, como un botánico prolijo. Además de esa parte taxonómica, Humboldt fue el primero en observar o describir en detalle cambios en la distribución de las plantas con la altitud, sentando las bases de la fitogeografía. Con todas sus experiencias viajeras y su saber enciclopédico, hablar con él, escuchar sus opiniones acerca de la naturaleza de medio mundo, debía ser fascinante.

En todos estos años como botánico, ¿cuál es la situación más curiosa o divertida, que se pueda contar, en la que te has encontrado?

Las cosas curiosas ocurren más cuando sales de tu entorno, en las campañas de recolección. No quiero decir que no pasen cosas en el laboratorio, pero no tantas. Si me preguntan por tres cosas llamativas, el resumen sería: me han disparado, he tenido que conducir por una pista de montaña el coche sin frenos de un narco marroquí o he estado en una playa cerca del epicentro de un gran terremoto. Luego las cosas no son tan interesantes. O quizás si, ya no sé. El disparo fue hecho a quemarropa sobre mi cabeza como advertencia por invadir una propiedad en Portugal y sentí en la cara el aire desplazado. Fue muy cerca. Nos explicamos en portuñol y al final acabamos todos –nosotros con un susto de muerte– tomando licor, castañas y chorizos en la casa del dueño de la casa, un hombre que resultaba hospitalario y encantador cuando dejaba la escopeta. Lo del coche en Marruecos fue un error de principiante. Preguntamos por una pista para subir a una montaña en el Rif sin pensar que podíamos estar preguntando a alguien dedicado al negocio de la droga. Que no es tan raro allí, sobre todo si ves que tiene un coche aparentemente en buen estado. Nos dijo que nos llevaba, pero que condujera yo su coche. Resultó estar bastante destartalado y que hacía tiempo que no sabía lo que era un freno, lo que descubrí en la primera curva cuesta abajo junto al despeñadero y confirmé en muchas más que siguieron a la primera. Al final resultó que nos llevó a la casa del jefe, para intentar vendernos la producción local. Con cierto esfuerzo diplomático y bastante inquietud conseguimos salir de allí solamente con un te con hierbabuena.

Ricardo Garilleti (en el centro) discutiendo con William Buck, del Jardín Botánico de Nueva York (derecha) y Xiaolan He, de la Universitat de Helsinki (izquierda) los detalles de un día de herborización en las islas del Canal del Beagle (Chile). / J. Larraín

Por fin, el terremoto sucedió en el sur de Chile y fue el segundo más potente en el país desde que se miden. Nosotros ni nos enteramos cuando se produjo, a pesar de estar a uno 70 km del epicentro; al lado, vaya. En ese momento estábamos en un coche y pensamos que el movimiento era por el viento. Bajamos a recolectar a una playa y nos llegó a los teléfonos un aviso de emergencia por tsunami que no esperábamos. Ni qué decir tiene que salimos por pies de la playa. Fue el único punto que no herborizamos a fondo en esa campaña.

¿Trabajas solo o en equipo?

Siempre he trabajado en equipo y creo que no hay modo mejor de hacerlo, tanto en lo profesional como en lo personal. Es necesario que haya una buena relación entre los integrantes de un equipo, si quieres que sea un trabajo agradable y, en eso, he tenido mucha suerte. Un equipo bien conformado reúne personalidades diferentes con intereses distintos. El resultado es que se amplían tanto los campos de investigación del grupo como las técnicas utilizadas, gracias a las variadas especializaciones de los miembros del equipo. En el nuestro, hay funciones claramente diferenciadas, aunque con importantes zonas de mezcla entre ellas. Todo contribuye a que, además, las discusiones científicas sean más ricas.

En mi caso, el equipo es algo particular, por estar repartido entre dos sedes, la Universitat de València y la Autónoma de Madrid. En Valencia estamos ahora mismo solamente Belén y yo, mientras que la sección madrileña es la más numerosa, con cinco personas. Esto tiene cosas buenas y malas. La peor es que se pierde el contacto del día a día, hablar de aspectos científicos colaterales enriquecedores que no es fácil que salgan en otro momento. Se echa de menos el contacto con los amigos. También, a veces la comunicación puede no ser tan fluida, aunque nosotros procuramos que no sea así.

A pesar de que el enclave valenciano solo tiene por ahora un grupo mínimo, podemos mantener intereses diferentes y apoyarnos en la realización de ellos. Esto contribuye a mejorar tanto el espíritu de trabajo como los resultados. Entre dos personas mantenemos, con mayor o menor intensidad dependiendo de cada momento, varias líneas de actividad.

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