Botánico del mes: Manuel B. Crespo
Defiende la divulgación de los valores vegetales desde las primeras etapas de enseñanza y augura, con optimismo, que pronto volverán a necesitarse profesionales que conozcan bien el medio ambiente, y las plantas. Manuel B. Crespo, conocido como Benito (su segundo nombre de pila) en el ámbito botánico, es catedrático en el departamento de Ciencias Ambientales y Recursos Naturales de la Universidad de Alicante y director del grupo de investigación Botánica y Conservación Vegetal de la misma universidad. Un entusiasta, a partes iguales, del trabajo de campo, el laboratorio y las aulas.
¿Qué te atrajo de la Botánica?
Como casi todos los estudiantes que nos formamos en la década de los años 1980, llegamos atraídos a la Biología gracias a la labor de divulgación que se realizó a través de programas de televisión como Planeta azul o El hombre y la Tierra, por Félix Rodríguez de la Fuente. Ya dentro de la carrera, me interesé por la Botánica. Para mí no era algo nuevo, porque en mi familia siempre hubo personas dedicadas a la agricultura. Y tal vez por ello, las plantas pronto captaron mi atención… Las prácticas de identificación de especies, las excursiones a recolectarlas y estudiarlas en sus hábitats… Todo contribuyó a forjar en mí un interés creciente por la Botánica, que con el tiempo se convirtió en mi pasión y, a la postre, en mi profesión.
Manuel B. Crespo en los montes de Beni Snassen (nordeste de Marruecos), recolectando Xiphion fontanesii, abril de 2013. / M. Á. Alonso.
¿Nos podrías resumir tu trayectoria profesional?
Estudié Biología en la Universitat de València (promoción 1979-1984). Defendí mi tesis de licenciatura en 1985 y me doctoré en la misma universidad en 1989, con un estudio sobre la flora y la vegetación de la Serra Calderona. En 1990 obtuve plaza de Ayudante en el área de Botánica del Dpto. de Ciencias Ambientales y Recursos Naturales (dCARN) de la Universidad de Alicante (UA), para después obtener por oposición plaza de Profesor Titular de Universidad (1993) y, finalmente, de Catedrático de Universidad (2002) en la UA.
En los últimos treinta años, he tenido la suerte de participar en la formación de numerosos investigadores, que actualmente se encuentran repartidos por centros de investigación de Europa y América, y he intervenido en programas formativos para investigadores en el ámbito del Instituto de la Biodiversidad (CIBIO) de la UA, del que he sido miembro hasta 2018.
Mis líneas de investigación se han centrado siempre en la taxonomía y filogenia de plantas vasculares y en el estudio de la vegetación; en un principio, del territorio valenciano para después pasar al ámbito del Mediterráneo y de cualquier parte del mundo. Muy pronto entendí que una manera importante de transferir mi investigación a la sociedad pasaba por realizar estudios sobre la biología de la conservación de la flora endémica, rara o amenazada, para lo cual era importante conocer y aplicar técnicas de estudio modernas y punteras. He sido investigador principal de numerosos proyectos sobre la flora ibérica y ciertos grupos taxonómicos de la cuenca del Mediterráneo. He tenido la satisfacción de ser autor o coautor de casi 400 trabajos de investigación publicados en revistas científicas, tanto en publicaciones internacionales de primer nivel como en revistas de ámbito divulgativo.
Manuel B. Crespo en los robledales de Bou Hachem (norte de Marruecos), junio de 2013. / M. Á. Alonso.
¿Estás especialmente orgulloso de algún proyecto?
La verdad es que he tenido la oportunidad y el privilegio de participar en numerosos proyectos que modestamente han supuesto avances importantes en el conocimiento de la biodiversidad de muchos grupos de plantas mediterráneas; y eso es algo que me enorgullece. En particular, quiero destacar Flora iberica (la primera flora completa moderna de la península ibérica y Baleares), de cuyo comité editorial formo para desde 2009, y en el que desarrollo labores de revisión y edición de géneros desde 1990. También participamos en Flora endémica, rara o amenazada de la Comunidad Valenciana (1994); en el Atlas y libro rojo de la flora amenazada de España (2000-2010), en el que realizamos las fichas de numerosas especies con diversos grados de amenaza, casi todas del área mediterránea ibérica, y los Mapas y el Atlas de los hábitats naturales y seminaturales de España (1994-2004), que supuso el primer inventario y cartografía de los tipos de vegetación de España, como parte de un proyecto de cartografía de ámbito europeo. Pero, quizá por lo que supuso en su momento, el proyecto al que mayor aprecio le tengo es Flora valentina, dedicado a la flora vascular de la Comunidad Valenciana, que comenzó a publicarse en 2011. Confío en que se revitalice en los próximos meses. Nuestra flora tiene una gran riqueza y diversidad en el ámbito de la península ibérica y merece mucho la pena que se concluya en el menor plazo posible este estudio, el primero de su género sobre nuestra flora.
Portada del volumen segundo de Flora Valentina (Mateo et al., 2013) / Manuel B. Crespo. A la derecha, imagen del programa conmemorativo de los primeros 20 años de la obra Claves para la flora valenciana (Mateo & Crespo, 1990), en los informativos de Canal 9 de septiembre de 2010.
Con Gonzalo Mateo (izquierda) y Emilio Laguna (derecha), en la presentación del primer volumen de Flora valentina, en 2011.
¿Cómo ha cambiado tu trabajo con los años?
El trabajo de un botánico tiende a asociarse con un ideal romántico de alguien que se entretiene coleccionando plantas, como quien cuida de una colección de sellos o monedas. Nada más lejos de la realidad. Hoy, el investigador de la Botánica es un científico o científica que centra su actividad en el conocimiento y conservación de la diversidad vegetal, aplicando para ello las mismas bases metodológicas que los botánicos de la Ilustración, pero que a la vez es capaz de aplicar las técnicas instrumentales y metodologías más avanzadas para conocer las relaciones evolutivas y la variación genética de las poblaciones de plantas, ya sean las más amenazadas o las más corrientes de nuestros ecosistemas. Yo mismo me enfrenté a esa “transformación” metodológica –y que, en cierto modo, también supuso un cambio de actitud y mentalidad– a principios de los años 1990. Y, francamente, no me arrepiento de haberme adentrado en un mundo que por entonces parecía arriesgado e intransitable; pero que ahora cualquier estudiante de nuestras aulas conoce y maneja diariamente de manera habitual.
¿En qué consiste tu día a día?
La labor principal de un profesor universitario se reparte en dos tareas básicas. Por un lado, como docente, me impongo la responsabilidad de que mi alumnado alcance con solvencia y de manera óptima los objetivos formativos que se establece en cada una de las materias que imparto (Botánica y Biología de la conservación), ya sea a través de las actividades en las aulas (clases teóricas, seminarios, tutorías, etc.) como en las prácticas de laboratorio y campo. Por otro lado, como investigador responsable y coordinador del grupo de investigación Botánica y Conservación Vegetal de la Universidad de Alicante, mi objetivo es llevar adelante los compromisos y proyectos de investigación y contratos a los que nuestro grupo accede, ya que son la base que permite la continuidad del personal investigador en formación del grupo. Y, finalmente, queda la difusión de los resultados por medio de publicaciones científicas, cursos, conferencias, etc.
Manuel B. Crespo de excursión en Tarifa, con alumnado de la asignatura Biogeografía de la UA, abril de 1993. / Marcos Sánchez.
Cuéntanos en qué estáis trabajando ahora en tu grupo de investigación.
En estos momentos estamos trabajando sobre diversidad taxonómica y filogenia de varios grupos de plantas a escala mundial. Acabamos de terminar un estudio sobre las especies anuales de anteojeras (Biscutella ser. Biscutella) en la cuenca mediterránea y Oriente próximo. Estamos completando nuevos estudios comparados sobre plantas halófilas africanas y europeas. Seguimos avanzando en una filogenia revisada de las especies de plantas carnívoras (Pinguicula) en el Mediterráneo occidental… Pero, quizá lo más destacable sea que tenemos muy avanzado un estudio filogenético integrado sobre bulbosas de Hyancinthaceae, principalmente en el sur de África y el Mediterráneo. La verdad es que en los últimos cinco años hemos tenido la inmensa suerte de poder recorrer amplias zonas de Sudáfrica, Namibia y Leshoto, describiendo nuevos géneros y especies de aquella sorprendente y poco explorada parte del mundo.
A la izquierda, Manuel B. Crespo cerca de Cap de l’Eau, Ras el Ma (noroeste de Marruecos), en una población que sirvió para describir el endemismo Helianthemum raskebdanae. A la derecha, en los alrededores de Mohammedia (oeste de Marruecos). Primavera de 2013. / M. Á. Alonso.
¿Qué repercusión tienen este tipo de estudios?
La parte de la Botánica que desarrollamos en nuestro grupo de investigación es lo que se cataloga como “ciencia básica”. Nuestros descubrimientos suelen referirse al hallazgo y descripción de plantas o comunidades vegetales nuevas, por lo que raras veces tienen una gran repercusión mediática. Sin embargo, la difusión de nuestros resultados es tarea principal del G.I. de Botánica y Conservación Vegetal de la UA, que yo coordino. Un ejemplo claro del interés que suscita nuestra ciencia es el hecho de que una de las últimas especies que hemos descrito en la flora valenciana, la planta carnívora Pinguicula saetabensis, ha tenido una enorme repercusión mediática, con varias cadenas de radio y televisión (de ámbito nacional) que nos pidieron realizar reportajes sobre ella. Tanto es así, que esta pequeña planta figuró entre las tres especies que merecieron ser incluidas en el programa que anualmente dedica Radiotelevisión española a los hallazgos de especies más relevantes del año 2018. ¡Que no es poco! Con todo ello, se da a conocer la importancia de nuestra diversidad biológica y la ciudadanía llega a conocerla mejor y a valorar su importancia.
Pinguicula saetabensis. / Universidad de Alicante.
Para ti es importante la divulgación.
La divulgación, como parte intrínseca de la transferencia del conocimiento, es algo imprescindible en nuestros días. La divulgación de los valores vegetales debe formar parte de los planes de educación, desde las primeras etapas de la enseñanza. A nadie se le escapa que una buena parte de la biodiversidad del planeta está sometida a una presión desmesurada, que puede terminar aniquilándola para siempre. Pero esto no sólo ocurre en las llamadas “zonas megadiversas” del planeta; es un proceso global que se produce en nuestro entorno diario. Cada vez que se hace una transformación que cambia el uso del suelo para siempre, se erosiona la diversidad genética de algunas especies. Y cuando el proceso se hace sin un control adecuado y a gran escala, puede ocurrir que lo que antaño eran plantas y ecosistemas comunes pasen, sin darnos cuenta, a estar muy seriamente amenazados con la extinción. No nos podemos cansar de repetir siempre, y en cualquier circunstancia, de la necesidad del uso responsable y la conservación de los recursos biológicos. Los científicos no podemos quedarnos de brazos cruzados viendo el deterioro del medio natural. Tenemos la responsabilidad de colaborar con las distintas administraciones tanto en la realización de nuestro trabajo científico como en difundir nuestros conocimientos y hacerlos aplicables al día a día de la ciudadanía. La sociedad, a través de los presupuestos que reciben las universidades, financia en parte nuestro trabajo, por lo que nosotros estamos obligados moralmente a rendir cuentas de aquello a lo que dedicamos el dinero que recibimos. Desde hace muchos años, nuestro grupo ha colaborado con los medios (radio, televisión, productoras audiovisuales, etc.) con el fin de dar a conocer nuestra flora y paisaje, intentando contribuir a la máxima que dice: “debemos conocer mejor, para conservar más adecuadamente”.
Manuel B. Crespo en la Serra d’Aitana, grabando con el equipo del programa Medi Ambient de Canal 9, abril de 2002. / Joan Piera. A la derecha, en la IV Semana de la Biodiversidad Parque de la Font Roja. De izquierda a derecha: Nuria Jover, Carolina Pena, Manuel B. Crespo y Mario Martínez Azorín. Mayo de 2009. / Imagen de Canal 9.
También eres director del Herbario de la Universidad de Alicante (ABH). ¿Qué tiene este herbario de singular?
El herbario oficial de la Universidad de Alicante se conoce internacionalmente por las siglas ABH. Es una colección que nació a principios de los años 1990, cuando nos incorporamos a la Universidad de Alicante, por lo que podemos decir que es un herbario joven, si lo comparamos con otros herbarios valencianos, ibéricos o europeos. Por esta razón, no es muy extenso (cuenta con unas 80.000 muestras de plantas vasculares), pero nos hemos especializado principalmente en plantas halófilas (que viven en ambientes con presencia de gran cantidad de sales) y bulbosas de todo el mundo, sin olvidar la flora mediterránea de nuestro entorno más inmediato. Pese a su juventud, contamos ya con un buen número de tipos nomenclaturales de plantas de varios continentes, lo que demuestra que asociado al herbario ABH existe un activo grupo de investigación en taxonomía vegetal.
Formas parte de Mediterranean Island Specialist Group de la UICN, del proyecto Flora iberica, como nos comentabas antes, has sido presidente de la Asociación de Herbarios Ibero-Macaronésicos… ¿Qué entidades destacarías como indispensables?
Todas aquellas entidades y organismos sensibilizados con el avance del conocimiento, a través de una investigación científica seria y eficiente, me merecen el máximo respeto. Por supuesto que los organismos públicos (ministerios, consellerias, ayuntamientos, etc.) son una fuente de apoyo y financiación indispensable para las universidades públicas, como en la que trabajo, pero no debemos olvidar que la iniciativa privada, cuando actúa con el objetivo principal de promover el desarrollo, a través de la innovación y el conocimiento, merece ser muy tenida en cuenta. El personal investigador y nuestros grupos somos los que tenemos que ofrecer líneas de trabajo atractivas y competitivas internacionalmente –en nuestro caso, el conocimiento y conservación de la diversidad vegetal–, aportando resultados de interés que satisfagan los intereses de todas las partes, pero ante todo el bienestar y el interés común de la sociedad.
Manuel B. Crespo en el MNHN de París, con el lectótipo de Iris lutescens Lam., del herbario personal de Lamarck, octubre de 2014. A la derecha, en Namibia, junto a un ejemplar de Welwitschia mirabilis subsp. namibiana, junio de 2018. / M. Á. Alonso.
¿Cuál es la habilidad que consideras imprescindible para dedicarse a la botánica?
En la Botánica, como en las demás disciplinas biológicas, es muy importante la observación minuciosa y el estudio detallado de los datos, que adobados con grandes dosis de paciencia y mucho trabajo nos permitirán realizar deducciones lo más ajustadas posible a la realidad que estemos investigando… Principalmente, es necesario no sucumbir al desaliento y replantear continuamente las hipótesis de partida si nuestros resultados así lo aconsejan. La naturaleza es terca y nosotros hemos de aprender a interpretarla, a base de observaciones repetidas; nunca hemos de pretender que lo que vemos –o lo que creemos que vemos– deba ajustarse a aquello que deseamos que ocurra o que creemos que debe ocurrir. Eso no es ciencia.
¿Te gusta trabajar solo o en equipo?
Por mi forma de entender nuestra ciencia, no puedo concebir trabajar en solitario. Es cierto que los últimos avances tecnológicos –sobre todo Internet– nos permite disponer, en cuestión de milisegundos, de una cantidad ingente de información que incluso resulta difícil de procesar, pero que nos otorga una gran autonomía. Sin embargo, desde siempre me ha gustado compartir mis conocimientos con otros, tanto con mis colegas como con mis colaboradores; trabajar codo con codo. Ese aforismo ibérico que dice “cuatro ojos ven más que dos”, aplicado a nuestra disciplina nos lleva a reflexionar sobre algo fundamental en cualquier disciplina del saber: la discusión de los resultados, si es compartida, termina por ofrecer unas conclusiones más sólidas, más difíciles de rebatir. Mi experiencia me permite afirmar esto con rotundidad. El trabajo en equipo requiere la plena confianza y lealtad entre los miembros del grupo, lo que permite repartir tareas de responsabilidad y hace que cada miembro (en el ámbito de sus responsabilidades) sienta que los resultados sean algo propio, compartido por todos. A veces, los responsables de los equipos de investigación no son capaces de descargar esa responsabilidad adecuadamente y eso puede llevar a generar tensiones o sobrecargas de trabajo, haciendo que los resultados no sean óptimos y que los equipos se resientan.
Manuel B. Crespo en Orihuela del Tremedal (Teruel), con alumnos del XXX Curso de Botánica Práctica de la Universidad de Verano de Teruel, julio de 2019. / Javier Fabado.
¿Qué herramientas necesitas para tu trabajo?
Desde que me incorporé a la Universidad de Alicante, he intentado que nuestro equipo aunase el trabajo clásico de la Botánica (recolección de material y toma de datos en el campo, estudio de muestras de herbario, levantamiento de inventarios, etc.) con técnicas modernas de laboratorio (secuenciación de ADN, filogenias moleculares, estudios de variación genética poblacional, etc.). Ello hace que requiramos de unos presupuestos suficientes para costear tanto las campañas de herborización para ampliar la colección ABH como las visitas a los grandes herbarios de Europa, a la vez que los gastos propios de un laboratorio de biología molecular. Hasta el momento estamos siendo eficientes en esos aspectos y no podemos quejarnos, porque los muchos trabajos que tenemos en marcha –o en proyecto– van saliendo de modo satisfactorio y cubrimos nuestras necesidades presupuestarias. Sin embargo, hay que seguir recordando a las administraciones públicas que es ya hora de dedicar a la ciencia los recursos necesarios para que nuestro país y nuestra sociedad no sean dependientes de los avances tecnológicos y del conocimiento que generen países terceros. Si no es así, el potencial científico que tenemos en nuestras universidades se nos escapará de las manos y perderemos todo el esfuerzo dedicado a la formación de jóvenes investigadores e investigadoras. Por nuestra parte, trabajamos todos los días para mantener lo más alto posible el prestigio de la ciencia botánica española.
¿El ejercicio de tu profesión te permite aprender sobre temas que no están relacionados con la Botánica?
Por suerte, así es. Además de botánico, soy biólogo y me apasiona todo lo relacionado con esta ciencia. En los últimos años hemos colaborado estrechamente con colegas entomólogos, dentro del proyecto europeo FlyHigh del programa Marie Skłodowska Curie (MSCA) – Horizonte 2020, sobre innovación y movilidad de personal investigador (RISE), financiado por la Comisión Europea. En este proyecto, recientemente finalizado, hemos participado investigadores y empresas de Finlandia, Serbia, Sudáfrica y España. Uno de los objetivos era estudiar la viabilidad de aprovechar fases larvarias de ciertos insectos (dípteros y sírfidos, principalmente) como fuente de proteínas para el consumo animal. Aunque nuestra tarea se centró básicamente en identificar las plantas en cuyos bulbos crecen las larvas de algunos de estos insectos, la experiencia de observar las especies en su ambiente natural en el sur de África y conocer sus relaciones con insectos que, según las fases de su ciclo vital, actúan como depredadores o como polinizadores, ha sido muy positiva… Incluso sorprendentemente enriquecedora, diría yo.
Y, con el Jardí Botànic de la Universitat de València, ¿qué relación tienes?
Desde hace muchos años me une un fuerte vínculo personal con el Jardí Botànic, sobre todo desde la época de su remodelación de la mano del Prof. Manuel Costa. Siempre me he sentido aquí como en mi casa, como uno más de la familia. Durante muchos cursos académicos, nuestros alumnos de la Universidad de Alicante han venido a visitar las instalaciones del jardín, para conocer las tareas de estudio y conservación de flora valenciana amenazada que aquí se realizan. Por otra parte, mantengo lazos de amistad y profesionales con muchos de sus miembros, que en su momento fueron mis profesores o compañeros con los que compartí pupitre en clase durante nuestra época de estudiantes. Es el caso del actual director del jardín, Prof. Jaime Güemes, con quien siempre he mantenido una relación muy especial y con el que he tenido la suerte de compartir muchos proyectos de investigación de gran alcance.
¿Te consideras discípulo de algún botánico o botánica?
En mi formación han intervenido muchas personas, tanto directa como indirectamente, a través de sus enseñanzas y de sus escritos. Pero realmente dos botánicos de la Universitat de València son lo que considero mis verdaderos maestros, de los que he aprendido mucho de lo que hoy sé y cuya influencia ha sido determinante para mi desarrollo profesional. Por un lado, el Prof. Gonzalo Mateo Sanz fue quien me introdujo en la Botánica cuando yo era estudiante de Biología a principios de los años 1980 y, desde el primer momento, estuvo guiando mi trayectoria hasta que alcancé el grado de doctor. Y aún seguimos trabajando juntos. Por otro lado, el Prof. Manuel Costa Talens me tendió su mano y me ayudó a conocer mejor la ciencia de la vegetación y del paisaje, cuando estaba terminando mi tesis doctoral a finales de los 1980. Siempre me ofreció desinteresadamente su ayuda cuando se la requerí y hoy puedo decir con orgullo que me consideró unos de sus discípulos. Ambos confiaron en mí en momentos diferentes de mi vida profesional y mantengo una gran admiración y respeto por ellos y por su obra. Conservamos una sincera amistad, a la que por mi parte añado un profundo sentimiento de gratitud.
Manuel B. Crespo con Gonzalo Mateo en Bielsa (Huesca), durante la III Campaña de recolección conjunta de la AHIM, 20-6-1996. / Elena Camuñas.
¿Qué época de la Botánica te hubiera gustado vivir y por qué?
La verdad es que me alegro de ser un producto de mi tiempo y de haber visto en primera persona los enormes avances y profunda transformación que está experimentando la Botánica como ciencia en las últimas décadas. Me siento privilegiado por ello y no cambiaría estas vivencias. Pero si tengo que escoger una época anterior, creo que sin duda retrocedería hasta la Ilustración: la época a caballo entre los siglos XVIII y XIX. Época convulsa pero apasionante, es para mí el período en el que se dieron en Europa los avances más relevantes, tanto en el ámbito social como en el científico, que llevaron a que la Botánica se conformase como la ciencia moderna que ha llegado hasta nuestros tiempos. Francia y su entorno inmediato formaban parte, por aquél entonces, del centro neurálgico del conocimiento. Los grandes hitos en el estudio de las plantas, en su descripción, su encaje sistemático e, incluso, las primeras ideas sólidas de que nada era inmutable surgen en esas décadas prodigiosas para el conocimiento. Figuras como Lamarck, tan injustamente denostado por algunos, o De Candolle, autores de obras botánicas monumentales que cambiaron el estado de las cosas a escala global… O en nuestro país Cavanilles o Lagasca, que tuvieron que enfrentarse a la incomprensión de sus coetáneos… Todos ellos grandes botánicos que, sin necesitar grandes medios materiales (si lo comparamos con nuestra actual tecnología), escribieron obras de una magnitud e impacto tales que perdurarán siempre. Fue un tiempo que realmente no me hubiera importado vivir… Y, con seguridad, que lo hubiera vivido intensamente.
¿Qué futuro le espera a la botánica?
Yo soy una persona de naturaleza optimista, por lo que no puedo –y, además, me niego– a augurar un futuro poco halagüeño a nuestra ciencia. Cuando yo era estudiante de Biología nadie apostaba por nuestra ciencia; ahora, los biólogos son parte necesaria de las administraciones públicas, son profesionales que estudian el medio ambiente, que dirigen laboratorios de análisis biológico, están integrados en equipos multidisciplinarios de hospitales, centros de investigación, etc. Ello quiere decir que, en una sociedad pendular como la nuestra, volverá pronto a reclamarse la existencia de buenos profesionales que conozcan bien el medio ambiente y sus integrantes. Y esto ha de llevar de nuevo a replantear el foco de nuestros grados y la formación de nuestros titulados para satisfacer las demandas sociales, cada vez más sensibilizadas con los crecientes problemas ambientales… Además, por raro que parezca, queda aún mucho por estudiar hasta conocer bien nuestras plantas. Y, sin ninguna duda, todavía queda mucho más por hacer en amplias zonas del mundo que no son necesariamente las grandes selvas tropicales. La experiencia enseña que no se deben poner puertas al campo y que nuestros proyectos han de ser ambiciosos en sus objetivos y alcance.