Botánica del mes: Montserrat Martínez
Esta semana entrevistamos en profundidad a Montserrat Martínez, investigadora y docente en la Universidad de Salamanca, institución que acoge el grupo de investigación sobre Biodiversidad, sistemática y conservación de plantas vasculares y hongos, del cual es responsable. Dedicación, trabajo en equipo y perseverancia definen la carrera de esta científica y directora técnica del Servicio de Herbario y Biobanc de ADN vegetal, que nos hablará de su trayectoria profesional, viajes y anécdotas. Montserrat es nuestra botánica del mes.
¿Qué te atrajo de la Botánica?
Desde muy pequeña salí al campo con mis padres sobre todo por ‘mi Burgos’ natal y, durante los largos paseos que dábamos, a pie o en bicicleta, me enseñaron a fijarme en las diferentes formas de vida que veíamos, muchas de ellas cosas pequeñas -hormigas, mariposas, flores, jilgueros, etc.- y me enseñaron muchos nombres, sobre todo de aves y de plantas. Ahorrando propinas, conseguí comprar unos prismáticos, mi primera guía de plantas y una pequeña lupa. Me encantaba observar cosas vivas bajo ella y, en el verano en que cumplí 15 años, tras un viaje a Pirineos, impresionada por las praderas donde crecían edelweiss -que yo conocía solo de ‘Heidi’, ja, ja- comencé a hacer un herbario. Ahí empezó la afición por aprender a identificar y conocer los nombres de diferentes tipos de organismos. Tuve siempre muy claro que quería estudiar Biología -en el instituto me llamaban ‘bichóloga’ o ‘la bicho’- y, pese a que al comienzo de mis estudios universitarios estaba muy interesada en aves y reptiles, varios profesores me hicieron ver los muchos atractivos de las plantas con flor: su organización descentralizada y diseño modular, las posibilidades de colaboración entre ellas y con otros organismos, los tipos de multiplicación y reproducción mucho más flexibles que en la mayoría de los animales y -por todo ello- las enormes posibilidades de adaptación ante el reto que representa enfrentar las dificultades de una vida sin poder moverse. Es curioso, porque, andando el tiempo, yo misma he terminado con un problema de movilidad y he aprendido a superar también muchos retos. Si no te puedes mover, debes organizarte de un modo completamente diferente y resolver tus problemas teniendo en cuenta esa, digamos, ¿limitación?, ¿o podemos verlo, quizás, como una oportunidad que obliga a pensar en alternativas imaginativas de funcionamiento? ¡Cómo no voy a verme eternamente atraída por explorar ese mundo!
¿Nos podrías resumir tu trayectoria profesional?
Estudié Biología en la Universidad de Salamanca e hice mi tesina de licenciatura en Botánica, sobre Pteridófitos de Extremadura. Mientras cursaba un Máster en Política y Gestión Medioambiental en la Universidad Carlos III de Madrid, comencé mi doctorado en el Real Jardín Botánico de Madrid, con una beca predoctoral, en el marco del proyecto Flora iberica, que consistió en un estudio biosistemático sobre el género Veronica. Tuve la suerte de llevar a cabo diferentes estancias de investigación en centros internacionales y, durante las dos que efectué en Kew Gardens (Reino Unido), pude comprobar que en el laboratorio Jodrell -al cual acababa de incorporarse Mark W. Chase, uno de los principales impulsores del Angiosperm Phylogeny Group y de la hoy bien conocida clasificación filogenética de las Angiospermas- había seminarios muy interesante sobre sistemática molecular y evolución. En aquel momento yo estaba utilizando diferentes metodologías para el estudio de caracteres taxonómicos clásicos (polen, cromosomas, morfología de diferentes órganos, etc.) y podía percibir la enorme dificultad de establecer hipótesis sobre relaciones filogenéticas entre las especies que fueran contrastables, de modo que aproveché las estancias en Kew y mi periodo postdoctoral de tres años en la Universidad de Viena (Austria) para aprender todo lo posible sobre los denominados caracteres moleculares, así como las diferentes metodologías para la reconstrucción filogenética sobre la base de tomar en cuenta la ‘evidencia total’, es decir, considerando información que reside en las secuencias de ADN, pero también caracteres clásicos.
Poco tiempo antes de ir a Viena ya había ganado una plaza de profesora ayudante en la Universidad de Salamanca y, antes de volver a España, conseguí acreditarme para la en aquel entonces nueva figura de Profesor Contratado Doctor. Así que, tras el ‘postdoc’ y de vuelta en Salamanca, conseguí promover a esa figura. En ese momento gané un contrato I3 de incentivación de la actividad investigadora que me permitió montar un laboratorio de sistemática molecular, primero en un pequeño espacio en el Departamento de Botánica y, luego, dentro de las instalaciones del Banco Nacional de ADN, de modo que así comenzamos con el Biobanco de ADN de la Universidad de Salamanca, que se centra en especies vegetales silvestres. En el camino, mucho trabajo y mucha ilusión y empeño, 10 tesis doctorales dirigidas a personas de gran capacidad y de quienes estoy orgullosa y, por qué no decirlo, a quienes estoy agradecida, pues las dificultades de superan juntos y juntos se aprende, pero el trabajo del día a día, recae en buena parte en los hombros de doctorandos con empuje y, por supuesto del personal técnico, a quien tan poco se reconoce. En ciencia casi nadie avanza solo, es un trabajo de equipo, de buscar complementariedad de habilidades y de fomentar sinergias que nos hagan crecer. Pero, además, es necesaria cierta valentía; en mi caso esto fue importante a la hora de solicitar proyectos y de cara a conseguir la plaza de Profesora Titular, que obtuve tras haberme presentado en concurrencia competitiva nacional a un examen de habilitación. Es un sistema que duró poco y que tenía sus problemas, pero daba oportunidades reales de promoción a personas que estábamos en Universidades que tenían las plazas de funcionario muy ocupadas. Más tarde, concretamente 21 años después de haber firmado aquel primer contrato como profesora ayudante, obtuve la cátedra, en 2018, soy responsable del grupo de investigación sobre Biodiversidad, sistemática y conservación de plantas vasculares y hongos: en la Universidad de Salamanca y directora técnica del Servicio de Herbario y Biobanco de ADN vegetal.
¿En qué consiste tu día a día profesional?
Te diría que la Botánica, la Biología, es en mi un, digámoslo así, hecho constitutivo. Yo SOY botánica, hasta la médula, no ‘ESTOY botánica’. Con esto quiero decir que no tengo un día a día profesional y -claramente separado- otro tiempo en el que no pienso y actúo como botánica, como bióloga. Hace unos días una doctoranda me dijo “dado que piensas hasta en la ducha, te voy a dar un asunto en el que pensar”. Y me hace gracia recordar esas palabras ahora, porque mi día a día es así. Puedo estar pedaleando de vuelta a casa desde la Facultad y pensando en ideas para un próximo proyecto, vigilando cómo nadan mis sobrinos al tiempo que dibujando en la cabeza cómo explicar un determinado tema a los estudiantes, ¡no puedo cerrar los ojos a las plantas, aunque esté paseando en mi tiempo libre, por la muralla, de visita, por ejemplo, ¡en Lugo!. Mi día a día es tremendamente diverso y no está muy sujeto a horarios fijos, simplemente estoy en ello. Hay partes que considero verdadero trabajo, casi todas ellas relacionadas con temas de gestión o administrativos y que trato de resolver en un rango horario concreto para quitármelo rápido de encima y, otras, que son un auténtico placer y van desde preparar clases y darlas -si la asignatura me motiva-, a pensar en cómo afrontar metodológicamente cuestiones relacionadas con el desarrollo de proyectos y tesis o desarrollar muestreos y campañas de herborización. Esto último es lo que más me gusta, sin ningún tipo de duda.
¿Estás orgullosa de haber participado en algún proyecto y/o descubrimiento en especial?
Estoy especialmente orgullosa de haber contribuido a la gran obra colectiva Flora iberica, que trata de compendiar los conocimientos sobre Pteridófitos, Gimnospermas y Angiospermas, que están representadas en la Península Ibérica y Baleares. Es un proyecto que comienza en el año 1980 y al que me incorporo en 1994 cuando comencé mi tesis doctoral.
¿Qué importancia tienen este tipo de proyectos para la sociedad en general?
Como puedes imaginar, Flora iberica es una obra de uso habitual para multitud de profesionales y aficionados, desde ingenieros agrónomos a biólogos y especialistas en ciencias ambientales, técnicos de conservación o de jardinería. La usamos en clase, en el campo ante cualquier duda taxonómica que surja… con casi 7000 taxones es fácil tener la identificación poco clara de memoria, ¿no? Pues bien, la obra está accesible para ser consultada en línea desde la Biblioteca Digital de Real Jardín Botánico de Madrid. Aunque pueda haber discusiones taxonómicas concretas que atañan a determinadas especies y pese a que algunos volúmenes hayan podido quedar un poco anticuados, creo que será por mucho tiempo una obra de referencia. Esa amplitud de usuarios y su permanencia y vigencia serán las características que mejor reflejarán, transcurrido el tiempo, su importancia para la sociedad.
Cuéntanos en qué proyectos trabajas ahora mismo.
En este momento soy responsable, junto con una compañera ecofisióloga, de un proyecto financiado por el Ministerio de Ciencia e Innovación, relacionado con la hibridación en el género Quercus. Particularmente nos interesa el posible significado adaptativo de hibridación e introgresión en el sistema Quercus faginea × Q. pyrenaica y querríamos tratar de comprender por qué estos fenómenos evolutivos acontecen de modo tan frecuente en el grupo y por qué los híbridos no son prontamente eliminados y persisten en amplias zonas de contacto: ¿Podría tratarse de procesos que confieren flexibilidad genómica y funcional y, quizás, ventajas adaptativas ante situaciones de cambio ambiental?, ¿o serán los híbridos, con el tiempo, eliminados por selección?
Al tiempo, con un compañero del Instituto Pirenaico de Ecología (CSIC), tenemos un proyecto de Fundación Biodiversidad, sobre el género endémico ibérico Petrocoptis. En este caso usamos herramientas filogenómicas para tratar de aclarar los límites entre las especies -tema sobre el cual no hay, de momento, acuerdo y que tiene interés para la correcta catalogación de las mismas, dado que muchas se encuentran en situación de amenaza- y las relaciones de parentesco entre ellas. Pero también estamos interesados en otras cuestiones más directamente relacionadas con conservación, como son el establecimiento de protocolos de germinación o el conocimiento de diversos parámetros como la variabilidad y singularidad genética de las poblaciones, entre otros.
Participo también en un proyecto europeo, una acción COST, que se llama “Conserve plants in Europe”, cuyo objetivo es establecer una red de científicos y otros participantes interesados en enfocar correctamente la conservación de plantas en Europa, pues de momento cada país va un poco por su cuenta, mientras las plantas -lógicamente- no entienden de fronteras administrativas.
Aparte de eso, hay proyectos a más largo plazo que están siempre en la cabeza y avanzan poco a poco, pero que en este momento no tienen financiación concreta. Tampoco el tiempo da para todo, claro.
¿Cómo piensas que ha cambiado tu trabajo con los años?
Anteriormente os contaba cómo, en mi caso, pasé de comenzar tomando medidas a la lupa binocular, estudiando los cromosomas al microscopio óptico o el polen al microscopio electrónico, etc., a aprender tecnologías para el estudio de determinadas regiones del ADN. Pues bien, en este momento estamos obligados a avanzar de la genética a la genómica para tratar de establecer hipótesis filogenéticas, con lo que pasamos de tener que tratar unos pocos datos a hacer análisis masivos y, esto, tanto de datos del ADN, como ambientales. Toca aprender a modelizar la evolución de diferentes parámetros a lo largo del tiempo, los nichos de las especies, etc. Así que el peso de la Bioinformática es cada vez mayor en nuestra área.
Personalmente, además, a medida que avanzaba mi carrera, he experimentando cómo mi interés inicial, más focalizado en los organismos, se ha ido extendiendo al interés por los procesos que generan variación y que tienen importancia crucial en la evolución, como la hibridación, con o sin poliploidización. Esta ampliación de interés significó un cambio importante en mi trabajo de investigación.
¿Cómo valoras la situación laboral del sector?
No es fácil, la verdad. Hay que luchar mucho por entrar en el sistema universitario o en el CSIC, la carrera científica es por lo general larga y exigente y, lo peor, es que no está claramente definida. Además, no siempre el éxito depende exclusivamente del mérito. Por otra parte, me resulta muy llamativo el escaso aprecio, con que el sistema, al menos en lo que yo conozco, trata al personal técnico, que es esencial para el desarrollo de los proyectos. No entiendo tampoco las complicaciones administrativas con que nos entretiene, muchas veces absurdamente, el sistema de ciencia y tecnología, los plazos cortos de ejecución de proyectos, etc… Estas cosas van poco a poco robándote las ganas de hacer investigación, al menos en la Universidad donde podemos tener otras ocupaciones. Es una traba tras otra, que muchas veces hasta implica que pierdes (o inviertes, según lo quieras interpretar) tu propio dinero para que la investigación salga adelante. Si tienes mucha vocación, sigues, pero hay personas que lo dejan…y esto me parece también mal, pues investigar está entre nuestras obligaciones como universitarios. Son cuestiones conocidas, padecidas y comentadas por todos los científicos, no descubro nada nuevo.
¿Cuál es la habilidad imprescindible para tu trabajo?
La capacidad de observación, la curiosidad y el razonamiento claro, son imprescindibles, como en cualquier rama de la ciencia.
¿Te consideras discípula de algún botánico o botánica en especial?
Mis referentes son, sin duda, Enrique Rico y Ximena Giráldez, ambos -hoy jubilados- fueron profesores de la Universidad de Salamanca. Además de maestros, los considero amigos, pues no solamente me enseñaron mucho de lo que sé de Botánica, sino que en ambos veo siempre enorme generosidad, gran calidad humana y amor por la disciplina. Me sigo divirtiendo con ellos cada vez que coincidimos, de campo o en otras circunstancias. Todas estas características hacen de las personas buenos maestros, como lo han sido y son ellos para mí. Se van a ‘enfadar’ un poco conmigo si leen esto, porque no les gusta nada ser reconocidos. Pero yo me atengo a la tradición y considero que ‘es de bien nacidos, ser agradecidos’ y, como les debo mucho de lo que soy, como botánica y como persona, estoy en la obligación de reconocerlo públicamente, ya me pueden perdonar.
En todos estos años como botánica, ¿Cuál es la situación más curiosa o divertida, que se pueda contar, en la que te has encontrado?
Nos causó sensaciones muy extrañas y contradictorias recolectar Veronica rosea con chaleco antibalas y rodeados de militares con detectores de minas antipersona en Argelia. Hasta ese momento, y otros en Balcanes, no sabía que había elegido una ‘profesión de riesgo’… ¡ay, espero que no lea esto mi madre! Aún no me explico por qué aquellos militares accedieron a dejarnos entrar en un lugar aislado del norte del Sáhara…quizás les dimos pena, después de haber llegado hasta allí. Su cara de decepción al ver que esa planta, medio seca y pequeñita, era lo que buscábamos fue todo un poema, ahí sí nos reímos.
¿Eres alérgica a alguna planta? ¿Al polen?
Pues sí, soy muy alérgica al polen de gramíneas. De hecho me han tenido que ingresar en observación en el hospital y poner oxígeno un par de veces de pequeña. Ni eso acabó con esta vocación, ja, ja, aunque -bien visto y sinceramente- las gramíneas me atraen más bien poco y llevo fatal el reconocimiento de sus especies, ¡así que también es una disculpa perfecta para no hacerles mucho caso!, ja, ja.