La Gran Muralla verde
Desde hace años una gran muralla verde crece en China. Se trata de un cinturón forestal proyectado por el gobierno para frenar el crecimiento del desierto de Gobi, uno de los principales problemas ambientales a los que se enfrenta el gigante asiático.
El desierto de Gobi es una de las zonas desérticas más importantes del mundo y también una de las más grandes, con una extensión que supera el millón de kilómetros cuadrados, aproximadamente 1.040.000, situadas al norte de China y al sur de Mongolia, país del que ocupa aproximadamente un 30%.
Este rincón el planeta destaca por ser un lugar particularmente remoto, hostil y exótico. El mismísimo Marco Polo fue uno de los primeros occidentales en explorarlo y se convirtió en una de las zonas de paso de la Ruta de la Seda, importante ruta comercial que recorría el desierto en dirección Oeste hacia Constantinopla, donde los mercaderes eran esperados por las embarcaciones venecianas para continuar su comercio por Europa. Ya en el siglo XX, los exploradores europeos realizaron numerosas expediciones paleontológicas en la zona, encontrando allí los primeros huevos de dinosaurio fosilizados.
Las condiciones de vida en Gobi son muy duras y se caracterizan por la temperatura, cálida en verano y extremadamente fría durante el largo invierno. Las variaciones térmicas son tan fuertes que en verano se pueden alcanzar los 38 grados centígrados, mientras que en invierno los termómetros bajan de los cuarenta grados bajo cero. Evidentemente, esta peculiaridad hace que la vida animal y vegetal sea escasa. A pesar de eso, el Desierto de Gobi ha tenido una larga historia de ocupación humana, sobre todo por parte de pueblos nómadas (mongoles, uigures y kazajos).
Pero este desierto, además de ser uno de los rincones más inhóspitos del planeta, es uno de los mayores problemas medioambientales a los que el gobierno chino se ha enfrentado en las últimas décadas. Desde los años sesenta del siglo pasado el desierto ha ido creciendo de forma imparable arrasando todo lo que encontraba a su paso a un ritmo vertiginoso, con todos los riesgos que eso conlleva a nivel medioambiental, económico y social. Según los expertos, en los últimos 50 años China ha perdido frente al desierto un área equivalente al tamaño de Groenlandia, un tazón gigante de polvo que representa la mayor pérdida de tierra productiva en el mundo.
La causa del crecimiento del desierto se debe a una combinación de factores, entre ellos el aumento de la población que ha implicado el crecimiento de actividades económicas, como por el ejemplo el pastoreo. Este exceso unido a una prolongada sequía han contribuido a una expansión desmesurada del Gobi, cuya velocidad de crecimiento se ha estimado en unos tres kilómetros cuadrados anuales.
Pero además del aumento de la población existe otro problema, el cambio climático, con el aumento de temperaturas correspondiente, así como la sequía, que lo han situado tan sólo a 180 kilómetros de Pekín. Y es que el desierto ha ganado unos 20 kilómetros en menos de treinta años, siendo frecuente que la arena de estas corrientes llegue a la capital china. La dimensión de las tormentas a finales de los años noventa era tal que en el 2001 un equipo de científicos de EE.UU. determinó que la arena podía viajar a través del Pacífico y llegar hasta las costas de California.
Un dique de contención verde
El problema de esta desertificación no es nuevo. Ya en los años setenta, concretamente en el año 1978, el régimen comunista intentó paliar las erosiones sufridas en la zona debido a la agricultura y la ganadería creando una Gran Muralla Verde, un cinturón forestal de casi 4.500 kilómetros de longitud. A pesar de los primeros logros obtenidos por este plan, la zona arenosa siguió creciendo y la arena llegó a cubrir hasta el 70% del condado de Zhenglan Banner, con dunas móviles, es decir, que iban desplazándose en un porcentaje del 15%.
Vista aérea del desierto de Gobi en la que se puede apreciar el cinturón que sirve de frontera verde para el desierto
Con un crecimiento totalmente incontrolado del desierto, los problemas no se hicieron esperan. Los habitantes de la zona, especialmente los de las regiones mongolas, tuvieron que abandonar sus granjas y hogares. La compensación económica fue mínima, y se estima que alrededor de 1,69 millones de personas se vieron obligadas a emigrar ante la amenaza del Gobi. La desertización continuó y sigue siendo uno de los principales problemas medioambientales de China. Dos décadas después de las primeras reforestaciones en el año 1999 el Gobierno chino puso en marcha un otro ambicioso programa para frenar la desertización.
El objetivo es la reforestación total de la zona, con una superficie anual de reforestación de 7,585 kilómetros cuadrados. Los programas desarrollados desde principios de 2001 implican la actividad de sistemas agroforestales, el uso más racional de la leña, detener la erosión eólica y proteger al suelo. Desde entonces, se han detenido tanto el avance del desierto y como el crecimiento de las tormentas en Mongolia Interior.
En la actualidad, la desertización continúa siendo un problema que afecta a una superficie de 2,6 millones de kilómetros cuadrados, pero el avance es mucho más lento, y ya se han recuperado casi 40.000 kilómetros cuadrados gracias a los planes de reforestación. Ahora bien, el gasto está siendo muy grande y se estima que desde Pekín las arcas del estado invierten unos 4.900 millones de euros en reforestación.
Otro de los grandes problemas de la Gran Muralla verde, es el tiempo que se tardará en en llevar a cabo la reforestación completa, ya que el proyecto es descomunal y se prevé completarlo hacia el año 2074, cuando alcanzaría un largo de 2.800 kilómetros. Para entonces, tres generaciones se habrán dedicado completamente a la construcción de este muro. Además, a pesar de los esfuerzos humanos y económicos, el proyecto está plagado de trabas, y la corrupción y la consecuente falta de fondos lo han detenido más de una vez. El primer tramo está construido en la provincia de Taipusi, y es en esencia un muro vivo compuesto de árboles, arbustos y hierba que aseguran ha frenado el proceso de desertificación.
Por supuesto que no faltan los escépticos que sostienen que el muro no hace nada para abordar la raíz del problema, el desarrollo no sostenible y la superpoblación. Así, critican el tipo de especies plantadas, de rápido crecimiento y que degradan la calidad del bosque y afectan a la fauna, además de ser menos efectivas para frenar al desierto que las especies autóctonas.
Sin embargo, organismos internacionales como la FAO (Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura) respaldan el proyecto de China y alaban unos esfuerzos que suponen una forma eficaz y sostenible de abordar y combatir el calentamiento global y el cambio climático. Para los defensores de la Gran Muralla verde del Gobi, ésta funiona como un gran sumidero de carbono que compensa las emisiones de dióxido de carbono (CO2) y otros gases de efecto invernadero, el otro gran problema de China, al mismo tiempo que se mitigarán las grandes tormentas de arena que asolan a la población.
China está considerado como el país con mayor extensión de bosques cultivados del mundo, con una extensión aproximada de 33,79 millones de hectáreas, lo que supone más del 30% de la superficie forestal del país. Tres años después de los primeros planes de reforestación de 1978, el Congreso Nacional del Pueblo aprobó una resolución que obliga a todo ciudadano mayor de 11 años el plantar por lo menos tres álamos, eucaliptos, alerce u otros árboles cada año. Así, según los datos, en la última década los ciudadanos han plantado unos 56 millones de árboles en toda China, en un intento de limpiar sus conciencias, ya que desde 2007, son los mayores emisores de carbono del mundo, ya que aunque forman parte del conocido Protocolo de Kyoto no están obligados a reducir sus emisiones todavía por tratarse de un país emrgente.