Conservación

15 Abr 2018

La espiral del bosque valenciano

Raul Soler, www.flickr.com/photos/labrujulainquieta

Nuestros bosques mediterráneos han sido sometidos a multitud de agresiones de todo tipo. Daños originados principalmente por una mala gestión por parte de los seres humanos que ha desdibujado por completo esos complejos ecosistemas que cubrían tres cuartas partes del territorio valenciano con paisajes dominados por alcornoques, carrascas, robles valencianos, sabinas e incluso pinos, pero autóctonos, acompañados de un sotobosque maduro con más importancia de la que pensamos. Pero esta situación se puede revertir o es demasiada tarde? De aquello y mucho más nos habla nuestro blogger José Aparici!

Si nos preguntan qué es un bosque quizás contestemos que es un conjunto de árboles. Pero también un campo alcoyano de almendros, uno albaidín de albaricoqueros o una alameda de la Ribera son un conjunto de árboles y no acaban de ser un bosque. Habrá que considerar más aspectos. Y es que en un bosque hay mucho más que árboles. Existe toda una diversidad de especies herbáceas, matorrales, lianas, helechos, musgos, líquenes… que se relacionan entre sí. Pero ¿qué es vital en un bosque mediterráneo? En este artículo, junto a una segunda parte, abordaremos varias preguntas, reflexiones, donde destaca el papel fundamental del arbusto en la estructura básica del bosque valenciano, y, por qué no, intentaremos ser más críticos cuando andamos por nuestras sierras.

Más allá de un bosque y sus árboles…

Obviamente, existe un amplio abanico de animales grandes y pequeños que se nutren, se refugian, crian y viven al bosque. Algunos de estos resultan esenciales para la supervivencia de muchas especies vegetales, como es el caso de los insectos polinizadores u otros animales que diseminan los frutos y las semillas. Pero hay otros que aunque pasan desapercibidos, también tienen un papel importantísimo en la dinámica del bosque. Hablamos de los hongos y las bacterias puesto que son los responsables de descomponer la materia orgánica y aportar nutrientes al suelo. Sin ellos, ni las plantas podrían vivir, ni el suelo podría formarse correctamente.

Foto 1Hongos. Imagen: Pablo Martínez, flickr 

Todos estos organismos no están agrupados por casualidad o por voluntad humana cómo en un cultivo o jardín urbano. Los componentes del bosque forman una red de interrelaciones cruzadas, ya sean los organismos vivos o el medio físico que los rodea, sirven unos de alimento a otros, y esto se denomina ecosistema. Interacciones mutuas permiten el mantenimiento de la vida y lo más importante, sin la necesidad de ninguna ayuda ni intervención humana. Y si esta es irrespetuosa e interesada, ya sabemos el desenlace: empobrecimiento y desaparición total del ecosistema.

¿Por qué necesitamos los bosques?

Como ya sabemos, el bosque aporta muchos recursos naturales a los humanos: madera, variedad de alimentos, sustancias medicinales y materiales industriales; bien que lo saben los noruegos a través de un auténtico “expolio” en sus mantos de coníferas. Pero el bosque también cumple otras funciones que no siempre valoramos adecuadamente porque simplemente todavía no tienen precio. Siendo realistas, confundimos valor y precio y pensamos que no valen nada. Al contrario, las funciones ecológicas del bosque son esenciales para nuestra supervivencia y la de todo el planeta. Hoy en día, empezamos a calcular el precio que tendríamos que pagar por estos servicios que el bosque nos ofrece gratuitamente, y ¡valen más de lo que nos imaginamos!

Foto 2Polinización. Imagen: Pablo Leautaud, flickr

El bosque contribuye al mantenimiento de los equilibrios atmosféricos (aportación de gran parte del oxígeno que respiramos). Preserva los ciclos climáticos globales y a escala más pequeña, los microclimas locales (incrementa la humedad, modera las temperaturas, rebaja las rachas de viento…); como también los ciclos hídricos (recarga los acuíferos y minimiza las crecidas fluviales en tierras costas después de episodios de lluvia torrencial). Pero principalmente, acoge gran parte de especies vivas conocidas con valor por sí mismas y por los productos que nos ofrecen. En realidad todas las propiedades mencionadas en torno al bosque, las tendríamos que decir de la vegetación forestal en general. Y es que un matorral denso, incluso aunque que no tenga árboles, puede hacer gran parte de las funciones del bosque y llega a ser casi tan valioso como aquel. Por el contrario, un bosque alterado y clareado, sin parte de sus componentes naturales, puede llegar a cumplir deficientemente las funciones ecológicas.

¿Cómo eran los bosques valencianos en épocas pasadas?

Los humanos hemos transformado tanto nuestro entorno, nuestro medio, que tenemos que distinguir entre la situación que ahora tenemos (vegetación actual) y la que había originariamente sólo dependiente de factores naturales como el sustrato o el clima, antes de que nuestra acción fuera importante (vegetación potencial). Es decir, en pocos rincones del territorio valenciano la acción antrópica ha sido respetuosa y por lo tanto la vegetación actual poco se puede parecer o, incluso, coincidir con la original. Y es que tres cuartas partes del País Valenciano, han tenido bosques de forma natural, exceptuando aquellas áreas más secas.

Foto 3Detalle foliar de un ejemplar de roble valenciano (Quercus faginea). Imagen: César García, flickr 

Las pistas del polen fósil, el estudio de las áreas de distribución potencial de las especies, hallazgos de vestigios históricos o la observación de aquellas áreas no modificadas excesivamente por la mano del hombre nos traen al núcleo: la reconstrucción de la vegetación originaria valenciana de la mano que nuestros bosques fueron dominados por los carrascales. Mientras en áreas de montaña subhúmeda y con un suelo bastante desarrollado destacaba el roble valenciano (Maestrat castellonense), en zonas elevadas, frescas y ventosas se instalaban bosques de sabinas (Rincón de Ademuz). En lugares más limitados y sobre terrenos ácidos, teníamos bosques de alcornoques (Sierra del Buixcarró o de Espadán); y sin la intervención humana, sólo poseíamos extensiones limitadas y maduras de pinares autóctonos de pino rojo si sobrepasábamos los 1.600 m de altitud (Cima Calderón o Peñagolosa).

Esto puede resultar confuso si nos preguntamos el por qué estamos rodeados de tantos de pinos. ¿Son o no autóctonos? En realidad hay 5 pinos que podemos considerar plenamente autóctonos: el pino rojo, el pino blanco, el pino negral, el pino piñonero y el pino rodeno. En condiciones originarias y sin acción humana, todos estos pinos ocupaban un discreto papel en los bosques valencianos, sólo eran acompañantes de los extensos mantos de carrascales. En cambio, los pinos sí que podían abundar si anteriormente se había dado una alteración de la vegetación originaria: incendio, clareados, lugares con poco de suelo y mayor pendiente, etc. Es decir, la actividad humana ha favorecido los pinos, a la vez que han eliminado y dificultado la recuperación de los bosques de hoja ancha, los carrascales.

Foto 4Detalle de piña de pino blanco (Pinus halepensis). Imagen: Tony Rodd, flickr 

Una buena parte, quizás la mitad de los actuales pinares, proceden de repoblaciones forestales efectuadas sobre todo en las últimas décadas del siglo pasado. El resto se ha instalado como consecuencia de la eliminación continuada y drástica de la vegetación inicial (transformación del paisaje en cultivos, zonas muy sobrepasturadas, áreas donde se ha llegado a extraer las raíces para obtener leña y carbón…). Al cesar la actuación humana, la vegetación natural tiende lentamente a recolonizar el espacio, pero todavía puede ser el ritmo más lento si las especies iniciales han desaparecido sin poder garantizar a penas un banco de entonces en el suelo.

Y hoy en día, ¿qué nos queda de todo eso?

La actual vegetación es muy diferente de la que hemos descrito antes en gran parte del territorio valenciano y además, el punto crítico reside en que la superficie forestal ha retrocedido aproximadamente a la mitad en el territorio valenciano. El resto está ocupado por cultivos, ciudades y otras actividades que han no eliminado, sino devastado completamente la vegetación originaria. Es más, esa mitad de superficie considerada forestal no posee necesariamente bosques. Sólo un tercio de esta está dominada por árboles. El resto, o bien no tiene árboles o bien son escasos o dispersos sin que se pueda considerar un auténtico bosque. Por lo tanto, en la vasta superficie forestal reina la ocupación de diferentes tipos de matorrales (maquia, maleza, garriga…) o por herbazales. Incluso, tenemos zonas absolutamente baldías, con sólo algunas pobres hierbas o pequeños arbustos diseminados, que dejan gran parte del suelo desnudo, sin cubierta vegetal.

 

Detalle de hoja y flor de los reinantes matorrales valencianos liderados por romero (Rosmarinus officinalis). Imagen: Manel, flickr

En ese tercio de bosque, hay pinos, muchos pinos. Mientras se estimuló el crecimiento de pinares, los bosques de carrascas (robles y alcornoques) han sufrido un grave retroceso, inicialmente cubrían entre el 70% y el 80% del territorio, ahora a penas ocupan el 2% de la superficie valenciana. No únicamente ocurre esto. Muchos de los lugares que denominamos bosques porque hay una cubierta dominante de árboles, tienen una estructura muy alterada, se trato de pinares o de carrascales. Árboles jóvenes y de poco tamaño, alejados de lograr la madurez y, en muchos casos, abundan arbustos del bosque modificado y de las etapas más jóvenes, pioneras (de menor valor ecológico). Hay que sumar que en gran parte de los pinares de repoblación como en otros tipos de bosque, el hombre se ha esmerado en borrar el sotobosque.

La cumbre de malas prácticas: la eliminación del sotobosque

Empezaron nuestros antepasados y, nosotros, los ciudadanos tanto urbanitas cómo rurales lo hemos intensificado bajo intolerantes lemas “los arbustos son el refugio de peligrosos animales”, “son la suciedad, el estiércol del bosque”, “son la pólvora de los incendios forestales”. Sin duda, esta visión ausente de sensibilización se extiende a lo largo de las sierras valencianas. Dicho esto, habría que subrayar que un bosque sin los arbustos característicos es un bosque más allá de incompleto, mutilado y que cumple mal y, a veces de manera muy deficiente, las funciones ecológicas. Deja el suelo más desprotegido y en peligro de ser arrastrado por la erosión hídrica.

Detalle de fruto y hoja del aladierno (Rhamnus alaternus). Imagen: Wikifaunia

Como hemos descrito, la reconstrucción natural del bosque puede ser muy lenta mediante distintos mecanismos de recolonización, cuando desaparece el agente perturbador que ha eliminado el bosque. Lenta o no dependerá de la vegetación originaria y del tipo de impacto o agresión que haya sufrido el bosque. Por qué decimos esto? No es el mismo la recuperación después de un incendio de un pinar sin vegetación arbustiva, o sólo con arbustos pequeños no rebrotadores frente a la regeneración de un carrascal con un sotobosque de etapa adulta, que suelen ser en su mayoría, formado por especies rebrotadoras después del paso de las llamas.

Aquí está el epicentro de la reflexión puesto que conviene distinguir entre los pequeños arbustos de las etapas tempranas, jóvenes de la sucesión ecológica y los correspondientes a las etapas maduras. Los primeros arbustos (romero, estepas, aliagas, tomillo y otros arbustos de hoja pequeña y espinescente) se encuentran adaptados en la fuerte insolación, suelen ser más inflamables y no tienen capacidad de rebrote. Si dejamos avanzar el tiempo, se mujer la sustitución de la mano de arbustos más maduros, de mayor tamaño, de hojas más anchas y con mayor contenido hídrico, más adaptados a la sombra del bosque; es decir, sueño menos inflamables y sí, suelen tener la capacidad de rebrotar (estamos hablando del durillo, el madroño, el aladierno, el lentisco, entre otros).

¿Qué hemos hecho nosotros para merecer la deriva del bosque valenciano?

No es ninguna novedad que los humanos traemos siglos y siglos modificando nuestro medio y esto es especialmente representativo en ecosistemas mediterráneos como el nuestro, vasto territorio de confluencia de reinos e imperios, de culturas y tradiciones, en el cual, desde el neolítico, hemos influido poderosamente sobre la vegetación. Repetida intervención sobre las montañas y se que hay testigos muy antiguos que muestran episodios de deforestación intensa en áreas mediterráneas, semiáridas de entorno a los dos mil años. En épocas más recientes, nuestro apreciado Cavanilles nos ponía ya de manifiesto un uso y abuso intenso de los bosques, totalmente exterminado en muchos lugares…

Bancal labrado de almendros en flor. Imagen: Lamarinaplaza 

Ya remontados en el tiempo, las causas más antiguas y responsables de la transformación del bosque residen en la agricultura, la ganadería y las talas para obtener madera. Es verdad que todas estas actividades no son tan destacadas como en épocas pasadas, de forma que podemos infravalorar su importancia en ese pasado. En cambio, me niego a pensar así. La extensión de la actividad agraria, la ubicación del cultivo implicó previamente una reducción del bosque. Una salvaje, inconsciente quema de vegetación natural, tala de árboles y modificación de la estructura de valles y vertientes para implantar los bancales, las terrazas agrícolas. En esto se han convertido por ejemplo, gran parte de las comarcas valencianas centrales, en nuestras singulares toscanas. La ganadería, ahora también residual en nuestro motor económico, lleva actuando miles de años. Una gran cantidad de rebaños de cabras y ovejas han ido transformando poderosamente nuestro paisaje. Desde las marjales litorales hasta la cumbre del Montcabrer, han recortado el bosque y han favorecido la pérdida de suelo en muchos casos. ¿Y que sería de un rebaño sin los incendios provocados? El fuego se usaba para ayudar a extender los pastos e impedir la regeneración de la vegetación leñosa. Este cóctel lo cierra las citadas talas. Estas han llegado a ser muy intensas en el pasado puesto que la madera era objeto de muchas utilidades: construcción, mobiliario, navegación, carbón…

Rebaño de cabras. Imagen: M. Peinado

En el día de hoy, otras agresiones se suman a las antiguas: obras públicas (cuando más faraónica mejor), parques industriales, urbanismo disperso, contaminación variada, turismo de interior mal gestionado… son los ingredientes que hacían falta para decorar todavía más el cóctel, añaden el toque de degradación de la casa. A pesar de que, no hay que olvidar las viejas prácticas, a pesar de que mucho más reducidas que hace siglos, siguen actuando en algunos lugares, a veces allá donde más mal hace.

Percepción generalizada de que los incendios es el único factor de degradación de un bosque

Y tanto que tenemos arraigada esa percepción y parece una simplificación no solo absurda, sino al fin y al cabo, preocupante. Por un lado, nos hace olvidar otras causas muy importantes y poderosas que han actuado y que actúan y, que pueden tener efectos tan destructivos como las llamas. Por otro lado, desde la Administración pública y desde los medios de comunicación se promueve la manipulación social cuando nos venden la justificación de intervenciones presupuestarías preventivas, pero que tienen graves contrapartidas porque ni evitan los incendios ni ayudan a parar el ritmo de degradación del bosque. Desafortunadamente, muchas de las actividades medioambientales en materia de prevención de incendios o incluso de repoblación post-incendio, son tan destructoras o más que los incendios. Sí, efectivamente, como veremos en la segunda parte, la gestión forestal se ha convertido en sí misma, en uno de los motores de la fragmentación, degradación del bosque valenciano durante las últimas décadas.

Medios aéreos combatiendo un incendio. Imagen: leonoticias

Llegados a este punto, bordeando el fin de la primera parte de este artículo, hay que recordar que unas formaciones vegetales son más resistentes al paso del fuego que otras y que en algunos casos, se pueden recuperar rápidamente después del incendio. Eso sí, si el sentido común hubiera superado las ansias de destruir, si no hubiéramos eliminado drásticamente los bosques originarios y potenciales de la mayor parte del territorio valenciano; el impacto de los incendios, tan arraigados al clima mediterráneo, sería mucho menor. Alfombras de carrascas, de alcornoques, de robledas con los pinos y arbustos acompañantes resistían mejor el paso del fuego y se recuperaban rápidamente mediante el rebrote. Si ahora no los tenemos en las montañas no es por los incendios, sino por la agricultura, la ganadería, las talas, el carboneo… De aquel “sus guerras, nuestros muertos” a “sus agresiones del entorno, nuestros pinares inflamables”. Estimado lector, no es que quiera quitarle importancia al fuego, pero hay que situar su impacto en la medida justa y en un contexto histórico. No obstante, ¿cúales son las consecuencias de perder nuestro bosque?, ¿cómo se realiza una adecuada prevención? Y la esencia, ¿repoblamos con suficiente coherencia y respeto con el entorno? Nuevas cuestiones para una segunda parte. ¡Hasta la próxima!.

Etiquetas
Graduado en Biologia por la Universitat de València
A mitad camino entre las Ciencias Naturales y las Jurídicas. Postgrado de Ecología Avanzada y Gestión del Medio Natural y Postgrado de Derecho Ambiental y de la Sostenibilidad por la Universidad de Alicante. He crecido en el Jardí Botànic y en el Parc Científic de la UV, en el Museo de Ciencias Naturales de València o en la Conselleria de Transición Ecológica de la GVA. Miembro de Acción Ecologista – AGRÓ y del Fons Valencià per a la Solidaritat. Escritor y arquitecto de corazón. Adicto a la natación y a la ilustración. Nunca me verás tocar a una serpiente.
extern Colaborador Externo
Send this to a friend