Conservación

13 Ene 2013

ARAL, EL MAR PERDIDO

A pesar de ser uno de los cuatro lagos más grandes del mundo, el mar de Aral firmó su sentencia de muerte en la década de los años 60. Su desaparición está considerada uno de los desastres ecológicos más famosos de todos los tiempos denunciado por los ecologistas y olvidado por la comunidad internaciona

El desastre del mar de Aral es un ejemplo claro de lo que puede ocurrir si desarrollamos nuestros actos de forma totalmente ajena al medio ambiente, y sin tener en cuenta como éstos afectan a los recursos naturales y a la salud del ser humano. Durante algunas décadas, la región del mar de Aral, situada entre las actuales Kazakstán y Uzbekistán, en Asia Central, vivió años de progreso, crecimiento económico y demográfico gracias a su lago. La agricultura y la navegabilidad del lago, uno de los cuatro con mayor volumen del mundo, así lo permitieron.

 

Sin embargo, en apenas treinta años (desde finales de los años 60 hasta principios de 2000) su volumen se ha ido reduciendo paulatinamente en más del 80% y lo que antes fue el inmenso lago de las estepas soviéticas, regulador del ecosistema y de los acuíferos, es en la actualidad un desierto salino. Está virtualmente muerto. Para muchos expertos se trata de uno de los mayores desastres ecológicos de todos los tiempos, un desastre deliberado y silenciado por las autoridades locales y por la comunidad internacional.

 

Durante siglos, el mar Aral, en realidad, un lago endorreico, es decir, una cuenca fluvial sin salida al mar, fue un gran oasis situado en medio de la dura y seca estepa rusa. Su volumen crecía gracias a los ríos Amu Daria y Sir Daria, cuyos caudales desembocaban allí llegando a tener una superficie de 68.000 kilómetros cuadrados. Su nombre se traduce como mar de islas, ya que en él había más de 1.500 pequeños islotes superiores a una hectárea emergidos dentro del lago. A día de hoy, estos islotes han desaparecido en su totalidad.

 

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Cementerio de buques de Muynak

 

La presencia humana y la explotación del mar comenzó a mediados del siglo XIX, cuando los soldados rusos llegaron a las costas del mar de Aral. Fundaron una ciudad, Aralsk, que sería puerto principal y centro de operaciones de la flota más distante del mar en todo el mundo. Años después, se fundó otra gran ciudad, Muynak, destinada a completar la actividad industrial de la primera.

 

La pesca, que había sido siempre la principal actividad económica de la zona, se sofisticó con la llegada de los rusos. Los pueblos ribereños crecieron y se armaron flotas pesqueras que, en sus mejores tiempos, llegaron a capturar un sexta parte de toda la pesca rusa. Se estima que de forma anual se capturaban unas 40.000 toneladas de peces y sus deltas alojaban docenas de lagos menores, pantanos y una superficie de 550.000 hectáreas de tierras húmedas.

 

¿Dónde y cuándo surge el problema?

Uno de los principales problemas que llevó a la destrucción del mar de Aral fue la mala planificación agrícola que se estableció en la zona. Ya en 1918, cuando el primer Gobierno Comunista se alzó con el poder tras la Revolución Bolchevique, se consideró que este mar, situado en mitad de la nada y que consumía el agua de los ríos Sir Daria y Amu Daria, era un error de la naturaleza.

 

Poco se preocuparon las autoridades de estudiar o analizar la riqueza vegetal y de agua de la que aquel lago dotaba a una zona que por su situación geográfica era árida y muy pobre. Desatendiendo a las necesidades naturales de la zona y bajo la bandera del progreso a toda costa, el gobierno soviético destinó unos 30 millones de rublos de aquella época a canalizar los ríos e irrigar una vasta zona de la estepa para convertirla en la mayor plantación del mundo de algodón.

 

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Desde mediados del siglo XIX hasta los años 60 las regiones del mar Aral disfrutaron de una próspera economía gracias a la pesca. Sin embargo, los nuevos planes de riego para abastecer a las plantaciones de algodón acabaron con la próspera industria pesquera local

 

Desde aquel momento y hasta los años 60, se construyeron más de 30.000 kilómetros de acequias y canales, 45 presas y 80 embalses. Pero la infraestructura estaba tan mal hecha que, en algunos casos, dejaba escapar hasta tres cuartas partes del agua que transportaba. Además lo que las autoridades no querían ver es que este plan, a medio plazo, no sólo condenaba al lago, sino también a sus habitantes. Y es que las localidades costeras que vivían de la pesca, fueron perdiendo poco a poco esta forma de vida y se vieron arruinadas y atadas eternamente a las plantaciones de algodón, que se convirtieron en su único medio de subsistencia posible.

 

El último paso fue la construcción de un gran canal entre 1954 y 1960, ordenado por el gobierno de Moscú, con 500 Km y que tomaría un tercio del agua del río Amu Daria y la distribuiría en una gran cuenca para regar los inmensos campos de algodón y arroz con los que se pretendía que la Unión Soviética fuera autosuficiente de ambas producciones. Quizá a corto plazo los resultados parecían satisfactorios, pues se pasó de cultivar una superficie en torno a los cuatro millones de hectáreas en 1960 a siete millones veinte años después. La población de la zona también aumentó considerablemente: de unos 14 millones de habitantes a unos 25.

 

Sin embargo, los esfuerzos para conseguirlo fueron desmesurados. Se aumentó el caudal destinado a la irrigación en detrimento de lo que los afluentes Amu Daria y el Syr Daria aportaban al lago, y en los años ochenta la aportación de éstos al mar de Aral era de tan sólo un 10% de lo que era en los años 60. Al desmesurado consumo de agua en esta región tan seca por el aumento de la población, hay que añadir la poca eficiencia del riego debida a la mala canalización y a los rudimentarios y poco eficaces sistemas de drenaje. La contaminación de las aguas debido al uso de fertilizantes y pesticidas fue el detonante para que el Aral comenzara a morir.

 

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Desde 1960 el próspero mar de Aral se ha convertido en un desierto de sal. El aire está sumamente seco y contaminado y las enfermedades respiratorias se ceban especialmente con los más pequeños. Prácticamente toda la fauna ha desaparecido y la vegetación es mínima

 

Un mar y una región que siguen muriéndose

Al principio el descenso del volumen del mar Aral fue lento, aproximadamente el caudal descendía unos 20 centímetros al año. Pero después, a partir de 1975, la velocidad de desaparición fue mucho más elevada. En los años ochenta el nivel de las aguas bajaba un metro al año, alejando la línea de costa más y más. En 2004 el Aral era ya sólo una cuarta parte de lo que había sido 30 años antes; en 2007, sólo el 10%. Al norte, gracias a una presa terminada en 2005, se ha logrado salvar un pedacito que está recuperándose lentamente, sin embargo, más del 80% de este mar se ha perdido para siempre.

 

Si hacemos una valoración en datos objetivos, a día de hoy el mar de Aral ocupa la mitad de su tamaño original. El 95% de los pantanos y tierras húmedas cercanas se han convertido en desiertos y más de cincuenta lagos de los deltas se han secado. Las consecuencias de esta muerte son desoladoras en todos los sentidos. Por una parte, el gran lago servía como amortiguador del clima extremo de la zona, por lo que su enorme disminución ha hecho más duro los inviernos y los veranos. Tampoco se ha de olvidar la tremenda sequía que asola desde hace unos años los países de la región y que ha hecho que los días sin una gota de agua aumenten de 35 a 120 al año.

 

Además, su desecación ha dejado al descubierto más de 30.000 kilómetros cuadrados de arenas salinizadas, un antiguo lecho marino ahora expuesto al sol que forma inmensas tormentas de sal y compuestos químicos que el viento lleva en millones de toneladas hasta distancias superiores a los 200 kilómetros de distancia. La desecación también ha propiciado la desaparición de 28 de las treinta especies de peces que habitaban aquellas aguas, y debido a la recesión, los puertos pesqueros quedan ahora a unos 60 kilómetros del agua. La industria pesquera ha desaparecido. El resto de la fauna tampoco ha corrido mejor suerte: de las 173 especies animales que había sólo sobreviven 38.

 

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Se estima que en la actualidad el mar de Aral es un 20% de lo que fue. Los últimos planes intentan salvar la zona, pero la catástrofe es insalvable. En la imagen, el lago visto desde el aire en dos imágenes que evidencian la tragedia. La de la izquierda es de 1989, la de la derecha, de 2008

 

¿Qué efectos tiene esto para el ser humano? Muchos y muy malos. Dejando de un lado la parte económica, la desecación del mar de Aral tiene resultados catastróficos en la salud de los habitantes de la región, afectada por las sequías y por el uso de plaguicidas y fertilizantes que el cultivo del algodón requiere. Además está la salinidad del agua potable, cuatro veces superior al límite establecido por la OMS. Los casos de hepatitis, cáncer de garganta, enfermedades respiratorias y de los ojos e infecciones intestinales se han multiplicado por siete desde 1960.

La región registra la mayor mortalidad infantil de toda la antigua URSS y la bronquitis ha aumentado en un 3.000% en menos de cuarenta años. Las mujeres de la región más próxima al lago, padecen una pandemia de anemia y el 97% de ellas tiene unos niveles de hemoglobina muy inferiores a los 110 gramos por litro de sangre que fija la OMS. La causa se debe a la contaminación del agua, saturada de estroncio, zinc y manganeso. En esta misma zona de Uzbekistán el cáncer de hígado creció de 1981 a 1987 un 200%, el de garganta un 25% y la mortalidad infantil se elevó un 20%.

El silencio de la comunidad internacional

El desastre ha sido silenciado por la comunidad internacional y nadie se responsabiliza, al igual que ocurre con casos similares como Chernobil, los planes de actuación parecen estar en las agendas de todos pero ninguno hace nada por solucionarlo. Antes de la caída de la URSS, en los años ochenta y vistos los devastadores efectos que la desecación del lago producía en la salud de la población local, los ingenieros soviéticos si pensaron en llevar hasta allí agua desde la cuenca del río Obi, en Siberia, para rellenar el Aral, como si éste fuese una bañera que otros ingenieros, los sociales, pudieran vaciar y llenar a placer.

 

Sin embargo, en 1986 el plan fue abandonado. Muchos aseguran que los intereses del gobierno soviético eran nulos ya que la zona había sido utilizada en los años 50 como laboratorio secreto de armas biológicas. La documentación de la época también demuestra que las intenciones de los burócratas soviéticos en la mar Aral eran claras desde el principio, se planeaba transformar las repúblicas de Asia Central en una inmensa reserva productora de algodón para la URSS. Para conseguir este objetivo, desviaron el agua de los ríos y convirtieron éstos en auténticos vertederos, por lo tanto, los efectos se sabían de antemano, al igual que la desaparición del mar de Aral.

 

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Tras la disolución de la Unión Soviética en 1991, la comunidad internacional presionó a los nuevos estados de la zona para que realizaran acciones conjuntas destinadas a resolver el problema, y en 1993 los cinco países de su litoral formaron el Fondo Internacional para Salvar el Mar de Aral prometiendo realizar un esfuerzo de rescate. Pero los acuerdos logrados son mínimos y el mar sigue reduciéndose.

 

En cuanto a la esperanza, sigue presente. Desde el 2010 al 2012 se ha llevado a cabo una faraónica labor de recuperación del mar de Aral, además de la construcción de diques y la mejora de sistemas de riego, e incluso se esta planteando el trasvase de agua de algún río de Siberia. Los más optimistas esperan que en 2014 la orilla del Norte llegue de nuevo a la ciudad de Aralsk, aunque no es seguro. Entre las alternativas que los grupos ecologistas aconsejan para recuperar la sostenibilidad en la zona se encuentran la mejora total y parcial de la calidad de los canales de irrigación, la instalación de plantas de desalinización, la imposición de tasas a los campesinos por el uso del agua de los ríos, la introducción de especies de algodón alternativas con menos requerimientos hídricos y de fertilizantes químicos, y el trasvase de agua de los glaciares de Siberia para reemplazar el agua perdida en el Aral.

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Revista de divulgación científica del Jardí Botànic de la Universitat de València.
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