Ikebana: la naturaleza como maestra
La palabra ikebana significa “mantener vivas las flores”, descripción que alude a la técnica mediante la cual este tipo de creación estética, originaria de Japón, consigue transmitir la esencia de lo vivo a quien lo contempla. A través de la composición de especies vegetales, el ikebana evoca la naturaleza, su pasado, presente y futuro. Victoria Encinas, con una larga trayectoria en la práctica de esta disciplina artística, nos acerca en este artículo algunas notas sobre sus principios, estética y origen.
Quisiera comenzar este pequeño artículo sobre ikebana aportando algunas ideas básicas sobre su naturaleza, pues es un arte complejo—y bastante desconocido en nuestro entorno—, en el que se mezclan sutilmente conceptos y técnicas. Llevo veinticinco años practicándolo… ¡y estoy segura de que, si se conociese mejor, se apreciaría mucho más! Haré mi pequeña contribución…
Ramas de arce y flores de rosal en recipiente lacado / V. Encinas.
Esencia del ikebana
Puede decirse que, como el paisajismo, el ikebana es una forma de creación estética basada en la composición de especies vegetales, inspirada en ellas y en sus formas. Es, por tanto, una disciplina artística.
Aunque la denominación habitual en nuestro idioma viene a ser “arte floral de Japón”, las flores, como tales, no son la materia esencial. Participan también, y en una forma muy relevante, las ramas, los tallos y las hojas; así como las cortezas, los frutos, los capullos y hasta las semillas en algunos tipos de plantas… La denominación ikebana, que significa “mantener vivas las flores” (traducido al inglés como “making flowers alive”), alude a la técnica mediante la que, una vez cortadas las ramas, flores, etc., y realizado el arreglo en un recipiente, su vida se prolonga por un tiempo. Los vegetales siguen vivos, tienen la apariencia de seguir viviendo, es decir, trasmiten la esencia de lo vivo a quien los contempla. Ése es el secreto del magnetismo de los arreglos, el gran atractivo que ejercen, especialmente cuando se pueden ver en directo.
Además de una disciplina artística, es un modo de meditación que conlleva un rito propio, una práctica espiritual. Confluyen, pues, tres elementos: a) la naturaleza física de las formas vegetales, b) los principios compositivos de las artes plásticas y c) cierto sentimiento de lo sagrado o de veneración hacia la vida.
Otra denominación para este arte, de hecho, es kadō (“camino de las flores”). Ikebana o kadō es una práctica zen. Es un dō, así como kyūdō, (camino del arco), chadō (camino del té), etc. Seguir un “camino” o “vía” es embarcarse en una aventura en la cual el propio camino es quien ofrece el sentido: caminar es la meta. Practicar el tiro al arco, la ceremonia del té o el ikebana significa permanecer en una vía, un dō. La concentración profunda que precede al disparo de la flecha o a la realización de un arreglo detiene el tiempo; quien sigue una vía es capaz de salir de lo cotidiano y entra en un tiempo diferente, meditativo, viviendo profundamente el presente. Un dō se incorpora a la propia vida, indefinidamente, y puede decirse que llega a formar parte de uno mismo. Este es el punto de vista zen.
A la izquierda, hojas de cortadera, flores de gloriosa y ranúnculo, en recipiente de cerámica y bandeja lacada. A la derecha, tallos de torvisco y brunia, flor de strelitzia, en recipiente de cerámica vidriada. / V. Encinas.
Poética vegetal: evocando la naturaleza
Las plantas habituales en el ikebana tradicional fueron los tallos del bambú, las ramas del pino, del sauce y del arce, las ramas y las flores del ciruelo, los crisantemos, las camelias, las peonías, los lirios… En la actualidad, la oferta de las floristerías ha cambiado este panorama y las especies de diferentes orígenes, a menudo tropicales, muy llamativas y resistentes, han entrado a formar parte del universo del ikebana, aunque en su momento contaron con el rechazo de los maestros de las escuelas tradicionales. Se trata de flores más grandes, coloreadas y muy atractivas, como las heliconias, strelitzias, alstroemerias, gloriosas, calas, ranúnculos, tulipanes, gerberas, rosas, etc. Hojas fuertes y estructuradas, como la del banano, la cica, la monstera, la palmera o el formio, sustituyen con frecuencia a las ramas tradicionales de árboles autóctonos de Japón.
Estas “extranjeras” han dado un aire más internacional al ikebana, pero también le han restado la sutileza original. Muy frecuentemente, en nuestros días, quien realiza el arreglo sólo ha visto la planta con la que lo está componiendo en la floristería; por tanto, el arreglo es frío y carece de las connotaciones paisajísticas necesarias para evocar a la naturaleza en su estado espontaneo.
Sin embargo, es importante aclarar que un ikebana no es un paisaje en miniatura, no reproduce la realidad a otra escala; es, más bien, un eco de la naturaleza. Su realización consiste en:
a) observar muy cuidadosamente la o las especies con las que se va a realizar el arreglo,
b) elegir la rama o las ramas, pensando detenidamente en no cortar sino lo necesario, y
c) componer, siguiendo las normas formales de los propios vegetales y los esquemas mentales interiorizados a través del estudio.
El ikebana tradicional es, además de bello, poético y conmovedor, pues hace revivir en la memoria vivencias de entorno paisajístico del que procede la planta, vivencias de la naturaleza y percepciones subjetivas que vienen de la sensibilidad del artista que lleva a cabo el arreglo (Sen’ei Ikenobo, 2017). La belleza del ikebana contemporáneo, con mucha influencia de las artes occidentales, está más bien en lo sorprendente, en los contrastes inesperados y en la audacia de quien lo realiza.
Dibujo de arreglo. Hojas de lirio y rama florida de adelfa en vasija de cerámica. / V. Encinas.
Valores
En el origen del ikebana, el punto de partida es el respeto, la admiración y el estudio de las formas vegetales; la apreciación de sus formas singulares como un mundo sensorial propio e insustituible. A través de las técnicas de ikebana, el misterio de esa belleza se presenta ante los ojos como algo insólito, una idea de las formas, los colores, las texturas, los contrastes entre especies que se deriva de los propios órdenes vegetales, de sus entornos naturales y sus formas de crecimiento.
Ikebana tampoco es decoración. La diferencia, técnica y de concepto, entre un ikebana y un arreglo occidental es que en el ikebana las ramas y las flores no son sostenidas por un recipiente en el que reposan, sino que se sostienen por sí mismas, se mantienen erectas, firmes, como si crecieran, vivas, en el recipiente. Se trata de reproducir lo esencial de las formas vivas, su savia, la vitalidad de su energía.
Es un arte efímero. Dura pocos días antes de marchitarse. Expresa la transitoriedad de los estados por los que atraviesa la vida de los seres. En ikebana, todas las fases de la evolución del vegetal son valoradas como algo sustancial: nacimiento, florecer y decadencia. Presentan el futuro, el presente y el pasado de una composición viva. Las tres fases del tiempo diacrónico han de estar, simultáneamente, en el arreglo: en forma de capullos o brotes tiernos, el futuro; en forma de flores abiertas y hojas desplegadas, el presente, y, por último, en forma de zonas deterioradas, algo secas o mordidas por algún pequeño insecto, el pasado.
Hiedra blanca, hoja de lirio, calathea, hoja de iris, flor de madreselva, Ficus pumila, flores de ciclamen, flores de kalanchoe, acacia espinosa en recipiente de cerámica. / V. Encinas.
Origen y momento actual
¿Cómo nació el arte del ikebana? Ikebana es una de las artes tradicionales de Japón, cuidadosamente transmitida de generación en generación, así como depurada, documentada y enriquecida a través de los siglos. Su origen está en el Japón del siglo XV y nace como una síntesis de influencias que vienen de las ofrendas florales budistas, así como de la veneración sintoísta hacia la naturaleza.
Es en el siglo XV cuando se emancipa del rito religioso y adquiere entidad e independencia como arte por sí mismo. Los primeros tratados editados que se conservan son del siglo XVI. Así, practicado en un principio en entornos de culto, poco a poco pasó a ser un elemento cortesano, adquiriendo en el siglo XVII unas proporciones y un rango realmente impresionantes.
Posteriormente, fue practicado por los samuráis, literatos y artistas, más afines a estilos naturalistas, sencillos y profundos, hasta que, gracias a la divulgación que han ido haciendo las escuelas, llegó a ser una práctica generalizada también en el ámbito privado y doméstico. Desde que, en el siglo XIX, los viajeros europeos se interesaron por las artes orientales y trajeron a Europa su influencia, la expansión del conocimiento y la práctica del ikebana no ha dejado de crecer. Especialmente, tras la presencia norteamericana en Japón después de la II Guerra Mundial, y con la aceptación generalizada de las filosofías orientales en los últimos cuarenta años en occidente, de un modo cada vez más estable (Sen’ei Ikenobo, 2017).
A la izquierda, rama de avellano tortuoso (Curylus avellana ‘contorta’), flores de Iris y Cerastium en vasija de cerámica. A la derecha, hojas y flores de Iris germanica en recipiente de cerámica. / V. Encinas.
¿Cuál es la situación actual del ikebana en el mundo globalizado? Incluso los maestros de las escuelas más relevantes tienen dudas y cierta perplejidad ante la alarma generalizada respecto al peligro en el que hemos puesto al planeta, donde se incluyen, por supuesto, muchas especies vegetales. La práctica tradicional basada en tomar partes de las plantas o del campo para realizar arreglos está cuestionada…
Por otro lado, la expansión de la práctica del ikebana entre personas urbanas ha convertido este arte en algo diferente… Cada época, hasta ahora, ha mostrado una cara del prisma y el desarrollo del ikebana ha seguido aportando nuevas formas éticas y estéticas. Actualmente, conviven todos los estilos, naturalista, tradicional, urbano y vanguardista… Las escuelas y los maestros velan, como lo han hecho a través de los siglos, por la conservación, por principios estéticos y filosóficos, de un arte que ¡permanece muy vivo!
Bibliografia
Sen’ei Ikenobo (2017). At Pondside (Seventy Years in Ikebana).