Paisaje de los huertos de naranjos
Estas vastas extensiones citrícolas con cercos vegetales de palmeras y otras plantas ornamentales inspiraron a diferentes artistas como Sorolla y Blasco Ibañez, durante la época dorada del cultivo a nuestro territorio. Y es que la naranja se convirtió en todo un símbolo cultural y de prosperidad económica, que se extendía por toda la costa levantina elevando nuestros huertos y jardines a la categoría de paisaje.
En las tierras valencianas el naranjo siempre ha sido conocido como árbol de jardín, del cual se aprovechaban sus frutos para el autoconsumo o para la comercialización a pequeña escala. Y se que a nuestra tradición cultural los conceptos de huerto y jardín han sido íntimamente relacionados. Dentro de su perímetro, rodeado por una valla, se mezclaban especies ornamentales y fruteros, que eran apreciados por sus frutos y por su belleza.
Alzira. Entrador de un huerto, 2007. Foto: A. Besó
A finales del siglo XVIII padre Cavanilles nos daba la noticia de la reciente plantación en Carcaixent del primer huerto de naranjos por parte del rector Monzó y de los importantes beneficios económicos obtenidos en la comercialización de su producto. Nos describía un huerto caracterizado por el policultivo, pero que se distinguía de los huertos que había plantados a las huertas de regadío de pie en que había sido creado de nuevo gracias a la transformación de un secano poco productivo mediante el aprovechamiento de las aguas subterráneas.
Esta experiencia pionera, que hay que entender en el contexto de la ilustración y en su relación con las ideas fisiocráticas, asentó las bases de un nuevo concepto de huerto. Entre finales de los siglo XVIII y la década de los 80 del siglo XIX se produce el paso del huerto valenciano a la canonización del tipo ideal de huerto de naranjos. El naranjo pasaría de ocupar uno cuadro o algunas hileras, en convivencia con otros árboles de jardín, a monopolizar todo el huerto con criterios de rentabilidad económica, y la casa pasa de estar construida al lado de la parcela a ocupar una posición central.
Carcaixent. Hort del Castell, 2007. Foto: A. Besó
Todo y la euforia con que relataba Cavanilles este hecho, la expansión a gran escala como cultivo comercial no fue posible hasta la segunda mitad del siglo XIX cuando se pudieron conjugar una serie de factores, como por ejemplo la crisis de los antiguos cultivos comerciales en que se habían especializado las áreas de regadío (la morera y el cáñamo), la mejora en los transportes que facilitaron una comercialización a gran escala, la introducción de las sènies de hierro fundido, que permitieron la extensión del cultivo, empezando por los bordes de los regadíos históricos a la Ribera, o por la misma huerta en la Plana.
Pero el impulso definitivo vendría a partir de 1880 cuando se comercializaron a gran escala las bombas movidas por motores a vapor que permitieran superar las limitaciones que ofrecían las sènies. Desde aquellos dos núcleos originarios empezó una expansión generalizada del cultivo que posibilitaría el surgimiento de un nuevo paisaje que se extiende por toda la franja litoral del golfo de Valencia desde la Plana hasta la Safor. En a penas 50 años aquel mosaico inicial formato por la alternancia de parcelas de garroferas, olivos, viña y cereal -cultivos predominantes en el secano-, dio a un bosque de naranjos caracterizado por su uniformidad y monocromía.
Monocultivo de naranjos
El huerto de naranjos está formado por una extensión de varías hectáreas de tierra de forma ortogonal plantada de naranjos, delimitada por una valla, hecho de bardissa vegetal, de masonería o de alambre. Los elementos principales, la casa y la baza se sitúan en el centro de la parcela, que sirve como punto de partida para diseñar la distribución interior del espacio formada por dos ejes en forma de cruz. En el caso de los huertos situados sobre un peudemont el centro de gravedad se desplaza a la parte más alta con el fin de obtener unas panorámicas más amplías del huerto y del paisaje que lo rodea. Una puerta con dos hojas de barrotes de hierro que giran sobre dos pilastras de baldosa enmarcan la entrada principal, otorgándole una cierta monumentalidad.
L’Alcúdia. La Isla, 2006. Foto: A. Besó
A continuación un camino en forma de paseo acompañado de especies ornamentales finaliza en la fachada de la casa, precedida por un amplio espacio abierto. La casa de huerto normalmente, en los modelos más antiguos, tenía la planta baja destinada a los hortelanos y la planta alta estaba ocupada por la vivienda de los propietarios, que utilizaban como segunda residencia. Los modelos más evolucionados de finales del siglo XIX y *primeries del XX ya separan ambas residencias en edificios diferentes, destinando un edificio más ornamentado y lujoso a los propietarios y otro más modesto a los hortelanos. Dentro de la explotación, cerca de la casa, hay el pozo con la *sènia, sustituida con el tiempo por la casa de máquinas para bombear el agua del subsuelo, y la baza donde se acumula el caudal antes de ser distribuido por los diferentes bancales. Todo el conjunto de baza y casa se rodea de un jardín más o menos desarrollado.
El huerto de naranjos surge de la evolución del huerto jardín valenciano
Durante el Antiguo Régimen su presencia estaba ligada a las élites aristocráticas que disponían de la propiedad de la tierra. A partir de las desamortizaciones la burguesía a la hora que invierte en tierra como signo de prestigio y como oportunidad de negocio, se apropia del concepto de huerto y lo adapta a su imagen. Así el huerto representa la materialización de un ideal burgués donde confluyen las aspiraciones por la propiedad de la tierra, por la ganancia económica, por la distinción social, por la contemplación estética del paisaje. Por eso podemos afirmar que con la expansión del naranjo, el concepto ideal representado por el huerto burgués acontece un modelo a lograr por los diferentes estratos de la sociedad, sobre todo atendiendo los valores sociales que representa.
Carcaixent. Huerto de Batalla. Tarjeta postal, ca. 1900. Biblioteca Valenciana, colección J. Huguet, sign. JH 30/232
Así, el huerto se ha convertido en el espejo donde se refleja o se quiere aparentar la posición social de sus propietarios, en la materialización de sus aspiraciones, por lo cual, desde el labriego acomodado, el pequeño comerciante, el profesional liberal, o el gran empresario invierten sus ganancias adquiriendo un huerto como materialización del triunfo social. Y esta posición se refleja sobre todo en la calidad y apariencia de su arquitectura y de sus jardines, que más se pueden aproximar al modelo ideal cuando mayor es su poder adquisitivo.
En la transición de los siglos XIX al XX el pequeño labriego se añade al proceso transformando sus pequeñas parcelas de secano en naranjales. Por eso el paisaje iniciado a partir de los huertos burgueses que var surgir como islotes en medio del secano se completa a lo largo de las tres primeras décadas del siglo XX hasta lograr el monocultivo con una gran mosaico de parcelas plantadas de naranjos que han quedado desproveídas de toda la serie de elementos que caracterizan el huerto burgués para no tener’n necesitado.
Alrededores de Carcaixent. Tarjeta postal, ca. 1900. Biblioteca Valenciana, colección J. Huguet, sign. JH 30/217
Todavía así el pequeño labriego no pierde de vista una cierta estética a la hora de distribuir los árboles en la parcela, de construir las canalizaciones de agua para el riego, los márgenes de piedra, la cura de los árboles, etc, convirtiendo cada huerto en un pequeño jardín plantado de naranjos. De este modo, a partir del concepto ideal el huerto puede carecer de ciertos de los elementos para quedarse simplemente en una parcela plantada de naranjos que también se denomina huerto y es, podemos decir, su componente esencial.
Paisaje inspirador
Desde sus orígenes este paisaje recibió una valoración estética plasmada a los relatos de los autores que por varios motivos trataron de aproximarse, como por ejemplo el mismo Cavanilles, Madoz, Lassala, Bodí, la Contienda de Gasparín, etc. En principio esta percepción sólo se materializa por determinadas personas pertenecientes a las élites culturales y por los visitantes extranjeros. Pero será en el periodo comprendido entre 1880 y 1920, cuando la burguesía asume el liderazgo en la expansión agraria valenciana y en el cultivo de la naranja canonizaron el concepto de huerto burgués, cuando el naranja recibe una especial atención por parte de pintores, escritores y fotógrafos.
Cipreses y naranjos de Constantino Gómez. Museo San Pío V de Valencia
Con sus obras lo elevarán a la categoría de paisaje, transmitiendo unos valores que serán aprendidos por los diferentes estratos de la sociedad. Las pinturas de Sorolla, Peris Brell, Teodoro Andreu, y otros pintores, por su elevado coste económico, sólo estarán al alcance de las familias más acomodadas. Pero la novela Entre Naranjos de Blasco Ibáñez, o las tarjetas postals con paisajes de Alzira y Carcaixent dieron una difusión socialmente bastante más amplía de la imagen de los huertos de naranjos.
Llama la atención como las diferentes manifestaciones artísticas coinciden al transmitir un concepto de huerto parecido y al exaltar un mismo paisaje: el de Alzira y Carcaixent, donde la mayor concentración de estos huertos le otorga un carácter sublime. Este paisaje novedoso y artificial, fruto de los intereses económicos de la burguesía y de la aplicación de la máquina a vapor, bien pronto aconteció en fuente de inspiración para las diversas formas de expresión artística.
Todas ellas coinciden al contemplarlo de manera idealizada como fuente de riqueza y prosperidad, como escenario sublime donde los pintores retratan sus personajes en actitudes amorosas, o como contexto donde situar la trama de sus novelas. Quizás la burguesía, creadora de este paisaje, vio reflejados sus ideales estéticos en estas producciones artísticas –pinturas, novelas, libros de viajes– de la cual era la principal demandante.
Tres roses en un pomell de Teodoro Andreu. Colección del Ayuntamiento de Alzira
En un momento de valorización social y cultural del paisaje relacionada con una mirada de la ciudad hacia el campo, las principales producciones culturales reducen a una imagen dual la realidad del campo valenciano: la huerta y los huertos, pero con unas concepciones muy diferentes en relación con el momento cronológico donde se sitúan. En la transición entre los siglos XIX y XX la huerta está anclada en la tradición y es en ella donde podemos encontrar los raíces de aquello valenciano.
Casi el paisaje de los huertos nos muestra una mezcla entre tradición y modernidad. Recoge la solera del mundo rural pero introduce elementos novedosos propios del medio urbano como por ejemplo los paseos, los jardines o los mismos lenguajes arquitectónicos de sus edificios, E incluso se sirve de la máquina a vapor como invento emblemático de la Revolución Industrial para poner en regadío amplías superficies de tierra. Esta dualidad o contradicción pensamos que está íntimamente ligada con la esencia de la burguesía valenciana, por un lado mira al futuro comprometida con el progreso y la modernidad, pero por otro lado no pierde de vista el pasado donde el prestigio social se basaba en la propiedad de la tierra, por lo cual busca consolidar sus vínculos dentro del mundo agrario.
En este contexto, os invitamos a visitar hasta el próximo 19 de marzo “Huertos de naranjos. Visiones culturales de un paisaje” en la sala de exposiciones del Jardín Botánico. Una muestra organizada por el Vicerrectorado de Cultura e Igualdad de la Universidad de Valencia, en colaboración con el Jardín Botánico, la Fundación General de la UV y el Ayuntamiento de Valencia, donde he podido participar como comisario. Una estupenda oportunidad para conocer a la historia y cultura del paisaje citrícola que caracteriza el territorio valenciano.
Más información:
BESÓ ROS, A: El paisatge literari del horts de tarongers.
BESÓ ROS, A: Els horts de tarongers de Picanya. Arquitectura i paisatge.