L’hort de la botja, un paso más para una Valencia verde
Los cambios y las nuevas formas de entender las costumbres urbanas son la clave del desarrollo sostenible de las grandes ciudades y, en el caso de la nuestra, el espíritu agrícola de los ciudadanos está resurgiendo con fuerza en los últimos años. Así, los huertos urbanos se posicionan como una alternativa al asfalto que gracias a la movilización ciudadana se está consolidando en los diferentes barrios de València, incluso en el centro histórico de la ciudad. Es el caso de l'hort de la botja, que se ha convertido en un nuevo espacio verde donde hacer comunidad y conectar con nuestra cultura y nuestra tierra.
L’hort de la botja y su red vecinal
El pasado viernes 10 de febrero, el Botànic acogió la proyección del corto documental De peus a terra, dirigido por Bebé Pérez y Malena Sessano, que nos cuenta la historia de l’hort de la botja. Un espacio abandonado en el corazón del barrio de Velluters, a unos escasos 500 metros del Jardí Botànic, que se ha transformado en un escalón más de la trama verde de la ciudad de València.
Con el paso del tiempo las preferencias de la sociedad evolucionan y, afortunadamente, siempre encontramos ciertos pioneros que van al frente de estos cambios. Es el caso de este huerto urbano, otro éxito del tejido vecinal de Velluters a través de la plataforma “Ciutat Vella Batega”, hoy por hoy, el principal motor social y cultural de una zona muy céntrica, alterada e invadida por el turismo y especulaciones inmobiliarias.
Y es que, a pesar de que este barrio presenta un gran número de calles peatonales o semipeatonales, donde la movilidad de los turismos se encuentra muy limitada, es el asfalto y no la naturaleza el que impregna a menudo estos espacios traduciéndose en una carencia importante de zonas verdes. Zonas donde conectar con la naturaleza, la tierra y aquello que comemos, que se convierten también en espacios de encuentro, donde crear identidad de barrio y generar comunidad.
Motivadas por la esperanza del cambio, se sumaron a la plataforma otras asociaciones como el Centro de día para Discapacitados Físicos de Velluters, la Fundación Itaka Escolapios-Amaltea o la Residencia Juana María, entre otras. Así, todo juntos, reclamaron la gestión de este espacio mediante movilizaciones y presiones, y consiguieron que el Ayuntamiento de Valencia invirtiera una cantidad de 45.000 € para habilitar el solar a la práctica del cultivo, como una nueva mancha verde al barrio y con el objetivo también de alcanzar necesidades educativas, sociales y culturales de sus vecinos y vecinas.
El objetivo de estas plataformas en los próximos años irá en aumento, puesto que pretenden pedir una segunda concesión de un solar próximo al huerto, que quieren destinar a actividades de carácter social y deportivas. Pero esta vez con un pretexto y una seguridad dada por los resultados obtenidos en los últimos años en el proyecto del huerto, que ha generado lo que ellos denominan “la revuelta de la botja”.
Una plaza que recibe este nombre de ‘botja’ en honor a una planta. Una especie vegetal muy ligada a la producción tradicional de la seda, que caracterizó tiempo atrás el barrio de Velluters y con la que se fabricaba la enramada donde se cría el gusano de seda y dónde crea su capullo. Además, en el caso concreto de este espacio se trataba de un solar abandonado, propiedad de la Generalitat, que antiguamente hacía la función de huerto al Gremio de carpinteros de València. Tiempos en los que la actividad agraria y la artesanía eran muy patentes en el barrio y que también se ha querido reivindicar a través del arte urbano en los muros colindantes del huerto de la botja. Por lo tanto, es también una cuestión de memoria histórica y de ir, poco a poco, ganándole terreno a los edificios para destinarlo a aquello que verdaderamente necesita la ciudadanía.
Altres horts que sumen
Además del caso exitoso de l’hort de la botja, encontramos un número creciente de huertos urbanos en la ciudad de Valencia. Todos estos proyectos parten de puntos muy próximos, en sus inicios, gestión y necesidades, pero lo que hay que destacar en la mayoría de ellos es la unión de la red vecinal, que reclama espacios en desuso o con una insatisfactoria planificación para reconvertirlos en espacios de encuentro y de contacto con la naturaleza.
Uno de los más conocidos es el caso de Benimaclet. En el año 2014 las asociaciones de vecinos y vecinas del barrio propusieron una iniciativa para la recuperación de unos solares abandonados que hoy son todo un referente. Su gestión se fundamenta en la organización del espacio en diferentes parcelas donde los participantes cultivan diversidad de hortalizas, y se han comprometido a unas normas básicas de convivencia y comunidad.
Muy similar es el caso de los huertos de Benicalap, donde también el entendimiento de las diferentes asociaciones de vecinos ha hecho posible generar un espacio de cooperación y cohesión en un barrio periférico. En este proyecto también participan otras asociaciones con fines didácticos y culturales. Una tendencia positiva y en aumento a la que cada vez se suman más barrios de la ciudad, como es el caso de la Torre, Patraix o Malilla, y también más allá de la capital en las localidades de Paiporta, Torrent o Alaquàs, entre otros.
Por otro lado, los huertos urbanos pueden jugar un papel importante en la educación ambiental, como una potente herramienta docente con la que llevar a cabo acciones prácticas que facilitan la comprensión de aquello que se explica en los libros de texto: de donde salen las frutas y verduras que consumimos, comprender las temporadas, o cómo es el ciclo vital de un vegetal. Además, se genera desde muy pequeños un vínculo con la tierra y una mayor conciencia de la importancia del comercio de kilómetro 0.
Actualmente, algunas de estas iniciativas docentes ya se dan a un buen número de centros formativos de la ciudad de València, que han habilitado zonas para cultivar, ya sea dentro del espacio docente o en un terreno cedido por el Ayuntamiento. Es el caso de la Escoleta Infantil El Trenet que consiguió la creación de un huerto escolar en el barrio de Patraix, mediante la iniciativa de presupuestos participativos decidimVLC.
Una oportunidad magnífica para poder sentir el latido de la tierra en el coro de la ciudad, porque los niños adquieran conciencia ecológica a través de la experiencia, porque aprendan a tener cura de la natura y a ser sensibles y empáticos con el entorno, porque trabajan de manera cooperativa por el bien común, y porque saboreen el fruto de su dedicación y valoran la de los miles de labradores que día a día nos nutren con los mejores tesoros de la tierra. Hagamos de los solares jardines de los sentidos, escuelas de cultura y despensas de vida vivida y de vida por vivir, hagamos de los solares huertos, hagamos de los solares lugares de encuentro y de intercambio, de ilusión y de esfuerzo compartido. Así defendía El Trenecito este proyecto que ahora mismo gestiona junto con la Escuela Infantil Risitas y el colegio Hermes y que proporciona a los niños un espacio de experimentación en forma de sabores, colores, aromas y sensaciones, que sin duda enriquecen la docencia.
En cierta medida, todas estas actividades, permiten aproximarse a la naturaleza y a nuestra cultura hortelana dentro de la ciudad, donde la conexión con la tierra y sus estímulos es prácticamente impensable, ofreciendo la oportunidad de huir del cemento del barrio.
La ciudad y sus nuevas necesidades
Ante este impulso de creación de huertos urbanos, es importante que no se interpreten de forma aislada como manchas verdes en el interior de los barrios. Huertos, parques, jardines o arbolado, todos suman en la hora de evitar la fragmentación y crear corredores biológicos para favorecer la biodiversidad y conectar la ciudad con su entorno, como apunta el arquitecto urbanista Carles Dolç.
En este caso, Valencia presenta ciertas ventajas para conseguir estos objetivos ecológicos, como son el Jardín del antiguo cauce del Túria , con 13 km de longitud, un cinturón de huerta y el Parque Natural de l’Albufera, a solo unos kilómetros de la capital. Además, cuenta con grandes parques situados en el interior de la ciudad como es el caso de los Jardines de Viveros, La Rambleta, el Parque de Benicalap, el de Marxalenes, el Parque Central, el de Cabecera o el mismo Jardí Botànic de la Universitat de València. Este último, junto con el Jardín de las Hespérides y el nuevo proyecto ‘Bardissa’ ambientado en la huerta, que se proyectará en el controvertido solar de jesuitas, crearán un nuevo rincón verde inspirador en la ciudad.
A todo esto hay que sumar los casi 3000 árboles plantados en las calles de la capital, que han reforzado y ampliado los que ya existían, en un intento de conectar estos espacios de naturaleza y crear una auténtica red verde. Un entramado vivo que se tiene que cuidar y potenciar por los numerosos beneficios que comportan, y que se plantea en concordancia y armonía con la candidatura Valencia capital verde europea para el 2024. Con este proyecto se pretende aumentar los espacios naturales de la ciudad y su personalidad verde. Las ciudades tienen que estar cubiertas de verde si queremos que puedan resistir lo que nos viene de aquí 10 o 15 años, comenta la diputada Beatriu Gascó.
Y es que la naturaleza y la biodiversidad son indicadores clave para lograr ciudades sostenibles y resilientes ante el cambio climático, tal y como indica el Objetivo de Desarrollo Sostenible (ODS) 11 sobre “ciudades y comunidades sostenibles”. Estos ODS fueron establecidos por Naciones Unidas dentro de la Agenda 2030, como un llamamiento universal a la acción, desde lo local a lo global, para proteger nuestro planeta, poner fin a la pobreza y mejorar la vida y las perspectivas de las personas en todo el mundo en torno a esta fecha.
Ante la crisis planetaria que sufrimos, la sociedad actual se encuentra en un punto de inflexión en el que se ve obligada a cambiar sus hábitos para mejorar las condiciones de vida y de su entorno. Un entorno en el que cada vez se evidencian mayores transformaciones provocadas por actividades antropogénicas, que afectan a toda la ciudadanía.
Una situación más patente todavía en los núcleos de hormigón, donde la vida se ve directamente condicionada por la inmediatez y el consumismo, aumentando las incertidumbres sobre el medio ambiente. La multitud necesita moverse rápido, de forma individual y efectiva, puesto que la pérdida de tiempo se penaliza, y la comida “basura”, los congelados o las comidas preparadas en el supermercado son las soluciones más utilizadas.
En este sentido, la creación de huertos urbanos supone no solo un espacio verde que mejora la calidad ambiental del entorno, sino que posibilita zonas donde parar y poder ajustarnos a los ritmos de la natura, y también de autoabastecimiento, donde los alimentos se pueden consumir localmente y destinar también a personas necesitadas del barrio en consonancia con el ODS 2 “hambre cero” y el ODS 12 sobre “consumo responsable”.
Valencia es única para llevar a cabo estas acciones, debido a sus condiciones geográficas y meteorológicas. Además, es una de las pocas ciudades europeas que se encuentra rodeada por huerta. Un patrimonio que ha sufrido grandes destrucciones y afecciones por parte de la expansión urbanística y que ahora más que nunca hay que proteger. Actos como estos de desurbanización, aumento de la conciencia ecológica y valoración ambiental, contribuyen a potenciar esa simbiosis ciudad-huerta que caracteriza nuestra ciudad y que, ahora, sí que se plantea como modelo de futuro.
Por otro lado, también encontramos otros tipos de beneficios, relacionados con la salud mental para poder disfrutar de espacios al aire libre, en contacto con la naturaleza y con otras personas, en relación con el ODS 3 sobre “salud y bienestar”. Hecho muy candente en los momentos pandémicos en los que vivimos. Llevando a cabo la actividad colectiva para mantener estos proyectos se generan sinergias entre los vecinos, aumentando los cuidados entre el conjunto de participantes del espacio, y una mejora sustancial en la calidad del barrio y su tejido vecinal.
L’hort de la Botja materializa el conflicto que existe en la ciudad neoliberal entre el valor de uso y el valor de cambio, comenta Hernán Fioravanti. Aumentar los espacios verdes y su convivencia con la sociedad, facilitan la simbiosis del asfalto y del verde de las calles. Es por eso que la nueva tendencia de desurbanización y desarme de las infraestructuras neoliberales, mediante la fuerza del barrio y correctas políticas, construirán un camino que nos permitirá ver de nuevo la luz en el cuidado de nuestra tierra.
Así, estos pioneros abren una nueva tendencia, ya no solo de actividades agrícolas, si no de conciencia, cambio y nuevas formas frente a la realidad y valor del entorno, de nuestros alimentos y de vivir en comunidad.