Agricultura

21 Ago 2013

LA AGRICULTURA EN TIEMPOS DEL CÉSAR

Los romanos fueron pioneros en el establecimiento de un sistema agrícola basado en el arrendamiento de tierras, un modelo que se extendió por todo el Imperio desde el año 400 a.C. y que se mantuvo hasta muy avanzada la Edad Media.

Se obligó a la comunidad vencida a que cediera una porción de tierra, generalmente una tercera parte, de su dominio, que fue ocupado con eso regularmente por las granjas romanas. Muchas naciones han ganado victorias y hecho conquistas como Roma, pero ninguno ha igualado el romano en asegurar por la reja de arado lo qué había sido ganado por la lanza. La fuerza de Roma fue construida por la maestría más extensa y más inmediata de sus ciudadanos sobre el suelo”. Historia de Roma de Theodor Mommsen (1854-1856) 

Si algo podemos decir de la civilización romana es que las principales figuras de su literatura dejaron testimonio escrito de todo lo que que para ellos era fundamental. Y la agricultura, en este sentido, no fue una excepción, si no más bien todo lo contrario. Existe un amplio legado literario de la época que nos permiten hacer un perfil fiable de cómo era la agricultura en los tiempos de la República y el Imperio Romano, de cómo se organizaban tierras de trabajo en tan vastos dominios, de los avances técnicos ideados en aquella época y que serán fundamentales para el devenir de la historia agraria y, en definitiva, de cómo los romanos entendían la agricultura.

 

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Los primeros compendios de literatura romana datan del siglo IV a.C, y se irán desarrollando a lo largo de los años posteriores en función del desarrollo de la historia. En todos, hay que destacar, se observa una importante relación entre conflicto bélico y agricultura, pues en una civilización en continuo crecimiento, era tan importante cómo y que plantar como a quién entregar cada metro de tierra cultivable. De entre todas estas obras sobre agricultura las más importantes son De re rustica, de Aulus Terentius Varro y las Bucólicas y Geórgicas del poeta Virgilio, amante de la vida agrícola y campesina que dedicó ambas obras a la agricultura y al pastoreo.

 

También cabe destacar dentro de los compendios romanos de agricultura el Tratado de agricultura del autor hispano Lucio Junio Moderato, en el que se trata de forma especial el cultivo de huertas, la recolección de frutos y su conservación y el cuidado de los árboles, especialmente los frutales. Incluso Catón, gran orador, dedicará a los agricultores una de sus obras literarias más importantes, De Agricultura. La presencia de todo este legado literario sobre agricultura no hace sino poner de manifiesto la importancia de Roma en cuanto a los conocimientos agrícolas.

 

Cuestión de orden e inventiva

La agricultura romana fue modélica respecto al orden y la técnica, aunque no fue innovadora en lo que a productos cultivados se refiere. En su afán conquistador, los romanos optimizaban cultivos que otros pueblos habían introducido con éxito en los territorios conquistados, lo que supuso, junto con la nueva organización, un éxito en desarrollo agrícola. Los agricultores eran el núcleo de la sociedad de la Antigua Roma y por su ubicación geográfica los principales cultivos eran el cereal (sobre todo el trigo) y las leguminosas.

 

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Con el tiempo, se introdujeron los viñedos y finalmente el olivo, que se convirtió en una de las principales monedas de cambio de la importación y la exportación. Los romanos se centraron en la producción de higueras y hortalizas y promocionaron de forma eficiente el cultivo del lino.

 

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Fresco encontrado en Pompeya

Los romanos introdujeron y desarrollaron técnicas de regadío y el drenaje de tierras, así como los sistemas de rotación de cultivos para optimizar las propiedades de la tierra, que se mantienen prácticamente hasta la actualidad. De todas estas técnicas de rotación la que más éxito tuvo en las tierras del Imperio fue el barbecho, consistente en la subdivisión del terreno en tres partes iguales dejando sin cultivar una de ellas con el objetivo de que la tierra recupere, en su periodo de descanso, nutrientes, materia orgánica y humedad. Con el tiempo el barbecho añadió también el pastoreo como forma de abono de las parcelas no cultivadas. Así, se cerraba el círculo de unión entre agricultura y ganadería, incluso el término granja romana hace alusión a explotaciones agrícolas y ganaderas, pues los romanos no entendían las primeras sin las segundas, y viceversa.

 

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Pero si importante era la organización del terreno para los romanos también lo eran los instrumentos creados para cultivarlo. La herramienta agrícola más importante que los romanos nos dejaron es el arado, conocido también como arado romano. Aunque se conocía prácticamente desde la prehistoria, la instauración del método del método de rotación hizo que su uso se extendiera a lo largo y ancho del Imperio Romano, introduciendo la fuerza animal para abrir los surcos en la tierra con más fuerza. El arado romano estaba compuesto por una parte delantera de madera, el timón, que enlaza con la cameta, una pieza forjada de hierro que sirve como enlace para todas las partes del arado. La reja, pieza que se introduce para remover la tierra, se hacía también de madera, aunque durante la época del Imperio Bajo aparecerán las primeras rejas de metal. El arado romano se utilizó prácticamente hasta el principios del siglo XX, cuando los animales de tiro fueron sustituidos por máquinas.

 

Un sistema para todo el Imperio: la gran reforma agrícola romana

La principal revolución de la agricultura romana se centró en la organización, propiedad y explotación de las tierras. Debido a que la extensión de los dominios romanos crecía de forma imparable, hubo que idear un sistema que contemplara la distribución de los nuevos territorios conquistados.

 

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Las tierras cultivables, bosques y pastos de los nuevos territorios conquistados se dividían en tercios. Dos de ellos pasaban a una propiedad que el Imperio ponía en alquiler y debía se explotada por los vencidos, quienes arrendaban las tierras pagando por ello unos impuestos muy altos debidos a su condición de “no ciudadanos de Roma”. Este alquiler podía hacerse efectivo en forma de dinero o en especie, es decir, dando una parte de la producción a las arcas romanas. En caso de que no pudieran pagar el tributo correspondiente, las tierras eran expropiadas por el Imperio. El tercer tercio de las tierras conquistadas pasaba a depender directamente de Roma. Normalmente este suelo público (Ager publicus) era traspasado a ciudadanos romanos o bien entregado a oficiales y militares de guerra como compensación a los servicios prestados a Roma.

 

La práctica del arrendamiento de tierras ya se practicaba en Roma en el siglo IV a.C, y de ahí se extendió por toda Europa. Al principio los romanos poseían la tierra en usufructo y su riqueza (pecunia) se medía por los rebaños, y los ahorros personales eran el peculium (haber en ganado). Sin embargo, cuando comenzaba a escasear la mano de obra barata, los esclavos, era prácticamente imposible que los agricultores pagaran estos arrendamientos, lo que provocó la aparición de grandes latifundios, generalmente propiedad de senadores y políticos (al fin y al cabo, eran ellos quienes repartían las tierras), y el empobrecimiento de los pequeños propietarios. Además, en el año 218 a.C se promulgó la Lex Claudia que prohibía a los propietarios que se dedicaran a cualquier otra actividad que no fuera la explotación de sus tierras. De esta forma, el hombre quedaba atado a la tierra, una técnica que servía para mantener siempre un porcentaje de gente dedicado a los trabajos agrarios.

 

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Izquierda, Ceres, diosa de la agricultura romana. A la derecha, calendario agrícola medieval herencia de las costumbres romanas

 

Como forma de salvaguardar la división de la tierra se creó un sistema de concentración basado en el matrimonio entre miembros de la misma familia, una unión que evitaba que el patrimonio agrícola menguase y que se redistribuyera en pocas generaciones. Esta costumbre perduró hasta el final del Imperio pero sin embargo, a finales del siglo I a.C, muchos de estos grandes latifundios estaban abandonados. Es por esto que los hermanos Graco realizarán una nueva reforma centrada en la distribución de las tierras, que fueron revendidas a nuevos ciudadanos romanos de las provincias, y que suponen la aparición de la propiedad privada en el mundo agrícola. Estos nuevos ciudadanos estaban obligados por ley a contratar un porcentaje de hombres libres con el fin de sentar un nuevo sistema económico basado en el trabajo agrícola y el comercio. Para ello los Graco impulsaron una nueva ley en la que se estableció un tope de precio del trigo para evitar la especulación, y todos los excedentes del ejército eran repartidos, también por ley, entre los más pobres.

 

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La reforma de los hermanos Graco también hacia hincapié en la propiedad real de las tierras. Como los políticos eran prácticamente intocables la nueva reforma establecía que las tierras eran suyas mientras ocuparán un cargo público, en régimen de usufructo, y cuando se perdía dicho cargo pasaban a ser directamente de su sucesor. Esta situación provocó el nacimiento de una aristocracia agrícola en detrimento de la nobleza romana, quien luchaba por salvaguardar sus privilegios. Tras el suicido de Cayo Graco tras la revuelta de Aventinos, sus leyes fueron derogándose de forma paulatina, poniéndose fin a una de las reformas agrícolas más importantes del mundo antiguo.

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Revista de divulgación científica del Jardí Botànic de la Universitat de València.
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