Diego Corrochano Fernández: “Comprender cómo ha cambiado el clima en el pasado y cómo está cambiando actualmente, desde una perspectiva científica, nos ayuda a sentar las bases para entender el gran desafío al que nos enfrentamos y poder afrontar con éxito el futuro”

Diego Corrochano, profesor de la Universidad de Salamanca y adscrito al departamento de Didáctica de las Matemáticas y de las Ciencias Experimentales, es un geólogo entusiasta de todo lo que tiene que ver con las ciencias de la Tierra y la naturaleza. Su fascinación por cómo funciona el planeta y la determinación para comprender y proteger el medio ambiente le han llevado a centrar su línea de investigación principal en la educación ambiental. Aprovechamos su paso por el Jardín Botánico y una visita a su Universidad para hablar de cambio climático mirando al futuro, pero sin dejar de lado una visión que a veces se olvida, el pasado.
Antes de centrarnos en tu trabajo actual cuéntanos de tu trayectoria, seguro que nos ayudará a conocerte mejor
Soy Licenciado y Doctor en Geología y mi doctorado se centraba en estudiar, entre otras cosas, los cambios climáticos que ocurrieron durante el Carbonífero, analizando rocas calizas en la Cordillera Cantábrica. Durante ese tiempo, también tuve la oportunidad de trabajar en el Alto Atlas de Marruecos, estudiando un arrecife de coral fosilizado y cómo los ciclos climáticos habían afectado a su evolución. Cuando acabé estuve trabajando en Ecuador gracias a una beca PROMETEO, en el instituto geológico y minero de allí, ayudando a hacer varias hojas cartográficas del país, sobre todo en la zona de Sierra y en la Amazonía, y después tuve la suerte de poder incorporarme como profesor Asociado en la Universidad de Salamanca y dedicarme a otra de mis grandes pasiones, la educación. Desde entonces, me dedico a formar a futuro profesorado de diferentes niveles educativos sobre cómo enseñar ciencias naturales.

Entremos de lleno en el binomio Cambio Climático y educación, ya que esta última es una de las principales herramientas de Mitigación y Adaptación que tenemos. Desde hace décadas, recorremos un camino que trata de acercarnos a la mejor versión de esta alianza, y aparece un concepto clave: las competencias en Cambio Climático. Háblanos de ellas
Estoy totalmente convencido de que la educación es clave y fundamental para que la sociedad reaccione ante el problema. Desde muchos sectores también se han dado cuenta, pero el problema es que actualmente no está del todo claro cuál es el planteamiento más efectivo para hacerlo. Una idea que llevamos tiempo trabajando desde nuestro grupo de investigación es introducir el concepto de “competencia climática” (que puede recibir diferentes nombres dentro de las competencias en sostenibilidad) para que se alinee con el marco actual de nuestros sistemas educativos.

¿Y en qué consiste?
Es una guía de referencia común para el alumnado y el profesorado, que proporciona unas bases de todo lo que debería implicar la educación del cambio climático. Y es que no sólo tenemos que enseñar contenidos conceptuales, la teoría, si no formar a las personas en ciertas habilidades, valores y actitudes que promuevan diferentes formas de pensar críticamente, planificar y actuar con empatía, responsabilidad y cuidado de nuestro planeta. Todo ello necesario para cambiar nuestro comportamiento y manera de actuar para alcanzar un modo de vida más sostenible.
En un proceso que persigue incluir estos contenidos en las aulas, y fuera de ellas, todas las miradas se posan en el agente clave, el profesorado. Y a ello te dedicas, a su formación, general y específica. ¿Qué papel juega y por qué crees necesarios todos los esfuerzos que dediquemos a su capacitación en un contexto de Educación para la Sostenibilidad y el Cambio Climático?
Es un tema que me preocupa mucho. Para lograr una mejora en la formación del alumnado de cualquier materia, es necesario contar con buenos docentes, implicados, comprometidos y motivados con su trabajo. De hecho, está demostrado que el éxito de cualquier sistema educativo depende fundamentalmente del desempeño del profesorado, más que de cualquier otro factor que pueda salir en los debates públicos. En el caso específico de la educación del cambio climático, a lo largo de estos años he podido comprobar que mis estudiantes, futuro profesorado, carecen de una base sólida para poder enseñar esta materia, y eso, inevitablemente, me temo que afectará a su desempeño profesional. Si conseguimos empoderarles aumentando sus conocimientos logaremos que afronten con éxito estos temas con su alumnado. Además, no podemos olvidar el efecto multiplicador que el futuro profesorado tendrá a lo largo de los años, por lo que el reto es doble.
Lo cierto es que son distintas las dificultades a la hora de conseguir una adecuada alfabetización climática. Sobre esta temática existen numerosas ideas erróneas, ampliamente extendidas y persistentes, entre la población en general y en el contexto educativo en particular. Y algunas de ellas están relacionadas con el origen del actual Cambio Climático
Sí, existen ideas alternativas o erróneas sobre el cambio climático que pueden surgir por desinformación, interpretación incorrecta de los datos científicos, desconocimiento o por intereses económicos o políticos. Algunas de estas ideas, aunque comunes entre mucha gente, no están respaldadas por las pruebas científicas. Por ejemplo, es sorprendente que algunas personas sigan poniendo en duda el origen antropogénico del actual cambio climático. Existen datos inequívocos de que somos nosotros, con nuestras actividades y nuestro modo de vida, los que hemos alterado el clima en la Tierra.

Efectivamente, por un lado, sabemos que la vida en la Tierra está determinada por el clima, depende de él, y por otro, tenemos pruebas científicas de sus fluctuaciones naturales en diferentes escalas de tiempo geológicas y también de cómo estos cambios de las condiciones ambientales han afectado a las sociedades humanas. ¿Qué sabemos sobre esta relación?
Desde la formación de nuestro planeta, el clima ha cambiado en multitud de ocasiones, con cambios mayores que aquellos a los que haya tenido que enfrentarse civilización humana alguna. Es decir, los cambios climáticos han sido una constante en la evolución de nuestro planeta. Desde el origen de los primeros homínidos, hace aproximadamente 4 Ma, estos cambios fueron uno de los factores que causaron los procesos migratorios por todo el planeta en busca de alimento y condiciones más adecuadas para la vida. Por eso salieron nuestros ancestros del continente africano y posteriormente conquistaron Eurasia y después América.
Sin embargo, si nos acercamos a las sociedades modernas, desde el final de la última glaciación la Tierra ha entrado en un periodo caracterizado por un clima suave y estable, en el que la temperatura media global del planeta no ha oscilado más de 1ºC. Esas condiciones, junto a un incremento de la población, han permitido grandes progresos en la civilización humana, como por ejemplo el desarrollo de la agricultura, la domesticación de animales y la construcción de asentamientos permanentes.
Pero ha habido otros cambios climáticos después, ¿no?
Sí, a pesar de esta relativa estabilidad climática, se han registrado cambios climáticos de pequeña escala y relativamente abruptos, que han influenciado la actividad humana y han causado el auge y la desaparición de grandes civilizaciones. Algunos ejemplos clásicos son las crisis de los reinos antiguos de Egipto, que dependían de las crecidas del Nilo, el colapso de la civilización Maya por un periodo de sequía prolongado, o la Pequeña Edad de Hielo, que afectó en los siglos XIV-XIX la producción agrícola en Europa, contribuyendo a hambrunas y migraciones.
¿Y otro momento crucial sería el actual?
Por supuesto, estamos viendo cómo el incremento de las temperaturas afecta a todos los aspectos de la vida humana, desde la salud, con las olas de calor o la propagación de enfermedades tropicales, hasta la inestabilidad social y económica. Aunque sus impactos son globales, las regiones más pobres y vulnerables son las que sufren las peores consecuencias, y es responsabilidad de todos tomar medidas tanto para mitigar como para adaptarse a sus efectos.

Entonces, el clima determina las condiciones de vida en la Tierra, pero también el ser humano es capaz de, a su vez, modificarlo. Es decir, dependemos del clima, pero también podemos alterarlo, y la ciencia tiene pruebas que lo demuestran. ¿Es el sistema climático de la Tierra clave para entender lo que está pasando y por qué?
Comprender cómo ha cambiado el clima en el pasado y cómo está cambiando actualmente, desde una perspectiva científica, nos ayuda a sentar las bases para entender el gran desafío al que nos enfrentamos y poder afrontar con éxito el futuro. Creo que el cambio climático actual es solo la punta del iceberg de la gran crisis global que estamos viviendo y que afectará a las próximas generaciones.
Podemos decir que a nivel científico hay un consenso generalizado de que el clima está cambiando y es fruto de la actividad humana, asociada fundamentalmente al modo de producción de bienes y alimentos y al consumo energético, que se inició hace unos 175 años con la Revolución Industrial y la era de los combustibles fósiles. Es inequívoco que nuestra actividad ha calentado la atmósfera, el océano y la tierra. Nosotros somos los responsables y está en nuestras manos arreglarlo.

El estudio del clima, tanto del pasado y el presente como del futuro (con todas las incertidumbres que esto supone) es muy importante para comprender acontecimientos del sistema terrestre como el Cambio Climático actual. Por tanto, ¿necesitamos una concepción correcta del tiempo geológico para comprender y examinar la interrelación entre el Cambio Climático actual y la sociedad humana?
Claro, entiendo que, si las personas no tenemos una mínima concepción de lo que supone el tiempo geológico, no podemos entender la problemática del cambio climático actual y plantear una gestión adecuada del final de la era de los combustibles fósiles. Y es cierto que nos han permitido el avanzado desarrollo tecnológico que disfrutamos, pero hemos de ser conscientes de que su quema altera la composición de la atmósfera y, además, son recursos finitos que tarde o temprano se agotarán, por lo que tenemos que encontrar sustitutos eficaces.
Como he dicho, los cambios climáticos han sido una constante en la evolución del planeta, y gracias a la paleoclimatología se han documentado cambios tan bruscos que ocasionaron grandes extinciones masivas. Pero nunca, hasta ahora, se había registrado un calentamiento tan rápido como el que estamos viviendo. Si no somos capaces de diferenciar entre cambios climáticos naturales y el que estamos causando nosotros, difícilmente comprenderemos el problema, y, por tanto, más difícil será que actuemos de forma responsable.
¿Qué sabemos del clima del pasado?
Tenemos un conocimiento bastante amplio. A grandes rasgos, a lo largo de la historia de la Tierra se pueden diferenciar periodos cálidos y húmedos (periodos invernadero o greenhouse), en los que las temperaturas medias fueron relativamente similares en todas las latitudes, que son los más habituales y duraderos en la historia del planeta, y periodos fríos (icehouse), en los que grandes masas de hielo cubrieron los continentes, cambiando el clima entre extremos de máximo frío (periodos glaciares) y temperaturas más suaves y moderadas (interglaciares).
En la actualidad estamos en el Holoceno, con casquetes polares en ambos polos y un continente permanentemente helado, la Antártida, y en un periodo interglaciar dentro de la gran glaciación del Cuaternario. Durante este periodo la temperatura media de la superficie del planeta ha sido casi siempre muy próxima a los 14 o 15 °C, a excepción de algunos períodos cortos de brusco enfriamiento, pero ahora estamos viendo que en las últimas décadas está subiendo de manera preocupante.

Eso en cuanto a los últimos años que comentas pero, ¿y los siguientes?
Si todo sigue con los patrones que conocemos, lo más probable es que en un futuro, dentro de unos 20.000 años, entremos de nuevo en un periodo glaciar. Las temperaturas globales comenzarán a descender de nuevo, las capas de hielo se expandirán en los océanos que rodean la Antártida y descenderán del Ártico para cubrir parte de los continentes septentrionales. Sin embargo, la acción del ser humano ha calentado la Tierra hasta tal punto que podemos haber modificado esta tendencia natural, enfrentándonos a un futuro incierto con diversos escenarios.
¿Cómo o por qué sabemos cómo fue el clima del pasado?
Los métodos que se usan para monitorizar el clima y el cambio climático son muy diversos y pueden ser de dos grandes tipos: directos e indirectos. Las medidas directas o instrumentales se utilizan desde 1850 aproximadamente. Con ellas se han hecho registros sistemáticos de las llamadas «variables esenciales del clima», que sirven para conocer el clima en el planeta. A partir de entonces, la cantidad y calidad de observaciones que hacemos de nuestro planeta ha crecido de forma exponencial.
Sin embargo, no tener datos directos de las condiciones pasadas es muy relevante, porque nos ayudaría a entender el presente y predecir mejor el futuro. Para ello utilizamos las medidas indirectas, a través de indicadores climáticos y paleoclimáticos. Estos indicadores son y nos proporcionan datos y modelos fiables de carácter global e interdisciplinar. Entre ellos destacan los testigos de hielo, testigos de sedimento obtenidos del fondo oceánico, sedimentos y rocas sedimentarias, minerales, fósiles y microfósiles, dendrología, palinología (del polen) y análisis cristalográfico y geoquímico de espeleotemas. De todos ellos, sin lugar a duda, el hielo (testigos de hielo o ice cores) de los casquetes polares de Groenlandia y de la Antártida han aportado a la paleoclimatología las informaciones más relevantes en lo que respecta a las últimas glaciaciones ocurridas en nuestro planeta. Se trata de las burbujas de aire «fósil» acumuladas en el hielo, que permiten tener una instantánea casi perfecta de la composición atmosférica del pasado y de temperatura.
¿Y has trabajado con alguno?
En mi tesis doctoral, a partir del estudio de la ciclicidad de los estratos y análisis isotópicos en rocas y fósiles, estudié los cambios climáticos que se produjeron durante el Carbonífero.
En la comprensión del sistema climático son muy importantes la observación y modelización. ¿Qué modelos se usan para conocer el clima del pasado y qué nos dicen estos modelos?
En ciencia, para conocer el clima del pasado se utilizan modelos paleoclimáticos junto a una serie de datos empíricos obtenidos de diversos registros naturales. Con esto podemos reconstruir cómo ha variado el clima de la Tierra a lo largo del tiempo, aportando información sobre los factores que lo afectan y sobre todo, cómo podría evolucionar en el futuro. Los modelos son muy variados: algunos simulan procesos atmosféricos, oceánicos y de interacción de la tierra-océano-atmósfera, y otros son modelos estadísticos, que analizan cómo cambió el sistema climático relacionando diferentes variables, como por ejemplo temperaturas pasadas y las variaciones en los niveles de gases de efecto invernadero.
A pesar de la incertidumbre que implica tratar de predecir el clima del futuro, entendiendo futuro por las próximas décadas o siglos, ¿qué podemos prever que sucederá?
Por desgracia los escenarios que se dibujan no son muy halagüeños, pero parece que las personas somos reacias a cambiar nuestro modo de vida para intentar solucionar el problema. Aunque sabemos que todo depende de nuestras decisiones ya que el cambio climático plantea una variedad de escenarios futuros dependiendo de las acciones que tomemos hoy para mitigar sus efectos.
Los escenarios están basados en modelos que evalúan cómo diferentes niveles de emisiones de gases de efecto invernadero influirán en el clima, los ecosistemas y las sociedades humanas. Parece que seguiremos sufriendo, con mayor intensidad, muchas de las consecuencias que ya estamos viviendo, como el aumento de temperaturas, la frecuencia e intensidad de fenómenos meteorológicos extremos o la pérdida de biodiversidad (recordemos que en investigación se habla de que estamos viviendo la sexta extinción masiva).
Sin embargo, dices que estar en un escenario u otro dependerá de nuestras acciones
Sí, porque todavía estamos a tiempo para intentar mejorar las tendencias que se dibujan. El desafío principal es limitar las emisiones mientras adaptamos nuestras sociedades a algunos de los cambios que ya son inevitables. Cada grado de calentamiento evitado marcará una diferencia significativa en la calidad de vida de las generaciones futuras.
Estoy convencido de que tomaremos la dirección adecuada. Poco a poco se están viendo avances donde se combinan mitigación, adaptación e innovación tecnológica, como por ejemplo con soluciones basadas en la naturaleza o una urbanización sostenible con ciudades verdes y energéticamente eficientes.

Volvamos al enfoque educativo. Mejorar la comprensión sobre el sistema climático y las interacciones entre el Cambio Climático y la sociedad en el contexto de tiempo y espacio geológicos se apunta como una necesidad en estos momentos. ¿Cuál consideras la forma más adecuada o qué recomendaciones tienes para hacer de este tema un objetivo en la formación del futuro profesorado de ciencias?
La educación sobre el cambio climático es esencial para formar ciudadanos conscientes, responsables, capaces de actuar frente a este desafío global, formados e informados. Los aspectos fundamentales incluyen tanto el conocimiento científico como el desarrollo de habilidades, valores y actitudes que permitan la participación en soluciones de una manera crítica y responsable. Tenemos que intentar que nuestro alumnado contemple el problema globalmente, pero que actúen localmente. Sabemos que la solución está en nuestras manos. Somos las personas las que tenemos que actuar.
Creo que una buena manera de conseguir todos estos objetivos dentro de la formación del profesorado es utilizando una enseñanza activa y participativa, orientada a la acción, en las que se busque capacitar y empoderar a los estudiantes para que sean agentes de cambio y estén motivados para tratar este tema en sus clases.

No quiero acabar sin preguntarte qué es lo que más te gusta de tu trabajo y cuáles son los retos o dificultades que más te preocupan
Sin lugar a duda, lo que más me gusta de mi trabajo es la docencia. Aunque es cierto que muchas veces no puedo dedicarle todo el tiempo que me gustaría por todas las otras labores que tenemos que hacer en el día a día. Trabajar con futuro profesorado, enseñando a cómo enseñar ciencias, es algo que incluso me motiva más, y creo que es algo más exigente que cualquier otro tipo de docencia. Pero al mismo tiempo, quizás sea ese aspecto lo que más me preocupa de mi trabajo, saber si estoy preparando bien al alumnado, futuros docentes, para que sean competentes, éticos e innovadores, capaces de afrontar los retos educativos actuales y aquellos futuros que todavía no conocemos.
