Botánico del mes: Joan Pino
Las montañas de Prades despertaron el interés por la naturaleza de Joan Pino. Aun así, los grandes incendios en aquellas sierras tarraconenses durante la década de los ochenta hizo emerger su vocación por la especialización botánica, en concreto, en el estudio de la distribución y la dinámica de las comunidades vegetales, así como también su respuesta ante las perturbaciones. Es experto en ecología del paisaje, aplicada tanto para la planificación territorial como en la conservación de la biodiversidad. Además de catedrático en la Universidad Autónoma de Barcelona, Pino es el director del Centro de Investigación Ecológica y Aplicaciones Forestales (CREAF), con reconocimiento de Excelencia Severo Ochoa.
¿Cuánto de tiempo hace que trabajas en botánica?
A pesar de ser botánico no trabajo en ningún centro de investigación en botánica. Soy un botánico que dirige un centro de ecología terrestre, el CREAF, situado en la Universidad Autónoma de Barcelona (UAB). Y esto tiene su gracia, porque botánicos y ecólogos han tenido, especialmente en España, sus diferencias en aspectos tanto fundamentales como, por ejemplo, la concepción de las comunidades vegetales. Los primeros, fundamentalmente clementsianos, han tendido a diferenciarlas, e incluso, a bautizarlas, tomando como base su composición. Y los segundos, en cambio, son fundamentalmente gleasonianos y a menudo las han considerado como algo que varía de forma continua en función de gradientes espaciales y temporales. No hay que decir que, en ciencia, pertenecer a una u otra escuela de pensamiento te puede condicionar tus relaciones y hasta tus oportunidades académicas. Y yo puedo decir que he pasado por ambas escuelas, recogiendo lo mejor de cada una y, a la vez, exponiéndome a sus críticas.
¿Por qué te dedicaste a la botánica?
A pesar de ser del barrio de Sants, en Barcelona, durante mi niñez disfruté de largos veranos a Alcover, un pueblo del campo de Tarragona al pie de las montañas de Prades. Allí me sentí enseguida atraído por la naturaleza. Mi interés por la botánica se despertó más tarde, a raíz de los grandes incendios que afectaron aquellas sierras a mediados de los años ochenta. Estos fuegos generaron en mí un interés especial para estudiar la distribución y la dinámica de las comunidades vegetales y su respuesta ante las perturbaciones. En aquella época estaba estudiando biología en la Universidad de Barcelona (UB) y tenía que elegir la especialidad. Me decanté por la botánica, o mejor dicho, por la geobotánica, que descubrí de la mano de grandes maestros como, por ejemplo, Oriol de Bolòs, Josep Vigo y buena parte de sus discípulos. Ellos son los gigantes que me ayudaron a crecer y a entender el paisaje vegetal y los factores que lo determinan. Despertaron en mí el interés por la cartografía de la vegetación y de los hábitats, desde el primer día que me invitaron a participar en sus proyectos. Confieso que otras ramas más clásicas como la taxonomía o la florística nunca me han atraído mucho. Una vez acabada la licenciatura empecé mi tesis doctoral en la Unidad de Botánica de la UB. Dirigida por los profesores Ramon M. Masalles y Francesc X. Sans, esta tesis se centró en la biología y la dinámica de poblaciones de una planta de los cultivos de alfalfas leridanas: Rumex obtusifolius. De nuevo me centraba en aspectos bastante cuantitativos y alejados de la botánica clásica, relativamente próximos a la ecología.
¿En que consiste tu trabajo?
Por circunstancias de la vida he acabando siendo profesor de ecología en la UAB e investigador del CREAF, e incluso, he acabando dirigiendo este centro. Mi entrada al CREAF coincidió con el desarrollo de una nueva línea de investigación, centrada en la llamada Ecología del Paisaje y sustentada en mapas de cubiertas y usos del suelo y en el SIG. Desde semillas, he aplicado esta línea en la planificación territorial y la conservación de la biodiversidad, trabajando especialmente con la Generalitat de Cataluña, la Diputación de Barcelona y el área Metropolitana de Barcelona a través de un gran número de convenios y de contratos. En esta nueva etapa me encontré de nuevo con gigantes como Jaume Terradas, Ferran Rodà o Francisco Lloret, de los que he aprendido mucha ecología de comunidades, o Xavier Pons, mi gran maestro de SIG. Mi contacto con la botánica quedaba, sin embargo, reducido a grandes categorías de cubiertas del suelo, en las que importaba más su conexión o capacidad de secuestro de carbono que su composición de especies. Aun así, a pesar de todo, la botánica ha continuado sustentando mi investigación, desplegando la relación de la estructura y la dinámica del paisaje sobre la biodiversidad vegetal. He trabajado con el efecto del paisaje sobre las invasiones vegetales, la relación entre fragmentación y extinción de plantas en pastos de las montañas tarraconenses y la relación entre expansión de los nuevos bosques metropolitanos y su colonización por plantas nativas y exóticas. Bien, todo esto lo hacía, sobre todo, antes. Ahora me dedico, especialmente, a gestionar el CREAF, un centro de investigación con más de 200 personas…
¿Qué destacarías de la situación actual de la ciencia?
La vida no es fácil para las investigadoras y los investigadores más jóvenes, como sabéis. Entré en temas de gestión de la investigación el 2012, cuando me convertí en el subdirector del CREAF. Y mi aterrizaje en estos temas coincidió con el gran recorte de presupuestos que sufrimos los centros públicos en general, y los de investigación en particular. Desde 2012 he ido viendo cómo iban empeorando las condiciones laborales de las personas dedicadas a la investigación. A pesar de que el CREAF continúa siendo una fuente de oportunidades para los interesados en la ciencia, me preocupan especialmente algunos colectivos, como es el caso de los técnicos y los investigadores postdoctorales. Los primeros porque, a menudo, encadenan contratos temporales asociados a proyectos y los segundos porque cada vez tardan más años a estabilizarse. Tienen que estar pidiendo continuamente nuevos ayudas en convocatorias cada vez más competitivas que los obligan a cambiar de centro, e incluso, de país. También me preocupa la baja remuneración de las científicas y los científicos catalanes y españoles, cosa que hace muy difícil atraer y retener talento.
¿Cómo ha cambiado tu metodología de investigación con los años?
Mi investigación ha cambiado muchísimo, especialmente con la explosión de los métodos de estadística y modelización y de los sistemas de información geográfica (SIG). Hice una tesis con métodos muy clásicos, basada en la delimitación de una serie de parcelas y una toma de muestras poco sofisticada: contaba, medía y pesaba individuos y o sus partes, y después aplicaba sobre los datos obtenidos una estadística relativamente sencilla. Aun así, mi tesis fue una de las primeras en España que aplicó los modelos matriciales al seguimiento y la modelización de las poblaciones de plantas. En cuanto a la cartografía, empecé fotointerpretando mapas de vegetación con fotografías aéreas bajo el estereoscopio, pero mi llegada al CREAF coincidió con una explosión de las herramientas SIG y de la cartografía digital. Incluso tuve que hacer un máster y acabé siendo un experto reconocido en estos métodos. Más adelante y coincidiendo con mi incorporación como profesor agregado a la UAB, profundicé en los métodos de análisis espacial y los apliqué a la ecología en una asignatura específica del Máster de ecología terrestre y gestión de la biodiversidad de la UAB.
¿Qué herramientas necesitas?
Me hacen falta datos, muchos y bien georreferenciados. Pueden ser píxeles de imágenes ráster, puntos correspondientes a inventarios forestales o de vegetación, o polígonos correspondientes a claros de hábitat. Y las más diversas herramientas de análisis y modelización para trabajar con ellas. Soy un botánico cuantitativo que pone mucho de énfasis en el estudio de los patrones espacio-temporales. Actualmente trabajo cada vez más con grandes bases de datos, para explorar los patrones de distribución y de abundancia de especies vegetales muy diversas, o atributos como la biomasa o la conectividad de las cubiertas vegetales. Me estoy formando en R, una plataforma colaborativa de herramientas para la estadística y la modelización cada vez más utilizada en investigación.
¿Qué otros ámbitos te ha permitido aprender tu especialización?
Esta obsesión por la botánica cuantitativa y por los patrones espacio-temporales me lleva a explorar constantemente las nuevas fuentes de datos (geodatabases, nuevas fuentes de observación remota como imágenes de satélite de alta resolución, datos Lidar y de otro sensores aerotransportados) y nuevos métodos de análisis. También me ha llevado a evaluar el potencial de los llamados sensores sociales, los voluntarios que colaboran en la captación de datos en plataformas de ciencia ciudadana. Entre aquellas que he impulsado en el ámbito de la botánica hay que mencionar RitmeNatura, que capta datos fenológicos de plantas, aves y mariposas para recoger evidencias de los efectos del cambio climático sobre la biodiversidad.
¿Has conocido personas interesantes gracias a tuya investigación?
El hecho de haber trabajado en dos universidades y un centro de investigación como también en ámbitos de investigación pura y aplicada me ha puesto en contacto con un gran número de personas muy interesantes. Es difícil elegir una. Quizás, entre todas ellas, destacaría el caso de Richard T.T. Forman, ecológo del paisaje de prestigio mundial que aterrizó en la Barcelona postolímpica de la mano de Barcelona Regional, una agencia de estudios que entonces trabajaba en la actualización de los planes territoriales de la Región Metropolitana de Barcelona. El Dr. Forman nos visitó en la UAB y recuerdo que los doctores Terradas y Rodó y yo mismo le hicimos de cicerones por la región metropolitana. Le explicamos nuestra línea de trabajo sobre los efectos de la estructura y la dinámica de los paisajes sobre la biodiversidad metropolitana y le ayudamos a entender el funcionamiento de estos paisajes y su vulnerabilidad ante presiones como la fragmentación de los hábitats y la proliferación de infraestructuras. Tuvimos el honor que todas estas lecciones quedaran recogidas en su libro llamado Mosaico territorial para la región metropolitana de Barcelona (2004), que tuvo una gran influencia en el Plan Territorial Metropolitano de Barcelona, aprobado en 2010.
¿A qué botánico te hubiera gustado conocer?
El Dr. Oriol de Bolòs. Lo conocí muy al final de su vida académica y no lo pude aprovechar mucho. Solo lo tuve en algunos cursos de doctorado y me habría gustado disfrutarlo más, especialmente en mi actividad como cartógrafo en la Unidad de Botánica, que empecé justo después de que él la dejara. Seguro que habría aprendido mucho. También habría querido conocer a grandes geobotánicos como Frederic Clements o Josias Braun-Blanquet.
¿Eres alérgico a alguna planta?
Soy extremadamente alérgico a una vieja conocida que causa muchas alergias en todo el Mediterráneo: la mollera roquera (Parietaria judaica).
¿Cómo imaginas los futuros botánicos?
Multifacéticos. Expertos en biodiversidad vegetal, obviamente, pero a la vez, formados en alguna disciplina metodológica (ómicas, cartografía y análisis espacial) o, incluso, en aspectos más sociales como la divulgación y la ciencia ciudadana. O en biología de la conservación.