En ruta

3 Jun 2020

Colombia: contrastres entre el trópico y la región mediterránea

Colombia
Selva del Chocó (Colombia). / Marina Piquer Doblas

La posibilidad de visitar Colombia cambió totalmente mi perspectiva sobre la naturaleza y sobre el camino que quería emprender para estudiarla. En este artículo os propongo un primer acercamiento a la diversidad vegetal colombiana, entrelazándola con la mediterránea para tratar de transmitir una pequeña parte del asombro que lleva siglos invadiendo a todos los que se interesan por el trópico.

Decidí marcharme a Colombia por una mezcla de curiosidad y obstinación. El trópico siempre me había atraído de forma irresistible, con sus selvas llenas de mil y un matices de verde, que obligan a los animales a cubrirse de colores para poder sobrevivir en ellas. Aunque también los hay que prefieren fundirse con la espesura. Yo quería experimentar todo eso, sumergirme en la exuberancia, y demostrar que se podía vivir allí, pues no son pocos los prejuicios que mucha gente tiene hacia este país.

No me equivocaba. En mi tercer año del Grado en Biología en la Universitat de València, me concedieron un intercambio de un año académico en la Universidad de Antioquia, en la ciudad de Medellín. Estaba ansiosa por descubrir todo lo que la naturaleza del país y su gente podía ofrecerme. Mi primer acercamiento fue a través de las salidas al campo de las diferentes asignaturas que cursé: Ecología de poblaciones, Taxonomía de plantas vasculares, Ornitología, Herpetología… Estas salidas, pensadas para realizar un pequeño ejercicio práctico de toma de datos en campo para su posterior análisis, duraban hasta una semana, y se realizaban en aquellas zonas del país que fueran de especial interés para la asignatura en cuestión. Fue así como pude visitar ecosistemas tan variados como las zonas altas de la cordillera andina, hasta los manglares del golfo del Urabá, pasando por las selvas del Chocó, en el Océano Pacífico. Han pasado casi cuatro años desde entonces y siento que toda una vida no bastaría para conocerlos a fondo.

Cuando la cadena montañosa más larga del mundo, los Andes, traspasa las fronteras colombianas del suroeste, se divide en tres cordilleras que cruzan el país. La frontera del norte es la puerta de entrada a Sudamérica, flanqueada por el mar Caribe al este, y por el océano Pacífico al oeste. Hacia el sur, las montañas dejan paso a la selva amazònica, que constituye cerca del 40 % de la superficie del país.

A la izquierda, mapa de Colombia, un país que atesora una gran biodiversidad. A la derecha, una rápida ojeada a su mapa físico nos permite apreciar su riqueza en en ríos y montañas, sustrato perfecto para miles de especies botánicas y zoológicas que habitan en este país, y que los taxónomos siguen descubriendo cada día. / Google Maps / Wikipedia

Con estas pequeñas pinceladas geográficas, cualquier biólogo puede imaginar el estallido de biodiversidad que este país acoge en su seno. Colombia es el segundo país más biodiverso del mundo, solo superado por Brasil. Ocupa también el segundo puesto en cuanto a diversidad de plantas vasculares (unas 26.000 especies), y es el primero en orquídeas (4.270 especies).

Diversidad de ecosistemas

Todas estas especies prosperan en el gran abanico de ecosistemas que existe en el país: desde los páramos de las cordilleras hasta los manglares de las costas, pasando por una gran diversidad de bosques y por la sabana de los Llanos. Durante mi estancia, tuve la suerte de poder realizar numerosas salidas al campo con la universidad y visité algunos de estos ecosistemas.

Colombia es, sin duda, un país de montañas, sucediéndose interminables hasta donde alcanza la vista. Sin embargo, el paisaje de una montaña andina es radicalmente diferente al de una montaña de zonas templadas. A 3.000 metros de altitud, la vegetación en las montañas de la Península Ibérica comienza a escasear, dejando paso a rocas desnudas, entre las que crecen pequeñas plantas herbáceas. En los Andes, la vegetación a esta misma altura sigue formando parte de frondosos bosques de niebla.

La Sierra Nevada de Santa Marta, a orillas de mar Caribe, posee una de las mayores extensiones de bosques de niebla del país, ubicados en las laderas montañosas entre los 1.500 y los 3.000 metros de altitud. La neblina que se forma cuando las nubes chocan con las altas montañas de Colombia cubre periódicamente estos bosques y permite el desarrollo de abundante vegetación, en especial de plantas epífitas. / Marina Piquer Doblas

Sin embargo, es al continuar ascendiendo la montaña cuando encontramos un ecosistema verdaderamente especial: el páramo. Situados entre el límite forestal superior y las regiones de nieves perpetuas, en los páramos encontramos multitud de especies de plantas, muchas de ellas endémicas, debido a su ubicación cercana a las cumbres de grandes montañas (entre 3.000 y 5.000 metros de altitud). A pesar de lo inhóspitos que puedan parecer estos lugares, las plantas del páramo adoptan diversas formas de crecimiento, desde minúsculas hierbas hasta arbolillos que forman bosques enanos.

Pero, sin lugar a duda, las plantas más carismáticas del páramo son las del género Espeletia, conocidas comúnmente como frailejones. Estas plantas herbáceas poseen una roseta de hojas suculentas y tomentosas situada al final de un tallo que crece un centímetro al año, y que alcanza alturas de entre dos y tres metros. Estas hojas velludas les permiten condensar la humedad de la niebla para obtener agua, pero también protegerse de la elevada intensidad que tiene la radiación ultravioleta en la alta montaña en los días soleados. Esta curiosa morfología es muy exitosa en este ecosistema, de modo que los frailejones pueden llegar a representar más del 40 % de la cobertura vegetal de un páramo, y es la imagen que siempre acude a la mente al recordarlo.

Los frailejones crecen en zonas de alta montaña, en ocasiones cercanas a las nieves perpetuas. A pesar de su extraño aspecto, cuando florecen delatan su parentesco con margaritas y girasoles, otros miembros más célebres de la familia de las Asteráceas. En la imagen, Nevado del Tolima. / Wikipedia

He querido mencionar a los frailejones, no solo por su carisma, sino porque me permiten ilustrar una de las enseñanzas más valiosas que me aportó esta estancia académica en Colombia en lo que concierne a la comprensión de la biodiversidad. Me refiero al hecho de llegar a entender que, en otras regiones del mundo, especialmente en las tropicales, podemos encontrar familias botánicas presentes en Europa, pero cuyas especies poseen morfologías totalmente diferentes.

Comprendiendo la biodiversidad

Otro ejemplo que me deslumbró particularmente fueron los yarumos (género Cecropia), unos árboles de hojas enormes, parientes, por increíble que parezca, ¡de las ortigas! Ya que estos gigantes son miembros de la familia Urticaceae. Algunos yarumos poseen en las hojas multitud de pelos de color blanco que les otorgan un color plateado, son muy fáciles de reconocer entre el mar de vegetación del bosque, y constituyen todo un icono de la vegetación de la región andina del país.

El porte arbóreo de los yarumos los diferencia radicalmente de las Urticáceas de las zonas templadas, que suelen ser herbáceas. / Alejandro Bayer Tamayo – Wikipedia
Los yarumos de hojas plateadas destacan enormemente entre el resto de la vegetación del bosque, en especial si se observa desde la distancia. / Pacheko Gil – Wikiloc

El mirto o arrayán (Myrtus communis), arbusto tan común en los bosques mediterráneos, posee unos parientes muy apreciados en toda América latina por sus deliciosos frutos: los guayabos. Más allá de Colombia, en el neotrópico, hay diversos árboles de la familia Myrtaceae que producen los frutos conocidos como guayabas (género Psidium). Dependiendo de la especie, su sabor y aroma pueden ser muy diferentes, y se suelen emplear como ingredientes en zumos y dulces, ya que la guayaba es muy astringente para comerla a bocados. Especialmente popular en el país es “el bocadillo”, una preparación muy similar al dulce de membrillo, y que está presente en todos los hogares colombianos, aunque donde es especialmente valioso para los biólogos es en las salidas de campo, pues es un verdadero reconstituyente energético para momentos de emergencia.

A pesar de la similitud de sus flores, tanto las hojas como los frutos difieren enormemente en la guayaba (izquierda) y el mirto (derecha). Los guayabos crecen en zonas tropicales con abundantes precipitaciones, mientras que el mirto es un arbusto adaptado a los periodos de sequía de la región mediterránea. / Mauro Halpern – Flickr / Pxhere / Scot Nelson – Flickr / A. Barra – Wikipedia

Otra especie mediterránea que tiene razones para sentirse orgullosa de sus parientes tropicales es la higuera (Ficus carica). Igual que nosotros disfrutamos cada verano de sus deliciosos higos, en los bosques tropicales de todo el mundo las infrutescencias de las especies del género Ficus son un alimento esencial para muchísimos animales selváticos. Su proceso de maduración, íntimamente ligado al ciclo vital de las avispas que las polinizan, debe ser, como el de estos insectos, muy rápido, y por tanto siempre hay frutos disponibles de alguna de estas especies en el bosque. Esto permite a muchos animales sobrevivir en tiempos de escasez de otros alimentos y, por ello, las especies de Ficus son consideradas clave para la salud de las selvas tropicales.

Las infrutescencias de las numerosas especies de higueras presentes en las selvas tropicales son una importante fuente de alimento para la fauna. En esta imagen observamos a una tángara (Tangara sayaca) alimentándose de los pequeños higos de un Ficus. / Diogo Kanouté – Wikipedia

Aunque tendamos a pensar en los bosques tropicales como húmedos y verdes, no siempre es así. Hay diversos tipos de bosque tropical en función de la altitud, pero también del régimen de precipitación. En el bosque seco tropical, muchos árboles pierden sus hojas durante los periodos de sequía, regalando un paisaje que recuerda al otoño europeo.

En Valencia, tenemos árboles ornamentales originarios del bosque seco tropical americano que podemos encontrar paseando por la ciudad, en especial en los jardines del río Turia. Uno de ellos es árbol de la lana (Ceiba speciosa), ese árbol de tronco engrosado y muy espinoso, de corteza verde o grisácea, que produce unas hermosas flores de color rosa chillón. La forma de estas flores es ligeramente parecida a la de las malvas, ya que son miembros de la misma familia, las Malváceas.

Flor del árbol de la lana (Ceiba speciosa). / Philmarin – Wikipedia
Tronco del árbol de la lana (Ceiba speciosa). / Andreas Praefcke – Wikipedia

Igualmente llaman ceiba a un curioso árbol de la familia de las lechetreznas (Euphorbiaceae), también pequeñas hierbas en Europa, y que en Colombia están representadas por grandes árboles como la ceiba tronadora (Hura crepitans) que, como muchas euforbiáceas, tiene una dehiscencia explosiva del fruto, capaz de lanzar las semillas lejos de la planta madre.

Tronco y follaje de la ceiba tronadora (Hura crepitans). / David J. Stang – Wikipedia
Fruto con dehiscencia explosiva explosiva de la ceiba tronadora (Hura crepitans). / Saplants – Wikipedia

Como podéis observar, nuestras conexiones con el trópico americano son mucho más estrechas de lo que imaginamos. El interés por la naturaleza de otras regiones del mundo nos permite conocer y valorar nuestro patrimonio natural, y comprender cómo se relaciona con la biodiversidad del resto del planeta. También nos habla de nuestra historia como humanidad, pues, aunque se nos olvida constantemente, somos una especie más y, por tanto, estamos estrechamente conectados con el resto de las especies que nos rodean. Ponerlas en peligro es ponernos, también nosotros, en peligro y condenarnos a vivir una vida ajena al mundo que habitamos, el único lugar donde podemos hallar las respuestas a muchas de nuestras angustias y desarrollar plenamente nuestras mejores capacidades.

Aunque hoy en día se diga que ya todo está descubierto, os invito al regocijo de descubrir la naturaleza por vuestra cuenta. Quién sabe si, por el camino, os descubráis también a vosotros mismos.

Bibliografia

Ajuntament de València. (2018). Jardins de València. Consultado el 10 de abril de 2020 en http://jardins.valencia.es/es/contenido/especies Bernal, A. (2015, 4 de noviembre). Nuestros alucinantes bosques de niebla. El Espectador. Consultado el 10 de abril de 2020 en https://www.elespectador.com/noticias/medio-ambiente/nuestros-alucinantes-bosques-de-niebla-articulo-597035 Hofstede, R., Calles, J., López, V., Polanco, R., Torres, F., Ulloa, J., … Cerra, M. (2014). Los Páramos Andinos ¿Qué sabemos? Estado de conocimiento sobre el impacto del cambio climático en el ecosistema páramo. Quito: UICN. Consultado el 10 de abril de 2020 en https://portals.iucn.org/library/sites/library/files/documents/2014-025.pdf Instituto Alexander von Humboldt. Grupo de Exploraciones y Monitoreo Ambiental GEMA. (1998). El bosque seco tropical (Bs-T) en Colombia. Consultado el 10 de abril de 2020 en https://media.utp.edu.co/ciebreg/archivos/bosque-seco-tropical/el-bosque-seco-tropical-en-colombia.pdf Pellicer i Bataller, J. (2000). Costumari botànic, vol. I. Picanya: Bullent. Universidad EIA. (2014). Catálogo virtual de flora del Valle de Aburrá. Consultado el 10 de abril de 2020 en https://catalogofloravalleaburra.eia.edu.co

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Graduada en Biología. Me encanta leer, cocinar y hacer senderismo. Cada vez soy más lenta en las excursiones porque me paro a mirar todas las plantas y animales. Nunca consigo irme a la cama temprano y a la mañana siguiente siempre me arrepiento.
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