¿Condenados al desierto?
La desertificación es uno de los principales problemas ambientales de nuestro mundo. Se estima que el 38% del planeta son zonas áridas en riesgo de desertificación y nuestro país no es una excepción: más de dos terceras partes de la superficie está expuesta a convertirse en desierto. Murcia, la Comunidad Valenciana, Andalucía y las Islas Canarias son las regiones en el punto de mira.
La ciencia ficción presenta un futuro marcado por el pesimismo. Recursos básicos como el agua o los alimentos son cada vez más escasos y generan conflictos y luchas de poder en todo el mundo. En algunas películas o relatos, el cambio climático hace estragos modificando completamente nuestro paisaje, a veces convirtiéndolo en un gran océano de hielo y otras veces en un gran páramo donde no existen plantas ni animales y apenas hay atisbo de vida. Todas estas serían hipótesis válidas, pero es cierto que algunas de ellas tienen más peso porque vienen refrendadas por informes y estudios científicos.
En ese sentido, la desertificación es un problema que ya nos afecta sin recurrir a un futuro pseudoapocalíptico o a la ciencia ficción. Y nos afecta mucho, incluso más de lo que pensamos. El motivo es que la desertificación no es sólo una consecuencia del devenir de la Tierra y de los fenómenos naturales que escapan a nuestro control. Gran parte de ella es un problema causado por la actividad humana tanto industrial como agrícola. Los incendios, las talas indiscriminadas, la sobreexplotación de acuíferos, los cultivos intensivos y el empleo masivo de productos químicos y algunas prácticas de silvicultura son algunas de las causas de la desertificación del planeta.
¿El final de la era verde?
La Convención de las Naciones Unidas de Lucha contra la Desertificación (UNCCD) define la desertificación como un proceso de “degradación de las tierras de zonas áridas, semiáridas y subhúmedas secas resultante de diversos factores, tales como las variaciones climáticas y las actividades humanas”. Este proceso es el resultado de un desequilibrio a largo plazo entre la demanda de servicios por parte del hombre tales como como la alimentación, el forraje, el combustible, los materiales de construcción y el agua, y lo que los ecosistemas pueden proporcionar. En el momento en el que el hombre demanda más de lo que la Tierra puede darle, estamos en riesgo de desertificación, un proceso que generalmente es irreversible. Conviene señalar que en ámbitos científicos, no se considera un término del todo apropiado, ya que conlleva connotaciones negativas sobre los ecosistemas naturalmente áridos o semiáridos, con una biota adaptada a condiciones de vida muy duras y de gran valor ecológico. Esta falta de apreciación por parte del público los hace más propensos a la degradación humana y en la actualidad sufren un fuerte deterioro ambiental. Por ello, sería preferible el término erosión o pérdida de suelo y si usamos desertificación, mucho más popular, debemos entender claramente que no nos referimos a los ambiente naturales no degradados.
En todo caso, la antesala de la desertificación de origen humano es la erosión. Cuando el aire y el agua arrastran las partículas superficiales del suelo, éste pierde la capa fértil, y queda sin protección. En este estado, cada vez es más complicada y lenta la regeneración de una cubierta vegetal. Los terrenos de difícil drenaje, las lluvias torrenciales o la sequía son otros fenómenos responsables de esta desertificación en el mundo, un “fenómeno” implacable que se retroalimenta de una forma voraz y cruel. La desertificación trae consigo la pérdida y el empobrecimiento nutritivo de los suelos por erosión eólica e hídrica, la reducción de agua del subsuelo, la alteración de los ciclos hídricos, una regeneración prácticamente nula de las plantas herbáceas y leñosas, la reducción de productividad del ecosistema y, para finalizar, una severa pérdida de la biodiversidad biológica, que nada tiene que ver con los desiertos naturales. La respuesta del hombre ante esta situación generalmente no ayuda: muchas veces se intensifica todavía más una ya excesiva explotación de los recursos naturales a costa de un creciente gasto de energía humana; otras, el ser humano se desprende de bienes y equipos como un impulso para superar la crisis alimentaria; y, la tercera opción, consiste directamente en migrar de forma masiva hacia otros terrenos potencialmente productivos. En los tres casos se hace latente que el hombre, tanto como causante, como víctima, está en el centro del problema de la desertificación.
Según la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO) cada año se pierden en el mundo nueve millones de hectáreas de bosque, un hecho que está directamente ligado con la desertificación. En total, más de 6.100 millones de hectáreas, casi un 40% de la superficie del planeta, son ya tierras secas, y una parte importante de ellas se ha convertido en desiertos como consecuencia directa de la actividad del hombre. Se estima que un 70% de las tierras secas productivas están actualmente amenazadas por diversas formas de erosión, lo que afectaría directamente a más de 250 millones de personas.
En el mundo hay más de cien países con condiciones de aridez y semiaridez y, por tanto, con alto riesgo de erosión. África es el continente más dañado y allí, más de la mitad de las tierras fértiles son ahora baldíos improductivos alrededor de los desiertos naturales. El desierto del Sahara ha aumentado su extensión (pero sin su valor ecológico) y se mide ya por miles de kilómetros (4.000 kilómetros de este a oeste y unos 1.800 de norte a sur) ocupando cuatro quintas partes de Mauritania, el noroeste de Mali, más de la mitad del Chad y parte de Sudán, Níger, Alto Volta, Gambia y Cabo Verde. Las áreas más dañadas son Angola, Bostwana (en el entorno del magnífico desierto de Kalahari), la República Sudafricana y Madagascar. Asia es otro de los lugares donde la desertificación hace estragos. El continente asiático tiene 1.700 millones de hectáreas de tierra árida, semiárida y subhúmeda que van desde la costa mediterránea a las costas del Pacífico. Las zonas degradadas incluyen desiertos crecientes en China, India, Irán, Mongolia y Pakistán, las dunas de arena de Siria y las montañas erosionadas de Nepal. El tercer punto crítico es América Latina. Pese a la existencia de los bosques tropicales húmedos, la desertificación afecta a más de 300 millones de hectáreas en Latinoamérica (América del Sur, Centroamérica y México) y el Caribe. Por último, el Sur de Europa también está en riesgo de desertificación. La zona que más sufre sus efectos es el sudeste de la Península Ibérica, donde el 37% de los suelos superan el límite tolerable de erosión, lo que convierte a nuestro país en el único de Europa Occidental catalogado con un índice alto de desertificación.
Desierto del Sahara
La magnitud del desafío mundial al que nos enfrentamos es tan elevada que las Naciones Unidas declararon la década 2010-2020 como el Decenio para los Desiertos y la Lucha contra la Desertificación.
Situación en el Sudeste de la Península Ibérica
En el continente europeo, el llamado grupo del Mediterráneo Norte integrado por España, Portugal, Italia, Turquía y Grecia, compone la cuarta zona determinada por la convención de Naciones Unidas como afectadas por la desertificación tras África, Asia y América Latina. De todos estos países, España es el único de Europa Occidental incluido con un índice muy alto de desertificación en todo el sureste peninsular y en el Archipiélago Canario, una realidad que ya se puso sobre la mesa en la Conferencia sobre desertificación de la ONU celebrada en Nairobi en 1977. Aunque parezca paradójico, esa realidad es la que confiere buena parte de la diversidad y valor ecológico a nuestro territorio, que es de las más altas de Europa. Nuestra diversidad climática que va desde el climá atlántico húmedo hasta el semiárido es responsable de una diversidad de ambientes y una tasa de endemicidad envidiables. La presencia de esas regiones semiáridas en la zona del sureste español y en Canarias nos pone en riesgo de erosión al mismo tiempo que nos confieren una gran singularidad.
Según informaba el pasado mes de junio el Ministerio de Agricultura, Alimentación y Medio Ambiente, más de dos terceras partes del territorio español se encuentra en riesgo de desertificación por ser áreas áridas, semiáridas o subhúmedas secas, si bien un 40% de España está ya afectado por este fenómeno. Los motivos son muchos, entre ellos, la aridez, la sequía, la erosión, los incendios forestales y la sobreexplotación de acuíferos. Todos estos factores combinados dan origen a los distintos escenarios de la desertificación en España, localizada en la mitad sur de país. Por comunidades autónomas las más afectadas son Murcia, Comunidad Valenciana y Canarias, con un elevado riesgo de desertificación, y Castilla-La Mancha, Cataluña, Madrid, Aragón, Extremadura, Baleares y Andalucía con un riesgo algo más bajo. Las provincias más afectadas son Almería, Granada, Málaga, Murcia, Alicante, Valencia y Castellón.
La desertificación en España no se debe tanto como se piensa a los problemas de erosión producida por fenómenos naturales sino que está vinculada directamente con la acción del hombre. Si nos fijamos bien, las principales zonas erosionadas o en riesgo de desertificación en España se localizan en áreas agrícolas por su uso para cultivos inapropiados o intensivos (grandes invernaderos en Levante) o para la urbanización. Según el Observatorio de la Sostenibilidad de España (cerrado en mayo de 2013) , entre 1992 y 2000 el 70% del desarrollo de las nuevas zonas artificiales tanto urbanas y como de infraestructuras se realizó sobre zonas agrícolas y forestales. En un país donde los suelos fértiles y de alto valor agrícola son escasos y donde la tasa anual de pérdida por urbanización durante muchos años ha sido elevada, la balanza se desequilibró totalmente, convirtiendo las pérdidas de suelo fértil en elevadas y prácticamente irreversibles. A esto habría que añadir la sobreexplotación de acuíferos, la reducción de los caudales de los cursos de agua superficiales y las grandes extensiones de monocultivo agrícolas y forestales.
Proyecto LUCDEME y Red RESEL: ¿ podemos luchar contra la desertificación?
Tras la conferencia de Nairobi en 1977 y como resultado de sus sesiones de trabajo se elaboró un mapa de desiertos y áreas proclives a la desertificación en el mundo. A raíz de éste, las Naciones Unidas establecieron un Plan de Acción contra la Desertificación (DESCON) y, en 1981, el Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación presentó el “Proyecto de Lucha contra la Desertificación en el Mediterráneo”. LUCDEME (así es como se conoce de forma general el proyecto, por sus siglas) tiene como objetivos, por una parte, atender las recomendaciones establecidas en el DESCON de Naciones Unidas, y, por otra, generar una serie de informaciones y estudios acerca del proceso de desertificación en zonas áridas y semiáridas de nuestro país. Esta información puede ser muy útil para conocer mejor las zonas afectadas y su evolución y así poder adelantarnos a los efectos de la desertificación diseñando sistemas y técnicas aplicables para luchar contra ella.
Espartales de alto valor ecológico del Desierto de Tabernas (Almería).
Hasta la fecha (se puso en marcha en 1995) el Proyecto LUCDEME ha generado una gran cantidad de información que ha contribuido a un mejor conocimiento de la desertificación y de los métodos para frenarla en nuestro país. Entre estos trabajos destacan los Mapas de Suelos a escala 1:100.000 y la Red de Estaciones experimentales de Seguimiento y Evaluación de la Erosión y la Desertificación (RESEL). Esta red está compuesta por una serie de campos experimentales representativos de las diferentes zonas con riesgo de erosión en nuestro país en los que se realiza una medición continua y sistemática de los procesos fundamentales que caracterizan el ciclo hidrológico y el fenómeno de erosión hídrica del suelo. En ellos también se realizan estudios para conocer la respuesta de hidrológica y erosiva ante distintas condiciones de la cubierta vegetal. Todos estos datos de medición y tratamiento de la erosión, los recursos hídricos y la calidad del agua se introducen en una base de datos conjunta y homogénea que permite diseñar acciones preventivas y planes de uso, gestión, restauración y rehabilitación de las áreas sensibles a la desertificación.
En la actualidad RESEL cuenta con 49 estaciones experimentales distribuidas en 11 comunidades autónomas representativas de los distintos paisajes erosivos de España. Estos centros de estudio pertenecen a 21 centros asociados, ocho pertenecientes al CSIC y 13 vinculados a universidades. Gracias a sus datos se han realizado 132 hojas escala 1:100.000 correspondientes al sureste de España. En estos mapas se han integrado en formato digital las hojas que cubren la totalidad de las provincias de Almería y Granada, dos de los puntos de nuestra geografía con un riesgo de desertificación más alto.
Más informacíón:
Estaciones Red RESEL: http://www.magrama.gob.es/es/desarrollo-rural/temas/politica-forestal/090471228009f2d5_tcm7-19681.pdf
Proyecto LUCDEME Valencia: http://www.llig.gva.es/es/25910-proyecto-lucdeme