El infierno amarillo
Para muchos la palabra Ijen es sinónimo de infierno. Se trata de las últimas minas de azufre al aire libre que quedan en la Tierra, un lugar donde el aire quema y donde el simple hecho de respirar significa poner en peligro tu vida. Este infierno se encuentra en Indonesia, en la isla de Java.
Hablar de Indonesia, y especialmente de la isla de Java, es normalmente hablar de paraíso, de exótico. Sin embargo, uno de los lugares más increíbles por su aspecto y su peculiaridad del país es también uno de los más peligrosos. Dice la tradición que el olor característico del Infierno es el del azufre. Un olor penetrante, corrosivo y molesto, fácil de identificar. A pesar de las incomodidades de la zona, son algunos los turistas se acercan hasta este lugar, posiblemente una de las últimas minas de azufre al aire libre que quedan en el planeta, y lo hacen entre temerosos y curiosos, siempre con las bocas tapadas antes de sumergirse en el peligroso humo amarillo.
Ijen es uno de los últimos volcanes activos del mundo. Su nombre completo es Kawah Ijen, y se encuentra en lo más alto del monte que lleva el mismo nombre, a casi 2.800 metros de altura en el extremo oeste de la Isla de Java. En su interior el espectáculo es casi grotesco. Las minas de azufre del interior del cráter producen una combinación de nubes y gases tóxicos, y la creciente humedad de la zona produce una lluvia ácida y un olor bastante difícil de respirar. La postal no es menos curiosa, un gran cráter del que salen densos y llamativos humos de color amarillo.
La belleza se confunde con el peligro
El cráter activo de Kawah Ijen tiene un radio equivalente a 361 metros, y una superficie de 0,41 kilómetros cuadrados. Su profundidad es de 200 metros y contiene un volumen de 36 hectómetros cúbicos. Además de la orografía propia del lugar, y de las cascadas espectaculares en la falda de la montaña, cerca del cráter de Ijan se extiende un hermoso lago ácido, proveniente del estratovolcán Gunung Merapi, el punto más alto de este complejo volcánico. Se trata de una masa líquida de colores deslumbrantes y fondo color turquesa, una verdadera obra de arte de la naturaleza donde, por desgracia, es imposible darse un baño, ya que según las mediciones de 2008 el ph del agua del cráter es de 0,5 debido al ácido sulfúrico que contiene. En cuestión de segundos, un hombre podría ser literalmente devorado por estas aguas.
Vistas del lago ácido
Vistas nocturnas
Una amplia área alrededor del cráter y del lago también permanece completamente deshabitada, una especie de desierto en el que el azufre es el encargado de hacer imposible la vida en este lugar y mantenerlo en un hermoso y tóxico silencio. Sin embargo, más allá de lo puramente estético y de los posibles usos turísticos de este lugar, uno de los más llamativos del Indonesia, para la población local la zona del Ijen es muy importante por una cuestión puramente económica. Dentro del cráter hay un recurso natural para explotar, el azufre, y por eso son muchos los trabajadores que dedican su vida, en el sentido más literal de la palabra, a extraerlo. El azufre se usa en multitud de procesos industriales como la fabricación de pólvora, la elaboración de caucho y de ácido sulfúrico para baterías. Además, tiene usos como fungicida y es un componente básico de numerosos fertilizantes.
Sin embargo, la remuneración por este trabajo minero es irrisoria y los problemas de salud derivados de la misma son múltiples. Además, el azufre debe ser manejado con muchas precauciones que, evidentemente, en Kawah Ijen no se cumplen. Es por eso que la comunidad internacional ha puesto los ojos sobre este rincón del planeta donde se desarrolla uno de los oficios más peligrosos del mundo, el de las desgraciadamente conocidas “mulas humanas” en Kawah Ijen.
Mulas humanas: un oficio muy peligroso
El trabajo de mula humana en el Kawah Ijen es un trabajo que muy pocos elegirían pero que algunos se dedican a hacer simplemente por el hecho de poder ganar un poco más de lo que ganarían en el campo. El beneficio es elevado, pero los riesgos que corren estos porteadores también lo son.
Tras arrancar grandes rocas de azufre de las minas situadas en el cráter del volcán (al día estos porteadores pueden cargar unos 70 kilos que son bajados en cestas de bambú) las mulas humanas descienden con el azufre los escarpados caminos de piedra que bordean la montaña. Las instalaciones de la PT Candi Ngrimbi, una empresa que explota desde 1960 el volcán, se encuentran a sólo 250 metros de distancia pero los porteadores tardan más de 40 minutos en ascenderla, ya que deben guardar siempre el equilibrio y medir con tiento sus pasos para no resbalarse y caer por el precipicio. Saben que cualquier traspié podría costarles la vida.
Esta empresa paga a los porteadores unas 662 rupias indonesias (5 céntimos de euro) por cada kilo de azufre. Luego, ellos lo venden por 10.000 rupias (83 céntimos de euro) a la industria petroquímica, ya que este mineral está generalizado en la vida cotidiana y se usa para fabricar cerillas, fuegos artificiales, cosméticos, dinamita y hasta para blanquear el azúcar. Para ahorra gastos, la compañía minera no ha mecanizado la extracción del azufre ni suministra ningún equipamiento a los porteadores, que que trabajan por su cuenta y ganan según el peso que transportan.
¿Qué problemas encuentran los porteadores humanos? Aunque el azufre quema la garganta e irrita los ojos cuando el viento cambia de improviso, y atrapa a los mineros en las espesas columnas que salen del volcán, son tan duros que ninguno se queja de sufrir enfermedades graves, más allá, claro está, de sus habituales problemas respiratorios, artrosis, dolores en las rodillas y llagas en los hombros, que se han malformado por el peso de las cestas. Este paisaje llamativo y único en la tierra, esconde una situación social muy controvertida.