Plantas

6 Jul 2013

De dioses y de árboles

Desde el origen de los tiempos los árboles han representado el poder místico y el ciclo de la vida. Por eso las culturas han sabido venerarlos con esmero, llenándolos de mitología, tomándolos como emblema y ligándolos de forma permanente al destino de los hombres.

Es muy difícil hablar del origen de la veneración de los hombres a los árboles porque estos grandes de la naturaleza siempre han estado muy presentes en la conciencia humana. Y es que los árboles nos proporcionaron la primera luz cuando conseguimos hacer fuego con madera, y fueron también nuestros primeros proveedores de frutos y de bayas para poder alimentarnos. Pero pronto nos dimos cuenta de que la madera servía para muchas otras cosas, aprendimos a cortarla y a darle forma para fabricar diferentes utensilios y construcciones o a extraer su resina y su brea para obtener perfumes e inciensos, en definitiva, un recurso con numerosas posibilidades a nuestro alcance.

 

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Por eso, no es de extrañar que gran parte de nuestra cultura esté cimentada sobre el aprovechamiento, el culto y la veneración a los árboles. Hay que tener en cuenta que, al principio de los tiempos, Europa estaba cubierta por grandes extensiones de bosques que hacían que desde el arriba nuestro planeta se asemejara a un extenso océano verde. Un océano de árboles que se convirtió en testigo de la historia de la naturaleza y que nos ha ayudado a entender y a explicar mejor el ciclo de la vida.

 

Cosmos, Vida y Conocimiento

Desde siempre la simbología de los árboles ha estado ligada a lo sagrado, de hecho suelen aparecer tipificados desde tres puntos de vista, el cosmos, la vida y el conocimiento, que a veces se fusionan convirtiéndose en un sólo. Todas las culturas aluden de una forma u otra a estos tres árboles, entes mágicos nacidos de la Tierra que sirven para dar explicación a algunos de los grandes misterios de nuestro mundo.

 

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Posiblemente, el árbol mítico más conocido es el Árbol Cósmico, que representa la creación y la ubicación de cada elemento en el mundo. Este árbol unifica los tres niveles del cosmos en un axis mundi, con el cielo (representación del divino, de los dioses) en el cual se encuentran los ricos frutos, fuente de semillas que dan nuevas vidas, después está la Tierra (donde viven los hombres), y por último el mundo subterráneo, que es a la vez el principio y el final del ciclo (mundo de los muertos).

 

El otro gran referente en la mitología de los árboles es el Árbol de la Vida, representado casi siempre por una planta conífera que simboliza el principio vital, las estaciones del año y la regeneración. Es por eso que, en muchas culturas, el Árbol de la Vida es también el de la inmortalidad, y por eso ha de estar siempre fuertemente protegido. Es el caso del Árbol de las Hespérides griego que estaba custodiado por seres fieros y monstruosos que impedían que los hombres cogieran sus frutos dorados portadores de la vida eterna. La simbología de este árbol es bastante clara, hay árboles que viven centenares e incluso miles de años, por lo cual a ojos de los hombres pueden parecer inmortales.

 

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Finalmente, encontramos el Árbol del Conocimiento, muy ligado al Árbol de la Vida y que da constancia de la importancia de lo espiritual sobre lo material. Este árbol es uno de los mitos centrales de las religiones monoteístas, de raíz judaica y presente en el judaísmo, el islamismo y el cristianismo. No aparece descrito en ningún texto, pero si se dice que tenía un fruto muy apetitoso, por eso hay quienes que, por puro mimetismo metafórico, afirman que es el manzano. Como la historia de Adán y Eva que después de comer su fruto prohibido, los dos, hombre y mujer, son expulsados del Paraíso. Es entonces cuando conocen el bien y el mal y cuando toman conciencia de su desnudez. El simbolismo del árbol alude a las diferentes fases del conocimiento: un conocimiento general, otro moral y finalmente uno sexual, tres aspectos que, hay que recordar, sirven para separar al ser humano de los animales y equipararlo a los dioses.

 

De los druidas a Buda, pasando por Roma, Egipto y China

Uno de los pueblos que ha manifestado una mayor veneración a los árboles y a la naturaleza son los celtas. Los rituales mágicos de los druidas siempre se sitúan en frondosos bosques donde los árboles siempre jugaban un papel muy importante. El tejo, el avellano o el roble, de los cuales se extraía el muérdago, eran algunos de sus árboles sagrados, siendo este último considerado como el máximo símbolo de poder y conocimiento.

 

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También el manzano jugaba un papel muy importante, de hecho la mística isla de Ávalon estaba llena de ejemplares cargados de frutos que daban al hombre inmortalidad, conocimiento y sabiduría, como ya hemos comentado antes. Y es que el poder de los árboles en la mitología céltica es tan fuerte que incluso en su alfabeto algunas de sus letras tienen nombres de plantas.

 

Igual que los celtas, las culturas clásicas también tenían el roble como árbol sagrado. Se suponía que el primer oráculo griego acogía el roble sagrado de Dodoma y que bajo sus ramas se predijeron algunas de las hazañas más importantes de la antigüedad, entre ellas la comunicación a Heracles del final de sus Doce Trabajos y, con esto, de su muerte. Algo similar ocurrió en Roma, pues el fuego sagrado mantenido por las vestales únicamente podía ser alimentado con madera de roble. Sin embargo el árbol sagrado por excelencia de los griegos era el olivo, para ellos no había fruto más utilizado que la oliva pues de ella se extraía el aceite utilizado en la cocina, para el alumbrado o simplemente para la cura del cuerpo. Según explicaba la tradición, fue Atenea quién hizo crecer el primer olivo en la Acrópolis después de la disputa con Poseidón por el Ática.

 

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Además, tanto a la mitología clásica griega como la romana también se atribuía a cada dios un árbol en función de su personalidad o sus atributos. Así, por ejemplo, el árbol de Zeus era el roble, el de Poseidón el fresno, el de Hera la manzana, el de Atenea el olivo, el de Apolo el laurel, el de Perséfone el sauce y el de Dionisos la viña. Pero también en Roma, los árboles tuvieron un papel muy importante en las metamorfosis de las ninfas. Hijas de un dios y una mortal, las ninfas podían transformarse en cualquier tipo de árbol si así lo pedían a su padre. El caso más conocido es el mito de Dafne, quién perseguida por Apolo se convirtió por siempre jamás en un árbol de laurel.

 

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En cuanto a los egipcios, como ya comentamos en otro artículo de espores.org (El sicomoro, el árbol de las momias), uno de los árboles más importantes para ellos era el sicomoro, que también está presente en la cultura mesopotámica y en la de Oriente Próximo. Si nos trasladamos hasta China, encontramos otro árbol sagrado, el Kien-Mueve, el árbol de la renovación a los lados del cual se levantan los P’an mou. Unos melocotoneros con frutos que nuevamente otorgan la inmortalidad. En otras representaciones, el P’an mou es una morera vacía y hermafrodita que representa la separación del yin y el yang, la dualidad y el principio universal.

 

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Y por último hablamos del caso del India donde la tradición de los árboles está ligada a Buda. Según la tradición, los árboles juegan un papel muy importante en la vida del personaje, puesto que bajo ellos tienen lugar sus acontecimientos vitales más importantes. Por ejemplo, su propio nacimiento ocurrió bajo el Ashoka, el Árbol del Conocimiento del budismo, y pasó su infancia a la sombra de un manzano donde también recibiría la iluminación definitiva. Su muerte también ocurrió bajo un árbol, cuando sintió que las fuerzas le fallaban se dirigió al bosque sagrado de árboles de Sala donde abandonó su cuerpo y alcanzó el Nirvana y, como prueba de esto, los árboles empezaron a florecer. 

Revista de divulgación científica del Jardí Botànic de la Universitat de València.
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