Jardines eco-estéticos
¿Cómo es nuestro jardín ideal? ¿Colores vivos y plantas verdes? Pero, ¿qué hacemos cuando una planta ya no luce como creemos que debería hacerlo? Estas preguntas "estéticas" nos pueden hacer reflexionar sobre la gestión que hacemos de nuestros jardines.
Reflexionemos por un momento sobre la imagen que tenemos en mente de un jardín ideal, ¿ya? Seguramente a la mayoría le habrá venido a la mente un jardín de tonos vivos, con árboles sanos y portes erguidos, flores de intensos colores, fragancias agradables y, posiblemente, un tapiz de césped suave al tacto y refrescante al aroma.
O quizá sea una imagen diferente, con una zona de hortícolas y aromáticas y unas bellas trepadoras cuya hoja en otoño adquiere un tono rojizo de belleza exquisita. O más bien un rincón con una fuente en la que se oye el discurrir del agua que cae a un estanque donde hay unos peces de colores y, junto a él, un banco en el que contemplar unos setos milimétricamente recortados y que circundan un elegante ejemplar de nuestro arbusto favorito.
Huerto del Jardí Botànic de la Universitat de València
Todas estas opciones son posibles, o pueden ser otras diferentes, dependiendo de aquello que exista en nuestro ideal. Pero cada uno con el suyo, eso sí. Y estoy convencido de que casi en ninguna de esas imágenes ideales contemplamos la posibilidad de ver hojas secas o mordidas por los insectos, flores marchitas, hongos, plantas enfermas, tallos barrenados, heridas, restos vegetales sobre el suelo, crecimiento desigual, pulgones, orugas, y un largo etcétera de elementos que no forman parte de las portadas de las revistas de decoración exterior. Y es que, más allá del imaginario gótico, la gente no suele contemplar su jardín ideal como algo decadente.
Pienso sobre ello y advierto que el mundo de la jardinería también forma parte de esa estética programada, como el mundo de la estética facial o corporal, o el del diseño del coche o de la casa ideal; el ideal de belleza que se nos ofrece e incita y que se supone que todos deberíamos desear. La cara, el cuerpo, el coche, la casa y el jardín inmaculados, solo para la foto, para el instante perfecto e inalcanzable, pero para nada más, olvidando que un jardín está vivo y que, por tanto, respira, muta y, por supuesto, cambia.
La vida es un proceso constante de cambios biológicos en los que la muerte es parte del proceso vital
Y estar vivo significa también morir. La vida es un proceso constante de cambios biológicos en los que la muerte es parte del proceso vital. En los bosques, donde la acción del ser humano no es parte de su gestión, las hojas caen, las flores se marchitan, los árboles mueren, el musgo se desarrolla sobre elementos que se descomponen, los hongos forman parte del equilibrio natural, los insectos conviven con el resto de seres vivos, el crecimiento es desigual, y todo ello forma parte del escenario, del espectáculo, de la naturaleza.
Sin embargo, en los jardines que se nos muestran como ideales no hay ni rastro de elementos moribundos y decadentes, más allá de lo bucólico que supone una estampa otoñal. Lo cual no es de extrañar, puesto que no descubro nada nuevo al afirmar que nuestra sociedad vive de espaldas a la muerte, a la enfermedad y la senectud: ni se habla de ellas más que en frías estadísticas ni, por supuesto, está visible en el día a día, bien nos encargamos de recluirlas y apartarlas. Quizás de ahí que, cuando la muerte o la enfermedad nos sorprenden y nos tocan de cerca, suframos tanto.
Hay que poner en valor la belleza de la decadencia vegetal
Vivimos en una sociedad que hace de la belleza efímera un deseo ideal constante y permanente y que aparta a la muerte, lo viejo y lo enfermo del proceso vital del que forman parte. Y así nos va.
La ecología, como ciencia, asume e integra cada uno de los procesos que forman parte de la naturaleza, incluido el de la decadencia, como proceso renovador del sistema. En base a ello, considero que la jardinería ecológica no debería renunciar a incorporar en su gestión los elementos del sistema que han superado su etapa decorativa climática y de este modo mostrar la belleza del proceso completo de la vida vegetal en la jardinería.
La descomposición vegetal es parte del proceso. Ocultarla no es necesario. Carmen i Ana, las jardineras del Botànic explican cómo hacer un buen compost
Con esto no quiero en absoluto dar a entender que la jardinería ecológica debería ser una serie de plantas abandonadas a su desarrollo natural; la jardinería, como tal, es el arte de la acción del ser humano sobre los elementos vegetales para el uso y disfrute del mismo y, por tanto, el tratamiento que el ser humano hace de esos elementos es esencial para su desarrollo. Sin embargo, considero que la jardinería ecológica debería incorporar elementos del proceso ecológico completo que la jardinería tradicional deja de lado. ¿Quizás los troncos de los árboles secos deberían conformar los listones de unas jardineras? ¿Quizás unas enredaderas servirían para ocultar algún elemento arquitectónico? ¿Tal vez es la hora de no esconder los elementos de creación del compost o de implantar nuestro pequeño panal que, a la vez que poliniza, llena de vida y nos da algo de miel?
Entender que esa hoja que cae -quizás se suelta- del árbol, y permanece y se descompone en el suelo bajo las ramas es, sin duda, parte del proceso; y es también belleza, necesaria belleza.