El jardín como necesidad
Según parece, las personas necesitamos de la belleza para ser felices. Y la naturaleza, sin duda, nos puede aportar ese componente a nuestras vidas. Pero, ¿y los jardines? Fran García acostumbra a hacerse preguntas como esta y reflexiona, en este artículo, sobre por qué hacemos jardines.
Cuando hablamos de las necesidades básicas del ser humano, es habitual que pensemos en aquellas que Maslow describió en su famosa pirámide o jerarquía de las necesidades humanas como fisiológicas: alimentarse, dormir, evitar el dolor y mantener la temperatura. Posteriormente, y siguiendo al mismo autor, vendrían las necesidades de seguridad y protección (seguridad física y de salud, de recursos y de vivienda), las necesidades sociales (de relación y de adaptación social), las necesidades de estima y reconocimiento y, finalmente, en la cúspide de la pirámide de las necesidades humanas, la autorrealización. Dentro de esta última, Maslow señala una lista de necesidades compulsivas que considera que son necesarias para ser feliz, entre las que se encuentra la belleza.
La belleza como elemento necesario para ser feliz. Suena bien.
J. Finkelstein (Wikimedia Commons)
Por qué hacemos jardines
Hace unos años escuchaba habitualmente un programa de radio de la BBC que se llama The Why Factor. En cada programa se aborda un tema en concreto que trata de averiguar por qué los seres humanos realizamos cierto tipo de actividades: por qué escalamos montañas, por qué escribimos poesía o por qué nos sentimos atraídos por el mar, por poner algunos ejemplos de su temática. En cierta ocasión me sorprendí al encontrarme con un programa en el que se hablaba de por qué las personas hacemos jardines (podéis escucharlo pinchando aquí).
Todo el programa, conducido por Helena Merriman, me pareció muy interesante. Sin embargo quisiera destacar dos anécdotas que me sorprendieron especialmente —la primera sobre la Primera Guerra Mundial y la segunda sobre la prisión de Guantánamo— y que considero que vienen muy al tema que nos ocupa.
Según se explica en el programa, una vez acabada la Primera Guerra Mundial, se encontraron algunas zonas de jardines incipientes en las zonas cercanas a las trincheras de ambos bandos, rodeadas de destrucción y ruinas. Posteriormente, se corroboró que, mientras pasaban las semanas y los meses sin modificar la línea de las trincheras, los soldados trataron de realizar pequeños jardines en las zonas próximas a donde se encontraban, y que incluso pedían por carta a los familiares que les enviaran semillas y manuales de jardinería porque tenían necesidad de ver vida y belleza entre tanta desolación.
La segunda cuestión abordada en el programa que me llamó la atención se sitúa en la prisión estadounidense de Guantánamo, en Cuba. En la entrevista realizada en el programa a un abogado, éste contaba que en cierta ocasión tuvo que visitar a un preso que aún no conocía y que le recomendaron que le llevara revistas de jardinería. El abogado se sorprendió por este hecho, y así lo hizo. Cuando conoció al preso le preguntó para qué quería esas revistas y éste le comentó que para aprender a mejorar el jardín que estaban cultivando. El abogado, entonces, le preguntó si les dejaban tener herramientas y plantar en el patio y éste le respondió que no, que guardaban las semillas de las frutas y hortalizas que les daban para comer y las sembraban. Para ello, utilizaban cucharillas de plástico o las propias manos para trabajar la tierra. El abogado reflexionó al respecto y luego comentaba que, más allá del lugar en el que nos encontremos, el instinto humano por crear vida siempre permanece.
Ara Pacis / Jose Antonio (Wikimedia Commons)
Pero parece que esta necesidad de asociar vegetación con un estado de bienestar viene de mucho más atrás: las antiguas civilizaciones de Egipto, Mesopotamia y Persia ya hacían uso de la jardinería con fines ornamentales varios siglos antes de Cristo. Por poner un ejemplo concreto, si nos remontamos a la época romana, en el año 13 a.C., el Senado acordó consagrar el Ara Pacis, un altar, a la ansiada paz que el pueblo romano llevaba décadas esperando y en cuya ornamentación se pueden encontrar hojas de acanto, vid, hiedra, laurel, palmeras y flores de todo tipo que, junto a los animales representados entre las mismas, simbolizan el regreso a la edad feliz y pacífica.
Llegados a este punto, no puedo sino preguntarme si la necesidad de rodearnos de vida, y belleza, no es más básica de lo que establece Maslow. ¿Cuánto bien nos hace la jardinería sin que seamos conscientes?