La meteorología en los grandes incendios valencianos
Aunque los incendios forestales y el territorio mediterráneo han estado muy vinculados desde el principio de los tiempos, no ha sido hasta hace unos años cuando ha aparecido una nueva generación de incendios de gran intensidad y muy difíciles de apagar, que está azotando en nuestro paisaje. Menos incendios pero más agresivos, ¿a qué es debido? En una primera entrega, Jose Aparici reflexiona sobre los factores que causan estos conocidos ya como “superincendios” y sobre la motivación que le ha llevado a adentrarse en el campo de la ecología del fuego. Un interés traducido en el Trabajo Final de Máster “Efectos de la climatología en el desarrollo de Grandes Incendios Forestales (GIF) en la Comunidad Valenciana, bajo un escenario de cambio climático”, enmarcado en el postgrado de Ecología Avanzada y Gestión del Medio Natural de la Universidad de Alicante.
Marco socioambiental del fuego en ecosistemas mediterráneos
Cuando una campaña estival concentra la ocurrencia de grandes incendios forestales (GIF), estas perturbaciones junto a las brigadas técnicas se convierten en una arma arrojadiza en el juego político para criticar la gestión territorial de las distintas administraciones públicas, buscando motivos y culpables ajenos a su labor. Cuando desaparecen estos pico de crisis, la merma medioambiental y socioeconómica derivada de los GIF vuelve a ser un asunto marginal y tratado en términos genéricos, en la agenda política debido a tres razones fundamentales: el desconocimiento de las potencialidades de un desarrollo sostenible del sector forestal; la desconexión entre la clase gubernamental y los stakeholder de un medio rural despoblado; y, por último, la mitigación cortoplacista del fuego, sin un compromiso real de substituir el argumentario verde por acciones decididas en materia de incendios. Con el telón de fondo de la efervescencia reivindicativa que recorre Europa a favor de la transición ecológica y de la emergencia climática.
Figura 1. El cambio climático y el poco interés de la clase política en actuar al respecto de forma convencida, originó que de un pequeño acto surgiera un gran movimiento estudiantil bajo los lemas #FridaysForFuture #ThereIsNoPlanetB, que recorre cada viernes no solo las calles de Europa. / Sean Gallup, Getty Images
En efecto, llevamos muchos años hablando de la problemática del fuego, de tal forma que quizás lo que estamos originando es impotencia y desánimo, en lugar de impulsar la participación social en la investigación activa, en la búsqueda conjunta de soluciones que puedan llevarse a la práctica y que permitan mejorar tanto la gestión del bosque como las condiciones de vida en el medio rural.
Disponer de avances científicos y tecnológicos, pioneros y aliados en tareas de extinción es la mejor herramienta contra los incendios. Invertir en extinción es imprescindible, pero insuficiente ya que hay que reforzar la capacidad de prevención. Y es que, en nuestro país, según el Fondo Mundial para la Naturaleza, el 80 % de la inversión en lucha contra el fuego se destina a la extinción con un número de dispositivos desplegados que parece suficiente, frente al 20 % en materia preventiva en sus distintas facetas. De esta manera, el primer paso es identificar zonas de elevado riesgo, incluyendo la peligrosidad en base a la vulnerabilidad y esto conlleva la caracterización de las comunidades vegetales, las condiciones del suelo, el relieve o el marco climático que nos facilita vaticinar el comportamiento del fuego y organizar los recursos para actuar contra este.
Figura 2. Labores de extinción de un incendio. / Sxenick, EFE
No obstante, el fuego continúa siendo difícil de predecir, los sistemas de prealerta no están al nivel de otros fenómenos naturales como tifones o seísmos. De hecho, la administración autonómica posee la obligación de rastrear aquellos puntos de mayor peligro bajo unas condiciones ambientales particulares, pero esto no siempre se realiza adecuadamente. Como apunta WWF España, el territorio valenciano en los últimos años no poseía aún las zonas localizadas, su conjunto estaba marcado como perímetro de riesgo y esto no es viable a la hora de elaborar planes preventivos.
La prevención transcurre en un escenario en que más del 95 % de los incendios responden a factores humanos ya sea de forma negligente o intencionada, siendo ínfimo el porcentaje causado de forma natural. Los pirómanos no son la causa de grandes incendios forestales. Tampoco lo son la caída de tendidos eléctricos, los estercoleros ni las quemas de rastrojos agrícolas ya que estos factores solo crean una ignición, pero un incendio no es una ignición. Por tanto, un gran incendio forestal es el resultado de confluir la acumulación de combustible forestal, la humedad especialmente del fino e inerte, la ignición y la meteorología y, al igual que en cualquier combinación, aquí también es esencial la secuencia y la escala temporal de cada uno de estos elementos (Figura 3). Tras años de conformación de un paisaje inflamable y hasta días previos a la ignición, esta es el penúltimo factor en actuar y, aunque necesario, su origen o causa parece ser casi anecdótica y de escasa trascendencia en la minimización de la problemática de los grandes incendios. Esto es porque los otros tres componentes antes citados son más importantes para determinar la incidencia de los GIF. Principalmente unas condiciones meteorológicas específicas, dictan si la ignición desemboca en un conato, uno más, o se propaga configurándose en un gran fuego, evidenciando que la peligrosidad de este sigue sujeta a las inclemencias de la naturaleza.
Figura 3. Sucesión de eventos que conducen a un gran fuego en base a los cuatro componentes: carga de combustible, humedad del combustible, ignición y meteorología. / THE CONVERSATION
De ahí que, el enfoque del presente proyecto de postgrado se base en el interés temático de una aproximación entre la dinámica valenciana de grandes incendios forestales y la meteorología, la cual va adquiriendo cada vez más protagonismo para entender de donde viene el ecosistema mediterráneo y hacia donde evoluciona en un contexto de cambio climático, el cual podría agravar el régimen de incendios. En suma, los hallazgos a obtener presentan un valor científico, bien aportan nuevos datos empíricos de la realidad de estudio, bien permiten consolidar aprendizajes adquiridos en asignaturas del curso que finaliza. Nos referimos a disciplinas como Ecología del Fuego, Desertificación: Evaluación y Mitigación o Descripción y Evaluación de Ecosistemas, que denotan una visión global de los incendios, donde la modelación del paisaje y la capacidad de regeneración post – incendio es en función, a la postre, de las condiciones meteorológicas que regulan la actividad de la perturbación.
Y más allá del valor científico, es conveniente enfatizar en la utilidad y aplicaciones surgidas de la investigación, como el valor de bienestar social, el valor teórico – práctico y económico porque el presente proyecto intenta traducir la relación entre meteorología y rasgos del fuego en información útil. En suma, orientada a una mayor eficiencia de la planificación de preemergencias y de las predicciones meteorológicas, convertida en fuente de concienciación ciudadana principalmente en zonas vulnerables ante el riesgo por incendios forestales.
¿Nuevo estado en el régimen de grandes incendios forestales (GIF)?
En la esfera académica, es bien sabido que los incendios forestales y el clima mediterráneo están íntimamente ligados, y que los primeros se han convertido en una fuerza perturbadora de primer orden en los ecosistemas mediterráneos que depende de la recurrencia, la cubierta vegetal, así como de la intensidad y tamaño del perímetro afectado. El fuego no es un problema reciente, pero sí es cada vez más virulento tras las tragedias de Portugal, Grecia o California. Una nueva coyuntura nos avisa que sólo la extinción no es la solución, que supone cada vez más un cuestión de emergencia y los datos confirman una mayor tendencia de grandes incendios forestales (GIF), aquellos que calcinan áreas superiores a las 500 ha. De acuerdo a los estudios en Europa, en los últimos 15 años, se han calcinado 3 millones de ha de bosque mediterráneo y 400.000 ha anualmente en la Cuenca Mediterránea.
Figura 4. Evolución del porcentaje de grandes incendios forestales respecto al total de siniestros en el Estado español para los dos decenios comprendidos entre 1997 y 2016. / WWF
En la Península Ibérica, el año 2017 fue uno de los más fatídicos desde que existen registros de incendios forestales: más de medio millón de hectáreas ardieron, con el 65 % concentrados en el noroeste peninsular y superando con un 200 %, la media de la última década en cuanto a superficie calcinada, número de eventos y de grandes proporciones según WWF. En este sentido, en el Estado español, también fue el peor del decenio durante el cual se contabilizaron 52 GIF respecto a la media anual de 23 y un 170 % más que la media de la última década, responsables de la destrucción del 55 % de la extensión total. Solo en 2012, se calcinó una mayor superficie que superaba las 218.000 ha, pero el año 2017 asciende a la primera posición cuanto, al número de GIF; recordando que la península sufría la mayor sequía de los últimos 20 años de acuerdo Greenpeace y que era precedido por un 2016 con 22 GIF, el verano del cual fue nefasto en el prelitoral valenciano.
Según expertos del departamento de Física Aplicada de la Universidad de Barcelona, existe una tendencia a la baja tanto del número de incendios como del área calcinada en la fachada mediterránea peninsular, discerniendo así la influencia climática de la humana. Esta última es sinónimo de una sustancial profesionalización de las políticas de prevención y mitigación de IIFF, surgidas a partir del punto de inflexión que supuso los años 90. Disminución de los incendios constatada por la estadística histórica de GIF, elaborada conjuntamente por el Centro de Estudios Ambientales del Mediterráneo (CEAM) y el Departamento de Ecología de la Universidad de Alicante; la cual expone que, en el territorio valenciano, desde el año 1968 hasta el pasado año, la superficie total afectada superaba las 628.500 ha. De estas, casi 100.000 ha proceden de las dos últimas décadas y con tasas de superficie/incendio inferiores a las 3.500 ha, cosa que se traduce en una drástica disminución del número de GIF hasta los 32 frente a los casi 230 de los 3 últimos decenios del siglo pasado o a los 60 tan solo en la primera mitad de los 90.
Figura 5. Incendio en la Comunidad Valenciana
En el caso del territorio valenciano, ejemplo de lo que sucede en nuestro país, la representación de la magnitud de los incendios se ha alterado drásticamente ya que sólo el 0,2 % del conjunto anual de conatos se convierte en grandes fuegos, pero suponen más del 60 % de la superficie total anual. En el resto del arco mediterráneo ibérico, ardieron de media cerca de 90.000 ha/año en el período 2007 – 2016; conllevando una reducción de más del 30 % respecto a hace dos décadas, pero el 40 % de dicha tasa anual procedía de grandes incendios, un 10 % más. Por ello, la distribución del tamaño del fuego es muy sesgada, con una proporción mayoritaria de conatos que son controlados rápidamente, pero un pequeño volumen de GIF expuestos a la estacionalidad del clima mediterráneo y que causan la mayor pérdida anual de superficie forestal, tendencia que se acentúa cada vez más.
La actividad antrópica desencadena un gran impacto en la frecuencia de incendios, la cual se ha duplicado desde los años 70 y en el caso de la provincia de València, es media – alta, donde más del 50 % de la masa forestal ha sufrido al menos un GIF. Con todo, en más del 90 % de estos incendios con causa conocida, la fuente de ignición es la negligencia. Dicho esto, ¿por qué en los últimos años se ha identificado una mayor capacidad destructora de los grandes fuegos, que desbordan los esfuerzos para acotarlos en sus fases iniciales de propagación y sobrepasan incluso, la capacidad de extinción? ¿Por qué estas perturbaciones son más irregulares, varían rápidamente su actividad y empeoran las condiciones de ignición pese a que destinamos mayores recursos de extinción? ¿Y han dejado de ser las dimensiones de los GIF aquello más peligroso para cobrar mayor protagonismo el modo de avance del fuego?
La dinámica de los GIF, foco de estudio a golpe de tendencias y proyecciones climáticas
El régimen de grandes fuegos ha dejado de ser una perturbación natural en la Cuenca Mediterránea como en otras regiones del globo con clima mediterráneo. Modela el estado fisiológico a nivel de planta y, los mecanismos de resiliencia de las poblaciones vegetales hacia nuevos estados de regeneración post – incendio, donde la degradación ambiental visibilizada en la desertificación es acompañada, por la merma de bienes e infraestructuras, de desalojos masivos y personas fallecidas (Figura 6). Aunque los GIF presentan una baja frecuencia respecto al goteo de incendios inferiores a 500 ha, son más extremos e imprevisibles y, es sobre esta cuestión, donde debe recaer un mayor esfuerzo para ajustar unas predicciones meteorológicas, preventivas que pongan en evidencia situaciones locales propicias durante el instante de la ignición y posterior configuración de un GIF.
Figura 6. Verano de 2018. Una oleada de grandes incendios de comportamiento imprevisible engulló ciudades enteras en el litoral griego provocando caóticas evacuaciones, donde la desesperación hizo que las personas se sumergieran a salvo en las aguas del Egeo / Eurokinissi, Reuters
Marco que nos lleva a plantear que la comunidad científica ha tendido a sobredimensionar el estudio tanto de los patrones históricos pluviométricos o térmicos como de las proyecciones climáticas futuras en torno al número de incendios y su respectiva área calcinada y duración; quedando relegado el análisis de la perturbación en tiempo real. Asimismo, la mayoría de los estudios no concluyen qué escenario meteorológico posee mayor capacidad explicativa de la dinámica del fuego: la duración y superficie calcinada asociadas a regímenes específicos de GIF, acontecidos en ambientes mediterráneos. Sean por tanto las condiciones climáticas previas, las del instante de la ignición o las originadas en los días durante el desarrollo del fuego; cuestión clave en materia de gestión de IIFF que aborda este proyecto de forma integral.
Desde el Sistema Europeo de Información sobre Incendios Forestales (EFFIS) o desde el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre Cambio Climático de la ONU (IPCC), advierten reiteradamente que el sur del continente europeo y especialmente la Península Ibérica, son regiones altamente vulnerables ante la ocurrencia e intensidad de fenómenos adversos. En plena investigación por constatar sólidamente, si estos son reforzados por los efectos acumulativos del calentamiento global como la entrada temprana de olas de calor saharianas o sequías más prolongadas en zonas de alta montaña. Ejemplo de ello podría ser la oleada de GIF en el verano de 2017, precedido por el cuarto invierno más cálido en lo que llevamos de siglo y seguida de una primavera con una anomalía positiva de 2,4ºC, por la elevada frecuencia de olas de calor. Si bien, este 2019 no deja de encadenar meses con récords de temperatura, los más calurosos desde que existen registros (Figura 7), superando el verano de 2016 según el Servicio de Cambio Climático de la Agencia Europea Copernicus. Con todo, la diferencia entre ambos años estriba en que las temperaturas de 2016 estuvieron influenciadas por el fenómeno de El Niño, que este año no ha ocurrido y que obliga a poner el foco en este último lustro, compuesto de los años más cálidos.
Figura 7. Julio, mes crítico de incendios, cada vez más cálidos en el continente europeo es tan solo un síntoma de las anomalías térmicas positivas que están ocurriendo a escala global, sobre todo a partir de 1981. Fuente: Copernicus Climate Change Service (C3S)
De este modo, una posible severidad de los incendios agudizada por la irregularidad climática, no solo se manifiesta en las anomalías térmicas, sino en otros aspectos como las tasas de superficie calcinada en cualquier estación del año, fuera de la temporada crítica. Es decir, un temporal de viento moderado puede acrecentar el riesgo por ignición si la frecuencia de días excepcionalmente cálidos aumenta en primavera o bien entrado el otoño. Por lo tanto, cuando las variables meteorológicas se extreman o interaccionan, se instauran períodos críticos de fuego, los cuales son episodios sinópticos altamente idóneos para la actividad del incendio. Con todo, dada la casuística y aleatoriedad de los conatos y, dado también que una ignición necesita para su desarrollo otros factores además de condiciones climáticas favorables; cabe esperar que, si bien gran parte de los GIF ocurren durante períodos críticos, no todos alcanzan una gran magnitud.
La ecología del fuego y la política territorial
Hoy por hoy, los mecanismos de prealerta por riesgo de IIFF se exponen a la variabilidad climática y al concepto de generaciones de incendios. En primer lugar, las inclemencias del calentamiento global en el territorio valenciano, sintomáticas de la Cuenca Mediterránea, hacen que distintas proyecciones comiencen a poner el acento en la frecuencia de sequías, de olas de calor o de jornadas críticas que puedan influir en las transiciones de un conato a un gran fuego. Situación que puede traducirse en temporadas de riesgo o campañas preventivas que abarcan todo el año, más allá del período estival.
Figua 8. En este año 2019, las quemas agrícolas en la Comunidad Valenciana están prohibidas desde el 1 de junio hasta el 16 de octubre por riesgo de incendio, salvo en algunos municipios que cuentan con un régimen especial.
En segundo lugar, el patrón acumulativo detrás de la homogeneidad del mosaico agroforestal, favorecida por el éxodo rural y la infrafinanciada gestión forestal, sumado a las sequías prolongadas y medios de extinción precarizados, ha provocado que la duración de los GIF de la muestra haya crecido. Pasamos de los 3 días/incendio a 24 h más respecto a los años 90; en la misma línea de otros estudios. Cosa que origina paralelamente un ascenso en la escala de generaciones de incendios. Aquellos de primera generación basados en la conectividad del combustible y los de segunda, caracterizados por las velocidades de propagación en comarcas, hasta ahora, predominantemente rurales, muestran signos de alternancia con los de tercera generación, regidos por la capacidad convectiva del fuego y con los de cuarta generación, cuando un GIF transcurre por la interfase urbano – forestal, no siendo ya una amenaza sistemática en los montes.
La investigación de la ecología del fuego en ecosistemas mediterráneos es reciente y hasta hace dos décadas, la única estrategia era aplacar el incendio lo antes posible. Si bien, la ocurrencia puntual de terceras y cuartas generaciones de incendios hacen extender la peligrosidad en más territorios y esto implica no solo readaptar los planes de extinción o prevención, sino que obliga a integrar la tipología o generación del incendio en la gestión ya que, aunque representen una proporción anual baja, desencadenan pérdidas de distinta índole. Todo ello prueba que la dinámica de los GIF no constituye un reto pasajero, que se desvanecerá por sí solo a medio plazo y que cabe afrontar con medidas coyunturales, sino un condicionante permanente de la política territorial que debe ser coordinada con el objetivo de intentar adelantarse, en lo posible a la problemática. Ejemplo de ello es el reciente ‘Decálogo de València’ y su diseño de puntos estratégicos de gestión (PEGs), inspirado en el Plan de Silvicultura Preventiva (1996) para la defensa integrada del mosaico agroforestal valenciano ante los IIFF.
Figura 9. Vista general del pueblo de Dos Aguas rodeado de monte quemado, arrasado por el grave incendio de Cortes de Pallás de 2012. Incendio catalogado de entre los 10 más devastadores del siglo XXI /
Finalmente, ante una capacidad de decisión de los medios de extinción supeditada por estrategias defensivas y de posibles flaquezas de los servicios de preemergencia ante fenómenos adversos, los grandes incendios del siglo XXI han dejado de ser una perturbación estrictamente ecológica. Se han convertido ya no en una mera emergencia civil, discurso instaurado allá por los años 80, sino en un desafío de primer orden que compromete la integridad y seguridad de numerosas regiones mediterráneas.