Aceite de palma, ¿el enemigo en la sombra?
Además del aumento de la deforestación, el daño a los bosques tropicales y el aumento de la emisión de CO2 tan perjudicial para nuestro planeta, la explotación de los bosques de palma trae consigo otra desgracia medioambiental: si no se frena podría ser el fin de los orangutanes en distintos puntos del planeta. Los expertos ya han puesto cifras a esta masacre. Se calcula que en poco más de un siglo han desaparecido más de tres cuartos de la población mundial de estos grandes simios.
No es de oliva, ni de girasol, ni de semillas vegetales, que son los que usamos con mayor frecuencia en nuestra cocina. El aceite de palma puede parecernos algo ajeno a nosotros y a nuestra alimentación. Lo relacionamos directamente con su origen, las plantaciones de palma situadas en los trópicos. Las palmas de aceite son grandes árboles pueden medir hasta veinte metros de altura y cuyas hojas pueden tener más de cinco metros de longitud. De ellas y de su fruto tratado se obtiene un aceite vegetal que desde hace unos años se ha convertido en uno de los más consumidos a nivel mundial. De hecho, es el segundo aceite más consumido en el mundo. Repetimos: puede parecernos raro. Sin embargo, el aceite de palma está en muchos productos sin que nosotros seamos completamente conscientes de ello, camuflados tras la etiqueta de “grasa vegetal”. Así, grandes multinacionales de la alimentación, la cosmética, la higiene y el cuidado personal o de productos de limpieza del hogar incorporan el aceite de palma como un componente más en la elaboración de sus productos. Según un informe de WWF publicado en 2012, más de la mitad de los productos que conocemos como margarina, cereales, patatas fritas, dulces, chocolatinas, jabones o cosméticos tiene entre sus componentes el aceite de palma.
A grandes rasgos, se trata de un aceite “no muy sano”, ya que contiene un alto contenido en grasas saturadas y su cantidad de ácidos es muy elevada, aunque se recomienda en personas que tengan problemas para metabolizar la Vitamina A. Más allá de esto, debemos hablar del gran coste ambiental que supone la producción de esta variedad de aceite. El aceite de palma, mejor dicho su extracción, se está convirtiendo en una de las lacras medioambientales más agresivas de nuestro planeta. Los motivos son varios. En primer lugar porque desde la década de 1990 ha habido un incremento desmesurado del cultivo de estos árboles, casi un 50% más en lugares como Malasia e Indonesia, principales productores y exportadores de este aceite (más del 80% del aceite de palma del mundo se produce allí). El crecimiento está totalmente fuera de control y tiene consecuencias irreversibles que amenazan con destruir los bosques tropicales, espacios naturales con cuya desaparición perderíamos también la biodiversidad que albergan y que las ha convertido en auténticas reservas naturales de nuestro planeta.
Ligado a este punto y en segundo lugar hay que destacar que el cultivo de palma es muy agresivo para el entorno porque provoca contaminación debido al uso de pesticidas y fertilizantes que erosionan y empobrecen el suelo y producen sequías. Además, la gran destrucción de los bosques y la selva tropical en “pro” del cultivo de palma genera enormes emisiones de CO2 a la atmósfera. Según un estudio de la Universidad de Princeton y el Instituto Federal Suizo de Tecnología, entre 1990 y 2005 más del 60% de la expansión de este cultivo se hizo a costa de los bosques tropicales. Este “sacrifico” se hizo, generalmente, a través de la quema de bosques para sustituirlos por cultivos de palma. Esta es la forma de explicar la gran cantidad de incendios forestales que se registraron en Indonesia a finales de los noventa del siglo pasado y porqué durante esos años el nivel de CO2 en la atmósfera en ese país fue anormalmente alto. La contaminación llegó a ser tan alta que algunos aeropuertos tuvieron que ser cerrados.
La deforestación y el aumento de emisión de gases es “sólo” uno de los peajes que el planeta debe pagar por la explotación de este cultivo. El otro gran problema es la pérdida de biodiversidad. Como hemos recalcado anteriormente, la palma crece únicamente en zonas tropicales y su cultivo es muy agresivo con el medio ambiente. Tanto que por esta nueva “jerarquización” de intereses se han eliminado corredores naturales. Muchos de los animales autóctonos de estos territorios han migrando, quedando aislados completamente en espacios reducidos, lo que merma su capacidad de reproducción y de diversificación genética. Entre las especies más afectadas por este motivo están los orangutanes, los grandes simios, característicos de estas latitudes tropicales y arborícolas, es decir, que necesitan los árboles para vivir. Debido a que muchos bosques de Sumatra y Borneo han sido aniquilados para ser sustituidos por plantaciones de palma su espacio natural ha quedado tan reducido que la población de estos simios se encuentra ya en una situación crítica: a principios del siglo XX, había localizados más de 350.000 especímenes de orangutanes; a finales de 2011, apenas 50.000. Según Karmele Llanos, de la ONG británica “Internacional Animal Rescue”, los cultivos de palma se han convertido ya en la principal causa de destrucción del hábitat de estos animales, cuya extinción es una triste realidad cada vez más cercana. Los tigres serían otra de las especies afectadas por la sustitución de bosque por explotación de palmas.
Y evidentemente, ya no podemos hablar únicamente de daños al medio ambiente. ¿Cómo afecta esta explotación masiva al ser humano? La mayoría de los indígenas y pobladores autóctonos de las zonas de bosque tropical llevan siglos dependiendo de la selva para vivir y para alimentarse. Han construido su vida, sus costumbres y su subsistencia entorno a la estos bosques. La eliminación de éstos, por lo tanto, es sinónimo de destrucción del espacio vital de estas comunidades. Además de la contaminación directa, la llegada de las grandes multinacionales explotadoras de palma ha supuesto grandes conflictos con agricultores y comunidades locales, sometidas irremediablemente a los intereses de estas empresas que han transformado la selva en gigantescas plantaciones. Las acciones violentas, a menudo sufragadas desde la sombra por los propios gobiernos locales, estatales y federales, significa el despojo con violencia de las tierras y de los indígenas. El caso más conocido el del colombiano Walberto Hoyos Rivas, defensor de los Derechos Humanos, activista medioambiental y firme defensor de la selva tropical en su país que en el año 2008 fue asesinado por un grupo paramilitar.
La pregunta es: si es tan perjudicial, ¿por qué no deja de producirse? Fundamentalmente porque es muy barato. Su producción requiere muy poca inversión respecto a otras formas de obtener aceite (no hablamos de coste medioambiental o humano, sino económico) porque la palma y su fruto son muy eficientes. Para hacernos una idea, los frutos de la palma (llamados palmiches) son una especie de baya que contiene una semilla en su interior. Pues bien, el palmiche está compuesto por un 50% de aceite, es decir, que en comparación con otros cultivos productores de aceite, con la palma se requiere diez veces menos tierra para obtener la misma cantidad de producto. Esto es lo que explica que en algunos países como por ejemplo Colombia el cultivo de palmas siga aumentado considerablemente de forma anual (más de un 7% en 2013).
En el mundo se producen de forma anual más de 144 toneladas de aceite de vegetal. De ellas, más de 47 millones son de aceite de palma. El aceite de palma y el de soja juntos equivalen al 60% de la producción de aceites vegetales en el mundo.
