Botánica del mes: Susana Gómez
La ecología del fuego en los ecosistemas mediterráneos es el campo de trabajo de Susana Gómez, nuestra botánica del mes. Esta gaditana, investigadora y docente de la Universidad de Cádiz estudia el fuego como fuerza evolutiva en las plantas, pero también los desequilibrios en el régimen natural de incendios. ¿Su antídoto?, favorecer la biodiversidad propia del territorio para aumentar la sostenibilidad y resiliencia de nuestros ecosistemas, y más en el contexto de cambio climático en el que nos encontramos. En este sentido, la invitamos a participar junto a otros especialistas en la charla Incendios forestales, comunes, pero ¿evitables? del ciclo Botànica des del sofà del Jardí Botànic de la UV, muy recomendable y disponible online. Pero hoy, 11 de febrero, día de la mujer y la niña en la ciencia, entrevistamos en profundidad a esta inquieta científica, amante de los viajes, que descubrió su objetivo como botánica en Chile, en el valle de Quillota, para que sirva de inspiración a nuestras futuras mujeres de ciencia.
¿Qué te atrajo de la Botánica?
Durante la carrera de biología me impactó descubrir que las plantas no eran seres inanimados (que dan el color verde al paisaje y nos alimentan), sino que tenían estrategias espectaculares para defenderse de los herbívoros, moverse en función de la luz o resistir las sequías más severas, entre otras muchas cualidades. Las adaptaciones de las plantas y la historia de cómo colonizaron los ecosistemas terrestres es fascinante, parece de ciencia ficción.
¿Nos podrías resumir tu trayectoria profesional?
Estudié biología en la Universidad de Sevilla, promoción 1995-2001. Cuando me di cuenta de que quería hacer el doctorado en botánica, era tarde, pues mis notas de los primeros años no habían sido demasiado buenas para conseguir una beca. No vi oportunidades para hacerlo en España, así que me ofrecí como voluntaria para colaborar en proyectos de investigación de Sudamérica. Fue Lohengrin Cavieres, de la Universidad de Concepción (Chile), quien me recibió como si fuese de su familia. Colaboré con él en un proyecto sobre ecología de plantas altoandinas y, posteriormente, tutorizó mi doctorado (2004-2008) sobre ecología del fuego e invasiones en plantas mediterráneas.
Después, hice un postdoctorado con Ernesto Gianoli en la misma Universidad (2008-2010) y en 2011 conseguí un puesto de profesora en la Universidad del Bío-Bío (Chile). Durante ese período realicé varias estancias breves en EE.UU. y España. Ya en 2016, quise volver a España y conseguí un puesto de técnico-investigador en un proyecto de Fernando Ojeda sobre biogeografía y biodiversidad de los brezales mediterráneos, aquí en la Universidad de Cádiz. Ahora soy profesora titular en esta Universidad.
La ecología del fuego es tu especialidad, ¿qué te interesó de este campo de estudio?
Recuerdo que mi tutor de tesis, Lohen, me dio un montón de artículos y me dijo “la ecología del fuego apenas se conoce en Chile, lee y saca una pregunta interesante”. Y así lo hice. En Chile, la mayoría de las especies exóticas proceden de la Cuenca Mediterránea, donde hay muchas adaptaciones al fuego (semillas que estimulan su germinación con calor, por ejemplo). En Chile central, aunque también hay clima de tipo mediterráneo, los incendios son más recientes y las especies nativas no están tan adaptadas a ellos. Esto me pareció un experimento natural excelente para probar muchas hipótesis relacionadas con la ecología del fuego, como, por ejemplo, cuál es su papel en la invasión de especies exóticas o en la evolución reciente de los caracteres de las plantas.
Un campo muy interesante, ¿estás orgullosa de haber participado en algún proyecto en especial?
Sí, ¡en varios! En el proyecto de facilitación entre especies de altamontaña de Lohen Cavieres y en el proyecto EPES (procesos ecosistémicos en ambientes semiáridos) de Adrián Escudero y Fernando Maestre. También en el proyecto Herriza de Fernando Ojeda, con el que cumplí el sueño de trabajar en Alcornocales, el Parque Natural. De todos ellos he sacado un gran aprendizaje y hemos publicado estudios que han sido muy citados. Les estoy muy agradecida.
Ahora mismo, ¿en cuál estás trabajando?
Actualmente soy responsable de un proyecto del Ministerio de Ciencia e Innovación sobre el impacto de las plantaciones forestales en los servicios ecosistémicos (FORPES). Uno de los objetivos es analizar los impactos ecológicos de forestar con pinos los brezales mediterráneos. El brezal (o herriza) es un matorral de gran diversidad y singularidad florística. Al plantar pinos sobre la herriza, se erosiona fuertemente la diversidad plantas y de polinizadores, pero, además, se reduce el vigor del alcornocal que crece ladera abajo (a través de disminuir la disponibilidad de agua).
Esto puede tener consecuencias económicas para los apicultores y las personas que viven del corcho en la región. Esto muestra que la forestación de hábitats que naturalmente son libre de árboles no es buena. Antes de plantar árboles (que está muy de moda) hay que evaluar muy bien dónde se hace, para qué y con qué especies se hace, así como las consecuencias ecológicas que esto conlleva.
¿Y trabajas sola o en equipo?
Siempre he trabajado en equipo, la ciencia es una actividad colaborativa y los trabajos siempre mejoran cuando tienes a alguien que te lo critica. La crítica es muy positiva en la actividad científica. Una vez alguien me dijo “No serás una científica independiente hasta que no publiques algo tú sola”. No creo que esto sea cierto, eres independiente cuando produces tus propias ideas, consigues financiamiento y eres capaz de liderar a un equipo de forma exitosa.
¿En qué grupos de investigación te encuentras?
Pertenezco a dos grupos de investigación: FEBIMED-UCA y Centro de Ciencia del Clima y la Resiliencia de Chile. El primero trata sobre fuego, ecología y biodiversidad en ecosistemas mediterráneos y el segundo sobre cambio climático y resiliencia. Esto me da la oportunidad de trabajar con investigadores de diferentes disciplinas e integrar ecología y gestión en un contexto de cambio global. Un ejemplo de ello es nuestro último artículo sobre cómo avanzar hacia la intensificación ecológica de las plantaciones forestales, que resulta de un trabajo en equipo entre ambos centros y podría tener fuertes implicaciones en el campo de la gestión forestal sostenible.
Lo que se propone aquí es usar la biodiversidad como vehículo para potenciar la productividad forestal y, al mismo tiempo, reducir los impactos ambientales derivados de fertilizantes y pesticidas. La biodiversidad no sólo es hermosa, sino que es necesaria para mantener sanos los ecosistemas y el clima, y ofrece una enorme cantidad de servicios a la sociedad. Debemos aplicar el conocimiento ecológico para generar sistemas productivos sostenibles y más resilientes ante el cambio climático. El modelo de gestión forestal actual está obsoleto y es inviable a largo plazo.
Entonces, en el contexto de emergencia climática en el que nos encontramos ¿qué impacto crees que tienen resultados como este?
La repercusión podría ser enorme, pero depende de muchos factores. Para empezar, debe llegar la información a la sociedad, a las administraciones y empresas forestales. Eso está en nuestra mano. Pero luego, estas entidades deben estén dispuestas a hacer un cambio. Eso es más complicado. El mercado forestal está globalizado y el cambio en la gestión de las plantaciones depende no solo de mayor regulación a nivel estatal, sino de acuerdos globales que favorezcan la competitividad de las empresas forestales sostenibles. También es necesario que los sellos de certificación de sostenibilidad sean más restrictivos.
A nivel de sociedad, debemos modificar nuestros hábitos de consumo de madera y papel, etc. Es un trabajo de todos. Pero si no se hace, no vamos a poder solucionar el problema del clima, que, en parte, está causado por procesos de deforestación-forestación asociados a esta industria. Es bueno recordar que tenemos ya muchos ejemplos de mega-incendios asociados a plantaciones intensivas de pinos y eucaliptos, como en el caso de Chile y Portugal. Muchas de estas plantaciones reemplazan bosques y praderas naturales de gran importancia para la biodiversidad y para la regulación del clima.
¿Y la divulgación científica? ¿crees que se la da la suficiente cobertura a investigaciones como esta?
La divulgación es esencial, porque por definición, la ciencia es una actividad cuya finalidad es el bienestar de la sociedad. Si la ciencia no llega a la sociedad, no vale para nada. Creo que debe valorarse más la difusión a la hora de evaluar los CV para conseguir proyectos, plazas, etc. Si no se valora, no se hace, y si no se hace, la investigación pierde valor, por mucho impacto que tenga la revista donde se publique. También, es cierto que a veces hacemos difusión y luego las administraciones no toman las decisiones basadas en la ciencia. Un ejemplo de ello, a nivel global, es de nuevo el tema del cambio climático, que los científicos vienen documentando desde hace décadas, pero no se ha actuado en consecuencia.
¿Cómo piensas que ha cambiado tu trabajo con los años?
Bueno, empecé mi doctorado usando disquetes y pidiendo los artículos a los autores para que me llegasen por correo postal. Los ordenadores eran muuuy lentos. Y no soy tan mayor, es sólo que la tecnología ha avanzado muy rápido. Ahora las tasas de publicación son tan altas porque la comunicación es rápida y la colaboración entre grupos es más fluida. Y lo agradezco, porque gracias a eso, por ejemplo, tenemos ya vacunas para el covid.
¿Has conocido a personas interesantes en el camino?
Muchas. Los botánicos y ecólogos suelen ser personas peculiares, que generalmente viajan mucho y tienen experiencias enriquecedoras. Somos un poco raros y a mí me encantan las rarezas de todo tipo porque se aprende mucho de ellas. De entre esas personas, tengo que destacar al ecólogo Juli Pausas del Centro de Investigaciones sobre Desertificación (CIDE), una entidad mixta de la Universitat de València, el Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) y la Generalitat Valenciana. Además de ser una bella persona, creo que es uno de los especialistas que más han aportado a la ecología del fuego a nivel mundial. He aprendido mucho de él.
Y como botánica, ¿cuál es la situación más curiosa o divertida, que se pueda contar, en la que te has encontrado?
Pues una vez que fui a ayudar a unos colegas a hacer un censo de cormoranes en una isla de Chile, para ver cómo afectaba la nidificación masiva a la productividad del bosque. Llegamos a una colonia que era tan densa, que todo el bosque estaba lleno de caca y parecía completamente nevado. Nos caía constantemente vómito de pescado y algo parecido a un spray de pis y caca. Podría haber muerto allí intoxicada, pero nos reímos mucho. Espero que me pusieran en los agradecimientos del artículo. Ahora que lo pienso, voy a revisarlo, jaja.
¿Cuál es la parte más tediosa de tu trabajo? ¿y la más gratificante?
La más tediosa, la burocracia. La inmensa mayoría somos gente honesta y trabajadora, no es necesario tanto papeleo. Es mejor controlar la productividad. Lo más gratificante es aprender constantemente (y sin exámenes). También, descubrir los resultados luego de tu experimento (aunque no sean lo que esperabas), ver que tu trabajo tiene algún impacto en la sociedad, dar clases y ver la cara de sorpresa de algunos estudiantes cuando les cuentas algo interesante, ir a los congresos y aprender de las experiencias de otros colegas…muchas cosas.
¿Cómo valoras la situación laboral del sector?
Mala. Mi percepción es que los buenos investigadores en botánica encuentran trabajo pronto si se van de España. Si se quedan, lo tienen crudo. El acceso a la Universidad es muy limitado. Hay pocas plazas y los investigadores no calzan en los baremos de las Universidades, ya que se que valora mucho la experiencia docente y de gestión universitaria (no tanto la investigación). Por otro lado, está el CSIC, que debiera tener más financiamiento para ofrecer más plazas a investigadores, pero no lo tiene. Hay que respaldar económicamente a la ciencia para poder progresar y en pro de nuestro bienestar. Lo hemos aprendido en la pandemia. Hemos visto que esto no solo se resuelve con vacunas. Ahora sabemos que investigar y conservar la biodiversidad y los ecosistemas es esencial.
Entonces, ¿cómo animarías a los actuales estudiantes de biología para que se dedicaran a lo mismo que tú? ¿qué habilidades necesitan?
Pues hace falta curiosidad, inquietud, rigurosidad, perseverancia, leer, viajar… Encuentro entre mis estudiantes muchas mentes inquietas y curiosas, pero luego les cuesta trabajar con constancia y, sobre todo, leer. Ahora todo se quiere hacer rápido…Hay que leer muchísimo, estar siempre al día. Así que los animaría a leer y viajar. Les diría que la investigación te da la oportunidad de vivir aventuras increíbles, conocer gente muy interesante y, además, contribuir al desarrollo de la sociedad. Es un trabajo que requiere esfuerzo, pero es fabuloso.
¿Qué época de la Botánica te hubiera gustado vivir y por qué?
A veces me pregunto si el grado de fascinación de los botánicos de los siglos pasados era mayor a la nuestra, considerando que estaban comenzando a descubrir los mecanismos evolutivos y que la degradación de los ecosistemas era menor. Hice mi doctorado en el valle de Quillota (Chile). Darwin lo describió como un lugar maravilloso y me preguntaba qué habría visto él. Yo veía muchos cultivos y pequeños parches de bosque nativo y, aun así, me parecía precioso.
En tu opinión, ¿qué futuro crees le espera a la botánica?
El futuro que queramos. Dependerá de dónde queramos poner los esfuerzos como sociedad. La ecología y la botánica debieran ser áreas mejor consideradas, porque pueden dar soluciones a los problemas globales que estamos viviendo. El destino de nuestra especie dependerá de nuestra relación con la naturaleza y la botánica tiene un papel fundamental en esto.