Peligros naturales y también valencianos
En el contexto de la terrible DANA que ha asolado el territorio valenciano recientemente, desde Espores queremos recuperar este artículo de nuestro colaborador Jose Aparici que ya en 2017 reflexionaba sobre los diferentes peligros naturales que esconden nuestras tierras. Inundaciones, "llevantades", terremotos, tormentas... Aprende de los riesgos que envuelven nuestra naturaleza más cercana.
El Observatorio Europeo de Ordenación del Territorio afirma que la Comunidad Valenciana es un territorio de elevado riesgo motivado por la peligrosidad natural y la acción antrópica. Este fragmento de un histórico, vertiginoso momento nos lo confirma y por qué no, nos debería hacer reflexionar: “…Por el lado derecho, el agua ha comenzado a saltar por la zona del camino de Trànsits, y así, ya casi ininterrumpidamente hasta la desembocadura… El amanecer es pavoroso, ya que la luz del día va descubriendo efectos y desgracias que por la noche no se sospechaban. La gruesa capa de barro que las aguas han dejado, pesa sobre todo Valencia como nadie podía imaginar. Hay lugares en los que se llega a dos metros de altura y más … “(Crónica de la Riada. Relato de las inundaciones ocurridas en Valencia el 14 de octubre de 1957).
¿Qué entendemos por riesgo natural?
Estamos rodeados por la presión de riesgos naturales y es así porque la misma localización geográfica y los rasgos del medio físico del territorio valenciano lo transforma en un espacio donde se pueden desarrollar diversos fenómenos naturales de rango extraordinario: geológicos, geomorfológicos, atmosféricos, biológicos, a lo cual se adhiere una ocupación intensa del territorio a través de los ambiciosos tentáculos del ser humano.
El riesgo natural es el reflejo territorial de actuaciones poco acordes con los rasgos del medio físico y Valencia se ha convertido en un escenario modélico de estas malas prácticas. Un escenario de infinidad de implantaciones de usos del suelo que, en nombre del progreso colectivo y por desconocimiento o imprudencia en muchas ocasiones, no valoran la realidad geomorfológica y la exposición de las personas, bienes y servicios al riesgo. Hoy por hoy, el territorio valenciano está expuesto a mayor riesgo ante los peligros naturales que hace unas tres décadas, cuando sufrió sucesivos eventos catastróficos (riadas de la década de los 80 encabezadas por la Pantanada de Tous, entre otros). Sin embargo, no hace falta un aumento significativo del número de episodios de lluvia torrencial para que se incrementen las pérdidas económicas, motivado por su desarrollo en un territorio de riesgo.
Otro caso llamativo relacionado con el progreso con pies de barro, es la litoralización valenciana de la actividad económica y urbanística vivida en los años 90 y primera década del nuevo milenio. Allá por 2004, la revisión del estado del territorio valenciano de la mano de la Agencia Europea del Medio Ambiente nos sacaba los colores y alertaba del escalón crítico al que había llegado el crecimiento exponencial de la superficie, poco apta para ser edificada y sobrepasando el crecimiento poblacional. Ese es el trasfondo último que sorprende a aquellos escépticos, o no tanto, del aumento de la vulnerabilidad del territorio valenciano frente a los peligros naturales; esto es un aumento del riesgo. Vemos una síntesis de los peligros naturales más importantes que afectan al País Valenciano.
Sismicidad
Algunas comarcas valencianas poseen un elevado riesgo de sismicidad: Valle de Ayora-Cofrentes, la Canal de Navarrés, la Costera, la Vall d’Albaida, la Safor, la Ribera y la totalidad del territorio alicantino. Mientras en Alicante, los factores responsables de la peligrosidad sísmica son la posición geográfica influenciada por el Sistema Bético, en el área de contacto entre las placas Africana e Ibérica; en las comarcas meridionales de la provincia de Valencia, la razón de la actividad tectónica es el encuentro entre las fallas béticas e ibéricas.
Aunque estas áreas del territorio valenciano están sometidas a constantes movimientos imperceptibles, inapreciables para la ciudadanía; la Comunidad Valenciana ha sido testigo de alguno de los mayores terremotos ocurridos en España y con una intensidad igual o superior a 9 en la escala de Richter. Entre ellos, equivalente en tierras ibéricas al devastador terremoto de Lisboa (1755), destaca el de Torrevieja (1829), en pleno tramo final de la falla de la Vega Baja. O el correspondiente a la localidad de Montesa (1748), donde su huella ha quedado enmarcada en el Castillo que corona el pueblo. Aunque queda lejos, en los últimos años, muchos valencianos han despertado sobresaltados debido a los movimientos entre 4-5 de magnitud, con habituales epicentros en el Golfo de Valencia.
Precipitaciones torrenciales e intensas, y las consecuentes inundaciones
Muchos coinciden en que el hundimiento en directo del puente de Beniarbeig (Marina Alta), el cual atravesaba un desbordado río Girona en octubre de 2009, sin duda pasará a la historia audiovisual de la extinta RTVV. El peligro natural que ostenta la medalla de oro, que tiene lugar con más frecuencia y que ocasiona daños críticos en el territorio valenciano, son las abundantes lluvias que descargan cantidades elevadas de récord en un escaso intervalo de tiempo (más de 100 mm / 24 h como mínimo) y que originan las crecidas más impetuosas de los cursos fluviales en todo el año. Y es que desde los años 50, se han empezado a registrar el rosario de destacados episodios de inundaciones y avenidas sobre todo durante cada otoño (las temidas Gotas Frías), y sus efectos devastadores hasta el día de hoy.
Cuatro son las causas que participan en los episodios de Gota Fría. Atmosféricas: la instalación casi inmóvil de depresiones frías en altitud y la circulación de vientos de levante. Geográficas: un Mar Mediterráneo con aguas marinas aún cálidas hasta octubre y frente a la costa valenciana son auténticas fábricas de generación de nubosidad. Además, la fachada de sierras béticas prelitorales y litorales de la Ribera Baja, la Safor o las Marinas alicantinas (los orinales valencianos), aceleran los flujos marinos y potencian la focalización de las lluvias. La tercera causa son las llanuras aluviales que vertebran el territorio valenciano, donde los ríos autóctonos como el río Cànyoles y Albaida (cuenca del Júcar), el Serpis o el Gorgos, y sus correspondientes barrancos y ramblas con elevada capacidad de carga son presionados por espacios intensamente humanizados con campos de cultivo y núcleos urbanos, principalmente en las comarcas centrales costeras. De este modo, el motivo antrópico completa el cóctel que las riadas durante las Gotas Frías sean un trauma, una devastación casi garantizada. Este último es clave ya que no se ha tenido en cuenta de nuevo los rasgos del medio físico, asentamiento descontrolado en áreas de riesgo ante inundaciones ¿Hemos aprendido la lección en cuanto a gestión medioambiental que nos dio la quincena de episodios históricos de Gota Fría en la década de los 80?
Como afirma Jorge Olcina, Catedrático de Análisis Geográfico Regional de la Universidad de Alicante, vamos camino de los 70 temporales de lluvias torrenciales desde los años 50 y hay que abordar algunas cuestiones. ¿Cuánto ha contribuido el arrastre de sedimentos, procedentes de terrazas y parcelas agrícolas abandonadas que deberían haber retenido y aprovechado parte de las aguas de avenida, en el desbordamiento de capitales de ríos, barrancos y ramblas? ¿Cuál es la frecuencia de lluvias torrenciales sobre superficies recientemente quemadas y expuestas a la erosión del suelo? ¿Suficiente incomprensión del poco endurecimiento en el cumplimiento de la legislación relativa a la prohibición de empleo de zonas de riesgo como riberas de camas o desembocaduras? ¿Hasta cuando el deficiente tratamiento del problema de las inundaciones en los informes municipales de ordenación territorial? Hay que decir, que a pesar de las correcciones técnicas a golpe de riada por parte de la administración pública, siguen siendo numerosas las áreas con riesgo de inundaciones.
Consecuencia de la sequía
De suelos sobresaturados de agua a la escasez de ésta para usos diversos y acelerada por el cambio climático con secuencias anticiclónicas cada vez más frecuentes y prolongadas sinónimo de reducción de las precipitaciones. Bien lo saben los agricultores del sur alicantino con una tradicional adaptación de los cultivos y prácticas agrícolas en la natural escasez pluviométrica. Este riesgo quedó manifiesto en los años 80 y 90 en que un incremento acelerado de la superficies de regadío y de la demanda urbanística en relación con los recursos de agua existentes ha provocado un desajuste hídrico. Desajuste que se mantiene hasta la fecha con el intento de solucionarlo a golpe de polémicos tira y afloja entre los defensores de trasvases y desaladoras.
Un desequilibrio que afecta de norte a sur al País Valenciano, ya que incluso en comarcas con notables dotaciones hídricas, como la subhúmeda Marina Alta, han visto como sus abastecimientos urbanos han tambaleado. O el caso de la Ribera del Júcar, donde han sufrido sequías agudas hasta el punto de obligar urgentemente la apertura de pozos de sequía y casi imposibilitar el anegamiento de las marjales para practicar el cultivo del arroz, con la repercusión económica que conlleva. Pero, ¿cuáles son las características de una secuencia de sequía ibérica? La regla general son inviernos secos, primaveras moderadamente lluviosas, veranos secos pero “inquietos” con habituales episodios de granizo y unos otoños atípicamente poco lluviosos. Por tanto, hablamos de un año seco cuando el otoño y el invierno bordean o sobrepasan 40 días con situaciones atmosféricas poco proclives para que las lluvias hagan acto de presencia.
Temporales de viento de Levante
Los valencianos también tenemos nuestras propias “Tarifas gaditanas”, la disposición de valles y cumbres de cordilleras elevadas en comarcas de interior (El Maestrazgo castellonense, el Rincón de Ademuz, la Plana de Utiel-Requena, Valle del Vinalopó o la de Ayora-Cofrentes), donde se registran intensas rachas de viento con alta regularidad. Cultivos, instalaciones agrícolas, paseos marítimos, playas, recintos portuarios, clubes náuticos o embarcaciones son la diana de los efectos de los fuertes vientos de levante que sufre el territorio valenciano. Lo que ha dado lugar a que la diversificación creciente de la oferta turística ha significado una exposición de las zonas litorales a un incremento del riesgo por el efecto de las levante. Aunque el preocupante y triste trasfondo ha llegado cuando se ha dado el cambio de percepción de los temporales de viento por parte de la sociedad valenciana, según la actividad económica implantada en la costa durante los últimos cien años. De pasar de episodios naturales temidos para el mantenimiento vital de las familias marineras a que la generalización del boom turístico imponga que estos episodios sean vistos ahora como un agente perturbador de nuestros caprichos del sol y playa.
Incidiendo en el papel de los temporales de levante en la regresión del litoral valenciano, sólo hay que ver los cada vez más repetidos sprints a contrarreloj de los técnicos municipales atendiendo obras de reparación en la primera línea de costa y debido a los daños provocados por el viento a las puertas de iniciar una nueva temporada turística. Un ciclo inútil sufragado por millonarias inversiones en ganar metros en el mar cuando la naturaleza tarde o temprano nos recordará a golpe de olas de seis metros lo que es y será suyo. No es necesario viajar mucho en el tiempo, sólo hay que preguntar a los vecinos de los puertos marinos de Almenara, Saler, Denia o Jávea el recuerdo que tienen de la pasada primavera. Reconstrucción de paseos marítimos o la ampliación de las barreras de defensa, en virtud del aumento de la fragilidad de nuestras costas, y por qué no decirlo, la promoción del interés económico y especulativo, tan arraigado, tan valenciano.
Heladas y temporales de nieve
Los sucesos de frío intenso que afectan al territorio valenciano comprenden heladas y temporales de nieve. Las primeras dañan cultivos de temporada en flor y, en casos extremos, provocan la muerte del arbolado. Los segundos, más puntuales, provocan la interrupción ocasional de la vida económica al causar cortes de vías de comunicación y de suministros (el Alcoià, la Plana de Utiel-Requena, Els Ports, enero de 2017), además de ocasionar, en episodios persistentes, daños en instalaciones diversas como las ganaderas. No obstante, debemos tener en cuenta las distintas heladas con efectos diversos según el origen atmosférico y la época anual en la que se producen. Distinguimos las típicas heladas originadas por anticiclones invernales y que causan descensos térmicos acusados en comarcas de interior frente a las heladas causadas por la llegada de masas de aire muy frías, árticas y que son gravísimas para el campo valenciano. El problema es que el cambio climático puede llevar a un aumento de la intensidad y la irregularidad de aparición anual de estas heladas.
La amenaza de las tormentas
Aunque la palabra tormenta (seca) está de moda debido al afloramiento del concepto de relámpago latente, responsable de gran parte de los incendios forestales naturales (Sierra Calderona, Julio 2017), no nos centramos en ese tipo de tormenta, sino con las de granizo. Con un calendario de aparición preferentemente estival, el Maestrazgo castellonense es el escenario extraído de una película de terror con la rápida formación de enormes y de amenazantes nubes como protagonistas y la consecuente caída de bolas de hielo de la tamaño de huevos o incluso, de pelotas de tenis. Estos fenómenos meteorológicos constituyen uno de los riesgos naturales más perjudiciales para las actividades agrarias de la totalidad de las tierras valencianas en permiso de las sequías, inundaciones o las heladas. Y es que el Dr. Olcina, apuntó que en torno al 2% de media de la producción final agraria valenciana se pierde a consecuencia de las tormentas de granizo y bien que lo saben en la cuna de la uva de mesa, el valle del Vinalopó.
La erosión es el riesgo silencioso y ha despertado en los últimos años un indudable interés en las tierras valencianas, paralelo al crecimiento de programas de restauración paisajística, recuperación de la estabilidad y fertilidad edáfica, o preservación florística en todo el territorio valenciano. En la aparición de la erosión del suelo participan factores geológicos, geomorfológicos, atmosféricos y antrópicos. De este modo, los mapas valencianos de riesgo de erosión ofrecen una distribución territorial según su intensidad: riesgo bajo o muy bajo, moderado y alto o muy alto. El riesgo aumentará a medida que también lo hace la pendiente del relieve y la proporción de arcilla en la composición del suelo. Y es que más del 30% del territorio sufre riesgo alto de erosión concentrado en gran parte del interior de Castellón, en espacios naturales como el Desierto de las Palmas y el macizo del Caroig, y en las cabeceras fluviales de las cordilleras béticas de las comarcas alicantinas septentrionales.
Otras peligrosidades naturales: Olas de calor, viento de poniente y tornados
Otro riesgo atmosférico de importante repercusión agraria son las olas de calor originadas debido a la llegada a la mitad sur de la Península Ibérica de la conocida masa de aire sahariana con polvo en suspensión (calima). Un aire cálido, seco y asfixiante que en verano dispara los termómetros, haciendo que en algunas localidades del sur de la provincia de Valencia sobrepasen el umbral crítico de los 40 grados. Por lo tanto, los meses de junio, julio y agosto son los de máximo riesgo, pero las olas de calor cada vez se adelantan y se repiten con más frecuencia de nuevo por anomalías climáticas. Aunque, también, advecciones intensas de aire sahariano pueden presentarse a lo largo del año y causar serios trastornos en la salud de los cultivos o de la ciudadanía.
Relacionadas con el registro de elevadas temperaturas, aparecen también las respetadas ponentadas o advecciones de aire intenso, muy recalentado que, especialmente en el ecuador estival, viajan de oeste a este valenciano, de camino al Mediterráneo y después de transcurrir por el centro ibérico, por la continental Castilla. Como sabemos, son episodios críticos de corta duración que, en unas horas o en un día, dan como resultado un repentino incremento de la temperatura y un importante descenso de la humedad relativa. Este panorama meteorológico es el combustible óptimo para el avance de las lenguas de fuego de un incendio en unas sierras, donde además el concepto de limpieza de bosque se desvirtúa y, como no, el mejor aliado de los placeres de los pirómanos, responsables de tanta destrucción en las masas forestales valencianas año tras año.
Finalmente, la montaña rusa de los sustos naturales valencianos la cierra un riesgo de origen atmosférico vinculado al desarrollo de vientos a gran velocidad (con picos máximos de 200 km / h), si bien con una frecuencia de aparición muy baja en las tierras valencianas. Son los tornados y/o mangas marinas y que han hecho acto de presencia en la Vega Baja, la Safor o la Ribera Baja, con unos suecanos atónitos viendo el pasado otoño como bailaba un tornado histórico frente a sus playas y más de uno pensando : “¡El tiempo está loco!”.
Llegados a este punto, ¿aumentan los peligros naturales o aumenta el riesgo?
A finales del siglo pasado y con el disparo de salida de los pensamientos ambientales contemporáneos, en plena efervescencia de la hipótesis del cambio climático por efecto invernadero, la catástrofe natural del camping pirenaico de Biescas (Huesca, agosto de 1996) dio un golpe en la mesa. Desencadenó un acalorado debate científico y social en torno a la repercusión del citado cambio en el aumento de desastres de justificación climática y el aumento de las víctimas mortales a causa de estos. La cuestión a determinar era: ¿en los últimos años se producen más episodios naturales (esencialmente meteorológicos) extraordinarios? Y, ¿son cada vez más imprevisibles, motivados por el azar de la propia naturaleza?
Aunque, hay otra postura en cuanto al enfoque de los peligros naturales: de la corriente de opinión de la imprevisibilidad en la corriente eticoterritorial. Esta última, estudia a pie de campo la realidad territorial de cada espacio geográfico y señala que el riesgo ante episodios extraordinarios se habría incrementado en gran medida en los últimos lustros, para llevar a cabo actuaciones territoriales de origen humano poco acordes con la caracterización del paisaje. Esto habría originado un incremento potencial de la vulnerabilidad de las poblaciones asentadas en territorios de riesgo. Tocamos fin y cada uno debería extraer sus conclusiones.
Aunque contamos con elevadas tasas de cobertura aseguradora en nuestro país en caso de riesgos, siempre que se produce un violento desastre humano, la actitud de los ciudadanos, informados por el sensacionalismo de los medios de comunicación, vive inmersa sin duda en una crisis temporal, efímera. De este modo, aumenta la conciencia de que hay una inseguridad potencial entorno a los riesgos y que la administración pública ha sido incapaz de afrontar. Esto desemboca en el brusco surgimiento de un clamor popular de exigencia de responsabilidades a los gobernantes o los responsables técnicos basado en el derecho a una vida segura y por tanto una exigencia de toma de medidas que eviten la repetición de los sucesos.
Ante esta delicada situación, sigue siendo frecuente la conformista justificación de los supuestos responsables en que los citados episodios de peligro se deben a su imprevisibilidad. Porque si un suceso es imprevisible, hay ausencia de responsabilidades, nada se ha podido hacer para prevenirlo y ninguna lección se puede sacar para evitarlo en el futuro. Un panorama desolador para la ciudadanía, ¿no? ¿es esto realmente así?
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