Agricultura

26 Ago 2014

¿Puede florecer un desierto?

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Hablar de desierto, para muchos, es hacerlo de paisajes desolados marcados por la carencia de vegetación, agua y vida. Sin embargo, todos los desiertos del mundo, independientemente de su latitud, pueden florecer en algún momento. Cuando lo hace, un inusitado y mágico esplendor transforma las tierras yermas en un fecundo manto floral. Se trata de la ley del desierto más extraordinaria que conocemos.

Al nombrar la palabra desierto nuestra mente viaja de forma inevitable hacia un lugar donde las dunas y el vacío son los protagonistas. Situamos en ese paisaje alguna que otra planta que ha surgido esporádicamente como de la nada y que parece indicarnos que la suerte dejó este lugar alejado, o unas huellas medio borradas que nos indican que aquí es la arena la que da vida o borra los recuerdos a su antojo. Los más optimistas pueden localizar en su desierto imaginario un oasis con palmeras y un pequeño lago que es un auténtico símbolo de vida y de esperanza. Y todo surge, generalmente, bajo un sol cuya mirada no se puede mantener o con el aire envuelto por una fuerte tormenta de arena.

 

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Desierto del Gobi, entre Mongolia y China

 

Sin embargo, la diversidad de los desiertos es muy grande y no todos responden a esa imagen. A esos desiertos arenosos se los conoce por la palabra árabe erg, pero junto a ellos también existen las mesetas rocosas o hamadas. Hay desiertos tropicales, como el Kalahari o el mismo Sáhara, el más extenso de todos; desiertos de latitudes medias, con variaciones térmicas abrumadoras, como el desierto del Gobi; desiertos costeros, como el de Namibia, en los que las lluvias quedan bloqueadas por la diferencia térmica entre el continente y el océano; sabanas abiertas del centro de Australia y hasta existen los desiertos fríos del Ártico, la Patagonia y la Antártida. Todos se definen por la escasez de lluvias (típicamente menos de 250 mm anuales) o con periodos muy largos de sequía, pero no es cierto que sean lugares desprovistos de vida. En realidad, algunos desiertos como los del suroeste americano o el interior de México, tienen una vegetación dominada por cactus y yucas, que supone una importante biomasa en comparación con otros tipos de desierto. Pero en todos los casos, el desierto es un lugar donde la vida solo es apta para los especialistas.

 

En general, las precipitaciones suelen ser estivales o invernales y esos momentos de bonanza son aprovechados por las plantas que allí viven para florecer de manera sincronizada, ofreciendonos un espectáculo inesperado. De todas las floraciones de desiertos, la más famosa es el llamado desierto florido, que se produce en uno de los lugares más secos del planeta, el desierto de Atacama, en Chile. Lo que allí ocurre es único por su intensidad y se produce una vez en un periodo de entre 15 y 40 años. Sin embargo, en los últimos años se ha producido con más frecuencia, así que muchos lo relacionan con el fenómeno atmosférico de El Niño y el calentamiento de las corrientes marinas, que genera más cantidad de lluvias capaces de hacer germinar semillas y brotar los bulbos que se encuentran estado de latencia durante años. Si las condiciones meteorológicas son propicias, unas 200 especies de plantas florecen, aunque sólo por unos días, dando un espectáculo breve y único que afortunadamente las cámaras pueden captar.

 

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Desierto de Atacama, Chile

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Badlands de Dakota del Sur

 

Pero más allá de este florecer espontáneo y mágico de los desiertos, cultivar en estos parajes no es sólo una utopía que los científicos ansían conseguir sino que es una necesidad a la que muchos pueblos cercanos a los desiertos se enfrentan cada día. No hay que olvidar que los recursos hídricos van mermando, que los suelos se hacen más áridos y que, de una u otra forma, dos tercios de la Tierra están condenados a convertirse en desierto si las cosas no cambian. La situación crítica de los recursos del planeta hace prever que saber aprovechar concienzudamente las tierras secas es una garantía de futuro y de vida. Si aprendemos a cultivar en los desiertos los suelos se volverían cada vez más fértiles, se mitigarán los efectos del calentamiento global y se reducirá la erosión. Los avances en este sentido son indispensables para favorecer a las comunidades locales y garantizar su desarrollo para frenar el éxodo a las grandes ciudades que tienen sus recursos bajo mínimos. Tal y como explicó el biólogo y filósofo japonés Masanobu Fukuoka, padre de la agricultura natural, el desierto puede ofrecer los recursos necesarios si se siguen unos métodos agrícolas sencillos y lógicos.

 

En este sentido no estamos solos: la historia es nuestro mejor aliado. A lo largo de los siglos las comunidades han sabido sacar partido, de una u otra manera, de lo que el desierto podía ofrecerles. Muchos pueblos con condiciones de aridez, poco aptas para la agricultura, han sido capaces de evolucionar adaptándose a sus circunstancias. Por ejemplo, los indios nativos del desierto de Sonora (frontera natural entre EEUU y México) basan su agricultura desde hace siglos en un sistema natural de riego que aprovecha las inundaciones estacionales y las laderas para sus cultivos. Muy cerca de allí, en el Valle de Salt River (Arizona), los primeros pobladores crearon hace quince siglos un sistema de canalización de riego, basado en la rueda, que no usa metales y que a día de hoy es el ejemplo para los ingenieros agrónomos que trabajan en la zona. Egipto y su sistema agrícola organizado entorno a las crecidas del Nilo es otro ejemplo de cómo establecer agricultura cerca del desierto.

 

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Desierto de Sonora. Imagen: Viktor Shmyhlenko

 

Sahara Forest Project (o el nuevo florecer de la agricultura en el desierto)

Los ejemplos de sociedades que intentan aprovechar el desierto como espacio agrícola en la actualidad son muchos y ya hablamos sobre algunos en nuestro artículo Agricultura también en el desierto, publicado hace algunos meses en Espores. Entre ellos destacamos la recuperación de regiones áridas en Somalia y Etiopía; la aplicación, desde hace dos décadas, de varias técnicas sencillas y de bajo coste han recuperado para su cultivo varias áreas del desierto de Níger; los casos de introducción de especies de cultivo adaptadas en Chile; el trabajo cooperativo para el avance de la agricultura sostenible de Sekem en Egipto; y los países centrados en el desarrollo de técnicas de aprovechamiento de agua de lluvias para riego y la creación de invernaderos (Israel y Libia).

 

Gracias a los avances de científicos de todo el mundo la agricultura en el desierto es cada vez menos una utopía y cada vez más una realidad. Algunas especies como la jojoba, la higuera, la cebolla o la alcaparra, se preparan para aparecer en el desierto con métodos de agricultura intensiva. Otras servirán como forraje y alimento para los animales, lo que incentivará las iniciativas ganaderas en las regiones desérticas.

 

El último proyecto que conocemos se llama Sahara Forest Project y se ha puesto en marcha en Qatar. Se trata de una iniciativa mediante la cual se usan con fines agrícolas dos elementos más que abundantes en la zona: el intenso calor y el agua del mar. La apuesta, en este caso, ha sido transformar estos dos elementos en recursos aptos para la agricultura generando un espacio para el cultivo, energía para mantenerlo y agua dulce para darle vida. El proceso parece alquímico, pero no lo es. Todo responde a una serie de estudios científicos comprobados en una hectárea de terreno experimental.

 

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Recreación del Sahara Forest Project

 

Primero se instaló allí una planta de energía solar para aprovechar el calor transformándolo en vapor capaz de mover unas turbinas y generadores que lo transforman posteriormente en electricidad. Esta electricidad alimenta una bomba que aprovecha el agua del mar para enfriar los invernaderos, obteniendo una temperatura óptima para el cultivo. Por otra parte, el agua dulce que resulta sobrante por el enfriamiento se reutiliza para regar las plantas cultivadas. Por último, el agua salada se aprovecha, una vez más, para cultivar algas que, a su vez, generan bioenergía.

 

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La combinación y sinergia perfectamente calibrada de estos elementos es totalmente sostenible y ya ha dado sus primeros frutos. En los últimos meses con este sistema se han cosechado exitosamente cebada, rúcola y pepino. Lo más sorprendente es que en los alrededores de los invernaderos algunas de las plantas han brotado esporádicamente, lo que avala la teoría de que los suelos desérticos, con las condiciones óptimas, pueden hacerse más fértiles. Según los directores de Sahara Forest Project cuando el proyecto tenga una extensión de sesenta hectáreas se podrán cultivar allí casi un 70% de las verduras que actualmente se importan en Qatar. Jordania es el país que servirá como escenario para probar la viabilidad económica de este proyecto que tiene como objetivo a corto plazo llegar al norte de África y, a medio plazo, extenderse a otras zonas áridas del mundo como el oeste americano, Australia o el sur de Europa.

 

Pero no todo son buenas noticias. La iniciativa de desarrollar sistemas de cultivo sostenibles en lugares que hasta ahora deben importar a otros países la mayor parte de sus alimentos, puede resultar loable, pero desde un punto de vista ecológico y económico, resulta discutible una inversión de ese calibre para conseguir cultivar zonas naturalmente desérticas. Especialmente, cuando grandes extensiones de la tierra están sufriendo procesos de erosión por la acción humana (comentados en Espores recientemente) que están obligando al abandono de cultivos y explotaciones hasta hace poco viables. Una vez más, al hombre le resulta más atractivo y a las empresas, más rentable, ganar otra batalla a naturaleza que arreglar los daños que nosotros mismos nos causamos.

Revista de divulgación científica del Jardí Botànic de la Universitat de València.
Nota legal: Revista Espores. La veu del Botànic se hace responsable de la selección de bloguers pero no de los contenidos y opiniones en los articles de los mismos.
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