MUJERES Y AGRICULTURA, LAS GUARDIANAS DE LA BIODIVERSIDAD
Según un estudio publicado en noviembre del pasado año, gran parte de la conservación de la biodiversidad agrícola y ganadera del mundo se debe de al papel que las mujeres ejercen, desde hace siglos, en los dos sectores.
En un mundo en el cual la brecha del género parece cada vez más cerrada, son muchos los que se preguntan cuál es el papel real de las mujeres en el mundo agrícola, especialmente en las zonas menos desarrolladas, si su producción es equivalente a la de los hombres y hasta qué punto la aplicación de políticas de género en este sector, especialmente en los países en vías de desarrollo, es importante. Evidentemente, en este sentido, nos encontramos con un problema, las mujeres, a pesar de trabajar la tierra, no tienen los mismos recursos para el cultivo que los hombres.
Según datos empíricos publicados por la FAO, la diferencia de productividad entre los agricultores de sexo masculino y femenino se debe de a diferencias en el uso de estos recursos, tanto naturales como humanos. Si las mujeres tuvieron los mismos recursos y el mismo acceso a ellos que los hombres podrían incrementar el rendimiento de sus explotaciones agrícolas sobre un 30% y aumentar la producción de sus países entre un 2% y un 4%. Las cifras no parecen llamativas, no obstante, si traducimos estos datos relacionados con la reducción del hambre, nos encontramos con datos significativos puesto que el aumento de la producción causado por la equiparación de recursos hombres-mujeres en la agricultura podría reducir el número de personas hambrientas en el mundo entre un 12% y un 17%. Evidentemente, todo dependería de cada región, y dentro de esta, de cuántas mujeres se dedican a la agricultura, cuántas a la producción y la amplitud de la brecha de género a la cual se enfrentan. Pero antes de profundizar más en informes y datos, parece que la respuesta está clara. ¿Es necesario aplicar políticas de género en países del tercer mundo y especialmente en el sector agrícola? Rotundamente, sí.
Hombres que cazan y mujeres que siembran
Desde la prehistoria, hombres y mujeres han asumido roles que son el germen de nuestra cultura y nuestra civilización. En una sociedad en la cual la caza y la recolección se convierten en elementos indispensables para la vida, los hombres asumieron un papel de cazadores, mientras que eran las mujeres quienes recogían los frutos. Debido a su conocimiento de la flora, la mayor parte de los antropólogos creen que fueron las mujeres quienes condujeron las sociedades antiguas hacia el Neolítico. ¡Aparecieron las primeras agricultoras de la historia!
Las culturas clásicas (Grecia y Roma) subyugaron el papel de la mujer a labores de casa, pero durante la Edad Media volvió a tener un importante papel económico y social vinculado a la agricultura y la ganadería: la mayoría de las mujeres eran campesinas y trabajaban en el campo realizando las mismas tareas y en iguales condiciones que los hombres. La siembra, la recolección o la cura de rebaños eran algunas de sus tareas, eso sí, con salarios siempre inferiores a los de los hombres.
Desde la Edad Moderna y hasta la actualidad la mujer ha ejercido un papel fundamental en el sector agrario y ganadero, especialmente en las pequeñas explotaciones y casi siempre vinculado a la siembra y recolección de hortalizas y a la cría de animales de corral. Pero hay que recordar que en la mayoría de países en vías de desarrollo, la mayor parte de explotaciones tienen estas características. Según el Informe Mundial de la Agricultura 2011, publicado por la FAO, las mujeres representan, el 43 % de la fuerza laboral agrícola en los países en desarrollo. Por eso, lo debamos de la salvaguarda de cría y cura de muchas especies autóctonas, especialmente si hablamos de ganadería.
La mujer como agente de seguridad alimentaria y nutricional
Las mujeres que crian rebaño en todo el mundo tienen que ser consideradas las principales protagonistas en los esfuerzos para detener el declive de las razas autóctonas y cruciales para la seguridad alimentaria rural. De los 600 millones de criadores pobres de ganado en el mundo, alrededor de dos tercios son mujeres que son también cabeza de familia y económicas. Normalmente, son los hombres quienes emigran a las ciudades y en otros países en busca de trabajo. El número de mujeres viudas también se encuentra entre estas cifras.
Las razas autóctonas están adaptadas a condiciones locales a menudo duras, son resistentes a la enfermedad, sobreviven con forrajes fáciles de obtener a nivel local y en general cuidar de sí mismos. Estas razas no producen una gran cantidad de carne, leche o huevos, pero son una reserva de material genético irremplazable, pues están perfectamente adaptadas al medio, son resistentes a enfermedades y servirían como base para la implantación de programas de mejora genética. Todo esto, para no decir que en un mundo amenazado por el cambio climático, las razas que son resistentes al calor, la sequía o las enfermedades tropicales tienen un gran valor a largo plazo. El problema está claro: requieren más curas y producen menos que otras especies introducidas por el que los gobiernos, en lugar de ayudar a estos pequeños agricultores y ganaderos, lo que hacen es favorecer a grandes empresas que introducen nuevas especies sin tener en cuenta ni mantener a las especies autóctonas.
Pero, como hemos dicho anteriormente, más allá de salvaguardar las especies autóctonas adaptadas al medio, la presencia de la mujer en el mundo rural es necesaria si queremos un mundo sostenible, puesto que las mujeres son agentes de cambio a favor del crecimiento económico, el progreso social y desarrollo sostenible. Pero hasta ahora, las mujeres cuentan con un menor acceso a los bienes productivos, incluyendo la tierra y los servicios financieros. Tampoco tienen demasiada presencia en las acciones colectivas ni en la política.
Para abordar estas cuestiones, varias instituciones como la ONU, la FAO, el FIDA o el PMA pusieron en marcha en 2011 el programa conjunto Acelerando el Progreso Hacia el Apoderamiento Económico de las Mujeres Campesinas, una iniciativa desarrollada inicialmente en Etiopía, Guatemala, Kirguistán, Liberia, Nepal, Níger y Ruanda y que pone su esfuerzo en cinco objetivos: mejorar la seguridad alimentaria y nutritiva, incrementar los ingresos, fomentar el liderazgo y la participación en las instituciones rurales y crear una política medioambiental más responsable a nivel nacional e internacional. Este programa afecta en las regiones rurales de los países citados con anterioridad en áreas diversas como la agricultura, la ganadería, pesca o silvicutura y gracias a él y hasta hoy, 19 millones de mujeres rurales pobres participaron en programas y proyectos apoyados por el IFAD, y las mujeres supusieron más del 60% del total de personas a las cuales se formó la emprendeduría y la gestión de empresas, y en materias relacionadas con la gestión comunitaria, y supusieron más del 50% de los usuarios de servicios de financiación rural.
Proyectos mujeres y agricultura
Entre los proyectos del programa encontramos la apuesta por los bosques en Burkina Faso. Casi la totalidad el país africano está cubierto por árboles o por sabana. Por lo tanto, los bosques suponen una fuente de vida que incluye alimentos, medicinas y ropas. Pero también son una fuente de ingresos. Los productos forestales no carpinteros son una de las mayores fuentes económicas del país e incluyen alimentos silvestres, como los frutos secos, hojas, setas, miel, comestibles insectos (orugas y termitas) así como las especies, las hierbas, las fibras, aceites y otros productos de origen animal o vegetal utilizados para alimentos, preparaciones medicinales o cosméticos. Viendo el potencial de estos productos forestales para mejorar la vida y los ingresos de las mujeres rurales, la FAO estableció en 2009, para establecer un proyecto a través de siete provincias norteñas y centro norte de Burkina Faso. Se ha realizado la distribución de tierras y se ha formado a las mujeres en gestión de empresas de base comunitaria eficaces con el fin de incrementar sus ingresos y ser autosuficientes.
En el caso de Tanzania, por ejemplo, los esfuerzos se han centrado en facilitar el acceso de las mujeres a la tierra. A pesar de la legislación de igualdad de derechos en Tanzania, las normas consuetudinarias siguen limitando la propiedad y el control de las tierras de las mujeres rurales. El Proyecto Sostenible gestión de pastoreos – implementado por la Coalición Internacional con el apoyo del FIDA y el Fondo Belga de Seguridad Alimentaria (BFFS) – se creó en 2009 para ayudar a que las mujeres tengan derecho sobre sus tierras, además de establecer un sistema de planificación de uso comunal. El apoyo de la equidad de género ha sido esencial para la viabilidad de este proceso, que exige que los planes a nivel comunitario sobre el uso de la tierra y los recursos naturales en las zonas rurales. El proyecto tiene la intención de examinar de manera proactiva los derechos agrarios de la mujer, para protegerlos o fomentarlos cuando haga falta. Similar en este programa es Rwandesa de Desarrollo Sostenible que trabaja para aumentar la conciencia de la comunidad de los derechos de la tierra, especialmente a las mujeres rurales que dependen de la tierra para la suya sustento. Aunque la legislación de Ruanda garantiza los derechos de las mujeres a la tenencia de la tierra, las prácticas tradicionales que todavía traen a la discriminación de género. En consecuencia, muchas mujeres no pueden poseer, controlar o heredar tierras. Una de las áreas clave de la intervención es el registro de tierras, lo cual da una oportunidad para asegurar sus derechos de propiedad a la tierra que está registrada a nombre de los dos cónyuges.
Totalmente diferente es el caso del Salvador, donde los programas de género se centran en la equidad entre hombres y mujeres a la hora de recibir ayudas económicas, lo cual las convierte en todavía más vulnerable. El año 2003 se puso en marcha en el país el Programa de Reconstrucción y Modernización Rural para ayudar en las zonas afectadas por los seísmos que arrasaron casi el 50% de las zonas agrícolas del país en 2001. Al principio, la política de género no estaba dentro de este programa, sin embargo, cuando las mujeres – un gran segmento de la población objetivo – no pudieron beneficiarse de un fondo de inversión para el desarrollo económico rural porque no tenía acceso a la tierra, fue necesario remodelar el fondo de inversión.