Educación ambiental, 365 días al año
Concienciar, empatizar, participar, conservar, movilizar, reeducar, actuar… muchos son los valores asociados a este campo pedagógico interdisciplinar que pretende impulsar un cambio de paradigma ambiental en nuestra sociedad. Uno en el que la sostenibilidad y la conservación de la biodiversidad sean las piezas claves para construir un planeta mejor. El biòleg Víctor Benlloch, del Centro de Educación Ambiental de la Comunitat Valenciana (CEACV), reflexiona sobre esta disciplina en el día especial para su celebración.
El 26 de enero celebramos el día mundial de la educación ambiental, otra fecha conmemorativa que puede pasar sin pena ni gloria entre el maremágnum de fechas que tratan de ensalzar diferentes acontecimientos, buenas intenciones, personajes, elementos y productos de todo tipo en el calendario anual. Sin embargo, esta celebración debería de servir para recordarnos que seguimos teniendo pendientes algunas “facturas sin pagar”.
Una huella ambiental muy difícil de borrar
La actual pandemia, además de todas las dificultades sociales y económicas asociadas a ella, han provocado una cierta ocultación o semiolvido de los problemas ambientales que se vienen denunciando desde hace ya mucho tiempo y en los que se ha trabajado desde distintos ámbitos, para tratar de conseguir una corrección y mejora de los mismos. Estos problemas ambientales son múltiples y conocidos, diversos y con diferentes niveles de gravedad, pero en todos los casos, detrás de ellos siempre está la mano humana, que con sus actividades ha ido generándolos y agravándolos desde hace ya tiempo, aunque ha sido durante las últimas décadas cuando nuestra capacidad de impacto ambiental ha alcanzado su máxima expresión.
Las afecciones de los impactos que generamos en el medio son muy diversas, pero todas tienen en común que son “insostenibles”, es decir, que de no ponerles remedio tendrán (o mejor dicho, están teniendo ya) consecuencias incorregibles y, además, con altísimos efectos negativos sobre las poblaciones humanas y su salud, calidad de vida, ingresos económicos, ocupaciones laborales e incluso sobre su supervivencia.
Y de todas estas cuestiones ambientales, que de forma muy frecuente se retroalimentan entre sí, la pérdida de biodiversidad es sin lugar a duda una de las más graves y preocupantes de todas. Tal es la escala en la que se está produciendo esta destrucción de la biodiversidad (a nivel genético, de especies y poblaciones y de ecosistemas) que se ha formulado ya la propuesta de que realmente nos encontramos ante la sexta gran extinción en la historia de la Tierra, pero en este caso provocada por las actividades humanas y no por otras causas naturales.
Hacer frente a los problemas ambientales, en general, y a la pérdida de biodiversidad, en particular, es perentorio e implica importantes cambios a todos los niveles: productivos, de consumo, organizativos, de comportamiento…
Para poder frenar y revertir el conjunto de afecciones ambientales que generan el grave problema de la pérdida de biodiversidad hay una importante cantidad de herramientas que van desde las acciones legislativas hasta las de investigación y científicas, pero además contamos también con las de carácter formativo y educativo, entre las que tendríamos toda la batería de opciones que nos propone la educación ambiental.
En el campo de la educación ambiental relativo a la biodiversidad (posiblemente el que tiene más tradición) se desarrollan muy diversos programas y acciones para poner de relieve el valor de esta biodiversidad, sus beneficios y riqueza, y también para incrementar el respeto por ella y fomentar las acciones directas para su mejora y protección. Aquí es donde estriba el punto básico de la educación ambiental, el mover a la participación para conseguir resultados.
Transversalidad y movilización ciudadana
Hoy en día, por suerte, son cada vez más los colectivos, empresas, ciudadanos y ciudadanas… que se implican en programas, proyectos y acciones con el objetivo de cuidar los espacios naturales y las especies que acogen, lo cual no es óbice para que deba seguir incrementándose esta participación. Es cada vez más frecuente la organización y desarrollo de acciones de reforestación, de rehabilitación de ecosistemas, la recuperación de espacios para favorecer determinadas especies, las acciones de custodia del territorio, en definitiva, de voluntariado ambiental. Y todo ello no es otra cosa que el resultado final de la progresiva introducción de esta disciplina en diversos ámbitos sociales, que ha generado procesos de conocimiento y concienciación y ha empujado a la participación social.
Una educación ambiental que se erige ahora más que nunca, más que en una opción, en una necesidad. Una necesidad porque es imprescindible que el conjunto de la sociedad se implique en estos procesos de cambio dirigidos a conseguir la “utópica” sostenibilidad ambiental, pero esta implicación pasa previamente por esos procesos de concienciación y participación que también promueve y desarrolla la educación ambiental.
Por tanto, la celebración del día mundial de la educación ambiental no puede ni debe ser un día más del calendario, debería de ser el punto de inflexión para aceptar e impulsar la educación ambiental como una herramienta fundamental en la lucha por la sostenibilidad ambiental y social, para la mejora de nuestro planeta y de nuestra sociedad, por la justicia y por el cambio de paradigmas, una educación ambiental que impregne cada uno de los rincones de una sociedad que tiene que ser consciente de que ha de cambiar.
La educación ambiental ha de estar presente los 365 días del año, no es trabajo para un único día, porque el trabajo de la educación ambiental es crear cómplices en la compleja tarea de reconstruir un nuevo planeta, un nuevo planeta que se parezca al que siempre estuvo aquí.