10 preguntas verdes a… Raquel Ricart
La escritora Raquel Ricart (Bétera, 1962) ha consolidado su trayectoria com a narradora poco a poco, historia a historia, con la tenacidad de los que són conscientes de que solo hay que seguir el camino para que llegue el tiempo de cada cosa. Comenzó a escribir narraciones cortas hasta que publicó su primera novela, Un mort al sindicat (Tàndem, 1999). Después vendrían Van ploure estrelles (Tàndem, 2001), El quadern d'Àngela (Tàndem, 2010), Les ratlles de la vida (3i4, 2010), En les mars perdudes (Bromera, 2012), premio Bancaja de Narrativa Juvenil, El ciutadà perfecte (Andana, 2015) y El temps de cada cosa (RBA-La Magrana, 2015). Últimamente ha participado en narraciones colectivas como Entre dones (Balandra, 2016) y La improbable vida de Joan Fuster (3i4, 2017), y ha colaborado en revistas y diversos medios de comunicación. En pleno confinamiento, le pedimos que nos hable de las plantas, árboles y paisajes que forman parte de su vida.
¿Qué tipo de paisaje encuentras más inspirador?
La montaña. Yo soy de interior y el mar lo veíamos muy de vez en cuando mientras era pequeña. Van ploure estrelles es, también, un homenaje a mis montañas. Pero estoy segura de que si tuviera la oportunidad de vivir un tiempo junto al mar, durante un tiempo largo, cuando hay poca gente, el mar se convertiría en una gran fuente de inspiración. En Galicia, en un viaje por la Costa da morte, sentí esta fuerza poderosa inspiradora de sueños y de historias.
Háblanos de algún espacio “verde” donde acostumbrases a ir de pequeña. ¿Había algún árbol o planta que te llamase más la atención? ¿Por qué?
La Calderona ha acompañado mi vida desde la niñez. Cuando volvía a casa de la escuela, corría por la calle la Purísima y allá al fondo la tenía, azul y preciosa. Con mi padre, íbamos muchos domingos a las fuentes para llenar garrafas de agua. Bebíamos agua de la Font del Berro, de la Font del Llentiscle… En Pascua, antes de ir en pandilla con los amigos, con los padres, sus amigos y sus hijos, también íbamos siempre a las fuentes de la Calderona. De los árboles, podría decirte que los algarrobos viejos y gruesos siempre me han encantado. En el libro El quadern d’Àngela, aparece este aprecio y el árbol como símbolo.
Romero, tomillo, albahaca… ¿cuál es tu planta gastronómica preferida y cómo acostumbras a usarla?
Mira, yo no soy muy cocinera. Te tendría que decir sin duda que la albahaca, porque soy de Bétera, y cuando viene la temporada siempre tengo albahaca en casa. Me encanta su olor, intenso y lleno de recuerdos. Pero lo que sí que uso cada año es el tomillo de la Calderona para aliñar las olivas que hacemos en casa.
¿Tienes alguna película o libro que te haya marcado en el que la naturaleza sea protagonista?
Solitud, de Víctor Català, me impresionó bastante cuando lo leí, y la imagen de Mila y la montaña se me han quedado grabadas. Si miro más atrás, recuerdo un libro que me regaló mi padre que se titulaba Genoveva de Brabante, y era la leyenda de esta santa que, como Blancanieves, fue injustamente condenada a muerte, pero el verdugo no fue capaz de matarla y la dejó abandonada en un bosque, donde permaneció seis años escondida en una cueva y viviendo, con una criatura, de los recursos naturales.
¿Cuál es la última planta que ha llegado a tu casa y que te ha costado más sacar adelante?
La última, un jazmín. Tenemos una buganvilla que ha costado, pero finalmente ha empezado a florecer.
Un jardín en el que perderte…
Tuve la suerte, el año pasado, de visitar el jardín de la casa de Karen Blixen, en Rungstedlund, muy cerca de Copenhague. Un jardín que es un refugio de pájaros y que me pareció una maravilla. Me perdería allí, sí.
¿Eres más de reducir, reutilizar o reciclar?
Me parece que de reducir. Reciclo, está claro, pero me doy cuenta, y precisamente ahora se hace muy patente, de la cantidad de cosas de las que podemos prescindir sin que pase nada.
¿Qué es lo que no soportas cuando vas al campo?
Los circuitos de motos, por ejemplo, de motos de estas que son para atravesar la montaña. Me parece que son cosas difíciles de compaginar. La suciedad que dejamos los humanos también, está claro, pero las motos de montaña me ponen de muy mal humor.
Una vez que pase el confinamiento, ¿cuál será tu próxima aventura “verde”?
Iré a Olocau, seguro. Aparte de eso, aún no me atrevo a hacer planes.
¿Hay algún aroma de flor o planta que te transporte a otro lugar o momento?
La verdad es que cada primavera, el olor de la flor de azahar me transporta siempre a mi adolescencia. Me encanta ese aroma, me emborracha.