Manual de supervivencia
Para soportar las condiciones meteorológicas que nos ofrece nuestro clima, nosotros hacemos uso tanto de un abrigo como de un paraguas en invierno, o de unos shorts en verano. Pero, ¿y las plantas? ¿Cómo se adaptan a este clima mediterráneo? A continuación conoceremos aquellas estrategias que siguen para sobrevivir en nuestro entorno.
Existen cinco regiones biogeográficas en el mundo donde se puede encontrar el clima mediterráneo, y nosotros pertenecemos en una de estas, la Región Mediterránea.
Como sabemos, este clima está caracterizado por veranos secos con altas temperaturas que dan lugar a la sequía estival, la cual, produce condiciones de estrés hídrico en las plantas que derivan en cambios a su fisiología. Por otro lado, en invierno, las temperaturas son suaves, concentrándose las precipitaciones principalmente en otoño y primavera, ocasionando a veces el fenómeno que conocemos como gota fría, que provoca en un espacio pequeño de tiempo, graves daños tanto a nuestros suelos como en nuestra vegetación.
Localización de las regiones biogeográficas con clima mediterráneo. Imagen de Wikimedia. Autor: Vzb83
Bien, ahora que ya hemos repasado las características climáticas, podemos dar paso al manual de supervivencia de las plantas para tolerarlas, es decir, aquellas modificaciones o cambios que desarrollan para adaptarse al medio.
Combatamos el exceso de temperatura y las altas tasas de evaporación
La carencia de precipitaciones y las elevadas temperaturas en verano, producen unas condiciones de gran demanda de agua para las plantas. Para evitar pérdidas de agua, las hojas han desarrollado un tejido muy resistente que las impermeabiliza y las hace duras; estas hojas, como las del boj (Buxus sempervirens L.) o la coscoja (Quercus coccifera L.), típicas en la vegetación de los bosques mediterráneos, reciben el nombre de esclerófilas, término procedente del Griego sclero (duro) y phyllon (hoja). Además, a veces, durante este periodo el crecimiento de la planta es suspendido debido a la insuficiente disponibilidad de agua, mientras que en invierno, como las temperaturas son suaves y el agua es más abundante, la actividad fotosintética puede continuar.
Buxus sempervirens L. Imagen de Felix Abraham
Por otro lado, para evitar un excesivo calentamiento del tejido vegetal en las horas en las que la planta no transpira, las hojas reducen la superficie. Árboles y arbustos parecen tallos y ramas, como muchas retamas, y las hojas pueden ser inexistentes o muy efímeras. Si se mantienen las hojas, los estomas se disponen protegidos en el envés de las hojas, para evita al máximo la pérdida de agua cuando los estomas deben abrirse para liberar oxígeno y captar CO2 durante la respiración.
Otra adaptación es la vellosidad. Las plantas presentan una densa capa de pelos blancos en el reverso de las hojas para proteger los estomas y evitar la pérdida de agua en los periodos calurosos. El romero (Rosmarinus officinalis L.) i la candelaria (Phlomis lychnitis L.), son buenos ejemplos. Además, los pelos proporcionan un capa de aire aislante al tallo y a las hojas, ayudando a estabilizar la temperatura del tejido, y a almacenar agua reduciendo la evaporación y la velocidad de secado. Si los pelos están en el haz, también reflejan la luz solar, reduciendo los efectos nocivos de la radiación solar sobre los tejidos.
Phlomis lychnitis L. Presa de la sierra de Mont-roig. Imagen de Isidre Blanc
Ciertas plantas se defienden contra los insectos que pueden usarlas como alimento. Los pelos impiden su avance como obstáculos en una carrera campo a través; en la escala de un insecto, un pelo se vuelve un árbol, y una hoja peluda… ¡un bosque! Otros pelos tienen propiedades pegajosas o urticantes que se caracterizan por ortigas afiladas con glándulas que segregan un fluido, el cual, también puede ser una incomodidad para los insectos.
Algunas semillas utilizan los pelos como estrategia para aumentar sus posibilidades de reproducción. Estos, tienen forma de gancho y se enganchan a la piel de los animales, cayendo dispersadas con la posibilidad de colonizar otros lugares, posiblemente lejos de su hábitat habitual.
Cuidado, ¡pinchamos!
Las espinas son especialmente frecuentes en las floras de los países con clima mediterráneo. Aunque es difícil de explicar las funciones de esta adaptación, una de ellas podría ser la de reducir la superficie de transpiración de la planta con la modificación del tallo o las hojas. Por otro lado, las condiciones de vida bajo el clima mediterráneo no son nada fáciles y los daños que ocasionan los herbívoros son muy caros de reparar. La protección de las espinas reduce estas pérdidas producidas por ovejas, cabras y conejos.
Ulex parviflorus Pourr. Imagen de Tomás Royo
Una de las especies con esta propiedad es la conocida Aliaga (Ulex parviflorus Pourr.) y también el cambrón (Rhamnus lycioides L.), las cuales, encontramos fácilmente si vamos de excursión por nuestras montañas.
Alianza con el fuego
Durante los periodos de sequía, la vegetación se convierte en un ecosistema propenso al fuego y muchas especies están adaptadas a esta condición.
Incendio forestal. Imagen de Xabier. M
Normalmente, el fuego es considerado como un acontecimiento negativo y perjudicial para la vegetación, pero dentro de los ecosistemas de tipo mediterráneo, es un factor natural. Después del incendio, la masa leñosa se reduce a cenizas y nutrientes son reciclados y devueltos a la tierra que es mayoritariamente estéril. Además, se puede producir una estimulación directa de la germinación de las semillas por efectos mecánicos, como la ruptura de la cubierta de la semilla, o por la influencia de las sustancias que contiene el fuego. Después del fuego, la superficie se borra y nuevas plantas pueden germinar en un entorno libre de competencia o rebrotar de órganos subterráneos, puesto que el nutriente liberado proveniente de la biomasa, ayuda a la fase inicial de desarrollo de la planta.
Inmediatamente después del fuego, la composición florística de la vegetación cambia, pero muchas especies están presentes en el banco de semillas y reaparecen al cabo de unos meses o al menos en el periodo de uno a cinco años, por lo tanto, en la mayoría de los casos, la vegetación no tiene que ser considerada como una comunidad completamente diferente, sino como una fase transitoria.
Paraje calcinado. Imagen del blog Caminando Hacia Las Alturas. Autor: Emilio Vera
Aun así, la respuesta de la vegetación al fuego no es uniforme, depende de varios factores como son la composición de las especies y su reacción al fuego, como de reciente es el incendio, la intensidad del fuego y las condiciones climáticas. Es decir, no siempre se positivo. En cualquier caso, el principal problema del fuego es que, en la actualidad, casi nunca es un fenómeno natural, sino provocado por el hombre. Los fuegos naturales son generalmente más suaves en intensidad, extensión y duración. La adaptación de las plantas mediterráneas al fuego no es gran ayuda frente a incendios con diferentes puntos de ignición, ayuda de combustibles o que aprovechan las condiciones ambientales más propicias.
Según el tipo de planta, la adaptación al fuego es de diferente manera. En primer lugar, encontramos aquellas plantas que rebrotan desde la base del tronco, como son el lentisco (Pistancia lentiscus L.) y la encina (Quercus ilex L. subsp. ilex), y aquellas que rebrotan de las raices, como el pino canario (Pinus canariensis Sweet ex Spreng.). Otros, forman sus estructuras reproductivas como bulbos, bajo tierra o bajo el agua; son las denominadas criptófitas, donde encontramos como ejemplo los narcisos (Narcissus spp.).
Otro tipo de plantas siguen la estrategia de producir una gran cantidad de semillas que germinan después del paso del fuego, permitiendo a las plantas jóvenes que crezcan gracias a la desaparición de la capa superior de la vegetación. Una de las especies que tienen esta adaptación es la estepa negra (Cistus salviifolius L.).
Pistancia lentiscus L. Imagen de Ferran Turmo Gort
Por último, es importante destacar las pirófitas, término procedente del griego antiguo Pyros (fuego) y phytos (planta). Estas plantas se han adaptado para tolerar el fuego, actuando de forma favorable para ellas. Las pirófitas pasivas resisten los efectos del fuego, en particular, cuando pasa rápidamente, pudiendo competir con las plantas menos resistentes que estén dañadas. Por otro lado, las pirófitas activas, tienen además aceites volátiles que fomentan la incidencia de los incendios que son beneficiosos para ellas. Como ejemplos, citar el romero (Rosmarinus officinalis L.) y el pino carrasco (Pinus halepensis Miller).
Pinus halepensis Miller. Imagen de José María Escolano
Podemos decir con certeza que con este clima las plantas son unas auténticas supervivientes, ya que hasta a nosotros se nos hace difícil soportar en los meses de calor las altas temperaturas.
Imagen de cabecera de Ena Ronayne